Cuando terminaron el desayuno y mientras los demás estaban sentados
junto al fuego, Jesús señaló a Pedro y a Juan que le acompañaran
caminando por la playa. Mientras iban caminando, Jesús le dijo a Juan:
«Juan, ¿me amas?» Cuando Juan contestó: «Sí, Maestro, con todo mi
corazón», el Maestro dijo: «Entonces, Juan, abandona tu intolerancia y
aprende a amar a los hombres así como yo te he amado a ti. Dedica tu
vida a la demostración de que el amor es la cosa más grande del mundo.
Es el amor de Dios el que impulsa a los hombres a buscar la salvación.
El amor es el antecesor de toda bondad espiritual, la esencia de lo
verdadero y de lo bello».
Jesús se volvió entonces a Pedro y
preguntó: «Pedro, ¿me amas?» Pedro contestó: «Señor, tú sabes que te amo
con toda mi alma». Entonces dijo Jesús: «Si tú me amas, Pedro,
apacienta a mis corderos. No olvides ministrar a los débiles, los
pobres, los jóvenes y los niños. Predica el evangelio sin temor ni
favor; siempre recuerda que Dios no hace acepción de personas. Sirve a
tus semejantes aun como yo te he servido a ti; perdona a tus semejantes
mortales aun como yo te he perdonado a ti. Que la experiencia te enseñe
el valor de la meditación y el poder de la reflexión inteligente».
Después de caminar un poco más, el Maestro
se volvió a Pedro y preguntó: «Pedro, ¿realmente me amas?» Y entonces
dijo Simón: «Sí, Señor, tú sabes que te amo». Y nuevamente dijo Jesús:
«Cuida bien de mi rebaño. Sé un pastor bueno y verdadero para con el
rebaño. No traiciones su confianza en ti. No te dejes sorprender por la
mano enemiga. Permanece alerta en todo momento —vigila y ora».
Después de caminar unos pasos más, Jesús se
dirigió a Pedro por tercera vez y preguntó: «Pedro, ¿me amas
verdaderamente?» Entonces Pedro, levemente herido por la aparente desconfianza del Maestro,
dijo con gran emoción: «Señor, tú lo sabes todo, y por lo tanto, tú
sabes que yo realmente y verdaderamente te amo». Entonces dijo Jesús:
«Apacienta mis ovejas. No abandones el redil. Sé un ejemplo e
inspiración para todos los demás pastores. Ama el redil así como yo te
he amado a ti y dedícate a su bienestar así como yo he dedicado mi vida a
tu bienestar. Y sigue mis pasos aun hasta el fin».
Pedro tomó esta declaración al pie de la
letra —que debía seguirlo por la playa— y volviéndose a Jesús, señaló a
Juan preguntando: «Si yo sigo tus pasos, ¿qué hará este varón?»
Entonces, percibiendo que Pedro había entendido mal sus palabras, Jesús
dijo: «Pedro, no te preocupes por lo que harán tus hermanos. Si yo deseo
que Juan permanezca aquí después de que tú te hayas ido, aun hasta que
yo vuelva, ¿qué te importa a ti? Asegúrate tan sólo de seguir mis
pasos».
Esta observación se difundió entre los
hermanos y fue interpretada como una declaración de que Juan no moriría
antes de que volviese el Maestro, como muchos pensaban y esperaban, para
establecer el reino en poder y gloria. Fue esta interpretación de lo
que había dicho Jesús la que mucho tuvo que ver con traer a Simón el
Zelote de vuelta al servicio, y a que perseverara en la tarea.
Cuando volvieron adonde estaban los demás,
Jesús se fue a caminar y hablar con Andrés y Santiago. Después de
caminar una corta distancia, Jesús dijo a Andrés: «Andrés, ¿confías en
mí?» Y cuando el ex jefe de los apóstoles oyó la pregunta que le hacía
Jesús, se detuvo y contestó: «Sí, Maestro, por cierto confío en ti, y tú
sabes que es así». Entonces dijo Jesús: «Andrés, si tú confías en mí,
confía aun más en tus hermanos —aun en Pedro. En el pasado yo te confié
el liderazgo de tus hermanos. Ahora al dejarte yo para ir al Padre debes
tú confiar en otros. Cuando tus hermanos comiencen a dispersarse por
causa de las amargas persecuciones, sé un consejero comprensivo y sabio
con Santiago mi hermano en la carne, cuando le pongan pesadas cargas
sobre sus hombros, a los que él no está capacitado para sobrellevar por
falta de experiencia. Sigue confiando, porque yo no te fallaré. Cuando
hayas terminado tu tarea en la tierra, vendrás a mí».
Luego Jesús se volvió a Santiago,
preguntando: «Santiago ¿confías en mí?» Y por supuesto Santiago replicó:
«Sí, Maestro, confío en ti de todo corazón». Entonces dijo Jesús:
«Santiago, si confías más en mí, serás menos impaciente con tus
hermanos. Si confías en mí, serás más compasivo con la hermandad de los
creyentes. Aprende a pesar las consecuencias de tus palabras y acciones.
Recuerda que quien siembra recoge. Ora para pedir serenidad de espíritu
y cultiva la paciencia. Estas gracias, juntamente con la fe viva, te
sostendrán cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio. Pero
no desmayes nunca; cuando hayas terminado en la tierra, también vendrás a
mí».
Luego habló Jesús con Tomás y Natanael. Le
dijo a Tomás: «Tomás, ¿me sirves?» Tomás contestó: «Sí, Señor, yo te
sirvo ahora y siempre». Entonces dijo Jesús: «Si quieres servirme, sirve
a mis hermanos en la carne aun como yo te he servido a ti. Y no te
canses en esta obra de bien, sino que persevera como el que ha sido
ordenado por Dios para este servicio de amor. Cuando hayas terminado tu
servicio conmigo en la tierra, servirás conmigo en gloria. Tomás, debes
dejar de dudar; debes crecer en la fe y en el conocimiento de la verdad.
Cree en Dios como un niño, pero deja de actuar tan infantilmente. Ten
coraje; sé fuerte en la fe y poderoso en el reino de Dios».
Entonces le dijo el Maestro a Natanael:
«Natanael, ¿me sirves tú?» El apóstol respondió: «Sí, Maestro, y con
afecto total». Entonces dijo Jesús: «Si tú, pues, me sirves de todo
corazón, asegúrate de dedicarte con afecto incansable al bienestar de
mis hermanos en la tierra. Agrega amistad a tu consejo y añade amor a tu
filosofía. Sirve a tus semejantes aun como yo te he servido a ti. Sé
fiel a los hombres así como yo he vigilado por ti. Sé menos crítico; no
esperes tanto de algunos hombres, de este modo tendrás menos
desilusiones. Y cuando el trabajo aquí haya terminado, tú servirás
conmigo en lo alto».
Después de esto el Maestro habló con Mateo y
Felipe. A Felipe le dijo: «Felipe, ¿Me obedeces?» Felipe respondió:
«Sí, Señor, te obedeceré aun con mi vida». Entonces dijo Jesús: «Si
quieres obedecerme, ve pues a las tierras de los gentiles y proclama
este evangelio. Los profetas te han dicho que obedecer es mejor que
sacrificar. Por la fe has llegado a ser un hijo del reino, que conoce a
Dios. Tan sólo existe una ley que se ha de obedecer —y ésa es, el
mandamiento de salir a proclamar el evangelio del reino. Deja de temer a
los hombres; no tengas temor de predicar la buena nueva de la vida
eterna a tus semejantes que languidecen en las tinieblas y tienen hambre
de la luz de la verdad. Felipe, ya no tendrás que ocuparte de dinero ni
de bienes; ya eres libre de predicar la buena nueva, como tus hermanos.
Yo iré delante de ti y estaré contigo aun hasta el fin».
Y luego, hablando a Mateo, el Maestro
preguntó: «Mateo, ¿albergas en tu corazón el deseo de obedecerme?» Mateo
respondió: «Sí, Señor, estoy totalmente dedicado a hacer tu voluntad».
Entonces dijo el Maestro: «Mateo, si quieres obedecerme, sal a enseñar a
todos los pueblos este evangelio del reino. Ya no servirás más a tus
hermanos en las cosas materiales de la vida; de ahora en adelante, tú
también debes proclamar la buena nueva de la salvación espiritual. De
ahora en adelante, pon tu atención sólo en obedecer tu encargo de
predicar este evangelio del reino del Padre. Así como yo he hecho la
voluntad del Padre en la tierra, así cumplirás tú la misión divina.
Recuerda, tanto los judíos como los gentiles son tus hermanos. No temas a
ningún hombre al proclamar las verdades salvadoras del evangelio del
reino del cielo. Adonde yo voy, tú dentro de poco vendrás».
Después caminó y habló con los gemelos
Alfeo, Jacobo y Judas, y dirigiéndose a ambos preguntó: «Jacobo y Judas,
¿creéis vosotros en mí?» Y cuando ambos respondieron: «Sí, Maestro,
creemos», él dijo: «Pronto os dejaré. Veis que ya os he dejado en forma
material. Permaneceré sólo un corto período en esta forma antes de ir al
Padre. Creéis en mí —sois mis apóstoles y siempre lo seréis. Continuad
creyendo y recordando vuestra asociación conmigo, cuando yo ya no esté,
cuando acaso hayáis retornado al trabajo que hacíais antes de venir a
vivir conmigo. No permitáis nunca que el ocuparos de una tarea exterior
distinta influya sobre vuestra lealtad. Tened fe en Dios hasta el fin de
vuestros días en la tierra. No olvidéis jamás que, una vez que seas un
hijo de fe de Dios, todo trabajo honesto del reino es sagrado. Nada de
lo que haga un hijo de Dios es ordinario. Haced pues vuestro trabajo, de
aquí en adelante, como si fuera para Dios. Y cuando hayáis terminado en
este mundo, yo tengo otros mundos mejores, donde igualmente trabajaréis
para mí. En todo este trabajo, en este mundo y en los otros mundos, yo
trabajaré con vosotros, y mi espíritu vivirá dentro de vosotros».
Eran casi las diez cuando Jesús volvió de
su conversación con los gemelos Alfeo, y al dejar a los apóstoles dijo:
«Adiós, hasta que os encuentre a todos en el monte de vuestra ordenación
mañana al mediodía». Después de hablar así, desapareció de su vista.
«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»
viernes, 26 de diciembre de 2014
martes, 23 de diciembre de 2014
La aparición junto al lago.
A eso de las seis de la mañana del viernes 21 de abril, el Maestro
morontial hizo su aparición decimotercera, la primera en Galilea, ante
los diez apóstoles, en el momento en que se acercaba su barca a la
orilla, cerca del sitio donde usualmente atracaban en Betsaida.
El jueves, después de pasar los apóstoles la tarde y las primeras horas de la noche en espera, en la casa de Zebedeo, Simón Pedro sugirió que fueran a pescar. Cuando Pedro propuso la pesca, todos los apóstoles decidieron ir. Echaron sus redes toda la noche, pero no pescaron nada. No se preocuparon gran cosa por no haber pescado nada, porque tenían muchas experiencias interesantes de las cuales hablaron, cosas que tan recientemente les habían sucedido en Jerusalén. Pero cuando llegó la luz del día, decidieron volver a Betsaida. Al acercarse a la orilla, vislumbraron una persona en la playa, cerca del amarradero, de pie junto a un fuego. Al principio pensaron que se trataba de Juan Marcos, dispuesto a recibirlos con su pesca, pero a medida que se acercaban, vieron que estaban equivocados —el hombre era demasiado alto para ser Juan. A nadie se le ocurrió que la persona en la playa fuera el Maestro. No entendían del todo por qué Jesús quería encontrarse con ellos en los sitios de sus actividades previas, al aire libre, en contacto con la naturaleza, lejos del ambiente cerrado de Jerusalén con su asociación trágica de temor, traición y muerte. Les había dicho que, si iban a Galilea, él se encontraría con ellos ahí, y estaba a punto de cumplir esa promesa.
Cuando echaron el ancla y se prepararon para trasladarse al bote pequeño que los llevaría hasta la orilla, el hombre en la playa les gritó: «Muchachos, ¿habéis pescado algo?» Al responderle ellos que no, volvió a hablar. «Echad la red a la derecha de la barca, encontraréis allí peces». Aunque no sabían que era Jesús quien les estaba hablando, al unísono echaron la red como se les había instruido, e inmediatamente estuvo llena, tanto que casi no podían cargarla de vuelta en la barca. Juan Zebedeo era de percepción rápida, y al ver la red llena de peces, percibió que era el Maestro quien les había hablado. Cuando ese pensamiento cruzó su mente, se inclinó y le susurró a Pedro: «Es el Maestro». Pedro fue siempre hombre de acción impensada y devoción impetuosa, de modo que, en cuanto Juan le susurró eso al oído, se levantó de golpe y se echó al agua para llegar más rápido junto al Maestro. Sus hermanos llegaron poco después de él, habiendo alcanzado la orilla en la barca pequeña, arrastrando la red llena de peces.
A esta altura ya se había levantado Juan Marcos y, viendo a los apóstoles que llegaban a la orilla con su red cargada, corrió a la playa para saludarlos; y cuando vio a once hombres en vez de diez, supuso que a quien no reconocía sería Jesús resucitado, y ante el asombro callado de los diez, el joven corrió junto al Maestro, e hincando la rodilla a sus pies, dijo: «Señor mío y Maestro mío». Y Jesús habló, no como lo había hecho en Jerusalén al saludarlos diciendo «que la paz sea con vosotros», sino en tono familiar, dirigiéndose a Juan Marcos: «Bien, Juan, me alegro de verte nuevamente, en la despreocupada Galilea, donde podemos tener una buena visita. Quédate con nosotros Juan, y desayuna».
Mientras Jesús hablaba con el joven, los diez estaban tan asombrados y sorprendidos que se olvidaron de traer la red llena de peces a la playa. Entonces habló Jesús: «Traed los peces y preparad algunos para el desayuno, el fuego ya está prendido, y tenemos bastante pan».
Mientras Juan Marcos estaba homenajeando al Maestro, Pedro contemplaba fijamente el fuego de carbón que brillaba allí en la playa; la escena le recordó vividamente el fuego de medianoche en el patio de Anás, allí donde él negó al Maestro. Pero se repuso al cabo de un momento y, arrodillándose a los pies del Maestro, exclamó: «¡Señor mío y Maestro mío!»
Luego, Pedro se unió a sus hermanos para traer la red. Cuando tuvieron su pesca sobre la playa contaron los peces, y había 153 grandes. Nuevamente, se cometió el error de decir que ésta había sido una pesca milagrosa. No hubo milagro alguno en este episodio. Fue simplemente un ejercicio del preconocimiento del Maestro. El sabía que los peces estaban allí y por consiguiente señaló a los apóstoles el sitio donde debían echar la red.
Jesús les habló diciendo: «Venid pues todos vosotros a desayunar. Aun los gemelos han de sentarse, mientras yo converso con vosotros; Juan Marcos preparará los pescados». Juan Marcos trajo siete peces de buen tamaño, que el Maestro puso al fuego, y cuando estuvieron cocidos el muchacho los sirvió a los diez. Entonces, Jesús rompió el pan y se lo entregó a Juan que, a su vez, sirvió a los hambrientos apóstoles. Cuando todos estuvieron servidos, Jesús indicó a Juan Marcos que se sentara mientras él mismo servía el pescado y el pan al muchacho, y mientras comían, Jesús habló con ellos rememorando muchas experiencias en Galilea junto a este mismo lago.
