«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

sábado, 21 de septiembre de 2013

La partida de Pella.

Durante la mañana del lunes 13 de marzo, Jesús y sus doce apóstoles se despidieron finalmente del campamento de Pella, partiendo hacia el sur en su gira de las ciudades del sur de Perea, donde trabajaban los asociados de Abner. Pasaron más de dos semanas visitando a los setenta y luego fueron directamente a Jerusalén para la Pascua.
     

Cuando el Maestro salió de Pella, los discípulos acampados con los apóstoles, que contaban unos mil, los siguieron. Aproximadamente la mitad de este grupo lo abandonó en el vado del Jordán junto al camino a Jericó cuando se enteraron de que él iba a Hesbón, y después de que él había predicado el sermón sobre «el calcular los gastos». Se dirigieron a Jerusalén, mientras que la otra mitad lo siguió por dos semanas, visitando las ciudades del sur de Perea.
     
En general, la mayoría de los seguidores inmediatos de Jesús comprendía que el campamento de Pella había sido abandonado, pero en realidad pensaban que esto indicaba que su Maestro por fin tenía la intención de ir a Jerusalén y reclamar el trono de David. Una amplia mayoría de sus seguidores nunca pudo captar ningún otro concepto del reino del cielo; sea lo que fuere lo que él les enseñara, no querían desprenderse de la idea judía del reino.
     
Siguiendo las instrucciones del apóstol Andrés, David Zebedeo cerró el campamento para peregrinos en Pella el miércoles 15 de marzo. En ese entonces había unos cuatro mil peregrinos residiendo allí, sin incluir a las más de mil personas que vivían con los apóstoles en lo que se conocía como el campamento de los maestros, y que fueron al sur con Jesús y los doce. Aunque a regañadientes, David vendió todo el equipo a numerosos compradores y procedió con los fondos a Jerusalén, habiendo entregado posteriormente el dinero a Judas Iscariote.
     
David estaba presente en Jerusalén durante la última semana trágica, y se llevó a su madre de vuelta a Betsaida después de la crucifixión. Mientras esperaba a Jesús y a los apóstoles, David se detuvo para visitar a Lázaro en Betania y se agitó enormemente al ver cómo los fariseos lo perseguían y lo atribulaban desde su resurrección. Andrés había instruido a David que descontinuara el servicio de mensajería; todos interpretaron esto como una indicación del pronto establecimiento del reino en Jerusalén. David se encontró sin trabajo, y había prácticamente decidido volverse el defensor autonombrado de Lázaro, cuando finalmente este objeto de su solicitud indignada huyó apresuradamente a Filadelfia. Por lo tanto, poco tiempo después de la resurrección y también después de la muerte de su madre, David se fue a Filadelfia, no sin antes ayudar a Marta y María en disponer de sus bienes; allí, en asociación con Abner y Lázaro, pasó el resto de su vida, volviéndose el supervisor financiero de todos aquellos grandes intereses del reino que tuvieron su centro en Filadelfia durante la vida de Abner.
      
Dentro de un corto período después de la destrucción de Jerusalén, Antioquía se tornó el centro del cristianismo paulino, mientras que Filadelfia siguió siendo el centro del reino del cielo abneriano. De Antioquía, la versión paulina de las enseñanzas de Jesús y sobre Jesús se difundió a todo el mundo occidental; desde Filadelfia los misioneros de la versión abneriana del reino del cielo se desparramaron por toda Mesopotamia y Arabia hasta que más adelante estos emisarios inflexibles de las enseñanzas de Jesús, fueron sobrecogidos por la emergencia súbita del islam.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Camino a Jerusalén.

AL DÍA siguiente del memorable sermón sobre «el reino del cielo», Jesús anunció que el próximo día él y los apóstoles partirían para asistir a la Pascua en Jerusalén, visitando numerosas ciudades del sur de Perea por el camino.
      
El discurso sobre el reino y el anuncio de que iría a la celebración de la Pascua hicieron que todos sus seguidores pensaran que salía hacia Jerusalén para inaugurar el reino temporal de la supremacía judía. Dijera lo que dijese Jesús sobre el carácter no material del reino, no podía eliminar completamente de la mente de sus oyentes judíos la idea de que el Mesías establecería algún tipo de gobierno nacionalista, con sede central en Jerusalén.
      
Lo que Jesús dijo en su sermón del sábado tan sólo consiguió confundir la mayoría de sus seguidores. Muy pocos fueron esclarecidos por el discurso del Maestro. Los líderes comprendieron algo de sus enseñanzas sobre el reino interior, «el reino del cielo dentro de vosotros», pero también sabían que había hablado de otro reino futuro, y éste era el reino que ellos creían que estaba a punto de ir a Jerusalén para establecer. Cuando esta expectativa sufrió una desilusión, cuando él fue rechazado por los judíos, y más tarde, cuando Jerusalén fue literalmente destruida, aún se aferraron a esta esperanza, creyendo sinceramente que el Maestro pronto retornaría al mundo en gran poder y gloria majestuosa para establecer el reino prometido.
      
Fue este domingo por la tarde cuando Salomé, la madre de Santiago y Juan Zebedeo, vino adonde Jesús con sus dos hijos apóstoles y, como si se dirigiera a un potentado oriental, intentó que Jesús le prometiera por adelantado otorgarle lo que ella le pidiese. Pero el Maestro no quiso prometer nada; en cambio, le preguntó: «¿Qué es lo que quieres que haga por ti?» Entonces respondió Salomé: «Maestro, ahora que vayas a Jerusalén para establecer el reino, quisiera pedirte por adelantado que me prometas que éstos mis hijos sean honrados contigo, uno sentado a tu diestra y el otro sentado a tu izquierda en tu reino».
      
Cuando Jesús escuchó el pedido de Salomé, dijo: «Mujer, no sabes qué es lo que pides». Luego, fijando la mirada en los ojos de los dos apóstoles buscadores de honor, dijo: «Teniendo en cuenta que hace mucho que os conozco y os amo; que aun he vivido en la casa de vuestra madre; que Andrés os ha encargado que estéis conmigo en todo momento; por todo esto, habéis permitido que vuestra madre venga a verme en secreto, con esta petición indecorosa. Pero yo os pregunto: ¿sois capaces de beber de la copa de la que estoy a punto de beber?» Sin titubeo, Santiago y Juan contestaron: «Sí, Maestro, sí somos capaces». Dijo Jesús: «Me apesadumbra ver que no sabéis por qué vamos a Jerusalén; me duele que no comprendáis la naturaleza de mi reino; me desilusiona que traigáis a vuestra madre para que me haga esta petición; pero yo sé que me amáis en vuestro corazón; por eso declaro que en verdad beberéis de mi copa de amargura y compartiréis de mi humillación, pero que os sentéis a mi derecha y a mi izquierda no está en mi poder daros. Esos honores están reservados para los que han sido designados por mi Padre».
      
Para entonces alguien había llevado a Pedro y a los otros apóstoles la noticia de esta conferencia, y estaban ellos muy indignados de que Santiago y Juan buscaran ser preferidos entre los demás, y que fueran en secreto con su madre a hacer esta petición. Cuando empezaron a discutir entre ellos, Jesús los reunió y dijo: «Bien comprendéis cómo los gobernantes de los gentiles dominan a sus súbditos, y cómo los que son grandes ejercen su autoridad. Pero no será así en el reino del cielo. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea primero vuestro siervo. El que quiera ser primero en el reino, que sea vuestro ministro. Yo os declaro que el Hijo del Hombre no vino para ser ministrado sino para ministrar; y ahora voy a Jerusalén para dar mi vida haciendo la voluntad del Padre y sirviendo a mis hermanos». Cuando los apóstoles escucharon estas palabras se retiraron por su cuenta para orar. Ese anochecer, en respuesta a los esfuerzos de Pedro, Santiago y Juan se disculparon en forma adecuada ante los diez y recuperaron las buenas gracias de sus hermanos.

