«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 11 de noviembre de 2016

La vulnerabilidad del materialismo

Qué insensatez la del hombre con mentalidad materialista cuando permite que unas teorías tan vulnerables como las de un universo mecanicista le priven de los enormes recursos espirituales de la experiencia personal de la verdadera religión. Los hechos nunca están reñidos con la auténtica fe espiritual; las teorías sí pueden estarlo. La ciencia haría mejor en dedicarse a destruir la superstición, en lugar de intentar aniquilar la fe religiosa —la creencia humana en las realidades espirituales y los valores divinos.
   
La ciencia debería hacer materialmente por el hombre lo que la religión hace espiritualmente por él: ampliar el horizonte de la vida y engrandecer su personalidad. La verdadera ciencia no puede tener ninguna discrepancia duradera con la verdadera religión. El «método científico» es simplemente una vara intelectual para medir las aventuras materiales y los logros físicos. Pero como es material y enteramente intelectual, es totalmente inútil para evaluar las realidades espirituales y las experiencias religiosas.
   
La contradicción del mecanicista moderno es la siguiente: Si este universo fuera simplemente material y el hombre sólo fuera una máquina, ese hombre sería enteramente incapaz de reconocerse como tal máquina; además, un hombre-máquina así sería totalmente inconsciente del hecho de que existe dicho universo material. El desaliento y la desesperación materialista de una ciencia mecanicista no han logrado reconocer el hecho de que la mente del científico está habitada por el espíritu, aunque la perspicacia supermaterial del científico es precisamente la que formula estos conceptos erróneos y contradictorios en sí mismos de un universo materialista.
   
Los valores paradisiacos de eternidad e infinidad, de verdad, belleza y bondad, están escondidos dentro de los hechos de los fenómenos de los universos del tiempo y del espacio. Pero es necesario el ojo de la fe de un mortal nacido del espíritu para detectar y discernir estos valores espirituales.
   
Las realidades y los valores del progreso espiritual no son una «proyección psicológica» —un simple sueño despierto y glorificado de la mente material. Estas cosas son las previsiones espirituales del Ajustador interior, del espíritu de Dios que vive en la mente del hombre. No dejéis que vuestros escarceos en los descubrimientos ligeramente vislumbrados de la «relatividad» alteren vuestros conceptos de la eternidad y de la infinidad de Dios. Y en todas vuestras tentativas relacionadas con la necesidad de expresaros, no cometáis el error de omitir la expresión del Ajustador, la manifestación de vuestro yo real y mejor.
  Si este universo sólo fuera material, el hombre material nunca sería capaz de llegar al concepto del carácter mecanicista de una existencia tan exclusivamente material. Este mismo concepto mecanicista del universo es, en sí mismo, un fenómeno no material de la mente, y toda mente es de origen no material, por mucho que pueda dar la impresión de estar condicionada materialmente y controlada mecánicamente.
   
El mecanismo mental parcialmente evolucionado del hombre mortal no está muy dotado de coherencia ni de sabiduría. La presunción del hombre sobrepasa a menudo su razón y elude su lógica.
   
El mismo pesimismo del materialista más pesimista es, en sí y por sí mismo, una prueba suficiente de que el universo del pesimista no es totalmente material. Tanto el optimismo como el pesimismo son unas reacciones conceptuales que se producen en una mente que es consciente de los valores así como de los hechos. Si el universo fuera realmente lo que el materialista considera que es, entonces el hombre, como máquina humana, estaría privado de todo reconocimiento consciente de ese mismo hecho. Sin la conciencia del concepto de los valores dentro de la mente nacida del espíritu, el hombre no podría reconocer de ninguna manera el hecho del materialismo universal ni los fenómenos mecanicistas de la acción del universo. Una máquina no puede ser consciente de la naturaleza ni del valor de otra máquina.
   
Una filosofía mecanicista de la vida y del universo no puede ser científica, porque la ciencia sólo reconoce y trata de los objetos materiales y de los hechos. La filosofía es inevitablemente supercientífica. El hombre es un hecho material de la naturaleza, pero su vida es un fenómeno que trasciende los niveles materiales de la naturaleza, porque manifiesta los atributos controladores de la mente y las cualidades creativas del espíritu.
   
El esfuerzo sincero del hombre por volverse mecanicista representa el fenómeno trágico del empeño inútil de ese hombre por suicidarse intelectual y moralmente. Pero no puede conseguirlo.
   
Si el universo sólo fuera material y el hombre solamente una máquina, no existiría ninguna ciencia que animara al científico a postular esta mecanización del universo. Las máquinas no pueden medirse, clasificarse ni evaluarse a sí mismas. Esta tarea científica sólo podría ejecutarla una entidad con estatus de supermáquina.
   
Si la realidad del universo no es más que una inmensa máquina, entonces el hombre debe estar fuera del universo y separado de él para poder reconocer este hecho y ser consciente de la perspicacia de esta evaluación.
   