Ésta fue la tercera vez cuando Jesús se manifestó a los apóstoles como grupo. Cuando Jesús se dirigió a ellos por primera vez, preguntándoles si habían pescado, no sospecharon que fuera él, porque era experiencia común para estos pescadores en el Mar de Galilea, cuando se acercaban a la costa, que alguno de los mercaderes de pescados de Tariquea les dirigiera así la palabra, pues se encontraban generalmente allí para comprar la pesca fresca y entregarla a los establecimientos que se ocupaban del secado.
Jesús conversó con los diez apóstoles y Juan Marcos por más de una hora; luego, los condujo de a dos, paseando de ida y de vuelta por la playa mientras les hablaba —pero no eran las mismas parejas que él había formado para que salieran a enseñar. Los once apóstoles habían venido juntos de Jerusalén, pero Simón el Zelote se había puesto cada vez más deprimido a medida que se acercaban a Galilea, de manera que, cuando llegaron a Betsaida, dejó a sus hermanos y se fue a su casa.
Esta mañana, antes de despedirse de ellos, Jesús les aconsejó que dos de los apóstoles fueran adonde Simón el Zelote, y le trajeran de vuelta ese mismo día. Así lo hicieron Pedro y Andrés.
El jueves, después de pasar los apóstoles la tarde y las primeras horas de la noche en espera, en la casa de Zebedeo, Simón Pedro sugirió que fueran a pescar. Cuando Pedro propuso la pesca, todos los apóstoles decidieron ir. Echaron sus redes toda la noche, pero no pescaron nada. No se preocuparon gran cosa por no haber pescado nada, porque tenían muchas experiencias interesantes de las cuales hablaron, cosas que tan recientemente les habían sucedido en Jerusalén. Pero cuando llegó la luz del día, decidieron volver a Betsaida. Al acercarse a la orilla, vislumbraron una persona en la playa, cerca del amarradero, de pie junto a un fuego. Al principio pensaron que se trataba de Juan Marcos, dispuesto a recibirlos con su pesca, pero a medida que se acercaban, vieron que estaban equivocados —el hombre era demasiado alto para ser Juan. A nadie se le ocurrió que la persona en la playa fuera el Maestro. No entendían del todo por qué Jesús quería encontrarse con ellos en los sitios de sus actividades previas, al aire libre, en contacto con la naturaleza, lejos del ambiente cerrado de Jerusalén con su asociación trágica de temor, traición y muerte. Les había dicho que, si iban a Galilea, él se encontraría con ellos ahí, y estaba a punto de cumplir esa promesa.
Cuando echaron el ancla y se prepararon para trasladarse al bote pequeño que los llevaría hasta la orilla, el hombre en la playa les gritó: «Muchachos, ¿habéis pescado algo?» Al responderle ellos que no, volvió a hablar. «Echad la red a la derecha de la barca, encontraréis allí peces». Aunque no sabían que era Jesús quien les estaba hablando, al unísono echaron la red como se les había instruido, e inmediatamente estuvo llena, tanto que casi no podían cargarla de vuelta en la barca. Juan Zebedeo era de percepción rápida, y al ver la red llena de peces, percibió que era el Maestro quien les había hablado. Cuando ese pensamiento cruzó su mente, se inclinó y le susurró a Pedro: «Es el Maestro». Pedro fue siempre hombre de acción impensada y devoción impetuosa, de modo que, en cuanto Juan le susurró eso al oído, se levantó de golpe y se echó al agua para llegar más rápido junto al Maestro. Sus hermanos llegaron poco después de él, habiendo alcanzado la orilla en la barca pequeña, arrastrando la red llena de peces.
A esta altura ya se había levantado Juan Marcos y, viendo a los apóstoles que llegaban a la orilla con su red cargada, corrió a la playa para saludarlos; y cuando vio a once hombres en vez de diez, supuso que a quien no reconocía sería Jesús resucitado, y ante el asombro callado de los diez, el joven corrió junto al Maestro, e hincando la rodilla a sus pies, dijo: «Señor mío y Maestro mío». Y Jesús habló, no como lo había hecho en Jerusalén al saludarlos diciendo «que la paz sea con vosotros», sino en tono familiar, dirigiéndose a Juan Marcos: «Bien, Juan, me alegro de verte nuevamente, en la despreocupada Galilea, donde podemos tener una buena visita. Quédate con nosotros Juan, y desayuna».
Mientras Jesús hablaba con el joven, los diez estaban tan asombrados y sorprendidos que se olvidaron de traer la red llena de peces a la playa. Entonces habló Jesús: «Traed los peces y preparad algunos para el desayuno, el fuego ya está prendido, y tenemos bastante pan».
Mientras Juan Marcos estaba homenajeando al Maestro, Pedro contemplaba fijamente el fuego de carbón que brillaba allí en la playa; la escena le recordó vividamente el fuego de medianoche en el patio de Anás, allí donde él negó al Maestro. Pero se repuso al cabo de un momento y, arrodillándose a los pies del Maestro, exclamó: «¡Señor mío y Maestro mío!»
Luego, Pedro se unió a sus hermanos para traer la red. Cuando tuvieron su pesca sobre la playa contaron los peces, y había 153 grandes. Nuevamente, se cometió el error de decir que ésta había sido una pesca milagrosa. No hubo milagro alguno en este episodio. Fue simplemente un ejercicio del preconocimiento del Maestro. El sabía que los peces estaban allí y por consiguiente señaló a los apóstoles el sitio donde debían echar la red.
Jesús les habló diciendo: «Venid pues todos vosotros a desayunar. Aun los gemelos han de sentarse, mientras yo converso con vosotros; Juan Marcos preparará los pescados». Juan Marcos trajo siete peces de buen tamaño, que el Maestro puso al fuego, y cuando estuvieron cocidos el muchacho los sirvió a los diez. Entonces, Jesús rompió el pan y se lo entregó a Juan que, a su vez, sirvió a los hambrientos apóstoles. Cuando todos estuvieron servidos, Jesús indicó a Juan Marcos que se sentara mientras él mismo servía el pescado y el pan al muchacho, y mientras comían, Jesús habló con ellos rememorando muchas experiencias en Galilea junto a este mismo lago.
Ésta fue la tercera vez cuando Jesús se manifestó a los apóstoles como grupo. Cuando Jesús se dirigió a ellos por primera vez, preguntándoles si habían pescado, no sospecharon que fuera él, porque era experiencia común para estos pescadores en el Mar de Galilea, cuando se acercaban a la costa, que alguno de los mercaderes de pescados de Tariquea les dirigiera así la palabra, pues se encontraban generalmente allí para comprar la pesca fresca y entregarla a los establecimientos que se ocupaban del secado.
Jesús conversó con los diez apóstoles y Juan Marcos por más de una hora; luego, los condujo de a dos, paseando de ida y de vuelta por la playa mientras les hablaba —pero no eran las mismas parejas que él había formado para que salieran a enseñar. Los once apóstoles habían venido juntos de Jerusalén, pero Simón el Zelote se había puesto cada vez más deprimido a medida que se acercaban a Galilea, de manera que, cuando llegaron a Betsaida, dejó a sus hermanos y se fue a su casa.
Esta mañana, antes de despedirse de ellos, Jesús les aconsejó que dos de los apóstoles fueran adonde Simón el Zelote, y le trajeran de vuelta ese mismo día. Así lo hicieron Pedro y Andrés.
jueves, 4 de diciembre de 2014
Las apariciones en Galilea.
CUANDO los apóstoles se fueron de Jerusalén en dirección a Galilea,
los líderes judíos ya se habían calmado considerablemente. Ya que Jesús
tan sólo apareció ante su familia de creyentes en el reino, y puesto que
los apóstoles estaban ocultos y no hacían predicación pública, los
potentados de los judíos concluyeron que el movimiento del evangelio
estaba, después de todo, efectivamente derrotado. Estaban por supuesto
desconcertados por los rumores en aumento de que Jesús había resucitado
de entre los muertos, pero dependían de los sobornos a los guardianes
para que contrarrestaran en forma eficaz todos estos informes mediante
la reiteración de la historia de que una banda de sus seguidores había
robado el cadáver.
Desde ese momento en adelante, hasta que los apóstoles fueron dispersados por la marea de la persecución, en general Pedro fue reconocido como el jefe del cuerpo apostólico. Jesús no le otorgó nunca esa autoridad, y sus hermanos apóstoles nunca lo eligieron formalmente para esa posición de responsabilidad; él la tomó naturalmente y la mantuvo por consentimiento común y también porque era el predicador principal entre ellos. De ahí en adelante la predicación pública se volvió la principal labor de los apóstoles. Después de su retorno de Galilea, Matías, a quien seleccionaron para que tomara el lugar de Judas, fue el tesorero.
Durante la semana en que se quedaron en Jerusalén, María la madre de Jesús pasó mucho tiempo con las mujeres creyentes que se detenían en la casa de José de Arimatea.
Ese lunes por la mañana temprano cuando partieron los apóstoles para Galilea, Juan Marcos los acompañó. Los siguió al salir de la ciudad y después de pasar más allá de Betania, se les acercó atrevidamente, confiando en que ya no lo enviarían de vuelta.
Los apóstoles se detuvieron varias veces en el camino de Galilea para relatar la historia de su Maestro resucitado y por lo tanto no llegaron a Betsaida hasta muy tarde el miércoles por la noche. El jueves, no despertaron hasta el mediodía y estuvieron listos para compartir el desayuno juntos.
Desde ese momento en adelante, hasta que los apóstoles fueron dispersados por la marea de la persecución, en general Pedro fue reconocido como el jefe del cuerpo apostólico. Jesús no le otorgó nunca esa autoridad, y sus hermanos apóstoles nunca lo eligieron formalmente para esa posición de responsabilidad; él la tomó naturalmente y la mantuvo por consentimiento común y también porque era el predicador principal entre ellos. De ahí en adelante la predicación pública se volvió la principal labor de los apóstoles. Después de su retorno de Galilea, Matías, a quien seleccionaron para que tomara el lugar de Judas, fue el tesorero.
Durante la semana en que se quedaron en Jerusalén, María la madre de Jesús pasó mucho tiempo con las mujeres creyentes que se detenían en la casa de José de Arimatea.
Ese lunes por la mañana temprano cuando partieron los apóstoles para Galilea, Juan Marcos los acompañó. Los siguió al salir de la ciudad y después de pasar más allá de Betania, se les acercó atrevidamente, confiando en que ya no lo enviarían de vuelta.
Los apóstoles se detuvieron varias veces en el camino de Galilea para relatar la historia de su Maestro resucitado y por lo tanto no llegaron a Betsaida hasta muy tarde el miércoles por la noche. El jueves, no despertaron hasta el mediodía y estuvieron listos para compartir el desayuno juntos.
domingo, 23 de noviembre de 2014
La aparición en Alejandría.
Mientras los once apóstoles iban en camino a
Galilea, acercándose al fin de su viaje, el martes 18 de abril, por la
noche, a eso de las ocho y media, Jesús apareció ante Rodán y unos
ochenta demás creyentes en Alejandría. Fue ésta la duodécima aparición
del Maestro en forma morontial. Jesús apareció ante estos griegos y
judíos al finalizar el relato de un mensajero de David sobre la
crucifixión. Este mensajero, siendo el quinto de la serie de corredores
camino de Jerusalén a Alejandría, había llegado a Alejandría en las
últimas horas de esa tarde, y cuando hubo entregado su mensaje a Rodán,
se decidió que se convocaría a los creyentes para recibir del mensajero
mismo la noticia trágica. A eso de las ocho de la noche, el mensajero,
Natán de Busiris, se presentó ante este grupo y les relató con detalle
todo lo que el corredor precedente le había contado a él. Natán finalizó
su emotivo relato con estas palabras: «Pero David, quien nos envía con
esta noticia, informa que el Maestro, al pronosticar su muerte, declaró
que volvería a resucitar». Aun mientras hablaba Natán, apareció allí el
Maestro morontial a plena vista de todos. Y cuando Natán se sentó, Jesús
dijo:
«Que la paz sea con vosotros. Lo que mi Padre me envió a este mundo para que yo estableciera pertenece, no a una raza, ni a una nación, ni a un grupo especial de maestros o predicadores. Este evangelio del reino pertenece tanto a los judíos como a los gentiles, a los ricos y a los pobres, a los libres y a los esclavos, a los hombres y a las mujeres, aun a los niños pequeños. Todos vosotros debéis proclamar este evangelio de amor y verdad mediante la vida que viváis en la carne. Os amaréis los unos a los otros con un afecto nuevo y sorprendente, aun como yo os he amado a vosotros. Serviréis a la humanidad con una devoción nueva y sorprendente, aun como yo os he servido a vosotros, y cuando los hombres vean que vosotros tanto los amáis, y cuando contemplen cuán fervientemente los servís, percibirán que vosotros sois hermanos de la fe en el reino del cielo, y seguirán al Espíritu de la Verdad al que verán en vuestras vidas, hasta encontrar la salvación eterna.
«Así como el Padre me envió a este mundo, aun así ahora yo os envío a vosotros. Todos vosotros sois llamados a llevar la buena nueva a los que están en las tinieblas. Este evangelio del reino, pertenece a todos los que en ése crean; no deberá ser confiado en las manos de meros sacerdotes. Pronto vendrá sobre vosotros el Espíritu de la Verdad, y él os conducirá a toda verdad. Salid pues al mundo, predicando este evangelio, y pensad que yo estoy con vosotros siempre, aun hasta el fin de los tiempos».
Cuando el Maestro hubo hablado así, desapareció de su vista. Durante toda esa noche, estos creyentes permanecieron allí juntos, recordando las experiencias como creyentes del reino y escuchando las muchas palabras de Rodán y de sus asociados. Todos ellos creyeron que Jesús había resucitado de entre los muertos. Imaginad la sorpresa del heraldo de la resurrección enviado por David, que llegó al segundo día después de este acontecimiento, cuando contestaron a su anuncio diciendo: «Sí, lo sabemos, porque lo hemos visto. Él apareció ante nosotros anteayer».
«Que la paz sea con vosotros. Lo que mi Padre me envió a este mundo para que yo estableciera pertenece, no a una raza, ni a una nación, ni a un grupo especial de maestros o predicadores. Este evangelio del reino pertenece tanto a los judíos como a los gentiles, a los ricos y a los pobres, a los libres y a los esclavos, a los hombres y a las mujeres, aun a los niños pequeños. Todos vosotros debéis proclamar este evangelio de amor y verdad mediante la vida que viváis en la carne. Os amaréis los unos a los otros con un afecto nuevo y sorprendente, aun como yo os he amado a vosotros. Serviréis a la humanidad con una devoción nueva y sorprendente, aun como yo os he servido a vosotros, y cuando los hombres vean que vosotros tanto los amáis, y cuando contemplen cuán fervientemente los servís, percibirán que vosotros sois hermanos de la fe en el reino del cielo, y seguirán al Espíritu de la Verdad al que verán en vuestras vidas, hasta encontrar la salvación eterna.
«Así como el Padre me envió a este mundo, aun así ahora yo os envío a vosotros. Todos vosotros sois llamados a llevar la buena nueva a los que están en las tinieblas. Este evangelio del reino, pertenece a todos los que en ése crean; no deberá ser confiado en las manos de meros sacerdotes. Pronto vendrá sobre vosotros el Espíritu de la Verdad, y él os conducirá a toda verdad. Salid pues al mundo, predicando este evangelio, y pensad que yo estoy con vosotros siempre, aun hasta el fin de los tiempos».