Al pedir sitios a la derecha y a la izquierda de Jesús en Jerusalén, los hijos de Zebedeo no se daban cuenta de que en menos de un mes su amado Maestro estaría clavado en una cruz romana con un ladrón moribundo a un lado y otro transgresor al otro lado. Y la madre de ellos, que estuvo presente en la crucifixión, recordaba muy bien la petición necia que ella había hecho a Jesús en Pella relativo a los honores que tan tontamente buscara para sus hijos apóstoles.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Las ideas posteriores sobre el Reino.

Habiendo resumido las enseñanzas de Jesús sobre el reino del cielo, se nos permite narrar ciertas ideas posteriores atribuidas al concepto del reino y hacer un pronóstico profético del reino tal como puede evolucionar en la era venidera.
      
A lo largo de los primeros siglos de propaganda cristiana, la idea del reino del cielo estuvo enormemente influida por los conceptos, por aquel entonces en rápida difusión, del idealismo griego, la idea de lo natural como sombra de lo espiritual —lo temporal como sombra de lo eterno en el tiempo.
     
Pero el gran paso que marcó el transplante de las enseñanzas de Jesús de un suelo judío a un suelo gentil, se tomó cuando el Mesías del reino se volvió el Redentor de la iglesia, una organización religiosa y social que creció de las actividades de Pablo y de sus sucesores y que se basó en las enseñanzas de Jesús, suplementadas por las ideas de Filón y las doctrinas persas del bien y del mal.
     
Las ideas e ideales de Jesús, comprendidas en la enseñanza del evangelio del reino, casi no se realizaron ya que sus seguidores distorsionaban progresivamente sus declaraciones. El concepto del reino explicado por el Maestro fue notablemente modificado por dos grandes tendencias:
     
1. Los creyentes judíos persistieron en considerarle el Mesías. Creían que Jesús pronto retornaría para establecer realmente el reino mundial y más o menos material.
      
2. Los cristianos gentiles comenzaron muy pronto a aceptar las doctrinas de Pablo que llevaban cada vez más a la creencia general de que Jesús era el Redentor de los hijos de la iglesia, que era la sucesora nueva e institucional del concepto anterior de hermandad puramente espiritual del reino.
     
La iglesia, como desarrollo social del reino, habría sido totalmente natural y aun deseable. El mal de la iglesia no estribó en su existencia sino más bien en el hecho de que suplantó casi completamente el concepto del reino elaborado por Jesús. La iglesia institucionalizada de Pablo se volvió virtualmente el sustituto del reino del cielo que Jesús había proclamado.
      
Pero no dudéis, este mismo reino del cielo que el Maestro enseñó existe en el corazón del creyente, y resta ser proclamado a esta iglesia cristiana, y aun a todas las demás religiones, razas y naciones de la tierra —aun a cada ser.
     
El reino enseñado por Jesús, el ideal espiritual de la rectitud individual y el concepto de la comunidad divina del hombre con Dios, se fue sumergiendo paulatinamente en el concepto místico de la persona de Jesús como RedentorCreador y cabeza espiritual de una comunidad religiosa socializada. De esta manera, una iglesia formal e institucional se volvió el sustituto de una hermandad del reino formada por individuos guiados por el espíritu.
     
La iglesia fue el resultado social inevitable y útil de la vida y de las enseñanzas de Jesús; la tragedia consistió en el hecho de que esta reacción social a las enseñanzas del reino desplazara tan plenamente el concepto espiritual del verdadero reino tal como Jesús lo había enseñado y vivido. 

El reino, para los judíos, era la comunidad israelita; para los gentiles se volvió la iglesia cristiana. Para Jesús el reino era la suma de aquellos seres que habían confesado su fe en la paternidad de Dios, declarando de ese modo su dedicación total a hacer la voluntad de Dios, volviéndose así miembros de la hermandad espiritual del hombre.
      
El Maestro se daba cuenta plenamente de que aparecerían en el mundo ciertos resultados sociales como consecuencia de la diseminación del evangelio del reino; pero era su intención que todas estas manifestaciones sociales deseables aparecieran como crecimientos inconscientes e inevitables, o frutos naturales, de la experiencia personal interior de los individuos creyentes, de la comunidad espiritual y comunión con el espíritu divino que reside en todos los creyentes y los activa.
      
Jesús previó que una organización social, o iglesia, seguiría el progreso del verdadero reino espiritual, y por eso no se opuso nunca a que los apóstoles practicaran el rito del bautismo de Juan. Enseñó que el alma amante de la verdad, el alma que tiene hambre y sed de rectitud, de Dios, es admitida por la fe al reino espiritual; al mismo tiempo, los apóstoles enseñaron que dicho creyente es admitido a la organización social de los discípulos mediante el rito exterior del bautismo.
     
Cuando los seguidores inmediatos de Jesús descubrieron que el ideal del establecimiento del reino en el corazón de los hombres mediante el dominio y la guía del espíritu en cada creyente les había fracasado parcialmente, dispusieron salvar sus enseñanzas del total olvido sustituyendo el ideal del reino del Maestro por la creación gradual de una organización social visible: la iglesia cristiana. Después de efectuar este programa de sustitución, para mantener la uniformidad y asegurar el reconocimiento de las enseñanzas del Maestro sobre el hecho del reino, proyectaron la idea del reino al futuro. La iglesia, en cuanto estuvo bien establecida, comenzó a enseñar que el reino aparecería en realidad cuando culminara la era cristiana, con el segundo advenimiento de Cristo.
     
De esta manera, el reino se tornó el concepto de una era, la idea de una visitación futura, y el ideal de la redención final de los santos del Altísimo. Los primeros cristianos (y muchos de los que vinieron después) perdieron de vista en general la idea del Padre e hijo que era la esencia de las enseñanzas de Jesús sobre el reino, sustituyéndola por la bien organizada comunidad social de la iglesia. La iglesia de este modo se volvió principalmente una hermandad social que desplazó efectivamente el concepto e ideal de Jesús de una hermandad espiritual.
      
El concepto ideal de Jesús fracasó en gran parte, pero sobre los cimientos de la vida personal y las enseñanzas del Maestro, suplementados por los conceptos griego y persa de vida eterna y aumentados por la doctrina de Filón de lo temporal contrastado con lo espiritual, Pablo construyó una de las sociedades humanas más progresivas que hayan existido jamás en Urantia.
     
El concepto de Jesús aún vive en las religiones avanzadas del mundo. La iglesia cristiana de Pablo es la sombra socializada y humanizada de lo que Jesús quería que fuera el reino del cielo —y lo que con toda seguridad será. Pablo y sus sucesores transfirieron parcialmente los asuntos de la vida eterna, de cada individuo, a la iglesia. Cristo, de este modo, se tornó en el dirigente de la iglesia, en vez de ser el hermano mayor de cada creyente dentro de la familia del Padre del reino. Pablo y sus contemporáneos aplicaron todas las implicaciones espirituales de Jesús que se referían a él mismo y a cada creyente, a la iglesia como grupo de creyentes; y al hacer así, dieron un golpe mortal al concepto de Jesús del reino divino en el corazón de cada creyente.

Así pues, durante siglos, la iglesia cristiana ha laborado en una situación altamente embarazosa porque se atrevió a reclamar para sí aquellos poderes y privilegios misteriosos del reino, que tan sólo pueden ser ejercidos y experimentados entre Jesús y sus hermanos creyentes espirituales. De este modo resulta aparente que la asociación con la iglesia no significa necesariamente la comunidad del reino; una es espiritual, la otra, principalmente social.
      