Si el hombre sólo es una máquina, ¿qué técnica utiliza para llegar a creer o a pretender saber que sólo es una máquina? La experiencia de evaluarse conscientemente a sí mismo nunca es atributo de una simple máquina. Un mecanicista declarado y consciente de sí mismo es la mejor respuesta posible al mecanismo. Si el materialismo fuera un hecho, no podría existir ningún mecanicista consciente de sí mismo. También es cierto que primero hay que ser una persona moral antes de poder realizar actos inmorales.
   
La pretensión misma del materialismo implica una conciencia supermaterial de la mente que se atreve a afirmar tales dogmas. Un mecanismo puede deteriorarse, pero nunca puede progresar. Las máquinas no piensan, ni crean, ni sueñan, ni aspiran a algo, ni idealizan, ni tienen hambre de verdad o sed de rectitud. No motivan su vida con la pasión de servir a otras máquinas y escoger como meta de su progreso eterno la sublime tarea de encontrar a Dios y de esforzarse en ser como él. Las máquinas nunca son intelectuales, emotivas, estéticas, éticas, morales ni espirituales.
   
El arte prueba que el hombre no es mecánico, pero no prueba que sea espiritualmente inmortal. El arte es la morontia humana, el terreno intermedio entre el hombre material y el hombre espiritual. La poesía es un esfuerzo por huir de las realidades materiales hacia los valores espirituales.
   
En una civilización elevada, el arte humaniza a la ciencia, y es espiritualizado a su vez por la verdadera religión —la comprensión de los valores espirituales y eternos. El arte representa la evaluación humana y espacio-temporal de la realidad. La religión es el abrazo divino de los valores cósmicos y conlleva un progreso eterno en la ascensión y la expansión espirituales. El arte temporal sólo es peligroso cuando se vuelve ciego a los modelos espirituales de los arquetipos divinos que la eternidad refleja como sombras temporales de la realidad. El arte verdadero es la manipulación eficaz de las cosas materiales de la vida; la religión es la transformación ennoblecedora de los hechos materiales de la vida, y nunca deja de evaluar el arte en el sentido espiritual.
   
¡Cuán insensato es suponer que un autómata pueda concebir una filosofía del automatismo, y cuán ridículo es creer que podría formarse un concepto así de otros compañeros autómatas!
   
Cualquier interpretación científica del universo material carece de valor a menos que asegure un debido reconocimiento al científico. Ninguna apreciación del arte es auténtica a menos que conceda un reconocimiento al artista. Ninguna evaluación de la moral es válida a menos que incluya al moralista. Ningún reconocimiento de la filosofía es edificante si ignora al filósofo, y la religión no puede existir sin la experiencia real de la persona religiosa que, en esta experiencia misma y a través de ella, intenta encontrar a Dios y conocerlo. Del mismo modo, el universo de universos carece de trascendencia separado del YO SOY, el Dios infinito que lo ha hecho y lo gobierna sin cesar.
   
Los mecanicistas —los humanistas— tienden a ir a la deriva con las corrientes materiales. Los idealistas y los espiritualistas se atreven a utilizar sus remos con inteligencia y vigor a fin de modificar el curso, en apariencia puramente material, de las corrientes de energía.
   
La ciencia vive gracias a las matemáticas de la mente; la música expresa el ritmo de las emociones. La religión es el ritmo espiritual del alma, en armonía espacio-temporal con las medidas melódicas superiores y eternas de la Infinidad. La experiencia religiosa es algo verdaderamente supermatemático en la vida humana.
   
En el lenguaje, el alfabeto representa el mecanismo del materialismo, mientras que las palabras que expresan el significado de mil pensamientos, grandes ideas y nobles ideales —de amor y de odio, de cobardía y de valor— representan las actuaciones de la mente dentro del alcance definido por la ley tanto material como espiritual, unas actuaciones dirigidas por la afirmación de la voluntad de la personalidad, y limitadas por la dotación inherente a la situación.
   
El universo no se parece a las leyes, los mecanismos y las constantes que descubre el científico, y que llega a considerar como ciencia, sino que se parece más bien al científico curioso que piensa, escoge, crea, combina y discrimina, que observa así los fenómenos del universo y clasifica los hechos matemáticos inherentes a las fases mecanicistas del aspecto material de la creación. El universo tampoco se parece al arte del artista, sino más bien al artista que se esfuerza, sueña, aspira, progresa e intenta trascender el mundo de las cosas materiales, en un esfuerzo por alcanzar una meta espiritual.
   
Es el científico, y no la ciencia, el que percibe la realidad de un universo de energía y materia en evolución y progreso. Es el artista, y no el arte, el que demuestra la existencia del mundo morontial transitorio interpuesto entre la existencia material y la libertad espiritual. Es la persona religiosa, y no la religión, la que prueba la existencia de las realidades del espíritu y de los valores divinos que se habrán de encontrar durante el progreso en la eternidad.