Cuando el Maestro hubo hablado así, desapareció de su vista. Durante toda esa noche, estos creyentes permanecieron allí juntos, recordando las experiencias como creyentes del reino y escuchando las muchas palabras de Rodán y de sus asociados. Todos ellos creyeron que Jesús había resucitado de entre los muertos. Imaginad la sorpresa del heraldo de la resurrección enviado por David, que llegó al segundo día después de este acontecimiento, cuando contestaron a su anuncio diciendo: «Sí, lo sabemos, porque lo hemos visto. Él apareció ante nosotros anteayer».
sábado, 11 de octubre de 2014
La segunda aparición ante los apóstoles.
Tomás pasó una semana solitaria, en las colinas cerca del Oliveto.
Durante este tiempo vio solamente a los que estaban en la casa de Simón y
a Juan Marcos. Eran alrededor de las nueve del sábado 15 de abril,
cuando los dos apóstoles lo encontraron y se lo llevaron de vuelta a la
casa de Marcos. Al día siguiente, Tomás escuchó el relato de las varias
apariciones del Maestro, pero inquebrantablemente se resistió a creer.
Sostenía que Pedro, por su entusiasmo, los había convencido de que
habían visto al Maestro. Natanael razonó con él, pero en vano. Había una
testarudez emocional, asociada con su habitual tendencia a dudar, y
este estado mental, combinado con su pena por haberlos abandonado, se
confabuló para crear una situación de aislamiento que aun Tomás mismo no
podía entender completamente. Se había alejado de sus compañeros, se
había ido por su cuenta, y ahora, aun cuando estaba de vuelta entre
ellos, inconscientemente tendía a colocarse en una posición de
desacuerdo. Era lento en rendirse. No le gustaba la derrota. Aunque no
fuera su intención, realmente disfrutaba de la atención que le
prestaban; derivaba una satisfacción inconsciente de los esfuerzos de
todos sus hermanos por convenrcerlo y convertirlo. Los había extrañado
durante una semana entera, y derivaba gran placer de sus persistentes
atenciones.
Estaban compartiendo la cena poco después de las seis, con Pedro sentado a un lado y Natanael al otro lado de Tomás, cuando el apóstol incrédulo dijo: «No voy a creer a menos que vea el Maestro con mis propios ojos y pueda poner el dedo en la llaga de los clavos». Mientras estaban así sentados cenando, con las puertas cerradas con llave y con barras, el Maestro morontial apareció repentinamente dentro a la curvatura de la mesa, y deteniéndose directamente ante Tomás, dijo:
«Que la paz sea con vosotros. Durante una semana entera he permanecido aquí con la esperanza de poder aparecer nuevamente cuando estuvierais todos vosotros presentes, para que escuchéis una vez más la misión de ir al mundo y predicar este evangelio del reino. Nuevamente os digo: Así como el Padre me envió al mundo, así os envío yo. Así como yo he revelado al Padre, así revelaréis vosotros el amor divino, no sólo con palabras, sino en vuestra vida diaria. Os envío, no para que améis las almas de los hombres, sino más bien para que améis a los hombres. No debéis proclamar simplemente las felicidades del cielo, sino también mostrar en vuestra experiencia diaria esas realidades espirituales de la vida divina, puesto que vosotros ya tenéis vida eterna, como don de Dios, por medio de la fe. Cuando tengáis fe, cuando el poder de lo alto, el Espíritu de la Verdad, venga sobre vosotros, no ocultaréis vuestra luz aquí tras puertas cerradas. Haréis que toda la humanidad conozca el amor y la misericordia de Dios. Por el temor huís ahora de los hechos de una experiencia desagradable, pero cuando hayáis sido bautizados con el Espíritu de la Verdad, iréis hacia adelante, gallarda y jubilosamente para encontrar las nuevas experiencias de proclamar la buena nueva de la vida eterna en el reino de Dios. Podréis quedaros aquí y en Galilea por una corta temporada mientras os recobráis del golpe de la transición de la falsa seguridad de la autoridad del tradicionalismo, al nuevo orden de la autoridad de los hechos, de la verdad y la fe en las realidades supremas de la experiencia viva. Vuestra misión en el mundo se basa en el hecho de que yo viví una vida reveladora de Dios entre vosotros; en la verdad de que vosotros y todos los demás hombres, son hijos de Dios; y consistirá en la vida que vosotros viviréis entre los hombres —la experiencia real y viviente de amar a los hombres y servirlos, aun como yo os he amado y servido a vosotros. Dejad que la fe revele al mundo vuestra luz; dejad que la revelación de la verdad abra los ojos cegados por la tradición; dejad que vuestro servicio amante destruya efectivamente el prejuicio engendrado por la ignorancia. Acercándoos así a vuestros semejantes en compasiva comprensión y con devoción altruista, los conduciréis al conocimiento salvador del amor del Padre. Los judíos alabaron la bondad; los griegos exaltaron la belleza; los hindúes predican la devoción; los lejanos ascetas predican la reverencia; los romanos exigen lealtad; pero yo requiero de mis discípulos vida, aun una vida de servicio amante para vuestros hermanos en la carne».
Cuando el Maestro hubo hablado así, miró el rostro de Tomás y dijo: «Y tú, Tomás, que dijiste que no creerías a menos que me vieras y pusieras el dedo en las llagas de los clavos en mis manos, ahora me has contemplado y has escuchado mis palabras; y aunque no veas llagas de clavos en mis manos, puesto que he resucitado en una forma que tú también tendrás cuando te vayas de este mundo, ¿qué dirás a tus hermanos? Reconocerás la verdad, porque ya en tu corazón hubiste comenzado a creer, aun mientras tan testarudamente afirmaste tu descreimiento. Tus dudas, Tomás, siempre se afirman de la manera más testaruda en el momento mismo en que están por derrumbarse. Tomás, te ruego que no seas descreído sino creyente —y yo sé que tú creerás, aun con todo tu corazón».
Cuando Tomás escuchó estás palabras, cayó de rodillas ante el Maestro morontial y exclamó: «¡Yo creo! ¡Señor mío y Maestro mío!» Entonces le dijo Jesús a Tomás: «Tomás, tú has creído porque realmente me viste y me oíste. Benditos son los en las edades por venir que creerán aunque no me hayan visto con los ojos de la carne, ni me hayan oído con el oído mortal».
Luego, al moverse la forma del Maestro cerca de la cabecera de la mesa, se dirigió a todos ellos diciendo: «Ahora pues, id todos vosotros a Galilea, donde yo dentro de poco apareceré ante vosotros». Después de decir esto, desapareció de su vista.
Los once apóstoles ya estaban plenamente convencidos de que Jesús había resucitado de entre los muertos, y a la mañana siguiente muy temprano, antes del amanecer, salieron para Galilea.
Estaban compartiendo la cena poco después de las seis, con Pedro sentado a un lado y Natanael al otro lado de Tomás, cuando el apóstol incrédulo dijo: «No voy a creer a menos que vea el Maestro con mis propios ojos y pueda poner el dedo en la llaga de los clavos». Mientras estaban así sentados cenando, con las puertas cerradas con llave y con barras, el Maestro morontial apareció repentinamente dentro a la curvatura de la mesa, y deteniéndose directamente ante Tomás, dijo:
«Que la paz sea con vosotros. Durante una semana entera he permanecido aquí con la esperanza de poder aparecer nuevamente cuando estuvierais todos vosotros presentes, para que escuchéis una vez más la misión de ir al mundo y predicar este evangelio del reino. Nuevamente os digo: Así como el Padre me envió al mundo, así os envío yo. Así como yo he revelado al Padre, así revelaréis vosotros el amor divino, no sólo con palabras, sino en vuestra vida diaria. Os envío, no para que améis las almas de los hombres, sino más bien para que améis a los hombres. No debéis proclamar simplemente las felicidades del cielo, sino también mostrar en vuestra experiencia diaria esas realidades espirituales de la vida divina, puesto que vosotros ya tenéis vida eterna, como don de Dios, por medio de la fe. Cuando tengáis fe, cuando el poder de lo alto, el Espíritu de la Verdad, venga sobre vosotros, no ocultaréis vuestra luz aquí tras puertas cerradas. Haréis que toda la humanidad conozca el amor y la misericordia de Dios. Por el temor huís ahora de los hechos de una experiencia desagradable, pero cuando hayáis sido bautizados con el Espíritu de la Verdad, iréis hacia adelante, gallarda y jubilosamente para encontrar las nuevas experiencias de proclamar la buena nueva de la vida eterna en el reino de Dios. Podréis quedaros aquí y en Galilea por una corta temporada mientras os recobráis del golpe de la transición de la falsa seguridad de la autoridad del tradicionalismo, al nuevo orden de la autoridad de los hechos, de la verdad y la fe en las realidades supremas de la experiencia viva. Vuestra misión en el mundo se basa en el hecho de que yo viví una vida reveladora de Dios entre vosotros; en la verdad de que vosotros y todos los demás hombres, son hijos de Dios; y consistirá en la vida que vosotros viviréis entre los hombres —la experiencia real y viviente de amar a los hombres y servirlos, aun como yo os he amado y servido a vosotros. Dejad que la fe revele al mundo vuestra luz; dejad que la revelación de la verdad abra los ojos cegados por la tradición; dejad que vuestro servicio amante destruya efectivamente el prejuicio engendrado por la ignorancia. Acercándoos así a vuestros semejantes en compasiva comprensión y con devoción altruista, los conduciréis al conocimiento salvador del amor del Padre. Los judíos alabaron la bondad; los griegos exaltaron la belleza; los hindúes predican la devoción; los lejanos ascetas predican la reverencia; los romanos exigen lealtad; pero yo requiero de mis discípulos vida, aun una vida de servicio amante para vuestros hermanos en la carne».
Cuando el Maestro hubo hablado así, miró el rostro de Tomás y dijo: «Y tú, Tomás, que dijiste que no creerías a menos que me vieras y pusieras el dedo en las llagas de los clavos en mis manos, ahora me has contemplado y has escuchado mis palabras; y aunque no veas llagas de clavos en mis manos, puesto que he resucitado en una forma que tú también tendrás cuando te vayas de este mundo, ¿qué dirás a tus hermanos? Reconocerás la verdad, porque ya en tu corazón hubiste comenzado a creer, aun mientras tan testarudamente afirmaste tu descreimiento. Tus dudas, Tomás, siempre se afirman de la manera más testaruda en el momento mismo en que están por derrumbarse. Tomás, te ruego que no seas descreído sino creyente —y yo sé que tú creerás, aun con todo tu corazón».
Cuando Tomás escuchó estás palabras, cayó de rodillas ante el Maestro morontial y exclamó: «¡Yo creo! ¡Señor mío y Maestro mío!» Entonces le dijo Jesús a Tomás: «Tomás, tú has creído porque realmente me viste y me oíste. Benditos son los en las edades por venir que creerán aunque no me hayan visto con los ojos de la carne, ni me hayan oído con el oído mortal».
Luego, al moverse la forma del Maestro cerca de la cabecera de la mesa, se dirigió a todos ellos diciendo: «Ahora pues, id todos vosotros a Galilea, donde yo dentro de poco apareceré ante vosotros». Después de decir esto, desapareció de su vista.
Los once apóstoles ya estaban plenamente convencidos de que Jesús había resucitado de entre los muertos, y a la mañana siguiente muy temprano, antes del amanecer, salieron para Galilea.
sábado, 4 de octubre de 2014
La décima aparición (en Filadelfia).
La décima aparición morontial de Jesús ante los ojos mortales ocurrió
el martes 11 de abril poco antes de las ocho en Filadelfia, ocasión en
que se apareció ante Abner y Lázaro y unos ciento cincuenta de sus
asociados, incluyendo más de cincuenta pertenecientes al cuerpo de
evangelistas de los setenta. Esta aparición ocurrió justo después de la
apertura de una reunión especial en la sinagoga, convocada por Abner
para discutir la crucifixión de Jesús y el relato más reciente de la
resurrección, traído por un mensajero de David. Puesto que Lázaro
resucitado era ahora miembro de ese grupo de creyentes, no se les
presentaban dificultades para creer en el informe de que Jesús había
resucitado de entre los muertos.
La reunión en la sinagoga era inaugurada por Abner y Lázaro, ambos de pie en el púlpito, cuando todos los creyentes reunidos vieron aparecer de súbito la forma del Maestro. Dio unos pasos hacia adelante desde el sitio en el que había aparecido, entre Abner y Lázaro, que no lo vieron, y saludando al grupo, dijo:
«Que la paz sea con vosotros. Todos vosotros sabéis que tenemos un Padre en el cielo y que hay un solo evangelio en el reino: la buena nueva del don de la vida eterna que reciben los hombres mediante la fe. Al regocijaros en vuestra lealtad al evangelio, orad al Padre de la verdad para que os otorgue en vuestro corazón un amor nuevo y más grande por vuestros hermanos. Debéis amar a todos los hombres, así como yo os he amado; debéis servir a todos los hombres, así como yo os he servido. Con compasiva comprensión y afecto fraterno, recibid en la comunión de hermandad a todos vuestros hermanos que se dedican a la proclamación de la buena nueva, sean ellos judíos o gentiles, griegos o romanos, persas o etíopes. Juan proclamó el reino por adelantado; vosotros habéis predicado el evangelio en poder; los griegos ya enseñan la buena nueva; y yo pronto enviaré el Espíritu de la Verdad al alma de todos estos, mis hermanos, que tan altruísticamente han dedicado su vida al esclarecimiento de sus semejantes que están sentados en las tinieblas espirituales. Todos vosotros sois los hijos de la luz; por eso, no tropecéis en marañas de malentendido causadas por sospechas mortales y la intolerancia humana. Si os ennoblecéis, por la gracia de la fe, para amar a los descreídos, ¿no debéis acaso igualmente amar a los que son vuestros concreyentes en la extensa familia de la fe? Recordad que, así como os amáis unos a otros, todos los hombres sabrán que sois mis discípulos.
«Id pues por todo el mundo proclamando el evangelio de la paternidad de Dios y de la hermandad de los hombres a todas las naciones y razas, y sed sabios en vuestra elección de los métodos para presentar la buena nueva a las diferentes razas y tribus de la humanidad. Libremente habéis recibido de este evangelio del reino, y libremente daréis la buena nueva a todas las naciones. No temáis la resistencia del mal, porque yo estoy siempre con vosotros, aun hasta el fin de los tiempos. Mi paz os dejo».
En el momento en que dijo: «Mi paz os dejo», desapareció de su vista. Con excepción de una de sus apariciones en Galilea, donde más de quinientos creyentes lo vieron al mismo tiempo, este grupo en Filadelfia fue el grupo más grande de mortales que le vio en una ocasión particular.
Temprano por la mañana siguiente, aunque los apóstoles permanecían en Jerusalén aguardando la recuperación emocional de Tomás, estos creyentes de Filadelfia salieron a proclamar que Jesús de Nazaret había resucitado de entre los muertos.
El día siguiente, miércoles, lo pasó Jesús sin interrupciones en compañía de sus asociados morontiales, y durante las horas tempranas de la tarde recibió a los delegados visitantes morontiales de los mundos de estancia de todos los sistemas locales de esferas habitadas de toda la constelación de Norlatiadek. Y todos se regocijaron de conocer a su Creador como uno de su propia orden de inteligencias universales.