Tarde o temprano surgirá otro Juan el Bautista más grande, que proclamará que «el reino de Dios está cerca» —significando un retorno del elevado concepto espiritual de Jesús, quien proclamó que el reino es la voluntad de su Padre celestial que domina y trasciende en el corazón del creyente —y haciéndolo así sin referirse de ninguna manera ni a la iglesia visible en la tierra ni al segundo advenimiento anticipado de Cristo. Es necesario que ocurra un renacimiento de las enseñanzas verdaderas de Jesús, una redeclaración que deshaga el trabajo de sus primeros seguidores, quienes procuraron crear un sistema socio-filosófico de creencias sobre el hecho de la estadía de Micael en la tierra. En poco tiempo, la enseñanza de esta historia sobre Jesús prácticamente suplantó la predicación del evangelio del reino de Jesús. Así pues, una religión histórica desplazó aquella enseñanza en la cual Jesús había combinado las ideas morales y los ideales espirituales más elevados del hombre con la esperanza más sublime del hombre para el futuro —la vida eterna. Y ése era el evangelio del reino.
      
Es justamente porque el evangelio de Jesús tenía tantas facetas, que en el curso de pocos siglos los estudiantes de los documentos sobre sus enseñanzas se dividieron en tantos cultos y sectas. La triste subdivisión de los creyentes cristianos resulta del fracaso de discernir en las muchas enseñanzas del Maestro la singularidad divina de su incomparable vida única. Pero algún día, los verdaderos creyentes de Jesús no estarán así divididos espiritualmente en su actitud ante los no creyentes. Siempre podremos tener diversidad de comprensión intelectual e interpretación, aun diversos grados de socialización, pero la falta del sentimiento de fraternidad espiritual es inexcusable y reprensible.
      
¡No os equivoquéis! Existe en las enseñanzas de Jesús una naturaleza eterna que no le permitirá permanecer por siempre sin frutos en el corazón de los hombres pensadores. El reino, tal como lo concibió Jesús, ha fracasado en gran parte en la tierra; por ahora, una iglesia exterior ha tomado su lugar; pero debéis comprender que esta iglesia es tan sólo la etapa larval del reino espiritual impedido, que lo llevará a través de esta era material, a una dispensación más espiritual en la que las enseñanzas del Maestro gozarán de una oportunidad más plena para su desarrollo. Así pues, la así llamada iglesia cristiana se vuelve el capullo en el cual está ahora durmiendo el concepto del reino de Jesús. El reino de la hermandad divina aún está vivo y saldrá finalmente y con certeza de su largo letargo, con tanta certeza como surge finalmente la mariposa, como la bella evolución de su menos atrayente criatura de desarrollo metamórfico.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Las enseñanzas de Jesús sobre el Reino.

Jesús nunca ofreció una definición precisa del reino. En cierto momento hablaba de una fase del reino, en otro momento conversaba de un aspecto diferente de la hermandad del reino de Dios en el corazón de los hombres. En el curso de este sermón del sábado por la tarde Jesús mencionó no menos de cinco fases, o épocas, del reino, y éstas fueron:
     
1. Como parte de la vida espiritual, la experiencia personal e interior de la comunidad del creyente individual con Dios el Padre.
      
2. La hermandad en crecimiento de los creyentes del evangelio, los aspectos sociales de moral más elevada y de ética más noble que resultan del reinado del espíritu de Dios en el corazón de los creyentes individuales.
     
3. La hermandad supermortal de los seres espirituales invisibles que prevalece en la tierra y en el cielo, el reino sobrehumano de Dios.
     
4. La perspectiva de una satisfacción más completa de la voluntad de Dios, el avance hacia el amanecer de un nuevo orden social en relación con un vivir espiritual mejorado —la próxima etapa del hombre.
     
5. El reino en su plenitud, la era espiritual futura de luz y vida en la tierra.
     
Por lo tanto, es necesario siempre que examinemos las enseñanzas del Maestro, para determinar a cuál de estas cinco fases puede estar haciendo referencia cuando usa el término reino del cielo. Mediante este proceso de modificación gradual de la voluntad del hombre, que a su vez afecta las decisiones humanas, Micael y sus asociados de igual modo gradual pero certero están cambiando el entero curso de la evolución humana, tanto social como en otros aspectos.
      
En esta ocasión, el Maestro hizo hincapié sobre los siguientes cinco puntos como representación de las características cardinales del evangelio del reino:
     
1. La preeminencia del individuo.
      
2. La voluntad como factor determinante en la experiencia del hombre.
     
3. La comunidad espiritual con Dios el Padre.
     
4. Las satisfacciones supremas del servicio amoroso del hombre.
     
5. La trascendencia en la personalidad humana de lo espiritual sobre lo material.
      
Este mundo no ha probado nunca seria, sincera u honestamente estas ideas dinámicas, estos ideales divinos de la doctrina de Jesús del reino del cielo. Pero no debéis desalentaros por el progreso aparentemente lento de la idea del reino en Urantia. Recordad que el orden de la evolución progresiva está sujeto a periódicos cambios repentinos e inesperados tanto en el mundo material como en el mundo espiritual. El autootorgamiento de Jesús como Hijo encarnado fue precisamente un acontecimiento extraño e inesperado de esa naturaleza en la vida espiritual del mundo. No cometáis tampoco el error fatal, al buscar la manifestación del reino en la era, de no ocuparos de establecerlo en vuestra alma.
      
Aunque Jesús atribuyó una fase del reino al futuro y, en numerosas ocasiones, sugirió que dicho evento podría aparecer como parte de una crisis mundial; y aunque también con certidumbre, en varias ocasiones, prometió definitivamente que algún día retornaría a Urantia, es necesario aclarar que nunca vinculó positivamente estas dos ideas entre sí. Prometió una nueva revelación del reino sobre la tierra en algún tiempo futuro; también prometió que alguna vez volvería en persona a este mundo; pero no dijo que los dos acontecimientos fueran sinónimos. Por todo lo que sabemos, estas promesas pueden referirse al mismo acontecimiento, o no.
     
Sus apóstoles y discípulos vincularon con certeza estas dos enseñanzas. Cuando el reino no se materializó tal como ellos habían esperado, recordando la enseñanza del Maestro sobre un reino futuro y recordando su promesa de volver, llegaron a la conclusión de que estas promesas se referían a un acontecimiento idéntico; por lo tanto vivieron en la esperanza de un segundo advenimiento inmediato con el fin de establecer el reino en su plenitud y con poder y gloria. Así también han vivido generaciones sucesivas de creyentes en la tierra con la misma esperanza inspiradora pero desalentadora.

domingo, 15 de septiembre de 2013

En relación con la rectitud.

Jesús intentó constantemente hacer comprender a sus apóstoles y discípulos que debían adquirir, por la fe, una rectitud que excediera la rectitud de las acciones esclavizantes que algunos de los escribas y fariseos con tanta vanagloria mostraban al mundo.
      
Aunque Jesús enseñó que la fe, la simple creencia parecida a la de un niño, es la llave de la puerta del reino, también enseñó que, habiendo entrado, hay pasos progresivos de rectitud que todo niño creyente debe ascender para crecer hasta la estatura plena de los vigorosos hijos de Dios.
      
Es en la consideración de la técnica de recepción del perdón de Dios que el alcance de la rectitud del reino es revelado. La fe es el precio que pagas para entrar en la familia de Dios; pero el perdón es el acto de Dios que acepta tu fe como precio de entrada. Y la recepción del perdón de Dios por un creyente del reino comprende una experiencia definida y real y consiste en seguir cuatro pasos, los pasos del reino de la rectitud interior:
      
1. El perdón de Dios se hace realmente disponible y el hombre lo experimenta personalmente sólo en la medida en que él mismo perdona a sus semejantes.
      
