Aunque Simón no era un miembro del sanedrín
judío, era un fariseo influyente en Jerusalén. Era un creyente a medias,
y aunque corría el riesgo de que se le criticara gravemente por eso, se
atrevió a invitar a Jesús y a sus asociados personales Pedro, Santiago y
Juan, a cenar a su casa. Simón observaba al Maestro desde hacía mucho
tiempo y estaba muy impresionado con sus enseñanzas y aun más con su
personalidad.
Los fariseos ricos se dedicaban a hacer la
caridad, y no ocultaban la publicidad sobre su filantropía. Aun llegaban
a veces a tocar el clarín cuando se disponían a hacerle la caridad a un
mendigo. Era costumbre de estos fariseos, cuando ofrecían un banquete a
invitados distinguidos, dejar abiertas las puertas de la casa para que
hasta los mendigos de la calle pudieran entrar y permanecer de pie
contra la pared de la sala detrás de los sofás de los comensales, listos
para recibir las porciones de comida que les pudieran arrojar los
invitados.
En esta ocasión en la casa de Simón, entre
los que habían venido de la calle había una mujer de mala reputación que
recientemente se había vuelto creyente de la buena nueva del evangelio
del reino. Esta mujer era bien conocida en todo Jerusalén como la ex dueña de uno de los
burdeles considerados de alta categoría, ubicado junto al patio de los
gentiles del templo. Al aceptar las enseñanzas de Jesús, ella cerró su
abominable negocio, e indujo a la mayoría de las mujeres con ella
asociadas a que aceptaran el evangelio y cambiaran su forma de vida; a
pesar de esto, los fariseos seguían despreciándola y estaba obligada a
llevar el pelo suelto —insignia de la prostitución. Esta mujer anónima
había traído una gran vasija de loción perfumada para ungir y, parada
detrás del sofá de Jesús mientras éste se reclinaba para comer, comenzó a
ungirle los pies mojándoselos al mismo tiempo con sus lágrimas de
gratitud, y secándolos con su cabello. Cuando hubo terminado de ungir
siguió llorando y besándole los pies.
Cuando vio esto Simón, se dijo para sus
adentros: «Si este hombre fuera un profeta, se habría dado cuenta de
quién es esta mujer y de qué tipo de persona es quien así lo toca; que
es una pecadora de mala fama». Y Jesús, sabiendo lo que pasaba por la
mente de Simón, habló diciendo: «Simón, hay algo que me gustaría
decirte». Simón respondió: «Maestro, dime». Entonces dijo Jesús: «Cierto
prestamista rico tenía dos deudores. Uno le debía quinientos denarios y
otro le debía cincuenta. Ahora bien, como ninguno de los dos tenía con
qué pagar, les perdonó a los dos. ¿Quién crees tú, Simón, que le amaría
más?» Simón respondió: «Supongo que aquel a quien se le perdonó más». Y
Jesús dijo: «Has juzgado bien», y señalando a la mujer, continuó:
«Simón, mira bien a esta mujer. Yo entré a tu casa como invitado, sin
embargo no me diste agua para los pies. Esta mujer agradecida me ha
lavado los pies con lágrimas y me los ha secado con su propio cabello.
Tú no me diste un beso de bienvenida, pero esta mujer, desde que entró,
no ha cesado de besarme los pies. Tú no me has ungido la cabeza con
aceite, pero ella ungió mis pies con lociones preciosas. ¿Cuál es el
significado de todo esto? Simplemente que sus muchos pecados han sido
perdonados, y esto la ha llevado a amar tanto. Pero los que no han
recibido sino poco perdón a veces no aman sino poco». Y volviéndose
hacia la mujer, la tomó de la mano, y levantándola, dijo: «De veras, te
has arrepentido de tus pecados, y se te han perdonado. No te desalientes
por la actitud dura e incomprensiva de tus semejantes; vete en la dicha
y la libertad del reino del cielo».
Cuando Simón y sus amigos sentados a la
mesa con él escucharon estas palabras, estuvieron aún más sorprendidos, y
empezaron a susurrar entre ellos: «¿Quién es este hombre que se atreve
así a perdonar pecados?» Y cuando Jesús les escuchó murmurar así, se
volvió para despedir a la mujer, diciendo: «Mujer, vete en paz; tu fe te
ha salvado».