La reunión en la sinagoga era inaugurada por Abner y Lázaro, ambos de pie en el púlpito, cuando todos los creyentes reunidos vieron aparecer de súbito la forma del Maestro. Dio unos pasos hacia adelante desde el sitio en el que había aparecido, entre Abner y Lázaro, que no lo vieron, y saludando al grupo, dijo:
«Que la paz sea con vosotros. Todos vosotros sabéis que tenemos un Padre en el cielo y que hay un solo evangelio en el reino: la buena nueva del don de la vida eterna que reciben los hombres mediante la fe. Al regocijaros en vuestra lealtad al evangelio, orad al Padre de la verdad para que os otorgue en vuestro corazón un amor nuevo y más grande por vuestros hermanos. Debéis amar a todos los hombres, así como yo os he amado; debéis servir a todos los hombres, así como yo os he servido. Con compasiva comprensión y afecto fraterno, recibid en la comunión de hermandad a todos vuestros hermanos que se dedican a la proclamación de la buena nueva, sean ellos judíos o gentiles, griegos o romanos, persas o etíopes. Juan proclamó el reino por adelantado; vosotros habéis predicado el evangelio en poder; los griegos ya enseñan la buena nueva; y yo pronto enviaré el Espíritu de la Verdad al alma de todos estos, mis hermanos, que tan altruísticamente han dedicado su vida al esclarecimiento de sus semejantes que están sentados en las tinieblas espirituales. Todos vosotros sois los hijos de la luz; por eso, no tropecéis en marañas de malentendido causadas por sospechas mortales y la intolerancia humana. Si os ennoblecéis, por la gracia de la fe, para amar a los descreídos, ¿no debéis acaso igualmente amar a los que son vuestros concreyentes en la extensa familia de la fe? Recordad que, así como os amáis unos a otros, todos los hombres sabrán que sois mis discípulos.
«Id pues por todo el mundo proclamando el evangelio de la paternidad de Dios y de la hermandad de los hombres a todas las naciones y razas, y sed sabios en vuestra elección de los métodos para presentar la buena nueva a las diferentes razas y tribus de la humanidad. Libremente habéis recibido de este evangelio del reino, y libremente daréis la buena nueva a todas las naciones. No temáis la resistencia del mal, porque yo estoy siempre con vosotros, aun hasta el fin de los tiempos. Mi paz os dejo».
En el momento en que dijo: «Mi paz os dejo», desapareció de su vista. Con excepción de una de sus apariciones en Galilea, donde más de quinientos creyentes lo vieron al mismo tiempo, este grupo en Filadelfia fue el grupo más grande de mortales que le vio en una ocasión particular.
Temprano por la mañana siguiente, aunque los apóstoles permanecían en Jerusalén aguardando la recuperación emocional de Tomás, estos creyentes de Filadelfia salieron a proclamar que Jesús de Nazaret había resucitado de entre los muertos.
El día siguiente, miércoles, lo pasó Jesús sin interrupciones en compañía de sus asociados morontiales, y durante las horas tempranas de la tarde recibió a los delegados visitantes morontiales de los mundos de estancia de todos los sistemas locales de esferas habitadas de toda la constelación de Norlatiadek. Y todos se regocijaron de conocer a su Creador como uno de su propia orden de inteligencias universales.
domingo, 28 de septiembre de 2014
Con las seres morontiales.
El día siguiente, lunes, lo pasó Jesús
enteramente con las criaturas morontiales que en ese momento estaban
presentes en Urantia. Como participantes en la experiencia de transición
morontial del Maestro, habían venido a Urantia más de un millón de
directores y asociados morontiales juntamente con mortales en transición
de varias órdenes desde los siete mundos de estancia de Satania. El
Jesús morontial permaneció con estas espléndidas inteligencias por
cuarenta días. Los instruyó y aprendió de sus directores la vida de
transición morontial tal como la atraviesan los mortales de los mundos habitados de Satania al pasar ellos a través de las esferas morontiales del sistema.
Alrededor de la medianoche de este lunes, la forma morontial del Maestro fue ajustada para su transición a la segunda etapa de la progresión morontial. Cuando volvió a aparecer a sus hijos mortales en la tierra, se encontraba como ser morontial de la segunda etapa. Al progresar el Maestro en la carrera morontial, se volvía técnicamente cada vez más difícil para las inteligencias morontiales y sus asociados transformadores hacer que el Maestro pudiera ser visualizado ante ojos mortales y materiales.
Jesús realizó el tránsito a la tercera etapa morontial el viernes 14 de abril; a la cuarta etapa, el lunes 17; a la quinta etapa el sábado 22; a la sexta etapa el jueves 27; a la séptima etapa el martes 2 de mayo; a la ciudadanía de Jerusem, el domingo 7; y entró al abrazo de los Altísimos de Edentia, el domingo 14.
De esta forma Micael de Nebadon completó su servicio de experiencia universal; puesto que en conexión con sus autootorgamientos anteriores, ya había experimentado en pleno la vida de los mortales ascendentes del tiempo y del espacio, desde la estadía en la sede central de la constelación y aun hasta el servicio en la sede central del superuniverso y a través de éste. Y fue mediante estas mismas experiencias morontiales que el Hijo Creador de Nebadon realmente terminó y completó aceptablemente su séptimo y último autootorgamineto en el universo.
Alrededor de la medianoche de este lunes, la forma morontial del Maestro fue ajustada para su transición a la segunda etapa de la progresión morontial. Cuando volvió a aparecer a sus hijos mortales en la tierra, se encontraba como ser morontial de la segunda etapa. Al progresar el Maestro en la carrera morontial, se volvía técnicamente cada vez más difícil para las inteligencias morontiales y sus asociados transformadores hacer que el Maestro pudiera ser visualizado ante ojos mortales y materiales.
Jesús realizó el tránsito a la tercera etapa morontial el viernes 14 de abril; a la cuarta etapa, el lunes 17; a la quinta etapa el sábado 22; a la sexta etapa el jueves 27; a la séptima etapa el martes 2 de mayo; a la ciudadanía de Jerusem, el domingo 7; y entró al abrazo de los Altísimos de Edentia, el domingo 14.
De esta forma Micael de Nebadon completó su servicio de experiencia universal; puesto que en conexión con sus autootorgamientos anteriores, ya había experimentado en pleno la vida de los mortales ascendentes del tiempo y del espacio, desde la estadía en la sede central de la constelación y aun hasta el servicio en la sede central del superuniverso y a través de éste. Y fue mediante estas mismas experiencias morontiales que el Hijo Creador de Nebadon realmente terminó y completó aceptablemente su séptimo y último autootorgamineto en el universo.
jueves, 25 de septiembre de 2014
La primera aparición ante los apóstoles.
Poco después de las nueve de esa noche, después
de la partida de Cleofas y Jacobo, mientras los gemelos Alfeo
consolaban a Pedro y Natanael discutía con Andrés, los diez apóstoles
estaban reunidos en el aposento superior, con todas las puertas cerradas
con seguro por temor de que los arrestaran, el Maestro, en forma
morontial, apareció de pronto en su medio, diciendo: «Que la paz sea con
vosotros. ¿Por qué tanto os aterrorizáis cuando yo aparezco, como si
vierais a un espíritu? ¿Acaso no os hablé yo de estas cosas cuando
estaba presente entre vosotros en la carne? ¿Acaso no os dije que los
altos sacerdotes y los líderes me entregarían para que sea matado; que
uno de entre vosotros mismos me traicionaría, y que al tercer día
resucitaría? ¿De dónde pues vienen todas vuestras incertidumbres y toda
esta discusión sobre el relato de las mujeres, de Cleofas y Jacobo, y
aun de Pedro? ¿Por cuánto tiempo seguiréis dudando de mis palabras y
negándoos a creer en mis promesas? Ahora bien, ya que realmente me veis,
¿creeréis? Aun ahora uno de vosotros está ausente. Cuando estéis juntos
nuevamente, y después que todos vosotros sepáis con certeza que el Hijo
del Hombre se ha levantado de la tumba, id a Galilea. Tened fe en Dios;
teneos fe mutuamente; así pues entraréis al nuevo servicio del reino
del cielo. Yo me quedaré en Jerusalén con vosotros, hasta que estéis
listos para ir a Galilea. Mi paz os dejo».
Cuando el Jesús morontial les hubo hablado, desapareció en un instante de su vista. Todos ellos cayeron de bruces, elevando loas a Dios y venerando a su desaparecido Maestro. Fue ésta la novena aparición morontial del Maestro.
Cuando el Jesús morontial les hubo hablado, desapareció en un instante de su vista. Todos ellos cayeron de bruces, elevando loas a Dios y venerando a su desaparecido Maestro. Fue ésta la novena aparición morontial del Maestro.
lunes, 22 de septiembre de 2014
La aparición a Pedro.
Eran casi las ocho y media de la noche de este domingo, cuando Jesús
apareció ante Simón Pedro en el jardín de la casa de Marcos. Fue ésta su
octava manifestación morontial. Pedro había vivido bajo la pesada carga
de incertidumbre y culpa desde el momento de su negación del Maestro.
Durante todo el día sábado y ese domingo él se debatió en el temor de
que, tal vez, ya no era un apóstol. Tembló al enterarse del hado de
Judas y consideraba que él, también, había traicionado a su Maestro.
Toda esa tarde pensó que tal vez fuera su presencia entre los apóstoles
la que impedía que Jesús apareciera entre ellos; siempre y cuando, por
supuesto, él hubiese de veras resucitado de entre los muertos. Fue ante
Pedro, que estaba en ese estado de ánimo y de mente, ante el que Jesús
apareció, mientras el deprimido apóstol deambulaba entre las flores y
los arbustos.
Cuando Pedro pensó en la mirada amante del Maestro al pasar junto a Pedro en el portal de Anás, y al discurrir en el maravilloso mensaje traído, temprano por la mañana, por las mujeres que vinieron de la tumba vacía, «id y contadles a mis apóstoles —y a Pedro», al contemplar él estas muestras de misericordia, su fe empezó a superar sus dudas, y él se detuvo apretando los puños, mientras decía en voz alta: «Yo creo que ha resucitado de entre los muertos; iré y así les diré a mis hermanos». Al pronunciar él estas palabras, repentinamente apareció ante él la forma de un hombre, que le habló en un tono de voz familiar diciendo: «Pedro, el enemigo quería llevarte, pero yo no te abandonaré. Yo sabía que tu negación no provenía del corazón; por lo tanto, te perdoné aun antes de que me lo pidieras; pero ahora debes dejar de pensar en ti mismo y en los problemas del presente mientras te preparas para llevar la nueva buena del evangelio a los que están sentados en las tinieblas. Ya no debes preocuparte de lo que puedas obtener del reino, sino más bien debes ejercitarte en lo que tú puedes dar a los que viven en la más extrema pobreza espiritual. Prepárate, Simón, para la lucha del nuevo día, la batalla contra la obscuridad espiritual y las dudas malignas que habitan la mente natural de los hombres».
Pedro y el Jesús morontial anduvieron caminando por el jardín y hablaron de cosas pasadas, presentes y futuras por cerca de cinco minutos. Luego, el Maestro desapareció de su vista diciendo: «Adiós, Pedro, hasta que te vuelva a ver con tus hermanos».
Por un momento, Pedro fue sobrecogido por la comprensión de que había hablado con el Maestro resucitado, y de que podía tener la certeza de seguir siendo un embajador del reino. Acababa de oír al glorificado Maestro exhortarle a que fuera a predicar el evangelio. Con todo esto llenándole el corazón, corrió al aposento superior, adonde sus hermanos apóstoles, exclamando casi sin aliento: «Yo he visto al Maestro; estuvo en el jardín. Hablé con él, y me ha perdonado».
La declaración de Pedro de que había visto a Jesús en el jardín causó en sus hermanos apóstoles una profunda impresión, y estaban prontos a abandonar su incertidumbre cuando Andrés se levantó y les advirtió que no se dejaran influir tanto por el relato de su hermano. Andrés sugirió que ya en el pasado, Pedro había visto cosas que no existían. Aunque Andrés no aludió directamente a visión nocturna en el Mar de Galilea, cuando Pedro afirmó que había visto al Maestro caminando hacia ellos sobre el agua, dijo lo suficiente como para que todos los presentes se dieran cuenta de que él tenía en la mente este incidente. Simón Pedro se sintió muy herido por las insinuaciones de su hermano, e inmediatamente cayó en un silencio deprimido. Los gemelos mucho se apenaron por Pedro, y ambos se acercaron a expresarle su simpatía y decirle que ellos le creían, volviendo a repetir que la madre de ellos también había visto al Maestro.
Cuando Pedro pensó en la mirada amante del Maestro al pasar junto a Pedro en el portal de Anás, y al discurrir en el maravilloso mensaje traído, temprano por la mañana, por las mujeres que vinieron de la tumba vacía, «id y contadles a mis apóstoles —y a Pedro», al contemplar él estas muestras de misericordia, su fe empezó a superar sus dudas, y él se detuvo apretando los puños, mientras decía en voz alta: «Yo creo que ha resucitado de entre los muertos; iré y así les diré a mis hermanos». Al pronunciar él estas palabras, repentinamente apareció ante él la forma de un hombre, que le habló en un tono de voz familiar diciendo: «Pedro, el enemigo quería llevarte, pero yo no te abandonaré. Yo sabía que tu negación no provenía del corazón; por lo tanto, te perdoné aun antes de que me lo pidieras; pero ahora debes dejar de pensar en ti mismo y en los problemas del presente mientras te preparas para llevar la nueva buena del evangelio a los que están sentados en las tinieblas. Ya no debes preocuparte de lo que puedas obtener del reino, sino más bien debes ejercitarte en lo que tú puedes dar a los que viven en la más extrema pobreza espiritual. Prepárate, Simón, para la lucha del nuevo día, la batalla contra la obscuridad espiritual y las dudas malignas que habitan la mente natural de los hombres».
Pedro y el Jesús morontial anduvieron caminando por el jardín y hablaron de cosas pasadas, presentes y futuras por cerca de cinco minutos. Luego, el Maestro desapareció de su vista diciendo: «Adiós, Pedro, hasta que te vuelva a ver con tus hermanos».
Por un momento, Pedro fue sobrecogido por la comprensión de que había hablado con el Maestro resucitado, y de que podía tener la certeza de seguir siendo un embajador del reino. Acababa de oír al glorificado Maestro exhortarle a que fuera a predicar el evangelio. Con todo esto llenándole el corazón, corrió al aposento superior, adonde sus hermanos apóstoles, exclamando casi sin aliento: «Yo he visto al Maestro; estuvo en el jardín. Hablé con él, y me ha perdonado».
La declaración de Pedro de que había visto a Jesús en el jardín causó en sus hermanos apóstoles una profunda impresión, y estaban prontos a abandonar su incertidumbre cuando Andrés se levantó y les advirtió que no se dejaran influir tanto por el relato de su hermano. Andrés sugirió que ya en el pasado, Pedro había visto cosas que no existían. Aunque Andrés no aludió directamente a visión nocturna en el Mar de Galilea, cuando Pedro afirmó que había visto al Maestro caminando hacia ellos sobre el agua, dijo lo suficiente como para que todos los presentes se dieran cuenta de que él tenía en la mente este incidente. Simón Pedro se sintió muy herido por las insinuaciones de su hermano, e inmediatamente cayó en un silencio deprimido. Los gemelos mucho se apenaron por Pedro, y ambos se acercaron a expresarle su simpatía y decirle que ellos le creían, volviendo a repetir que la madre de ellos también había visto al Maestro.
sábado, 20 de septiembre de 2014
Las apariciones a los apostoles y a otros líderes religiosos.