2. El hombre no perdona de verdad a sus semejantes, a menos que los ame como a sí mismo.
      
3. Amar así a tu prójimo como a ti mismo es la ética más elevada.
      
4. La conducta moral, la verdadera rectitud, se torna entonces en el resultado natural de dicho amor.
      
Es evidente por lo tanto, que la religión verdadera e interior del reino tiende infaliblemente y cada vez más a manifestarse en avenidas prácticas de servicio social. Jesús enseñó una religión viva que impelía a sus creyentes a que hicieran obra de servicio amante. Pero Jesús no puso la ética en el lugar de la religión. Él enseñó religión como causa y ética como resultado.
      
La rectitud de todo acto debe ser medida por el motivo; las formas más elevadas de virtud son, por ende inconscientes. Jesús nunca se preocupó ni por la moral ni la ética como tales. Se preocupó siempre y plenamente por aquella relación interior y espiritual con Dios el Padre, que tan certera y directamente se manifiesta exteriormente en el servicio amante a los hombres. Enseñó que la religión del reino es una experiencia personal genuina que ningún hombre puede contener dentro de sí mismo; que la conciencia de ser miembro de la familia de los creyentes conduce inevitablemente a la práctica de los preceptos de la conducta familiar, al servicio a los propios hermanos y hermanas en el esfuerzo de elevar y expandir la hermandad.
      
La religión del reino es personal e individual; los frutos, los resultados, son familiares y sociales. Jesús nunca dejó de exaltar lo sagrado del individuo en contraste con la comunidad. Pero también reconocía que el hombre desarrolla su carácter mediante el servicio altruista; que desenvuelve su naturaleza moral en las relaciones amantes con sus semejantes.
     
Al enseñar que el reino está dentro de uno, al exaltar al individuo, Jesús dio el golpe de gracia a la antigua sociedad, en cuanto abrió la puerta para la nueva dispensación de la verdadera rectitud social. Este nuevo orden social poco lo conoce el mundo porque se ha negado a practicar los principios del evangelio del reino del cielo. Y cuando este reino de preeminencia espiritual llegue a la tierra, no se manifestará simplemente en mejores condiciones sociales y materiales, sino más bien en la gloria de aquellos valores espirituales elevados y enriquecidos que son característicos de la era que se avecina de mejores relaciones humanas y de alcances espirituales cada vez más avanzadas.

viernes, 13 de septiembre de 2013

El concepto de Jesús sobre el Reino.

El Maestro aclaró que el reino del cielo debe comenzar con el concepto dual de la verdad de la paternidad de Dios y el hecho correlacionado de la hermandad de los hombres, y debe centrarse en esto. La aceptación de esta enseñanza, aclaró Jesús, liberaría al hombre de su larga esclavitud de miedo animal y al mismo tiempo enriquecería el vivir humano con los siguientes dones de la nueva vida de libertad espiritual:
      
1. La posesión de un nuevo valor y mayor poder espiritual. El evangelio del reino iba a liberar al hombre e inspirarlo para que se atreviera a albergar la esperanza de vida eterna.
      
2. El evangelio llevaba un mensaje de nueva confianza y verdadero consuelo para todos los hombres, aun los pobres.
      
3. En sí mismo era una nueva norma de valores morales, una nueva vara de ética para medir la conducta humana. Ilustraba el ideal del nuevo orden de la sociedad humana que resultaría de él.
      
4. Enseñaba la preeminencia de lo espiritual en comparación con lo material; glorificaba las realidades espirituales y exaltaba los ideales sobrehumanos.
      5. Este nuevo evangelio presentaba el alcance espiritual como meta auténtica del vivir. La vida humana recibía una nueva dotación de valor moral y dignidad divina.
      
6. Jesús enseñó que las realidades eternas eran el resultado (la recompensa) del esfuerzo recto en la tierra. La estadía mortal del hombre en la tierra adquirió nuevo significado como consecuencia del reconocimiento de un destino noble.
    
7. El nuevo evangelio afirmaba que la salvación humana es la revelación de un propósito divino de largo alcance que debe ser satisfecho y realizado en el destino futuro del servicio sin fin de los hijos salvados de Dios.
      
Estas enseñanzas comprenden la idea ampliada del reino que enseñó Jesús. Este gran concepto casi no se pudo encontrar en las enseñanzas del reino, elementales y confusas, de Juan el Bautista.
      
Los apóstoles eran incapaces de aprehender el significado real de las declaraciones del Maestro sobre el reino. La distorsión subsiguiente de las enseñanzas de Jesús, tal como se las encuentra en el Nuevo Testamento, se debe al hecho de que el concepto de los que escribieron los evangelios estaba teñido por la creencia de que Jesús en ese momento se había ausentado del mundo tan sólo por un corto tiempo; que pronto retornaría para establecer el reino en poder y gloria —la misma idea que ellos habían mantenido mientras estaba él con ellos en la carne. Pero Jesús no vinculaba el establecimiento del reino con la idea de su retorno a este mundo. El hecho de que hayan pasado siglos sin ningún signo de la aparición de la «Nueva Era» no está de ninguna manera en desacuerdo con las enseñanzas de Jesús.
      
El gran esfuerzo contenido en este sermón fue un intento de traducir el concepto del reino del cielo en un ideal de la idea de hacer la voluntad de Dios. Durante mucho tiempo había enseñado el Maestro a sus seguidores a que oraran: «Venga tu reino; hágase tu voluntad»; y en este momento intentó con gran intensidad inducirlos a que abandonaran el uso del término reino de Dios en favor del equivalente más práctico, la voluntad de Dios. Pero no tuvo éxito.
     
Jesús deseaba sustituir la idea de reino, rey y súbditos por el concepto de familia celestial, Padre celestial, e hijos liberados de Dios ocupados en el servicio gozoso y voluntario de sus semejantes y en la adoración sublime e inteligente de Dios el Padre.
      
Hasta este momento, los apóstoles habían adoptado un doble punto de vista del reino; lo consideraban:
      
1. Un asunto de experiencia personal presente en ese momento en el corazón de los verdaderos creyentes, y
      
2. Una cuestión de fenómeno racial o mundial; que el reino existiría en el futuro, algo que se podría añorar.
      
Consideraban el advenimiento del reino en el corazón de los hombres como un desarrollo gradual, como la levadura en la masa o como el crecimiento de la semilla de mostaza. Creían que el advenimiento del reino en el sentido racial o mundial sería tanto repentino como espectacular. Jesús nunca se cansó de decirles que el reino del cielo era su experiencia personal en la comprensión de las cualidades más altas de la vida espiritual; que esas realidades de la experiencia espiritual se traducen progresivamente en niveles nuevos y más altos de certeza divina y grandeza eterna.
      
Esa tarde, el Maestro les enseñó claramente un nuevo concepto de la doble naturaleza del reino, al ilustrar las siguientes dos fases:
      
«Primero. El reino de Dios en este mundo, el supremo deseo de hacer la voluntad de Dios, el amor altruista del hombre que rinde los buenos frutos de una mejor conducta ética y moral.
       
«Segundo. El reino de Dios en el cielo, la meta de los creyentes mortales, el estado en el que el amor por Dios se ha perfeccionado, y se cumple la voluntad de Dios más divinamente».
      
Jesús enseñó que, por la fe, el creyente entra ahora al reino. En los varios discursos enseñó que dos cosas son esenciales para ingresar al reino por la fe:
      
1. La fe, la sinceridad. Venir como un niñito, para recibir el don de la filiación como un regalo; someterse a hacer, sin preguntas, la voluntad del Padre, y con una genuina y plena confianza en la sabiduría del Padre; entrar al reino, libre de prejuicios y preconceptos; tener la mente abierta y dispuesta a aprender como un niño pequeño.
      
