Aunque la mayor parte de la cercana orilla
oriental del lago estaba integrada por suaves pendientes que subían a
las colinas que las rodeaban en este sitio en el que se encontraban
había una colina empinada que en algunos puntos bajaba abruptamente
hasta el lago. Señalando la ladera de la colina cercana, Jesús dijo:
«Trepemos esta ladera para desayunar allí y reposar y conversar en un
refugio».
Toda esta pendiente estaba llena de grutas
forjadas en la roca. Muchos de estos nichos eran antiguos sepulcros.
Aproximadamente a mitad de camino por la ladera en una pequeña planicie
se encontraba el cementerio de la pequeña aldea de Queresa. Cuando Jesús
y sus asociados pasaron junto a este cementerio, un lunático que vivía
en estas cuevas de la ladera corrió a su encuentro. Este hombre demente
era bien conocido en esas regiones, habiendo estado en una época atado
con sogas y cadenas y confinado en una de las grutas. Hacía mucho tiempo
que había roto sus cadenas y vagabundeaba a su antojo entre las tumbas y
los sepulcros abandonados.
Este hombre, cuyo nombre era Amós, estaba
afligido por una forma periódica de locura. Había períodos
considerablemente largos durante los cuales buscaba abrigo y se conducía
relativamente bien entre sus semejantes. Durante uno de estos
intervalos de lucidez, había ido a Betsaida, donde había escuchado la
predicación de Jesús y de los apóstoles, y en ese momento se había
vuelto medio creyente en el evangelio del reino. Pero poco después una
etapa tormentosa de su enfermedad reapareció, y huyó a las tumbas, donde
gemía, gritaba a voz en cuello y se conducía de un modo que
aterrorizaba a todos los que al azar pasaban por allí.
Cuando Amós reconoció a Jesús, cayó a sus
pies y exclamó: «Yo te conozco, Jesús, pero estoy poseído por muchos
diablos, y te imploro que no me atormentes». Este hombre creía
verdaderamente que su aflicción mental periódica era debida al hecho de
que, en esos momentos, lo penetraban espíritus malignos o impuros que
dominaban su mente y cuerpo. Pero su afección era más que nada de
carácter emocional —su cerebro no estaba gravemente enfermo.
Jesús, bajando la mirada al hombre
agazapado como un animal a sus pies, se inclinó y, tomándolo de la mano,
hizo que se pusiera de pie y le dijo: «Amós, tú no estás poseído por
diablo ninguno; ya has oído la buena nueva de que eres hijo de Dios. Te
ordeno que salgas de este ataque». Cuando Amós escuchó a Jesús hablar
estas palabras ocurrió tal transformación de su intelecto que
inmediatamente se restableció su mente sana y el control normal de sus
emociones. Ya para entonces se había congregado una muchedumbre
considerable proveniente de la aldea cercana, y esta gente, además de un
grupo de pastores de cerdos que venían de la meseta más arriba, se
sorprendieron al ver al lunático sentado junto a Jesús y a sus
seguidores en posesión de su mente sana y conversando libremente con
ellos.
Mientras los pastores de cerdos se
precipitaron a la aldea para comunicar la nueva de que el lunático había
sido domado, los perros atacaron una pequeña manada de unos treinta
cerdos que habían quedado sin atención, y los empujaron hasta el
precipicio de modo tal que la mayoría cayó al mar. Y este acontecimiento
incidental en relación con la presencia de Jesús y la curación
supuestamente milagrosa del lunático, dio origen a la leyenda de que
Jesús había curado a Amós echando de su ser a una legión de diablos, y
que esos diablos se habían metido en una manada de cerdos, obligándolos a
caer de cabeza por un precipicio hasta su muerte en el lago. Antes de
que terminara ese día, este episodio fue trasmitido a los cuatro vientos
por los pastores de cerdos, y la aldea entera lo creyó. Amós
ciertamente creía en esta historia pues bien había visto él a los cerdos
caer de cabeza desbarrancándose por el precipicio momentos después de
recobrar él la lucidez, y siempre creyó que los cerdos se habían llevado
a los mismos espíritus malos que durante tanto tiempo lo habían
atormentado y afligido. Mucho tuvo esto que ver con el hecho de que su
curación fue permanente. Es igualmente cierto que todos los apóstoles de
Jesús (salvo Tomás) creyeron que el episodio de los cerdos estaba
directamente relacionado con la curación de Amós.
Jesús no consiguió el descanso que estaba
buscando. La mayor parte de ese día estuvo asediado por los que vinieron
en respuesta a la noticia de que Amós había sido curado, y atraídos por
la historia de que los diablos se habían escapado del lunático
metiéndose en la manada de cerdos. Así pues, después de sólo una noche
de descanso, el martes por la mañana temprano Jesús y sus amigos fueron
despertados por una delegación de esos gentiles criadores de cerdos, que
venían a solicitarle que se fuera desde la región. Les dijo el portavoz
a Pedro y Andrés: «Pescadores de Galilea, idos de aquí y llévaos a
vuestro profeta. Sabemos que es un santo varón, pero los dioses de
nuestro país no lo conocen, y corremos el riesgo de perder muchos cerdos. El
temor de vosotros ha descendido sobre nosotros, por eso rogamos que os
vayáis». Y cuando Jesús les oyó, le dijo a Andrés: «Volvamos a nuestro
lugar».
Cuando estaban a punto de partir, Amós
imploró a Jesús que le permitiese volver con ellos, pero el Maestro no
consintió. Dijole Jesús a Amós: «No olvides que eres hijo de Dios.
Vuélvete con tu pueblo y muéstrales qué grandes cosas ha hecho Dios por
ti». Amós anduvo contando a diestra y siniestra que Jesús había echado a
una legión de diablos de su alma atribulada, y que estos malos
espíritus se habían metido en una manada de cerdos, arrastrándolos a una
destrucción repentina. Y no paró hasta no haber ido a todas las
ciudades de la Decápolis declarando qué grandes cosas Jesús había hecho
por él.