EL DOMINGO de la resurrección fue un día terrible en la vida de los
apóstoles; diez de ellos pasaron la mayor parte del día en el aposento
superior tras puertas aseguradas. Podían haber huido de Jerusalén, pero
tenían miedo de ser arrestados por los agentes del sanedrín si se los
encontraban por la calle. Tomás estaba yendo a solas con sus problemas
en Betfagé. Mejor habría sido que hubiese permanecido con los demás
apóstoles, pues podría haberlos ayudado dirigiendo su discusión por
caminos más útiles.
Durante todo ese día Juan sostuvo la idea de que Jesús había resucitado de entre los muertos. Recordó no menos de cinco veces distintas en las que el Maestro había afirmado que resucitaría nuevamente y por lo menos tres veces en las que aludió al tercer día. La actitud de Juan tenía considerable influencia sobre ellos, especialmente sobre su hermano Santiago y sobre Natanael. Juan podría haber tenido mayor influencia sobre ellos si no hubiese sido el más joven del grupo.
El aislamiento de los apóstoles mucho tuvo que ver con sus problemas. Juan Marcos los mantenía en contacto con los acontecimientos del templo y les informaba en cuanto a los muchos rumores que se difundían por la ciudad, pero no se le ocurrió allegar noticias de los diferentes grupos de creyentes ante los que Jesús ya había aparecido. Este tipo de servicio había sido realizado hasta ese momento por los mensajeros de David, pero estaban todos ausentes en su última misión como heraldos de la resurrección ante aquellos grupos de creyentes que moraban lejos de Jerusalén. Por primera vez en todos estos años, los apóstoles se dieron cuenta de cuanto habían confiado en los mensajeros de David para recibir información diaria sobre los asuntos del reino.
Durante todo este día Pedro, como siempre, vaciló emocionalmente entre la fe y la incertidumbre sobre la resurrección del Maestro. Pedro no podía olvidar la vista de las ropas fúnebres yaciendo allí en la tumba como si el cuerpo de Jesús se hubiese evaporado desde adentro. «Pero», razonaba Pedro, «si ha resucitado y puede aparecer a las mujeres, ¿por qué no se aparece antes nosotros, sus apóstoles?» Pedro se apenaba cuando pensaba que tal vez debido a su presencia entre los apóstoles Jesús no venía a ellos, ya que él lo negó esa noche en el patio de Anás. Al mismo tiempo se consolaba por el mensaje traído por las mujeres, «id y contad a mis apóstoles —y a Pedro». Pero, para poder obtener consolación de este mensaje presuponía que él debía creer que las mujeres realmente habían visto y oído al Maestro resucitado. Así pues, Pedro alternó entre la fe y la duda a lo largo de todo el día, hasta poco después de las ocho de la noche, cuando se atrevió a salir al patio. Pedro pensaba alejarse de los apóstoles para que su presencia no impidiera la venida de Jesús, debido a que él había negado al Maestro.
Santiago Zebedeo, quien sostuvo al principio que sería conveniente que fueran todos al sepulcro, estaba fuertemente a favor de hacer algo para esclarecer este misterio. Natanael fue quien les impidió que se mostraran en público fuera de la casa como lo preconizaba Santiago, y lo hizo recordándoles la advertencia de Jesús de que no pusieran en peligro su vida en estos momentos. Al mediodía, Santiago también se tranquilizó, y todos aguardaban. Él dijo muy poco; estaba terriblemente desilusionado porque Jesús no había aparecido ante ellos, y aún no sabía de las muchas apariciones del Maestro a otros grupos e individuos.
Ese día Andrés escuchó mucho. Estaba efectivamente perplejo por la situación y tenía más incertidumbre de la necesaria, pero por lo menos disfrutaba de cierta sensación de liberación de las responsabilidades de dirigir a los demás apóstoles. En efecto, estaba agradecido de que el Maestro le hubiera liberado de la carga del liderazgo antes de entrar ellos en estos períodos difíciles.
Más de una vez durante las largas y fatigantes horas de este día trágico, la única influencia positiva en el grupo fue la contribución frecuente del característico tono filosófico de Natanael. Fue en verdad quien controló a los diez a lo largo de todo ese día. No se expresó ni una vez sobre la creencia o la incredulidad en cuanto a la resurrección del Maestro. Pero a medida que pasaba el día, cada vez más tendía a creer que Jesús había cumplido su promesa de resucitar.
Simón el Zelote estaba demasiado anonadado para participar en las discusiones. La mayor parte del tiempo estaba echado en un diván en un rincón del cuarto, mirando a la pared; no habló ni media docena de veces en todo ese día. Su concepto del reino se había derrumbado, y no discernía que la resurrección del Maestro pudiera cambiar materialmente la situación. Su desencanto era muy personal y en líneas generales demasiado agudo para que se pudiera recuperar a corto plazo, aun frente a un hecho tan estupendo como la resurrección.
Aunque parezca extraño, Felipe, generalmente poco expresivo, habló mucho durante toda la tarde de este día. Poco tuvo que decir por la mañana, pero durante el curso de la tarde se pasó haciendo preguntas a los demás apóstoles. Pedro se irritó repetidamente por las preguntas de Felipe, pero los demás las tomaron con buen humor. Felipe estaba particularmente deseoso de saber si, suponiendo que Jesús realmente se hubiera levantado de la tumba, tendría su cuerpo las marcas físicas de la crucifixión.
Mateo estaba altamente confundido; escuchó las discusiones de sus hermanos, pero pasó la mayor parte del tiempo reflexionando sobre los problemas financieros que le deparaba el futuro. Aparte de la supuesta resurrección de Jesús, Judas ya no estaba, David le había entregado los fondos sin ceremonia, y no tenían ellos un líder con autoridad. Antes de que Mateo hubiera llegado a considerar seriamente las argumentaciones de los demás sobre la resurrección, ya había visto al Maestro, cara a cara.
Los gemelos Alfeo poco participaron en estas discusiones serias; estaban bastante ocupados en sus ministraciones habituales. Uno de ellos expresó la actitud de ambos al decir, respondiendo a una pregunta de Felipe: «No entendemos esto de la resurrección, pero nuestra madre dice que habló con el Maestro, y nosotros le creemos».
Tomás se encontraba en medio de uno de sus típicos ataques de depresión desesperante. Durmió parte del día y anduvo por las colinas el resto del tiempo. Sentía una gran necesidad de unirse con los demás apóstoles, pero era más fuerte el deseo de estar a solas.
El Maestro demoró su primera aparición morontial a los apóstoles por una serie de razones. En primer lugar, quería que tuvieran tiempo, después de enterarse de su resurrección, para reflexionar sobre todo lo que les había dicho en cuanto a su muerte y resurrección cuando aún estaba con ellos en la carne. El Maestro quería que Pedro venciera algunas de las dificultades peculiares antes de manifestarse él ante todos ellos. En segundo lugar, deseaba que Tomás estuviera con ellos al tiempo de su primera aparición. Juan Marcos ubicó a Tomás en la casa de Simón en Betfagé, temprano por la mañana del domingo, y trajo a los apóstoles esta noticia a eso de las once. En cualquier momento durante ese día, Tomás habría regresado si Natanael o cualesquiera dos de otros apóstoles hubiesen ido a buscarlo. Él realmente quería volver, pero habiéndose ido la noche antes como se había ido, era demasiado orgulloso como para volver tan pronto por su propia cuenta. Pero al día siguiente se encontró tan deprimido que le llevó por lo menos una semana decidirse a volver. Los apóstoles lo aguardaban, y él esperaba que sus hermanos lo fueran a buscar y le pidieran que volviese con ellos. Por eso Tomás permaneció lejos de sus asociados hasta el siguiente sábado por la noche, cuando, al caer la noche, Pedro y Juan fueron a Betfagé y lo trajeron de vuelta con ellos. Ésta es la razón por la cual no fueron enseguida a Galilea después de que Jesús apareciera por primera vez ante ellos; no querían irse sin Tomás.
Durante todo ese día Juan sostuvo la idea de que Jesús había resucitado de entre los muertos. Recordó no menos de cinco veces distintas en las que el Maestro había afirmado que resucitaría nuevamente y por lo menos tres veces en las que aludió al tercer día. La actitud de Juan tenía considerable influencia sobre ellos, especialmente sobre su hermano Santiago y sobre Natanael. Juan podría haber tenido mayor influencia sobre ellos si no hubiese sido el más joven del grupo.
El aislamiento de los apóstoles mucho tuvo que ver con sus problemas. Juan Marcos los mantenía en contacto con los acontecimientos del templo y les informaba en cuanto a los muchos rumores que se difundían por la ciudad, pero no se le ocurrió allegar noticias de los diferentes grupos de creyentes ante los que Jesús ya había aparecido. Este tipo de servicio había sido realizado hasta ese momento por los mensajeros de David, pero estaban todos ausentes en su última misión como heraldos de la resurrección ante aquellos grupos de creyentes que moraban lejos de Jerusalén. Por primera vez en todos estos años, los apóstoles se dieron cuenta de cuanto habían confiado en los mensajeros de David para recibir información diaria sobre los asuntos del reino.
Durante todo este día Pedro, como siempre, vaciló emocionalmente entre la fe y la incertidumbre sobre la resurrección del Maestro. Pedro no podía olvidar la vista de las ropas fúnebres yaciendo allí en la tumba como si el cuerpo de Jesús se hubiese evaporado desde adentro. «Pero», razonaba Pedro, «si ha resucitado y puede aparecer a las mujeres, ¿por qué no se aparece antes nosotros, sus apóstoles?» Pedro se apenaba cuando pensaba que tal vez debido a su presencia entre los apóstoles Jesús no venía a ellos, ya que él lo negó esa noche en el patio de Anás. Al mismo tiempo se consolaba por el mensaje traído por las mujeres, «id y contad a mis apóstoles —y a Pedro». Pero, para poder obtener consolación de este mensaje presuponía que él debía creer que las mujeres realmente habían visto y oído al Maestro resucitado. Así pues, Pedro alternó entre la fe y la duda a lo largo de todo el día, hasta poco después de las ocho de la noche, cuando se atrevió a salir al patio. Pedro pensaba alejarse de los apóstoles para que su presencia no impidiera la venida de Jesús, debido a que él había negado al Maestro.
Santiago Zebedeo, quien sostuvo al principio que sería conveniente que fueran todos al sepulcro, estaba fuertemente a favor de hacer algo para esclarecer este misterio. Natanael fue quien les impidió que se mostraran en público fuera de la casa como lo preconizaba Santiago, y lo hizo recordándoles la advertencia de Jesús de que no pusieran en peligro su vida en estos momentos. Al mediodía, Santiago también se tranquilizó, y todos aguardaban. Él dijo muy poco; estaba terriblemente desilusionado porque Jesús no había aparecido ante ellos, y aún no sabía de las muchas apariciones del Maestro a otros grupos e individuos.
Ese día Andrés escuchó mucho. Estaba efectivamente perplejo por la situación y tenía más incertidumbre de la necesaria, pero por lo menos disfrutaba de cierta sensación de liberación de las responsabilidades de dirigir a los demás apóstoles. En efecto, estaba agradecido de que el Maestro le hubiera liberado de la carga del liderazgo antes de entrar ellos en estos períodos difíciles.
Más de una vez durante las largas y fatigantes horas de este día trágico, la única influencia positiva en el grupo fue la contribución frecuente del característico tono filosófico de Natanael. Fue en verdad quien controló a los diez a lo largo de todo ese día. No se expresó ni una vez sobre la creencia o la incredulidad en cuanto a la resurrección del Maestro. Pero a medida que pasaba el día, cada vez más tendía a creer que Jesús había cumplido su promesa de resucitar.
Simón el Zelote estaba demasiado anonadado para participar en las discusiones. La mayor parte del tiempo estaba echado en un diván en un rincón del cuarto, mirando a la pared; no habló ni media docena de veces en todo ese día. Su concepto del reino se había derrumbado, y no discernía que la resurrección del Maestro pudiera cambiar materialmente la situación. Su desencanto era muy personal y en líneas generales demasiado agudo para que se pudiera recuperar a corto plazo, aun frente a un hecho tan estupendo como la resurrección.
Aunque parezca extraño, Felipe, generalmente poco expresivo, habló mucho durante toda la tarde de este día. Poco tuvo que decir por la mañana, pero durante el curso de la tarde se pasó haciendo preguntas a los demás apóstoles. Pedro se irritó repetidamente por las preguntas de Felipe, pero los demás las tomaron con buen humor. Felipe estaba particularmente deseoso de saber si, suponiendo que Jesús realmente se hubiera levantado de la tumba, tendría su cuerpo las marcas físicas de la crucifixión.
Mateo estaba altamente confundido; escuchó las discusiones de sus hermanos, pero pasó la mayor parte del tiempo reflexionando sobre los problemas financieros que le deparaba el futuro. Aparte de la supuesta resurrección de Jesús, Judas ya no estaba, David le había entregado los fondos sin ceremonia, y no tenían ellos un líder con autoridad. Antes de que Mateo hubiera llegado a considerar seriamente las argumentaciones de los demás sobre la resurrección, ya había visto al Maestro, cara a cara.
Los gemelos Alfeo poco participaron en estas discusiones serias; estaban bastante ocupados en sus ministraciones habituales. Uno de ellos expresó la actitud de ambos al decir, respondiendo a una pregunta de Felipe: «No entendemos esto de la resurrección, pero nuestra madre dice que habló con el Maestro, y nosotros le creemos».
Tomás se encontraba en medio de uno de sus típicos ataques de depresión desesperante. Durmió parte del día y anduvo por las colinas el resto del tiempo. Sentía una gran necesidad de unirse con los demás apóstoles, pero era más fuerte el deseo de estar a solas.
El Maestro demoró su primera aparición morontial a los apóstoles por una serie de razones. En primer lugar, quería que tuvieran tiempo, después de enterarse de su resurrección, para reflexionar sobre todo lo que les había dicho en cuanto a su muerte y resurrección cuando aún estaba con ellos en la carne. El Maestro quería que Pedro venciera algunas de las dificultades peculiares antes de manifestarse él ante todos ellos. En segundo lugar, deseaba que Tomás estuviera con ellos al tiempo de su primera aparición. Juan Marcos ubicó a Tomás en la casa de Simón en Betfagé, temprano por la mañana del domingo, y trajo a los apóstoles esta noticia a eso de las once. En cualquier momento durante ese día, Tomás habría regresado si Natanael o cualesquiera dos de otros apóstoles hubiesen ido a buscarlo. Él realmente quería volver, pero habiéndose ido la noche antes como se había ido, era demasiado orgulloso como para volver tan pronto por su propia cuenta. Pero al día siguiente se encontró tan deprimido que le llevó por lo menos una semana decidirse a volver. Los apóstoles lo aguardaban, y él esperaba que sus hermanos lo fueran a buscar y le pidieran que volviese con ellos. Por eso Tomás permaneció lejos de sus asociados hasta el siguiente sábado por la noche, cuando, al caer la noche, Pedro y Juan fueron a Betfagé y lo trajeron de vuelta con ellos. Ésta es la razón por la cual no fueron enseguida a Galilea después de que Jesús apareciera por primera vez ante ellos; no querían irse sin Tomás.
domingo, 31 de agosto de 2014
La caminata con los dos hermanos.