2. El hambre de la verdad. La sed de rectitud, un cambio de la actitud mental, la adquisición de la motivación para ser como Dios y para encontrar a Dios.
      
Jesús enseñó que el pecado no es hijo de una naturaleza defectuosa, sino más bien el descendiente de una mente conocedora dominada por una voluntad no sumisa. Sobre el pecado, enseñó que Dios ha perdonado; que nosotros podemos disponer personalmente de ese perdón mediante el acto de perdonar a nuestros semejantes. Cuando perdonas a tu hermano en la carne, creas de esa manera en tu alma la capacidad para recibir la realidad del perdón de Dios por tus errores.
     
Cuando el apóstol Juan comenzó a escribir la historia de la vida y las enseñanzas de Jesús, los primeros cristianos ya habían tenido tantos problemas con la idea del reino de Dios y las persecuciones por ella generadas que prácticamente habían abandonado el uso de este término. Juan habla mucho sobre la «vida eterna». Jesús a menudo se refirió a esta idea como el «reino de la vida». También mencionó frecuentemente «el reino de Dios dentro de vosotros». Una vez habló de tal experiencia como «la hermandad de la familia con Dios el Padre». Jesús intentó reemplazar «reino» por muchos términos, pero siempre sin éxito. Entre otros usó: la familia de Dios, la voluntad del Padre, los amigos de Dios, la comunidad de los creyentes, la hermandad del hombre, el redil del Padre, los niños de Dios, la comunidad de los fieles, el servicio del Padre, y los hijos liberados de Dios.
      
Pero no pudo escapar al uso de la idea del reino. Tan sólo más de cincuenta años más tarde, después de la destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos, este concepto del reino comenzó a transformarse en el culto de la vida eterna a medida que sus aspectos sociales e institucionales fueron incorporados por la iglesia cristiana en rápida expansión y cristalización.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Los conceptos del Reino del cielo.

En relación con la declaración del sermón de Jesús, debe notarse que en todas las escrituras hebreas había un concepto dual del reino del cielo. Los profetas presentaban el reino de Dios como:
      
1. Una realidad presente; y como:
      
2. Una esperanza futura —cuando el reino se realizaría en su plenitud en el momento en que apareciese el Mesías. Éste es el concepto de reino que enseñaba Juan el Bautista.
      
Desde el principio, Jesús y los apóstoles enseñaron ambos conceptos. Había otras dos ideas del reino que es bueno recordar:
      
3. El concepto posterior judío de un reino mundial trascendental de origen sobrenatural y de inauguración milagrosa.
      
4. Las enseñanzas persas que ilustraban el establecimiento al fin del mundo, de un reino divino como logro del triunfo del bien sobre el mal.
      
Poco antes del advenimiento de Jesús en la tierra, los judíos combinaron y confundieron todas estas ideas del reino en su concepto apocalíptico del advenimiento
del Mesías para establecer la era del triunfo de los judíos, la edad eterna del gobierno supremo de Dios sobre la tierra, el nuevo mundo, la era en la que la humanidad toda adoraría a Yahvé. Al escoger y utilizar este concepto del reino del cielo, Jesús eligió apropiarse de la herencia más vital y culminante tanto de la religión judía como de la persa.
     
El reino del cielo, tal como ha sido comprendido e interpretado erróneamente durante todos los siglos de la era cristiana, comprende cuatro grupos distintos de ideas:
     
1. El concepto de los judíos.
     
2. El concepto de los persas.
     
3. El concepto de la experiencia personal de Jesús: «el reino del cielo dentro de vosotros».
     
4. Los conceptos compuestos y confusos que los fundadores y promulgadores del cristianismo han tratado de imponer al mundo.
     
En momentos distintos y en circunstancias diversas parece que Jesús pudiese haber presentado numerosos conceptos del «reino» en sus enseñanzas públicas, pero a sus apóstoles siempre enseñó que el reino comprende la experiencia personal del hombre en relación con sus semejantes en la tierra y con el Padre en el cielo. En relación con el reino, sus últimas palabras siempre fueron: «el reino está dentro de vosotros».
      
Los siglos de confusión que sobrevinieron, respecto del significado del término «reino del cielo», se debieron a tres factores:
      
1. La confusión ocasionada por la observación de la idea de «reino» tal como fue pasando a través de las varias fases progresivas de su modificación por parte de Jesús y de sus apóstoles.
     
2. La confusión que inevitablemente estaba asociada con el transplante del cristianismo primitivo de suelo judío a suelo gentil.
      
3. La confusión inherente al hecho de que el cristianismo se transformó en una religión organizada sobre la idea central de la persona de Jesús; el evangelio del reino se tornó más y más una religión sobre él.

lunes, 9 de septiembre de 2013

El Reino del cielo.

POR la tarde del sábado 11 de marzo, Jesús predicó su último sermón en Pella. Éste se contó entre los discursos más notables de su ministerio público, pues comprendía un discurso pleno y completo del reino del cielo. Se daba cuenta de la confusión que existía en la mente de sus apóstoles y discípulos sobre el sentido y el significado de los términos «reino del cielo» y «reino de Dios», que usaba indistintamente en su misión en la carne. Aunque este término mismo de reino del cielo debería haber sido suficiente para separar su significado de toda conexión con los reinos terrenales y los gobiernos temporales, no lo era. La idea de un rey temporal estaba demasiado profundamente arraigada en la mente judía para que se la pudiera desalojar en una sola generación. Por consiguiente, Jesús al principio no se opuso abiertamente a este concepto largamente acariciado del reino.

    
Este sábado por la tarde el Maestro intentó aclarar la enseñanza sobre el reino del cielo; trató del tema desde todo punto de vista, intentando aclarar los muchos y diferentes sentidos en los que se había usado el término. En esta narrativa vamos a ampliar el discurso, agregando numerosas declaraciones hechas por Jesús en ocasiones previas e incluyendo algunas observaciones hechas solamente a los apóstoles durante las discusiones vespertinas de este mismo día. También vamos a hacer ciertos comentarios relativos a la evolución subsiguiente de la idea de reino en lo que se relaciona con la subsiguiente iglesia cristiana.

domingo, 8 de septiembre de 2013

El Padre y su Reino.

Jesús siempre tuvo dificultad en explicar a los apóstoles que, aunque ellos proclamaban el establecimiento el reino de Dios, el Padre en el cielo no era un rey. En la época en que Jesús vivió en la tierra y enseñó en la carne, la gente de Urantia sabía más que nada de reyes y emperadores en el gobierno de las naciones, y los judíos habían contemplado desde hacía mucho tiempo el advenimiento del reino de Dios. Por éstas y otras razones, el Maestro consideró más conveniente designar la hermandad espiritual del hombre con el nombre de el reino del cielo, y la cabeza espiritual de esta hermandad como el Padre en el cielo. Jesús no se refirió jamás a su Padre como el rey. En sus conversaciones íntimas con los apóstoles siempre se refería a sí mismo como el Hijo del Hombre y como el hermano mayor de ellos. Describía a todos sus seguidores como servidores de las humanidad y mensajeros del evangelio del reino.      

