Jairo estaba por supuesto terriblemente
impaciente por la demora en llegar a su casa; por eso se apresuraron a
buen paso. Aun antes de entrar ellos en el patio del rector, uno de los
siervos salió diciendo: «No molestes al Maestro; tu hija está muerta».
Jesús pareció no oír las palabras del siervo, porque, llevándose a
Pedro, Santiago y Juan, se volvió diciendo al padre desconsolado: «No
temas; tan sólo, cree». Al entrar a la casa, ya estaban allí los
flautistas junto a las plañideras y los parientes llorando y
lamentándose, formando un tumulto indecoroso. Después de echar del
cuarto a todas las plañideras, entró Jesús con el padre, la madre y sus
tres apóstoles. Les había dicho a las plañideras que la niña no estaba
muerta, pero se rieron de él con desprecio. Ahora pues, Jesús se volvió a
la madre, diciéndole: «Tu hija no está muerta; sólo está dormida». Y
cuando se hubo tranquilizado la casa, Jesús, acercándose al lecho de la
niña, la tomó de la mano y dijo: «Hija, escúchame: ¡despiértate y
levántate!» Cuando la niña escuchó esas palabras, inmediatamente se
levantó y caminó por el cuarto. Una vez que la niña se hubo recuperado
del aturdimiento, Jesús indicó que le trajeran algo de comer porque no
había tomado alimento por mucho tiempo.
Como había en Capernaum mucha turbulencia
en contra de Jesús, reunió a la familia y les explicó que la niña había
caído en un coma después de una fiebre persistente, y que él no la había
rescatado de la muerte sino que la había despertado. Asimismo explicó
todo esto a sus apóstoles, pero fue en vano; todos ellos creyeron que
había rescatado a la niña de los muertos. Lo que dijera Jesús para
explicar muchos de estos milagros aparentes surtía poco efecto sobre sus
seguidores. Los milagros los fascinaban, y no perdían la oportunidad de
atribuirle otro portento a Jesús. Jesús y los apóstoles retornaron a
Betsaida después de que él exhortara específicamente a todos ellos de
que nada dijeran a ningún hombre sobre este acontecimiento.
Cuando salió de la casa de Jairo, dos
ciegos conducidos por un muchacho mudo lo siguieron clamando que los
curara. En esta época, la reputación de Jesús como curador estaba en su
apogeo. Fuera donde fuese, ahí lo esperaban enfermos y afligidos. El
Maestro parecía exhausto, y todos sus amigos se preocupaban, pues temían
que se esforzara en su labor de enseñanza y curación hasta el colapso.
Los apóstoles de Jesús no podían comprender
la naturaleza y atributos de este Dios-hombre, y la gente común
entendía aún menos. Ninguna de las generaciones subsiguientes tampoco
han podido evaluar lo que ocurrió en la tierra en la persona de Jesús de
Nazaret. Y no habrá jamás oportunidad de que la ciencia o la religión
examinen estos acontecimientos notables, por la sencilla razón de que
tal situación extraordinaria no puede ocurrir otra vez, ni en este mundo
ni en ningún otro mundo de Nebadon. Nunca más aparecerá, en ningún
mundo del universo, un ser en semejanza de carne mortal que combine
simultáneamente todos los atributos de la energía creadora aunados con las dotes
espirituales que trascienden el tiempo y la mayor parte de las
limitaciones materiales.
Nunca, antes de que Jesús viniera a la
tierra, ni desde entonces, ha sido posible procurar en forma tan directa
y gráfica los resultados concomitantes de una fe fuerte y viviente de
los hombres y mujeres mortales. Para repetir estos fenómenos, sería
necesario que llegáramos ante la presencia inmediata de Micael, el
Creador, y lo halláramos tal cual fue en aquellos días —el Hijo del
Hombre. Del mismo modo, hoy en día, por su ausencia, tales
manifestaciones materiales no son posibles, debéis evitar imponer
cualquier tipo de limitación sobre la posible manifestación de su poder espiritual.
Aunque el Maestro esté ausente como ser material, está presente como
influencia espiritual en el corazón de los hombres. Jesús posibilitó,
mediante su partida de este mundo, que su espíritu viviera junto con el
de su Padre que reside en la mente de toda la humanidad.