En Emaús, a unos once kilómetros al oeste de Jerusalén, vivían dos
hermanos, pastores, que habían pasado la semana de Pascua en Jerusalén
asistiendo a los sacrificios, ceremonias y festividades. Cleofas, el
mayor, era un creyente a medias de Jesús; por lo menos había sido
expulsado de la sinagoga. Su hermano, Jacobo, no era creyente, aunque
estaba muy perplejo por lo que había oído sobre las enseñanzas y obras
del Maestro.
Este domingo por la tarde, a unos cinco kilómetros fuera de Jerusalén y pocos minutos antes de las cinco, al caminar estos dos hermanos por la carretera a Emaús, conversaban muy ensimismados sobre Jesús, sus enseñanzas, sus obras, y más específicamente de los rumores de que su tumba estaba vacía, y que ciertas mujeres habían hablado con él. Cleofas estaba casi decidido a creer en estos informes, pero Jacobo insistía en que se trataba probablemente de un engaño. Mientras así discutían y debatían camino a su casa, la manifestación morontial de Jesús, su séptima aparición, apareció caminando a su lado. Cleofas había escuchado muchas veces las enseñanzas de Jesús y había comido con él en las casas de los creyentes de Jerusalén en varias ocasiones, pero no reconoció al Maestro aun cuando éste le habló libremente.
Después de caminar un corto camino con ellos, Jesús dijo: «¿Cuáles son las palabras que estabais intercambiando con tanta intensidad al acercarme yo?» Cuando Jesús hubo hablado, se detuvieron y le miraron con triste sorpresa. Dijo Cleofas: «¿Es posible que tú vivas en Jerusalén y no sepas de las cosas que han ocurrido recientemente?» Entonces preguntó el Maestro: «¿Qué cosas?» Cleofas replicó: «Si tú no sabes de estos asuntos, eres el único en Jerusalén que no ha oído estos rumores sobre Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso de palabra y de hecho ante Dios y todo el pueblo. Los altos sacerdotes y nuestros líderes lo entregaron a los romanos y demandaron que se le crucificara. Ahora pues, muchos de nosotros teníamos la esperanza de que él fuera el que liberaría a Israel del yugo de los gentiles. Pero eso no es todo. Hoy es el tercer día desde que fue crucificado, y unas mujeres este día nos asombraron declarando que muy temprano esta mañana fueron a su tumba y la encontraron vacía. Y estas mismas mujeres insisten que ellas han hablado con este hombre; sostienen que ha resucitado de entre los muertos. Cuando las mujeres informaron de esto a los hombres, dos de sus apóstoles corrieron a la tumba y del mismo modo la encontraron vacía», y aquí Jacobo interrumpió a su hermano para decir: «Pero no vieron a Jesús».
Mientras seguían caminando, Jesús les dijo: «¡Cuán lentos sois en comprender la verdad! Cuando me decís que estáis discutiendo las enseñanzas y las obras de este hombre, tal vez yo os pueda esclarecer, puesto que estoy más que familiarizado con estas enseñanzas. ¿Acaso no recordáis que este Jesús siempre enseñó que su reino no era de este mundo, y que todos los hombres, siendo hijos de Dios, debían encontrar la libertad y la emancipación en el regocijo espiritual de ser miembros de la hermandad del servicio amante en este nuevo reino de la verdad del amor del Padre celestial? ¿Acaso no recordáis cómo este Hijo del Hombre proclamó la salvación de Dios para todos los hombres, ministrando a los enfermos y afligidos y liberando a los que estaban encadenados por el temor y esclavisados por el mal? ¿Acaso no sabéis que este hombre de Nazaret dijo a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, ser entregado a sus enemigos, quienes lo pondrían a muerte, y que luego resucitaría al tercer día? ¿Acaso no habéis escuchado esto? ¿Y no habéis leído nunca en las Escrituras sobre este día de salvación de judíos y gentiles, donde dice que en él todas las familias de la tierra serán benditas; que él oirá el llanto de los necesitados y salvará el alma de los pobres que lo busquen; que todas las naciones lo llamarán bendito? Que ese Libertador será como la sombra de una gran roca sobre una tierra cansada. Que alimentará al rebaño como un buen pastor, juntando a las ovejas en sus brazos y llevándolas tiernamente en su regazo. Que abrirá los ojos de los que son ciegos espiritualmente y que traerá a los prisioneros de la desesperación a la plena libertad y luz; que todos los que están sentados en las tinieblas, verán la gran luz de la salvación eterna. Que él vendará a los quebrantados de corazón, publicará libertad a los cautivos del pecado, y abrirá la prisión de los que están esclavizados por el temor y encadenados por el mal. Que confortará a los que están de luto y les otorgará el regocijo de la salvación en lugar de la pena y de la pesadumbre. Que será el deseo de todas las naciones y la felicidad eterna de los que buscan la rectitud. Que este hijo de la verdad y de la rectitud se elevará en el mundo con luz curativa y poder salvador; incluso que salvará a su pueblo de sus pecados; que realmente buscará y salvará a los que se han descarriado. Que no destruirá a los débiles sino que ministrará salvación a todos los que tienen hambre y sed de rectitud. Que los que crean en él tendrán vida eterna. Que él derramará su espíritu sobre toda la carne, y que este Espíritu de la Verdad será en cada creyente un manantial de agua, que llegará hasta la vida eterna. ¿Acaso no comprendisteis cuán grande era el evangelio del reino que os entregó este hombre? ¿No percibís acaso cuán grande es la salvación que os ha llegado?».
A estas alturas, habían llegado cerca de la aldea donde vivían los dos hermanos. Los dos hombres no habían hablado palabra alguna desde que Jesús empezó a enseñarles mientras caminaban por el camino. Pronto llegaron frente a su humilde morada, y Jesús estaba a punto de despedirse de ellos, para proseguir su camino, pero lo instaron a que entrara y morara con ellos. Insistieron que era casi de noche y que se quedara con ellos. Finalmente Jesús consistió, y muy poco después entraron en la casa, y se sentaron a comer. Le dieron el pan para que lo bendijera, y al empezar él a romperlo para compartirlo con ellos, se les abrieron los ojos y Cleofas reconoció que su huésped era el Maestro mismo. Y cuando dijo, «es el Maestro—», el Jesús morontial desapareció de su vista.
Entonces se dijeron uno al otro: «¡Con razón nuestro corazón nos ardía en el pecho mientras él nos hablaba al caminar por la carretera. Y mientras abría para nosotros la puerta de la comprensión de las enseñanzas de las Escrituras!
No comieron. Habían visto al Maestro morontial, y salieron corriendo de la casa, dándose prisa en dirección a Jerusalén para difundir la buena nueva del Salvador resucitado.
Aproximadamente a las nueve de esa noche y justo antes de que el Maestro apareciera a los diez, estos dos hermanos excitados se abalanzaron sobre los apóstoles en el aposento superior, declarando que habían visto a Jesús y habían hablado con él. Y les dijeron todo lo que Jesús les había dicho a ellos, y cómo ellos no discernieron quién era él hasta el momento en que rompió el pan.
Este domingo por la tarde, a unos cinco kilómetros fuera de Jerusalén y pocos minutos antes de las cinco, al caminar estos dos hermanos por la carretera a Emaús, conversaban muy ensimismados sobre Jesús, sus enseñanzas, sus obras, y más específicamente de los rumores de que su tumba estaba vacía, y que ciertas mujeres habían hablado con él. Cleofas estaba casi decidido a creer en estos informes, pero Jacobo insistía en que se trataba probablemente de un engaño. Mientras así discutían y debatían camino a su casa, la manifestación morontial de Jesús, su séptima aparición, apareció caminando a su lado. Cleofas había escuchado muchas veces las enseñanzas de Jesús y había comido con él en las casas de los creyentes de Jerusalén en varias ocasiones, pero no reconoció al Maestro aun cuando éste le habló libremente.
Después de caminar un corto camino con ellos, Jesús dijo: «¿Cuáles son las palabras que estabais intercambiando con tanta intensidad al acercarme yo?» Cuando Jesús hubo hablado, se detuvieron y le miraron con triste sorpresa. Dijo Cleofas: «¿Es posible que tú vivas en Jerusalén y no sepas de las cosas que han ocurrido recientemente?» Entonces preguntó el Maestro: «¿Qué cosas?» Cleofas replicó: «Si tú no sabes de estos asuntos, eres el único en Jerusalén que no ha oído estos rumores sobre Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso de palabra y de hecho ante Dios y todo el pueblo. Los altos sacerdotes y nuestros líderes lo entregaron a los romanos y demandaron que se le crucificara. Ahora pues, muchos de nosotros teníamos la esperanza de que él fuera el que liberaría a Israel del yugo de los gentiles. Pero eso no es todo. Hoy es el tercer día desde que fue crucificado, y unas mujeres este día nos asombraron declarando que muy temprano esta mañana fueron a su tumba y la encontraron vacía. Y estas mismas mujeres insisten que ellas han hablado con este hombre; sostienen que ha resucitado de entre los muertos. Cuando las mujeres informaron de esto a los hombres, dos de sus apóstoles corrieron a la tumba y del mismo modo la encontraron vacía», y aquí Jacobo interrumpió a su hermano para decir: «Pero no vieron a Jesús».
Mientras seguían caminando, Jesús les dijo: «¡Cuán lentos sois en comprender la verdad! Cuando me decís que estáis discutiendo las enseñanzas y las obras de este hombre, tal vez yo os pueda esclarecer, puesto que estoy más que familiarizado con estas enseñanzas. ¿Acaso no recordáis que este Jesús siempre enseñó que su reino no era de este mundo, y que todos los hombres, siendo hijos de Dios, debían encontrar la libertad y la emancipación en el regocijo espiritual de ser miembros de la hermandad del servicio amante en este nuevo reino de la verdad del amor del Padre celestial? ¿Acaso no recordáis cómo este Hijo del Hombre proclamó la salvación de Dios para todos los hombres, ministrando a los enfermos y afligidos y liberando a los que estaban encadenados por el temor y esclavisados por el mal? ¿Acaso no sabéis que este hombre de Nazaret dijo a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, ser entregado a sus enemigos, quienes lo pondrían a muerte, y que luego resucitaría al tercer día? ¿Acaso no habéis escuchado esto? ¿Y no habéis leído nunca en las Escrituras sobre este día de salvación de judíos y gentiles, donde dice que en él todas las familias de la tierra serán benditas; que él oirá el llanto de los necesitados y salvará el alma de los pobres que lo busquen; que todas las naciones lo llamarán bendito? Que ese Libertador será como la sombra de una gran roca sobre una tierra cansada. Que alimentará al rebaño como un buen pastor, juntando a las ovejas en sus brazos y llevándolas tiernamente en su regazo. Que abrirá los ojos de los que son ciegos espiritualmente y que traerá a los prisioneros de la desesperación a la plena libertad y luz; que todos los que están sentados en las tinieblas, verán la gran luz de la salvación eterna. Que él vendará a los quebrantados de corazón, publicará libertad a los cautivos del pecado, y abrirá la prisión de los que están esclavizados por el temor y encadenados por el mal. Que confortará a los que están de luto y les otorgará el regocijo de la salvación en lugar de la pena y de la pesadumbre. Que será el deseo de todas las naciones y la felicidad eterna de los que buscan la rectitud. Que este hijo de la verdad y de la rectitud se elevará en el mundo con luz curativa y poder salvador; incluso que salvará a su pueblo de sus pecados; que realmente buscará y salvará a los que se han descarriado. Que no destruirá a los débiles sino que ministrará salvación a todos los que tienen hambre y sed de rectitud. Que los que crean en él tendrán vida eterna. Que él derramará su espíritu sobre toda la carne, y que este Espíritu de la Verdad será en cada creyente un manantial de agua, que llegará hasta la vida eterna. ¿Acaso no comprendisteis cuán grande era el evangelio del reino que os entregó este hombre? ¿No percibís acaso cuán grande es la salvación que os ha llegado?».
A estas alturas, habían llegado cerca de la aldea donde vivían los dos hermanos. Los dos hombres no habían hablado palabra alguna desde que Jesús empezó a enseñarles mientras caminaban por el camino. Pronto llegaron frente a su humilde morada, y Jesús estaba a punto de despedirse de ellos, para proseguir su camino, pero lo instaron a que entrara y morara con ellos. Insistieron que era casi de noche y que se quedara con ellos. Finalmente Jesús consistió, y muy poco después entraron en la casa, y se sentaron a comer. Le dieron el pan para que lo bendijera, y al empezar él a romperlo para compartirlo con ellos, se les abrieron los ojos y Cleofas reconoció que su huésped era el Maestro mismo. Y cuando dijo, «es el Maestro—», el Jesús morontial desapareció de su vista.
Entonces se dijeron uno al otro: «¡Con razón nuestro corazón nos ardía en el pecho mientras él nos hablaba al caminar por la carretera. Y mientras abría para nosotros la puerta de la comprensión de las enseñanzas de las Escrituras!
No comieron. Habían visto al Maestro morontial, y salieron corriendo de la casa, dándose prisa en dirección a Jerusalén para difundir la buena nueva del Salvador resucitado.
Aproximadamente a las nueve de esa noche y justo antes de que el Maestro apareciera a los diez, estos dos hermanos excitados se abalanzaron sobre los apóstoles en el aposento superior, declarando que habían visto a Jesús y habían hablado con él. Y les dijeron todo lo que Jesús les había dicho a ellos, y cómo ellos no discernieron quién era él hasta el momento en que rompió el pan.
domingo, 24 de agosto de 2014
La aparición a los griegos.
Alrededor de las cuatro y media, en la casa de un tal Flavio, el
Maestro hizo su sexta aparición morontial a unos cuarenta creyentes
griegos allí reunidos. Mientras estaban ellos discutiendo los informes
sobre la resurrección del Maestro, él se manifestó en su medio, a pesar
de que las puertas estaban cerradas con seguro, y les habló diciendo: «Que la paz sea con
vosotros. Aunque el Hijo del Hombre apareció en la tierra entre los
judíos, él vino para ministrar a todos los hombres. En el reino de mi
Padre no habrá ni judíos ni gentiles; seréis todos hermanos — los hijos
de Dios. Id pues al mundo, proclamando este evangelio de salvación, así
como lo habéis recibido de los embajadores del reino, y yo os recibiré
en la comunión de la hermandad de los hijos de la fe y de la verdad del
Padre». Cuando así les habló, se despidió, y no le volvieron a ver.
Permanecieron dentro de la casa toda la noche, estaban demasiado
sobrecogidos de pavor y temor para atreverse a salir. Tampoco durmieron
estos griegos esa noche; permanecieron despiertos, discutiendo estas
cosas y esperando que el Maestro los pudiera visitar nuevamente. En este
grupo estaban muchos de los griegos que se encontraban en Getsemaní
cuando los soldados arrestaron a Jesús después de que Judas le traicionó
con un beso.