Jesús nunca dio a sus apóstoles una lección sistemática sobre la personalidad y los atributos del Padre en el cielo. Nunca pidió a los hombres que creyeran en su Padre; dio por hecho que así lo hacían. Jesús nunca se empequeñeció profiriendo pruebas de la realidad del Padre. Sus enseñanzas sobre el Padre se centraban todas en la declaración de que él y el Padre son uno; que el que ha visto al Hijo, ha visto al Padre; que el Padre, como el Hijo, conoce todas las cosas; que sólo el Hijo realmente conoce al Padre, y aquél a quien el Hijo se lo revela; que el que conoce al Hijo también conoce al Padre; y que el Padre lo envió al mundo para revelar sus naturalezas combinadas y para mostrar su trabajo conjunto. Nunca hizo otras declaraciones sobre su Padre, excepto a la mujer de Samaria junto al pozo de Jacob, cuando declaró: «Dios es espíritu».
      
Aprendéis de Dios a través de Jesús, observando la divinidad de su vida, no dependiendo de sus enseñanzas. De la vida del Maestro cada uno de vosotros puede asimilar ese concepto de Dios que representa la medida de vuestra capacidad para percibir las realidades espiritual y divina, las verdades real y eterna. El finito jamás puede esperar comprender al Infinito, excepto en cuanto estuvo el Infinito enfocado en la personalidad espacio-temporal de la experiencia finita de la vida humana de Jesús de Nazaret.
     
Jesús bien sabía que Dios tan sólo puede ser conocido por las realidades de la experiencia; no se lo puede comprender nunca por la mera enseñanza de la mente. Jesús enseñó a sus apóstoles que, aunque jamás podrían comprender llenamente a Dios, con certeza podían conocerle, aun como habían conocido al Hijo del Hombre. Podéis conocer a Dios, no tanto entendiendo lo que dijo Jesús, sino más bien conociendo lo que fue Jesús. Jesús fue una revelación de Dios.
      
Excepto cuando citaba las escrituras hebreas, Jesús se refirió a la Deidad sólo por dos nombres: Dios y Padre. Cuando el Maestro hacía referencia a su Padre como Dios, generalmente empleaba la palabra hebrea que significa el Dios plural (la Trinidad) y no la palabra Yahvé, que representaba el concepto progresivo del Dios tribal de los judíos.
     
Jesús nunca llamó rey al Padre, y mucho lamentaba que la esperanza de un reino restaurado que alimentaban los judíos y la proclamación hecha por Juan sobre un reino venidero lo forzaron a llamar su propuesta hermandad espiritual, el reino del cielo. Con una excepción —la declaración de que «Dios es espíritu»— Jesús nunca se refirió a la Deidad de una forma que no fuera en términos descriptivos de su relación personal con la Primera Fuente y Centro del Paraíso.
     
Jesús empleó la palabra Dios para designar la idea de la Deidad y la palabra Padre para designar la experiencia de conocer a Dios. Cuando la palabra Padre se emplea para denotar a Dios, debe comprenderse en su más amplio significado posible. La palabra Dios no puede ser definida y por consiguiente representa el concepto infinito del Padre, mientras que el término Padre, como puede ser parcialmente definido, puede ser empleado para representar el concepto humano del Padre divino como está asociado con el hombre durante el curso de la existencia mortal.
     
Para los judíos, Elohim era el Dios de los dioses, mientras que Yahvé era el Dios de Israel. Jesús aceptaba el concepto de Elohim y llamaba Dios a este grupo supremo de seres. En lugar del concepto de Yahvé, la deidad racial, introdujo la idea de la paternidad de Dios y de la hermandad mundial del hombre. Elevó el concepto de Yahvé, de Padre deificado de la raza, a la idea del Padre de todos los hijos de los hombres, un Padre divino de cada creyente. Además enseñó que este Dios de los universos y este Padre de todos los hombres eran la misma Deidad del Paraíso.
      
Jesús nunca afirmó que él fuera la manifestación de Elohim (Dios) en la carne. Nunca declaró que era una revelación de Elohim (Dios). Nunca enseñó que el que le viera a él vería a Elohim (Dios). Pero se proclamó a sí mismo como la revelación del Padre en la carne, y dijo que todos los que lo vieran a él, verían al Padre. Como Hijo divino afirmó que representaba sólo al Padre. 

Él era realmente el Hijo aun del Dios Elohim; pero en la semejanza de la carne mortal y para los hijos mortales de Dios, eligió limitar su revelación de vida a la ilustración del carácter de su Padre hasta donde tal revelación pudiera ser comprensible para el hombre mortal. En cuanto al carácter de las otras personas de la Trinidad del Paraíso, nos conformaremos con la enseñanza de que ellos son del todo como el Padre, que ha sido revelado en el retrato personal de la vida de su Hijo encarnado, Jesús de Nazaret.
      
Aunque Jesús reveló la verdadera naturaleza del Padre celestial en su vida terrenal, poco enseñó sobre él. En efecto, enseñó sólo dos cosas: que Dios en sí mismo es espíritu, y que, en todos los asuntos de las relaciones con sus criaturas, él es un Padre. Esta noche, Jesús hizo la declaración final de su relación con Dios cuando afirmó: «He venido del Padre, y he venido al mundo; nuevamente, dejaré el mundo para ir al Padre».
      
Pero, ¡recordad siempre! Jesús nunca dijo: «El que me haya oído a mí, ha oído a Dios». Pero él sí dijo: «El que me haya visto, ha visto al Padre». Escuchar las enseñanzas de Jesús no equivale a conocer a Dios; pero ver a Jesús es una experiencia que en sí misma es una revelación del Padre al alma. El Dios de los universos gobierna una vasta creación, pero es el Padre en el cielo el que envía su espíritu para que habite en vuestra mente.
      
Jesús es el lente espiritual en semejanza humana que hace visible a la criatura material a Aquél que es invisible. Él es vuestro hermano mayor que, en la carne, hace que vosotros conozcáis un Ser de atributos infinitos a quien ni siquiera las huestes celestiales pueden suponer comprender plenamente. Pero todo esto debe consistir en la experiencia personal de cada creyente. Dios que es espíritu puede ser conocido sólo como experiencia espiritual. Dios puede ser revelado a los hijos finitos de los mundos materiales, por el Hijo divino de los reinos espirituales, sólo como un Padre. Podéis conocer al Eterno como un Padre; podéis adorarlo como el Dios de los universos, el Creador infinito de todas las existencias.

viernes, 6 de septiembre de 2013

El rico y el pordiosero.

Cuando la reunión se volvió demasiado ruidosa, Simón Pedro, poniéndose de pie, se hizo cargo diciendo: «Hombres y hermanos, no es apropiado disputar de esta manera entre vosotros. El Maestro ha hablado, y haríais bien en reflexionar sobre sus palabras. No es nueva esta doctrina que él proclama a vosotros. ¿Acaso no habéis escuchado también la alegoría de los nazareos sobre el rico y el pordiosero? Algunos entre nosotros hemos escuchado a Juan el Bautista pregonar esta parábola de advertencia a los que aman la riqueza y codician los bienes deshonestos. Aunque esta vieja parábola no es según el evangelio que nosotros predicamos, haríais todos bien en aprender sus lecciones hasta el momento en que podáis comprender la nueva luz del reino del cielo. La historia tal como Juan la relató es así:
     
«Había cierto hombre rico llamado Dives, que, vestía de púrpura y de lino fino, vivía en esplendidez y alegría todos los días. Había también cierto mendigo llamado
 Lázaro, que estaba echado a la puerta del rico, cubierto de llagas y deseando que le dieran para comer las migajas que caían de la mesa del rico. Aun los perros venían y le lamían las llagas. Ocurrió que el mendigo murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Eventualmente el rico también murió y fue enterrado con gran pompa y esplendor real. Cuando el rico partió de este mundo, despertó en Hades, y encontrándose atormentado, levantó la vista y vio a Abraham allá lejos y a Lázaro en su seno. Entonces Dives gritó: `Padre Abraham, ten misericordia de mí y envíame a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado con mi castigo'. Abraham replicó: `Hijo mío, deberías recordar que recibiste tus bienes en tu vida mientras que Lázaro de igual manera recibió los males. Pero ahora todo eso está cambiado, pues Lázaro ha sido consolado mientras que tú estás atormentado. Además, un gran espacio está puesto entre nosotros de manera que no podemos ir adonde tú, ni puedes tú venir adonde nosotros'. Entonces le dijo Dives a Abraham: `Te suplico que envíes a Lázaro de vuelta a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que testifique sobre lo que ocurre, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento'. Pero Abraham dijo: `Hijo mío, tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen a ellos'. Entonces respondió Dives: `¡No, no, padre Abraham! Pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán'. Y entonces dijo Abraham: `Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si se levantare alguno de entre los muertos'».
      