Cuando Jesús se levantó con sus amigos para
irse, se volvió hacia Simón y dijo: «Conozco tu corazón, Simón, y cómo
está dividido entre la fe y la incertidumbre, cómo estás atribulado por
el temor y confundido por el orgullo; pero yo oro por ti para que puedas
darle entrada a la luz y puedas experimentar en tu paso por la vida
transformaciones de mente y espíritu tan grandes que puedan ser
comparables a los extraordinarios cambios que el evangelio del reino ya
ha producido en el corazón de la que viniera aquí sin ser invitada ni
bienvenida. Os declaro a todos que el Padre ha abierto las puertas del
reino celestial a todos los que tengan la fe necesaria para entrar, y
ningún hombre y ningún grupo de hombres podrá cerrar esas puertas ni
siquiera al alma más humilde ni al pecador supuestamente más flagrante
de la tierra si esa persona busca sinceramente entrar». Y Jesús, con
Pedro, Santiago y Juan, se despidieron de su anfitrión y fueron a
reunirse con el resto de los apóstoles en el campamento del jardín de
Getsemaní.
Esa misma noche Jesús dio a los apóstoles
el inolvidable discurso sobre el valor relativo del estado ante Dios y
el progreso en la ascensión eterna al Paraíso. Dijo Jesús: «Hijitos
míos, si existe una conexión verdadera y viviente entre el hijo y el
Padre, con certeza el hijo progresará continuamente hacia los ideales
del Padre. Es verdad que el hijo podrá al principio progresar
lentamente, pero ese progreso sin embargo será seguro. Lo importante no
es la rapidez de vuestro progreso sino su seguridad. Vuestro logro real
no es tan importante como el hecho de que la dirección de vuestro progreso es hacia Dios. Lo que lleguéis a ser día tras día es infinitamente más importante que lo que sois hoy.
«Esta mujer transformada que algunos de
vosotros visteis en la casa de Simón hoy, está, en este momento,
viviendo en un nivel vastamente inferior al de Simón y al de sus
asociados bien intencionados; pero mientras estos fariseos están
ocupados con el falso progreso en la ilusión de traspasar los círculos
engañosos de los servicios ceremoniales sin sentido, esta mujer ha
comenzado, con gran honestidad, la larga y pletórica búsqueda de Dios, y
su camino hacia el cielo no está obstruido por el orgullo espiritual ni
por la autosatisfacción moral. Esta mujer está, hablando desde un punto
de vista humano, mucho más lejos de Dios que Simón, pero su alma está
en movimiento progresivo; está encaminada hacia un objetivo eterno. Hay
en esta mujer extraordinarias posibilidades espirituales para el futuro.
Algunos entre vosotros podréis no estar en niveles reales de alma y
espíritu particularmente elevados, pero estáis progresando diariamente
en el camino vivo que se os ha abierto, a través de la fe, en dirección a
Dios. Existen enormes posibilidades en cada uno de vosotros para el
futuro. Es mucho mejor tener una fe pequeña pero viva y en crecimiento
que poseer un gran intelecto con sus ramas muertas de sabiduría mundana y
de descreimiento espiritual».
Pero Jesús puso en guardia a sus apóstoles
contra la tontería del hijo de Dios que cree poder aprovecharse del amor
del Padre. Declaró que el Padre celestial no es un padre tontamente
indulgente, condescendiente y débil, siempre listo a condonar el pecado y
perdonar la imprudencia. Advirtió a sus oyentes que no aplicaran
erróneamente sus descripciones explicativas de la relación entre el
padre y el hijo; que no interpretaran a Dios como uno de esos padres
excesivamente condescendientes y poco sabios que conspiran con los
tontos de la tierra para ocultar la ruina moral de sus hijos
imprudentes, y que de esta manera en forma cierta y directa contribuyen a
la delincuencia y a la desmoralización temprana de sus propios
vástagos. Dijo Jesús: «Mi Padre no condona indulgentemente esos actos y
prácticas de sus hijos que son autodestructivos y suicidas para todo
crecimiento moral y progreso espiritual. Esas prácticas pecaminosas son
una abominación ante los ojos de Dios».
Jesús concurrió a muchas otras reuniones
semiprivadas y banquetes con los encumbrados y los humildes, los ricos y
los pobres de Jerusalén, antes de que él y sus apóstoles partieran
finalmente hacia Capernaum. Y muchos, en efecto, se hicieron creyentes
del evangelio del reino y posteriormente fueron bautizados por Abner y
sus asociados, quienes permanecieron allí para fomentar los intereses
del reino en Jerusalén y sus alrededores.