Los rumores de la resurrección de Jesús y los informes sobre las muchas apariciones a sus seguidores se estaban difundiendo rápidamente, y la ciudad entera estaba en un estado de tensa excitación. Ya el Maestro había aparecido ante su familia, las mujeres, y los griegos, y dentro de poco, se manifestaría entre los apóstoles. El sanedrín pronto está por empezar la discusión de estos nuevos problemas que tan repentinamente se han precipitado sobre los potentados judíos. Jesús piensa mucho acerca de sus apóstoles, pero desea que sigan estando solos por unas horas más, para que reflexionen solemnemente y consideren las cosas antes de que él los visite.
Los rumores de la resurrección de Jesús y los informes sobre las muchas apariciones a sus seguidores se estaban difundiendo rápidamente, y la ciudad entera estaba en un estado de tensa excitación. Ya el Maestro había aparecido ante su familia, las mujeres, y los griegos, y dentro de poco, se manifestaría entre los apóstoles. El sanedrín pronto está por empezar la discusión de estos nuevos problemas que tan repentinamente se han precipitado sobre los potentados judíos. Jesús piensa mucho acerca de sus apóstoles, pero desea que sigan estando solos por unas horas más, para que reflexionen solemnemente y consideren las cosas antes de que él los visite.
jueves, 21 de agosto de 2014
En la casa de José.
La quinta manifestación morontial de Jesús
ante ojos mortales ocurrió en presencia de unas veinticinco mujeres
creyentes reunidas en la casa de José de Arimatea, aproximadamente
quince minutos después de las cuatro de este mismo domingo por la tarde.
María Magdalena había vuelto de la casa de José unos pocos minutos
antes de esta aparición. Santiago, el hermano de Jesús, había solicitado
que nada se dijera a los apóstoles sobre la aparición del Maestro en
Betania. No le había pedido a María que no informara a sus hermanas
creyentes de este hecho. Por lo tanto, una vez que María hizo prometer a
todas las mujeres que mantendrían el secreto, procedió a relatar lo que
tan recientemente había sucedido mientras ella estaba con la familia de
Jesús en Betania. Estaban precisamente en el medio de este relato
apasionante, cuando cayó sobre ellas un silencio súbito y solemne;
contemplaron entonces en su medio, la forma enteramente visible del
Jesús resucitado. Él las saludó diciendo: «Que la paz sea con vosotras.
En la comunidad del reino no habrá judíos ni gentiles, ricos ni pobres,
libres ni esclavos, hombres ni mujeres. También sois llamadas a difundir
la buena nueva de la liberación de la humanidad mediante el evangelio
de la filiación con Dios en el reino del cielo. Id a todo el mundo
proclamando este evangelio y confirmando a los creyentes en la fe del
mismo. Mientras hacéis esto, no olvidéis ministrar a los enfermos y
fortalecer a los que son de corazón débil y que se dejan dominar por el
temor. Y estaré con vosotras siempre, aun hasta los confines de la
tierra». Y cuando hubo hablado así, desapareció de su vista, mientras
las mujeres caían de bruces y adoraban en silencio.
De las cinco apariciones morontiales de Jesús que ocurrieron hasta ese momento, María Magdalena presenció cuatro.
Como resultado del envío de los mensajeros al mediodía y como consecuencia de la filtración inconsciente de sugerencias sobre la aparición de Jesús en la casa de José, se corrió entre los líderes de los judíos, durante el anochecer, el rumor de que en la ciudad se decía que Jesús se había levantado de entre los muertos, y que muchas personas decían haberlo visto. Los sanedristas estaban muy perturbados por estos rumores. Después de una apresurada consulta con Anás, Caifás convocó al sanedrín para que se reuniera a las ocho de esa noche. En esta reunión se tomó la decisión de echar de la sinagoga a toda persona que mencionara la resurrección de Jesús. Aun se sugirió, que el que dijera haberlo visto debía ser puesto a muerte. Esta propuesta, sin embargo, no llegó a votación puesto que la reunión se levantó en una confusión tan grande que lindaba en el verdadero pánico. Se habían atrevido a pensar que estaban libres de Jesús. Ahora estaban por descubrir que sus problemas reales con el varón de Nazaret recién empezaban.
De las cinco apariciones morontiales de Jesús que ocurrieron hasta ese momento, María Magdalena presenció cuatro.
Como resultado del envío de los mensajeros al mediodía y como consecuencia de la filtración inconsciente de sugerencias sobre la aparición de Jesús en la casa de José, se corrió entre los líderes de los judíos, durante el anochecer, el rumor de que en la ciudad se decía que Jesús se había levantado de entre los muertos, y que muchas personas decían haberlo visto. Los sanedristas estaban muy perturbados por estos rumores. Después de una apresurada consulta con Anás, Caifás convocó al sanedrín para que se reuniera a las ocho de esa noche. En esta reunión se tomó la decisión de echar de la sinagoga a toda persona que mencionara la resurrección de Jesús. Aun se sugirió, que el que dijera haberlo visto debía ser puesto a muerte. Esta propuesta, sin embargo, no llegó a votación puesto que la reunión se levantó en una confusión tan grande que lindaba en el verdadero pánico. Se habían atrevido a pensar que estaban libres de Jesús. Ahora estaban por descubrir que sus problemas reales con el varón de Nazaret recién empezaban.
miércoles, 20 de agosto de 2014
La aparición de Jesús en Betania.
Desde el momento de su resurrección morontial
hasta la hora de su ascensión espiritual a lo alto, Jesús hizo
diecinueve apariciones separadas en forma visible a sus creyentes en la
tierra. No apareció ante sus enemigos ni tampoco ante los que no podían
hacer uso espiritual de su manifestación en forma visible. Su primera
aparición fue a las cinco mujeres junto al sepulcro; la segunda, a María
Magdalena, también junto al sepulcro.
La tercera aparición ocurrió alrededor del mediodía de este domingo en Betania. Poco después del mediodía, el hermano mayor de Jesús, Santiago, estaba de pie en el jardín de Lázaro ante la tumba vacía del hermano resucitado de Marta y María, reflexionando sobre la noticia que el mensajero de David les había traído una hora antes. Santiago siempre tendió a creer en la misión de su hermano mayor en la tierra, pero desde hacía mucho había perdido el contacto con el trabajo de Jesús y se había dejado dominar por graves incertidumbres sobre las afirmaciones posteriores de los apóstoles de que Jesús era el Mesías. La familia entera estaba asombrada y prácticamente confundida por la noticia traída por el mensajero. Aun al estar Santiago de pie ante la tumba vacía de Lázaro, llegó María Magdalena para relatar a la familia con gran emoción sus experiencias de las primeras horas de la mañana junto a la tumba de José. Antes de que ella terminara, llegaron David Zebedeo y la madre de él. Ruth, por supuesto, creyó en el informe, como así también Judá, después de haber hablado con David y Salomé.
En el ínterin, mientras ellos buscaban a Santiago y antes de que lo encontraran, y mientras él estaba allí en el jardín cerca de la tumba, se apercibió de una presencia cercana, como si alguien le hubiera tocado el hombro; y cuando se volvió para mirar, contempló la aparición gradual de una forma extraña a su lado. Estaba demasiado asombrado para poder hablar y demasiado asustado para huir. Entonces, la extraña forma habló diciendo: «Santiago, he venido para llamarte al servicio del reino. Reúnete sinceramente con tus hermanos y sigue mis pasos». Cuando Santiago escuchó su nombre, supo que era su hermano mayor, Jesús, quien así le había hablado. Todos tenían mayores o menores dificultades en reconocer la forma morontial del Maestro, pero pocos de ellos tenían problema alguno en reconocer su voz o en identificar de otra manera su encantadora personalidad cuando él se comunicaba con ellos.
Cuando Santiago percibió que Jesús le estaba dirigiendo la palabra, quiso echarse a sus pies, exclamando: «Padre mío y hermano mío», pero Jesús le dijo que se pusiera de pie mientras él le hablaba. Caminaron por el jardín y conversaron casi tres minutos; hablaron de las experiencias de días pasados y pronosticaron los eventos del futuro cercano. Cuando se acercaron a la casa, Jesús dijo: «Adiós, Santiago, hasta que os reciba a todos juntos».
Santiago entró corriendo a la casa, mientras ellos lo buscaban en Betfagé, exclamando: «Acabo de ver a Jesús, y de hablar con él; yo conversé con él. No está muerto; ¡ha resucitado! Se desapareció de ante mí, diciendo, `Adiós, hasta que os reciba a todos juntos'». Apenas acababa de hablar cuando retornó Judá, y volvió a relatar la experiencia de encontrar a Jesús en el jardín, para que la escuchara Judá. Todos ellos comenzaron a creer en la resurrección de Jesús. Santiago anunció seguidamente que no volvería a Galilea, y David exclamó: «Ya no sólo las emotivas mujeres lo ven; aún hombres de corazón fuerte han empezado a verlo. Espero verlo yo también».
David no tuvo que esperar mucho, porque la cuarta aparición de Jesús ante una presencia mortal ocurrió poco antes de las dos de la tarde en esta misma casa de Marta y María, cuando él apareció visiblemente ante su familia terrenal y sus amigos, veinte en total. El Maestro apareció junto a la puerta de atrás, que estaba abierta, diciendo: «Que la paz sea con vosotros. Salutaciones para los que estuvieron junto a mí en la carne, y hermandad para mis hermanas y hermanos en el reino del cielo. ¿Cómo pudisteis dudar? ¿Por qué habéis titubeado tanto antes de elegir seguir de todo corazón la luz de la verdad? Venid, por tanto, todos vosotros a la hermandad del Espíritu de la Verdad en el reino del Padre». Cuando ellos se recuperaron de la primera impresión y del asombro y se le acercaron con la intención de abrazarlo, él desapareció de su vista.
Todos querían correr a la ciudad para decir a los apóstoles incrédulos lo que había ocurrido, pero Santiago los detuvo. Tan sólo se le permitió a María Magdalena volver a la casa de José. Santiago prohibió que ellos difundieran el hecho de esta visita morontial, debido a ciertas cosas que Jesús le había dicho mientras conversaba con él en el jardín. Pero Santiago nunca reveló nada más de la conversación que tuvo con el Maestro resucitado este día en la casa de Lázaro en Betania.
La tercera aparición ocurrió alrededor del mediodía de este domingo en Betania. Poco después del mediodía, el hermano mayor de Jesús, Santiago, estaba de pie en el jardín de Lázaro ante la tumba vacía del hermano resucitado de Marta y María, reflexionando sobre la noticia que el mensajero de David les había traído una hora antes. Santiago siempre tendió a creer en la misión de su hermano mayor en la tierra, pero desde hacía mucho había perdido el contacto con el trabajo de Jesús y se había dejado dominar por graves incertidumbres sobre las afirmaciones posteriores de los apóstoles de que Jesús era el Mesías. La familia entera estaba asombrada y prácticamente confundida por la noticia traída por el mensajero. Aun al estar Santiago de pie ante la tumba vacía de Lázaro, llegó María Magdalena para relatar a la familia con gran emoción sus experiencias de las primeras horas de la mañana junto a la tumba de José. Antes de que ella terminara, llegaron David Zebedeo y la madre de él. Ruth, por supuesto, creyó en el informe, como así también Judá, después de haber hablado con David y Salomé.
En el ínterin, mientras ellos buscaban a Santiago y antes de que lo encontraran, y mientras él estaba allí en el jardín cerca de la tumba, se apercibió de una presencia cercana, como si alguien le hubiera tocado el hombro; y cuando se volvió para mirar, contempló la aparición gradual de una forma extraña a su lado. Estaba demasiado asombrado para poder hablar y demasiado asustado para huir. Entonces, la extraña forma habló diciendo: «Santiago, he venido para llamarte al servicio del reino. Reúnete sinceramente con tus hermanos y sigue mis pasos». Cuando Santiago escuchó su nombre, supo que era su hermano mayor, Jesús, quien así le había hablado. Todos tenían mayores o menores dificultades en reconocer la forma morontial del Maestro, pero pocos de ellos tenían problema alguno en reconocer su voz o en identificar de otra manera su encantadora personalidad cuando él se comunicaba con ellos.
Cuando Santiago percibió que Jesús le estaba dirigiendo la palabra, quiso echarse a sus pies, exclamando: «Padre mío y hermano mío», pero Jesús le dijo que se pusiera de pie mientras él le hablaba. Caminaron por el jardín y conversaron casi tres minutos; hablaron de las experiencias de días pasados y pronosticaron los eventos del futuro cercano. Cuando se acercaron a la casa, Jesús dijo: «Adiós, Santiago, hasta que os reciba a todos juntos».
Santiago entró corriendo a la casa, mientras ellos lo buscaban en Betfagé, exclamando: «Acabo de ver a Jesús, y de hablar con él; yo conversé con él. No está muerto; ¡ha resucitado! Se desapareció de ante mí, diciendo, `Adiós, hasta que os reciba a todos juntos'». Apenas acababa de hablar cuando retornó Judá, y volvió a relatar la experiencia de encontrar a Jesús en el jardín, para que la escuchara Judá. Todos ellos comenzaron a creer en la resurrección de Jesús. Santiago anunció seguidamente que no volvería a Galilea, y David exclamó: «Ya no sólo las emotivas mujeres lo ven; aún hombres de corazón fuerte han empezado a verlo. Espero verlo yo también».
David no tuvo que esperar mucho, porque la cuarta aparición de Jesús ante una presencia mortal ocurrió poco antes de las dos de la tarde en esta misma casa de Marta y María, cuando él apareció visiblemente ante su familia terrenal y sus amigos, veinte en total. El Maestro apareció junto a la puerta de atrás, que estaba abierta, diciendo: «Que la paz sea con vosotros. Salutaciones para los que estuvieron junto a mí en la carne, y hermandad para mis hermanas y hermanos en el reino del cielo. ¿Cómo pudisteis dudar? ¿Por qué habéis titubeado tanto antes de elegir seguir de todo corazón la luz de la verdad? Venid, por tanto, todos vosotros a la hermandad del Espíritu de la Verdad en el reino del Padre». Cuando ellos se recuperaron de la primera impresión y del asombro y se le acercaron con la intención de abrazarlo, él desapareció de su vista.
Todos querían correr a la ciudad para decir a los apóstoles incrédulos lo que había ocurrido, pero Santiago los detuvo. Tan sólo se le permitió a María Magdalena volver a la casa de José. Santiago prohibió que ellos difundieran el hecho de esta visita morontial, debido a ciertas cosas que Jesús le había dicho mientras conversaba con él en el jardín. Pero Santiago nunca reveló nada más de la conversación que tuvo con el Maestro resucitado este día en la casa de Lázaro en Betania.
sábado, 9 de agosto de 2014
Los heraldos de la resurreción.
Los apóstoles no querían que Jesús los dejara. Por lo tanto no
prestaron atención a todas sus declaraciones sobre la muerte así como
también sus promesas de volver a levantarse. No esperaban la
resurrección como ocurrió, y se negaron a creer hasta enfrentarse con la
compulsión de una prueba indiscutible y la comprobación absoluta de su
propia experiencia.