Después de que Pedro recitó esta antigua parábola de la hermandad nazarea, y como la multitud se había aquietado, Andrés se levantó y los despidió por la noche. Aunque ambos apóstoles y sus discípulos frecuentemente hacían preguntas a Jesús sobre la parábola de Dives y Lázaro, nunca consintió en hacer comentario alguno.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La parábola del mayordomo sagaz.

Cierto anochecer Simón el Zelote, comentando sobre una de las declaraciones de Jesús, dijo: «Maestro, ¿qué significaste hoy cuando dijiste que muchos de los hijos del mundo son más sabios en su generación que los hijos del reino puesto que tienen la habilidad de hacer amistad con el mammón de la perversidad?» Jesús respondió:
      
«Algunos entre vosotros, antes de entrar al reino, erais muy astutos al tratar con vuestros asociados de negocios. Si erais injustos y a menudo faltos de rectitud, al mismo tiempo erais prudentes y teníais visión en cuanto realizabais vuestros negocios con el ojo puesto únicamente en vuestra ganancia presente y vuestra seguridad futura. ¿Acaso no deberíais de la misma manera ordenar vuestra vida en el reino, para proporcionar vuestra felicidad presente asegurándoos al mismo tiempo el disfrute futuro de los tesoros acumulados en el cielo? Si erais tan diligentes en acumular ganancias cuando trabajabais para vosotros mismos, ¿por qué mostrar menos diligencia en ganar almas para el reino ahora que sois siervos de la hermandad del hombre y mayordomos de Dios?
      
«Podéis todos vosotros aprender una lección si escucháis la historia de cierto rico que tenía un mayordomo astuto pero injusto. Este mayordomo no sólo agobiaba a los clientes de su amo para su propia ganancia egoísta, sino que también había malgastado y derrochado directamente los fondos de su amo. Cuando esto finalmente llegó a oídos de su amo, éste llamó al mayordomo ante su presencia y le preguntó el significado de estos rumores y requirió que le rindiera cuenta inmediatamente de su trabajo y se preparara para transferir su mayordomía a otro mayordomo.

«Ahora bien, este mayordomo infiel dijo para sí: `¿Qué haré? Porque estoy a punto de perder mi mayordomía. Para cavar, me falta fuerza; para mendicar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para asegurarme de que, cuando me quiten mi mayordomía, me reciban en sus casas todos los que hacen negocios con mi amo'.

Luego, llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: `¿Cuánto debes a mi amo?' Éste respondió: `Cien medidas de aceite'. Entonces dijo el mayordomo: `toma la tabla de cera de tu cuenta, siéntate pronto, y cámbiala a cincuenta'. Después dijo a otro deudor: `¿Cuánto debes tú?' Y éste replicó: `cien medidas de trigo'. Entonces dijo el mayordomo: `toma tu cuenta y escribe ochenta'. Esto hizo pues con numerosos otros deudores. Así, este mayordomo deshonesto trataba de hacer amigos para su beneficio para cuando le quitaran la mayordomía. Aun su señor y amo, cuando posteriormente descubrió esto, se vio obligado a admitir que su mayordomo infiel había demostrado por lo menos sagacidad en la forma en que disponía las cosas para sus días futuros de necesidad y adversidad.
      
«De esta manera pues, los hijos de este mundo muestran a veces más sabiduría en su preparación para el futuro que los hijos de la luz. A vosotros que profesáis adquirir tesoros en el cielo, yo os digo: Aprended de los que hacen amistad con el mammón, las riquezas de la perversidad, y del mismo modo conducid vuestra vida para entablar amistad eterna con las fuerzas de la rectitud para que, cuando todas las cosas terrenales fallen, podáis ser recibidos jubilosamente en las moradas eternas.
     
«Yo afirmo que el que es fiel en lo pequeño también será fiel en lo mucho, mientras que el que es injusto en lo pequeño, también lo será en lo mucho. Si no habéis demostrado visión e integridad en los negocios de este mundo, ¿cómo podéis esperar ser fieles y prudentes cuando se os confíe la mayordomía de las verdaderas riquezas del reino celestial? Si no sois buenos mayordomos y banqueros fieles, si no habéis sido fieles en lo que es de otro, ¿quién puede ser tan necio como para daros un gran tesoro para que lo tengáis en vuestro propio nombre?
      
«Nuevamente os declaro que ningún hombre puede servir a dos señores; o bien odiará a uno y amará al otro, o bien respetará a uno mientras desprecia al otro. No podéis servir a Dios y a mammón».
      
Cuando los fariseos que estaban presentes escucharon esto, comenzaron a burlarse y reírse, puesto que amaban adquirir riquezas. Estos oyentes hostiles trataron de atrapar a Jesús en disputas poco provechosas, pero él se negó a debatir con sus enemigos. Cuando los fariseos empezaron a reñir entre ellos, sus voces altas atrajeron gran número de los que acampaban en los alrededores; y cuando estos a su vez comenzaron a discutir entre ellos, Jesús se retiró, yendo a su tienda para pasar la noche.

martes, 3 de septiembre de 2013

La parábola del hijo perdido.

El jueves por la tarde Jesús habló a la multitud sobre la «gracia de la salvación». En el curso de este sermón volvió a relatar la historia de las ovejas perdidas y de la moneda perdida y luego agregó su parábola favorita del hijo pródigo. Dijo Jesús:
      
«Los profetas, desde Samuel hasta Juan os han advertido que busquéis a Dios — que busquéis la verdad. Siempre os dijeron: `buscad al Señor mientras se le pueda hallar'. Y toda esta enseñanza debe tomarse como verdad. Pero yo he venido para mostraros que, mientras vosotros buscáis a Dios, Dios del mismo modo os busca a vosotros. Muchas veces os he relatado la historia del buen pastor que dejó a las noventa y nueve ovejas en el redil para salir a buscar a la que se había extraviado, y cómo, cuando encontró a la oveja descarriada, se la echó al hombro y la llevó tiernamente de vuelta al redil. Y cuando la oveja perdida volvió al redil, recordaréis que el buen pastor llamó a sus amigos y los invitó a que se regocijaran con él porque había encontrado a la oveja que se había extraviado. Nuevamente os digo que hay más regocijo en el cielo cuando se arrepiente un pecador que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. El hecho de que las almas están extraviadas sólo acrecienta el interés del Padre celestial. Yo he venido a este mundo para hacer los deseos de mi Padre, y en verdad se ha dicho del Hijo del Hombre que él es amigo de publicanos y pecadores.
      
«Se os ha enseñado que la aceptación divina viene después de vuestro arrepentimiento y como resultado de vuestras obras de sacrificio y penitencia, pero yo os aseguro que el Padre os acepta aun antes de que os hayáis arrepentido y envía al Hijo y a sus asociados para encontraros y traeros, con regocijo, de vuelta al redil, el reino de la filiación y del progreso espiritual. Todos vosotros sois como ovejas que se han descarriado, y yo he venido para buscaros y salvar a los que estén perdidos.
      
