Por esta época empezó Jesús a emplear por
primera vez el método de la parábola en sus enseñanzas a las multitudes
que tan frecuentemente se congregaban a su alrededor. Puesto que Jesús
había hablado con los apóstoles y otros casi hasta la madrugada, este
domingo por la mañana muy pocos del grupo estaban levantados a la hora
del desayuno; por eso se dirigió a la orilla del mar y se sentó solo en
una barca, la vieja barca de pesca de Andrés y Pedro, que se mantenía
siempre a su disposición, y meditó sobre el paso siguiente en la tarea
de expandir el reino. Pero el Maestro no permaneció a solas mucho
tiempo. Muy pronto empezó a llegar gente de Capernaum y de las aldeas
cercanas, y para las diez de la mañana, se habían congregado casi mil
personas en la orilla del mar cerca de la barca de Jesús y clamaban su
atención. Pedro ya se había levantado y, dirigiéndose a la barca, dijo a
Jesús: «Maestro, ¿debo hablarles?» Pero Jesús respondió: «No, Pedro, yo
les contaré un cuento». Entonces Jesús comenzó el relato de la parábola
del sembrador, una de las primeras en una larga serie de dichas
parábolas que enseñó a las multitudes que le seguían. Esta barca tenía
un asiento elevado en el que él se sentó (porque era costumbre entonces
enseñar sentados) mientras hablaba a la multitud congregada a lo largo
de la costa. Una vez que Pedro habló unas palabras, Jesús dijo:
«Un sembrador salió a sembrar, y ocurrió
que al sembrar, algunas de las semillas cayeron en el camino y fueron
pisadas y devoradas por los pájaros del cielo.
Otra semilla cayó entre las rocas, donde había
poca tierra, e inmediatamente esa semilla brotó porque la tierra no era
muy honda, pero pronto brilló el sol y la quemó porque como no tenía
raíz no podía absorber humedad. Otra semilla cayó entre espinos, y los
espinos crecieron y la ahogaron, de modo que no dio grano. Pero otra
semilla cayó en buena tierra y, al crecer, dio buenas espigas, y algunas
espigas dieron treinta granos, otras setenta, y algunas cien». Cuando
terminó de hablar esta parábola, dijo a la multitud: «El que tiene oído
para oír, que oiga».
Los apóstoles y los que estaban con ellos,
cuando oyeron a Jesús enseñar a la gente de esta manera, estuvieron
grandemente perplejos; y después de mucho conversar entre ellos, esa
noche en el jardín de Zebedeo, Mateo dijo a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el
significado de las obscuras palabras que hablas a la multitud? ¿Por qué
les hablas en parábolas a los que buscan la verdad?» Jesús contestó:
«Con paciencia os he instruido todo este
tiempo. A vosotros os han sido dados a conocer los misterios del reino
del cielo, pero a las muchedumbres que no disciernen y a aquellos que
buscan nuestra destrucción, los misterios del reino les serán
presentados de ahora en adelante en parábolas. Así lo haremos, para que
los que realmente desean entrar al reino puedan discernir el significado
de la enseñanza y de este modo hallar la salvación, mientras que los
que escuchan con la intención de tendernos una trampa queden aún más
confundidos, porque verán sin ver y oirán sin oír. Hijos míos, acaso no
percibís la ley del espíritu que decreta que al que tiene, se le dará
aún más y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, hasta lo poco que
tiene se le quitará. Por lo tanto, de aquí en adelante mucho hablaré yo a
la gente en parábolas, para que nuestros amigos y los que desean
conocer la verdad puedan encontrar lo que buscan, y nuestros enemigos y
los que no aman la verdad puedan oír sin comprender. Mucha de esta gente
no siguen el camino de la verdad. El profeta realmente supo describir
todas estas almas sin discernimiento cuando dijo: `Porque engruesa el
corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que
no discierna la verdad, ni la entienda en su corazón'».
Los apóstoles no comprendieron plenamente
el significado de las palabras del Maestro. Mientras Andrés y Tomás
siguieron conversando con Jesús, Pedro y los demás apóstoles se
retiraron a otra parte del jardín, y allí se pusieron a discutir intensa
y largamente.