Cuando los apóstoles se negaron a creer en el informe de las cinco mujeres que dijeron que habían visto a Jesús y habían hablado con él, María Magdalena volvió al sepulcro, y las demás regresaron a la casa de José, donde relataron su experiencia a la hija de José y a las demás mujeres. Las mujeres creyeron en ese informe. Poco después de las seis, la hija de José de Arimatea y las cuatro mujeres que habían visto a Jesús fueron a la casa de Nicodemo, y allí relataron todos estos acontecimientos a José, Nicodemo, David Zebedeo, y los demás hombres que estaban allí reunidos. Nicodemo y los demás dudaron de este relato, dudaron de que Jesús hubiera resucitado de entre los muertos; conjeturaron que los judíos habían sacado el cadáver. José y David estaban dispuestos a creer en el informe, tanto que se fueron de prisa a inspeccionar la tumba, y encontraron que todo estaba tal como las mujeres lo habían descrito. Fueron los últimos en ver así el sepulcro, porque el sumo sacerdote envió al capitán de los guardianes del templo a la tumba, a las siete y media, para llevarse los mantos fúnebres. El capitán los envolvió en la sábana de lino y los arrojó a un precipicio cercano.
Desde la tumba, David y José fueron inmediatamente a la casa de Elías Marcos, donde conferenciaron con los diez apóstoles en el aposento superior. Sólo Juan Zebedeo estaba dispuesto a creer, aunque vagamente, que Jesús se había levantado de entre los muertos. Pedro lo había creído al principio pero, cuando no encontró al Maestro, comenzó a dudar seriamente. Estaban todos dispuestos a creer que los judíos se habían llevado el cadáver. David no quiso discutir con ellos, pero cuando se fue, dijo: «Vosotros sois los apóstoles y deberíais comprender estas cosas. Yo no voy a argüir con vosotros; sin embargo, ahora vuelvo a la casa de Nicodemo, donde, según nuestro acuerdo, me encontraré con los mensajeros esta mañana, y cuando se hayan reunido, los enviaré en su última misión, como heraldos de la resurrección del Maestro. Yo le oí al Maestro decir que, después de su muerte, se levantaría al tercer día, y le creo». Hablando así a los deprimidos y abandonados embajadores del reino, este autonombrado jefe de comunicaciones e inteligencia se despidió de los apóstoles. Camino del aposento superior dejó caer en el regazo de Mateo Leví la bolsa de Judas, que contenía todos los fondos apostólicos.
Eran aproximadamente las nueve y media cuando el último de los veintiséis mensajeros de David llegó a la casa de Nicodemo. David prontamente los reunió en el espacioso patio y les dirigió la palabra:
«Hombres y hermanos, todo este tiempo me habéis servido de acuerdo con vuestro juramento ante mí y ante vosotros mismos, y os llamo a testimonio de que no he enviado nunca falsa información por medio de vosotros. Estoy a punto de enviaros en vuestra última misión como mensajeros voluntarios del reino, y al hacer así os libero de vuestro juramento y por ello estoy disolviendo este cuerpo de mensajeros. Hombres, yo os declaro que hemos terminado nuestra obra. El Maestro ya no necesita de mensajeros mortales; él se ha levantado de entre los muertos. Él nos dijo antes de que lo arrestaran que moriría, y que se levantará al tercer día. Yo he visto el sepulcro: está vacío. He hablado con María Magdalena y otras cuatro mujeres, quienes hablaron con Jesús. Ahora yo disuelvo este grupo, me despido de vosotros, y os envío en vuestra tarea respectiva, y el mensaje que llevaréis a los creyentes es: `Jesús se ha levantado de entre los muertos; la tumba está vacía'».
La mayoría de los que estaban presentes trataron de persuadir a David de que no lo hiciera. Pero no pudieron influir sobre él. Entonces, trataron de disuadir a los mensajeros, pero éstos no escuchaban expresiones de incertidumbre. Así pues, poco después de las diez de la mañana del domingo, estos veintiséis corredores salieron como primeros heraldos del poderoso verdad-hecho del Jesús resucitado. Y comenzaron esta misión como habían comenzado tantas otras, satisfaciendo su juramento ante David Zebedeo y ante ellos mismos. Estos hombres tenían gran confianza en David. Partieron en esta tarea sin siquiera detenerse para hablar con los que habían visto a Jesús; creyeron en la palabra de David. La mayoría de ellos creía en lo que David les había dicho, y aun los que dudaban un tanto, llevaron el mensaje de la misma manera certera y rápida.
Los apóstoles, el cuerpo espiritual del reino, están este día reunidos en el aposento superior, y allí manifiestan temor y expresan dudas, mientras que estos laicos, que representan el primer intento de socialización del evangelio del Maestro de la hermandad del hombre, bajo las órdenes de su líder audaz y eficiente, salen para proclamar al Salvador resucitado de un mundo y de un universo. Y emprenden este servicio pletórico aun antes de que sus representantes elegidos estén dispuestos a creer en su palabra o a aceptar la prueba de los testigos.
Estos veintiséis fueron despachados a la casa de Lázaro en Betania, y a todos los centros de creyentes, desde Beerseba en el sur hasta Damasco y Sidón en el norte; y desde Filadelfia en el este hasta Alejandría en el oeste.
Cuando David se hubo despedido de sus hermanos, fue a la casa de José a buscar a su madre, y salieron de Betania para reunirse con la familia de Jesús que aguardaba. David moró allí en Betania con Marta y María hasta después de disponer ellas de sus posesiones terrenales, y las acompañó cuando partieron para reunirse con su hermano Lázaro, en Filadelfia.
Aproximadamente una semana desde ese día, Juan Zebedeo llevó a María la madre de Jesús a su casa en Betsaida. Santiago, el hermano mayor de Jesús, permaneció con su familia en Jerusalén. Ruth se quedó en Betania con las hermanas de Lázaro. El resto de la familia de Jesús volvió a Galilea. David Zebedeo partió de Betania con Marta y María, camino a Filadelfia, en la primera parte de junio, el día siguiente de celebrar esponsales con Ruth, la hermana menor de Jesús.
Cuando los apóstoles se negaron a creer en el informe de las cinco mujeres que dijeron que habían visto a Jesús y habían hablado con él, María Magdalena volvió al sepulcro, y las demás regresaron a la casa de José, donde relataron su experiencia a la hija de José y a las demás mujeres. Las mujeres creyeron en ese informe. Poco después de las seis, la hija de José de Arimatea y las cuatro mujeres que habían visto a Jesús fueron a la casa de Nicodemo, y allí relataron todos estos acontecimientos a José, Nicodemo, David Zebedeo, y los demás hombres que estaban allí reunidos. Nicodemo y los demás dudaron de este relato, dudaron de que Jesús hubiera resucitado de entre los muertos; conjeturaron que los judíos habían sacado el cadáver. José y David estaban dispuestos a creer en el informe, tanto que se fueron de prisa a inspeccionar la tumba, y encontraron que todo estaba tal como las mujeres lo habían descrito. Fueron los últimos en ver así el sepulcro, porque el sumo sacerdote envió al capitán de los guardianes del templo a la tumba, a las siete y media, para llevarse los mantos fúnebres. El capitán los envolvió en la sábana de lino y los arrojó a un precipicio cercano.
Desde la tumba, David y José fueron inmediatamente a la casa de Elías Marcos, donde conferenciaron con los diez apóstoles en el aposento superior. Sólo Juan Zebedeo estaba dispuesto a creer, aunque vagamente, que Jesús se había levantado de entre los muertos. Pedro lo había creído al principio pero, cuando no encontró al Maestro, comenzó a dudar seriamente. Estaban todos dispuestos a creer que los judíos se habían llevado el cadáver. David no quiso discutir con ellos, pero cuando se fue, dijo: «Vosotros sois los apóstoles y deberíais comprender estas cosas. Yo no voy a argüir con vosotros; sin embargo, ahora vuelvo a la casa de Nicodemo, donde, según nuestro acuerdo, me encontraré con los mensajeros esta mañana, y cuando se hayan reunido, los enviaré en su última misión, como heraldos de la resurrección del Maestro. Yo le oí al Maestro decir que, después de su muerte, se levantaría al tercer día, y le creo». Hablando así a los deprimidos y abandonados embajadores del reino, este autonombrado jefe de comunicaciones e inteligencia se despidió de los apóstoles. Camino del aposento superior dejó caer en el regazo de Mateo Leví la bolsa de Judas, que contenía todos los fondos apostólicos.
Eran aproximadamente las nueve y media cuando el último de los veintiséis mensajeros de David llegó a la casa de Nicodemo. David prontamente los reunió en el espacioso patio y les dirigió la palabra:
«Hombres y hermanos, todo este tiempo me habéis servido de acuerdo con vuestro juramento ante mí y ante vosotros mismos, y os llamo a testimonio de que no he enviado nunca falsa información por medio de vosotros. Estoy a punto de enviaros en vuestra última misión como mensajeros voluntarios del reino, y al hacer así os libero de vuestro juramento y por ello estoy disolviendo este cuerpo de mensajeros. Hombres, yo os declaro que hemos terminado nuestra obra. El Maestro ya no necesita de mensajeros mortales; él se ha levantado de entre los muertos. Él nos dijo antes de que lo arrestaran que moriría, y que se levantará al tercer día. Yo he visto el sepulcro: está vacío. He hablado con María Magdalena y otras cuatro mujeres, quienes hablaron con Jesús. Ahora yo disuelvo este grupo, me despido de vosotros, y os envío en vuestra tarea respectiva, y el mensaje que llevaréis a los creyentes es: `Jesús se ha levantado de entre los muertos; la tumba está vacía'».
La mayoría de los que estaban presentes trataron de persuadir a David de que no lo hiciera. Pero no pudieron influir sobre él. Entonces, trataron de disuadir a los mensajeros, pero éstos no escuchaban expresiones de incertidumbre. Así pues, poco después de las diez de la mañana del domingo, estos veintiséis corredores salieron como primeros heraldos del poderoso verdad-hecho del Jesús resucitado. Y comenzaron esta misión como habían comenzado tantas otras, satisfaciendo su juramento ante David Zebedeo y ante ellos mismos. Estos hombres tenían gran confianza en David. Partieron en esta tarea sin siquiera detenerse para hablar con los que habían visto a Jesús; creyeron en la palabra de David. La mayoría de ellos creía en lo que David les había dicho, y aun los que dudaban un tanto, llevaron el mensaje de la misma manera certera y rápida.
Los apóstoles, el cuerpo espiritual del reino, están este día reunidos en el aposento superior, y allí manifiestan temor y expresan dudas, mientras que estos laicos, que representan el primer intento de socialización del evangelio del Maestro de la hermandad del hombre, bajo las órdenes de su líder audaz y eficiente, salen para proclamar al Salvador resucitado de un mundo y de un universo. Y emprenden este servicio pletórico aun antes de que sus representantes elegidos estén dispuestos a creer en su palabra o a aceptar la prueba de los testigos.
Estos veintiséis fueron despachados a la casa de Lázaro en Betania, y a todos los centros de creyentes, desde Beerseba en el sur hasta Damasco y Sidón en el norte; y desde Filadelfia en el este hasta Alejandría en el oeste.
Cuando David se hubo despedido de sus hermanos, fue a la casa de José a buscar a su madre, y salieron de Betania para reunirse con la familia de Jesús que aguardaba. David moró allí en Betania con Marta y María hasta después de disponer ellas de sus posesiones terrenales, y las acompañó cuando partieron para reunirse con su hermano Lázaro, en Filadelfia.
Aproximadamente una semana desde ese día, Juan Zebedeo llevó a María la madre de Jesús a su casa en Betsaida. Santiago, el hermano mayor de Jesús, permaneció con su familia en Jerusalén. Ruth se quedó en Betania con las hermanas de Lázaro. El resto de la familia de Jesús volvió a Galilea. David Zebedeo partió de Betania con Marta y María, camino a Filadelfia, en la primera parte de junio, el día siguiente de celebrar esponsales con Ruth, la hermana menor de Jesús.
martes, 5 de agosto de 2014
Las apariciones morontiales de Jesús.
EL JESÚS resucitado se prepara para pasar un corto período en
Urantia, con el objeto de experimentar la carrera morontial ascendente
de un mortal de los reinos. Aunque este tiempo de la vida morontial se
pasará en el mundo de su encarnación mortal, será sin embargo en todos
los aspectos la contraparte de la experiencia de los mortales de Satania
que pasan a través de la vida morontial progresiva en los siete mundos
de estancia de Jerusem.
Todo este poder inherente en Jesús —el don de vida— que le permitió levantarse de los muertos, es el don mismo de vida eterna que él otorga a los creyentes del reino, y que aun ahora proporciona la certeza de la resurrección de los vínculos de la muerte natural.
Los mortales de los reinos se levantarán en la mañana de la resurrección con el mismo tipo de cuerpo de transición o morontial que Jesús tenía cuando se levantó de la tumba ese domingo por la mañana. Estos cuerpos no tienen circulación sanguínea, ni comparten de los alimentos materiales comunes; sin embargo, estas formas morontiales son reales. Cuando los distintos creyentes vieron a Jesús después de su resurrección, realmente lo vieron, no fueron víctimas autoengañadas de visiones ni de alucinaciones.
La fe absoluta en la resurrección de Jesús fue la característica cardinal de la fe de todas las ramas de las primeras enseñanzas del evangelio. En Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Filadelfia, todos los maestros del evangelio se unieron en esta fe implícita en la resurrección del Maestro.
Al considerar el papel prominente que jugó María Magdalena en la proclamación de la resurrección del Maestro, es importante notar que María era la portavoz principal del cuerpo de mujeres, así como Pedro lo era de los apóstoles. María no era la jefa de las mujeres, pero sí era su maestra jefa y su portavoz pública. María se había vuelto altamente circunspecta, de manera que su atrevimiento al dirigir la palabra a un hombre que ella consideraba ser el cuidador del jardín de José sólo indica cuán horrorizada estaba por haber encontrado vacía la tumba. Fue la profundidad y agonía de su amor, la plenitud de su devoción, lo que causó que ella olvidara, por un momento, las limitaciones convencionales impuestas a la forma en que una mujer judía podía dirigirse a un hombre extraño.
Todo este poder inherente en Jesús —el don de vida— que le permitió levantarse de los muertos, es el don mismo de vida eterna que él otorga a los creyentes del reino, y que aun ahora proporciona la certeza de la resurrección de los vínculos de la muerte natural.
Los mortales de los reinos se levantarán en la mañana de la resurrección con el mismo tipo de cuerpo de transición o morontial que Jesús tenía cuando se levantó de la tumba ese domingo por la mañana. Estos cuerpos no tienen circulación sanguínea, ni comparten de los alimentos materiales comunes; sin embargo, estas formas morontiales son reales. Cuando los distintos creyentes vieron a Jesús después de su resurrección, realmente lo vieron, no fueron víctimas autoengañadas de visiones ni de alucinaciones.
La fe absoluta en la resurrección de Jesús fue la característica cardinal de la fe de todas las ramas de las primeras enseñanzas del evangelio. En Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Filadelfia, todos los maestros del evangelio se unieron en esta fe implícita en la resurrección del Maestro.
Al considerar el papel prominente que jugó María Magdalena en la proclamación de la resurrección del Maestro, es importante notar que María era la portavoz principal del cuerpo de mujeres, así como Pedro lo era de los apóstoles. María no era la jefa de las mujeres, pero sí era su maestra jefa y su portavoz pública. María se había vuelto altamente circunspecta, de manera que su atrevimiento al dirigir la palabra a un hombre que ella consideraba ser el cuidador del jardín de José sólo indica cuán horrorizada estaba por haber encontrado vacía la tumba. Fue la profundidad y agonía de su amor, la plenitud de su devoción, lo que causó que ella olvidara, por un momento, las limitaciones convencionales impuestas a la forma en que una mujer judía podía dirigirse a un hombre extraño.
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