«También debéis recordar la historia de la mujer que después de utilizar diez piezas de plata para hacer un collar de adorno, perdió una pieza, y después de encender la lámpara barrió diligentemente la casa y siguió buscando hasta encontrar la pieza de plata perdida. En cuanto encontró la moneda que había perdido, llamó a sus amigos y vecinos diciendo: `regocijaos conmigo porque encontré la pieza que se había perdido'. Nuevamente os digo, siempre hay felicidad en presencia de los ángeles del cielo cuando se arrepiente un pecador y vuelve al redil del Padre. Os relato esta historia para que comprendáis que el Padre y su Hijo salen en busca de aquellos que están perdidos, y en esta búsqueda empleamos todas las influencias capaces de ofrecer ayuda en nuestros esfuerzos diligentes por encontrar a los que se han extraviado, los que necesitan ser salvados. Así pues, mientras el Hijo del Hombre sale al desierto para buscar a la oveja descarriada, también busca la moneda que se ha perdido en la casa. La oveja se aleja sin intención; la moneda está cubierta con el polvo del tiempo y oscurecida por la acumulación de las cosas humanas.
      
«Ahora me gustaría contaros la historia del hijo desconsiderado de un agricultor de buena posición que deliberadamente dejó la casa de su padre y se fue a tierra extranjera donde sufrió muchas tribulaciones. Recordáis que la oveja se descarrió sin intención, pero este joven abandonó su casa con premeditación. Esto fue lo que ocurrió:
      
«Cierto hombre tenía dos hijos; uno, el más joven, era despreocupado y libre de cuidados, buscando siempre pasarla bien y evitando las responsabilidades, mientras que su hermano mayor era serio, sobrio, trabajador y dispuesto a cargar con las responsabilidades. Ahora bien, estos dos hermanos no se llevaban bien; estaban constantemente discutiendo y riñendo. El más joven era alegre y vivaz, pero indolente y no se podía confiar en él; el mayor era serio y activo, pero también egocéntrico, arrogante y presumido. El más joven disfrutaba de jugar pero evitaba el trabajo; el mayor estaba siempre dispuesto a trabajar pero pocas veces jugaba. Esta asociación se tornó tan desagradable que el hijo menor fue adonde su padre y le dijo: `Padre, dame la tercera parte de tus bienes que yo heredaría y permíteme que me vaya al mundo para buscar mi suerte'. Cuando el padre escuchó esta solicitud, sabiendo cuán desdichado el joven estaba en el hogar y con su hermano mayor, repartió sus bienes, dándole al joven su parte.
      
«A las pocas semanas el joven reunió todos sus fondos y salió de viaje a un país lejano, y como no encontró nada que fuera provechoso y al mismo tiempo agradable, en poco tiempo derrochó su herencia viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una prolongada escasez en aquel país, y todo comenzó a faltarle. Así pues, cuando sufrió hambre y su desesperación fue grande, encontró empleo con uno de los ciudadanos de aquella tierra, quien le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. El joven gustosamente se hubiera llenado con las cáscaras que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
     
«Cierto día, cuando tenía mucha hambre, volvió en sí y se dijo: `Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan y más que suficiente mientras que yo perezco de hambre, apacentando cerdos aquí en un país extranjero! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros'. Y cuando el joven llegó a esta decisión, se levantó y partió para la casa de su padre.
      
«El padre mucho había penado por este hijo; extrañaba a este alegre, aunque descuidado, muchacho. Este padre amaba a su hijo y constantemente esperaba su retorno, de manera que el día en que el hijo se fue acercando a la casa, aun desde muy lejos, el padre lo vio y sintiendo una compasión amante, corrió a su encuentro, y lo saludó con afecto abrazándolo y besándolo. Después de encontrarse así, el hijo levantó la vista al rostro bañado de lágrimas de su padre y dijo: `Padre, he pecado contra el cielo y ante tus ojos, ya no soy digno de ser llamado tu hijo' —pero el muchacho no tuvo oportunidad de completar su confesión, porque el padre regocijado dijo a los siervos que en este momento ya llegaban a la carrera: `Traedle el mejor vestido, el que yo guardé, y vestidle, y poned en su mano el anillo de hijo y buscad sandalias para sus pies'.
      
«Luego, después de haber conducido el padre feliz a su hijo cansado y con los pies doloridos hasta la casa, llamó a sus siervos: `Traed el becerro gordo y matadlo, comamos y hagamos fiesta, porque este hijo que estaba muerto, ahora vive nuevamente; estaba perdido y ahora lo he encontrado'. Y todos rodearon al padre para regocijarse con él por el retorno de este hijo.
      
«En ese momento, mientras estaban celebrando, llegó su hijo mayor de su jornada de trabajo en el campo, y al acercarse a la casa, oyó la música y las danzas. Cuando llegó a la puerta de atrás, llamó a uno de los criados y le preguntó cuál era el significado de este festín. Entonces dijo el criado: `Tu hermano perdido hace mucho tiempo ha vuelto a casa, y tu padre ha hecho matar el becerro para regocijarse por el retorno de su hijo. Entra para que tú también puedas saludar a tu hermano y recibirlo nuevamente en la casa de tu padre'.
      
«Pero cuando el hermano mayor oyó esto, estuvo tan dolorido y enojado que no quiso entrar. Cuando el padre supo de su resentimiento por la recepción al hermano menor, salió para hablar con él. Pero el hijo mayor no quiso dejarse convencer por la persuasión de su padre. Respondió a su padre diciendo: `He aquí que te he servido tantos años, no habiéndote desobedecido jamás, y sin embargo nunca me has dado ni siquiera una cabritilla para celebrar yo un festín con mis amigos. Me he quedado aquí para cuidarte todos estos años, y nunca te regocijaste por mi servicio fiel, pero cuando volvió este hijo tuyo, después de haber derrochado tu fortuna con rameras, corres a hacerle matar el becerro y regocijarte con él'.
      
«Como este padre amaba verdaderamente a sus dos hijos, trató de razonar con el hijo mayor: `Pero hijo mío, has estado conmigo todo este tiempo, y todas mis cosas son tuyas. Hubieras podido tener una cabritilla en cualquier momento para gozarte en júbilo con tus amigos si los hubieras tenido. Mas es apropiado que compartas conmigo la fiesta y el regocijo por el retorno de tu hermano. Piensa en ello, hijo mío, tu hermano se había perdido y ha sido hallado; ¡ha vuelto vivo a nosotros!'»
      
Fue ésta una de las parábolas más emotivas y eficaces de todas las que Jesús presentó para inculcar en sus oyentes el deseo del Padre de recibir a todos los que buscan entrada en el reino del cielo.
      
A Jesús le gustaba relatar estas tres historias al mismo tiempo. Presentaba la historia de la oveja descarriada para mostrar que, cuando los hombres se alejan involuntariamente del camino de la vida, el Padre está consciente de estos seres extraviados y sale, con sus Hijos, los verdaderos pastores del rebaño, a buscar la oveja descarriada. Luego relataba la historia de la moneda perdida en la casa para ilustrar cuán profunda es la búsqueda divina de todos los que están confusos, inciertos, o de otra manera cegados espiritualmente por las preocupaciones materiales y las acumulaciones del vivir. Luego se lanzaba a contar el relato de la parábola del hijo perdido, la recepción del hijo pródigo que retorna, para mostrar cuán completa es la restauración del hijo perdido en la casa y en el corazón de su padre.
      
Muchas, muchas veces durante sus años de enseñanzas, Jesús relató y volvió a relatar esta historia del hijo pródigo. Esta parábola y la historia del buen samaritano eran sus formas preferidas de enseñar el amor al Padre y la sociabilidad de los hombres.