«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 29 de mayo de 2012

La primera gran desición.

Al tercer día después de comenzar esta conferencia consigo mismo y con su Ajustador Personalizado, se le presentó a Jesús la visión de las huestes celestiales de Nebadon reunidas y enviadas por sus comandantes para aguardar la voluntad de su amado Soberano. Esta hueste poderosa abarcaba doce legiones de serafines y un número proporcional de cada una de las órdenes de inteligencia universal. La primera gran decisión de Jesús en su retiro consistió en determinar si haría uso o no de estas personalidades poderosas en relación con el próximo programa de su obra pública en Urantia.
      
Jesús decidió que no utilizaría ni una sola personalidad de esta vasta asamblea a menos que resultara evidente que el uso era la voluntad de su Padre. A pesar de esta decisión general, estas vastas huestes permanecieron con él por el resto de su vida terrenal, siempre listas para obedecer la menor expresión de la voluntad de su Soberano. Aunque Jesús no contemplaba constantemente con sus ojos humanos a estas personalidades asistentes, su Ajustador Personalizado asociado las veía constantemente y podía comunicarse con ellas en todo momento.
      
Antes de descender de su retiro de cuarenta días en las montañas, Jesús asignó el mando inmediato de estas huestes de personalidades universales asistentes a su Ajustador recientemente Personalizado, y por más de cuatro años, medidos en tiempo de Urantia, estas personalidades seleccionadas de todas las divisiones de las inteligencias universales, obediente y respetuosamente funcionaron bajo la prudente dirección de este exaltado y experto Monitor Misterioso Personalizado. Al asumir el mando de esta poderosa asamblea, el Ajustador, siendo a la vez parte y esencia del Padre del Paraíso, aseguró a Jesús que estas agencias sobrehumanas no serían permitidas servirle, manifestarse, o actuar en favor de su carrera terrenal, a menos que ocurriese que dicha intervención fuera la voluntad del Padre. Así pues, en virtud de una gran decisión, se privó Jesús voluntariamente de toda cooperación sobrehumana en todos los asuntos que tuvieran que ver con el resto de su carrera mortal, a menos que el Padre eligiese independientemente participar en un determinado acto o episodio de la obra terrenal del Hijo.
Al aceptar el mando de las huestes universales que servían a Cristo Micael, el Ajustador Personalizado insistió en señalar a Jesús que, si bien sería posible limitar en el espacio las actividades de esa asamblea de criaturas universales mediante la autoridad delegada de su Creador, tales limitaciones no se aplicaban en relación con su función en el tiempo. Esta limitación se debía al hecho de que los Ajustadores, una vez que han sido personalizados, son seres sin tiempo. Por consiguiente se le advirtió a Jesús que, aunque el control del Ajustador sobre las inteligencias vivas colocadas bajo su mando sería completo y perfecto en todos los asuntos relacionados con el espacio, no podrían imponerse tales limitaciones perfectas en los asuntos relacionados con el tiempo. Dijo el Ajustador: «Impediré, tal como tú me lo has ordenado, la intervención de estas huestes de inteligencias universales servidoras en todo aspecto que se relacione con tu carrera terrenal, excepto en aquellos casos en los que el Padre del Paraíso me instruya que exima a tales agencias de la prohibición a fin de que se cumpla su voluntad divina a la que tú has elegido someterte, y en aquellos casos en los que tú puedas emprender una elección o acción de tu voluntad divina-humana que tan sólo implique desviaciones del orden terrestre natural relacionadas con el tiempo. En todos los eventos de esta índole, soy impotente, y tus criaturas aquí reunidas en perfección y unidad de poder son del mismo modo impotentes. Si tus naturalezas unidas abrigan en algún momento tales deseos, estos mandatos de tu elección serán inmediatamente ejecutados. Tu deseo en todos esos asuntos constituirá la condensación del tiempo, y la cosa proyectada es existente. Bajo mi autoridad esto constituye la limitación más plena posible que pueda imponerse a tu soberanía potencial. En mi autoconciencia, el tiempo es no existente, por lo tanto no puedo limitar a tus criaturas en ningún asunto relacionado con el tiempo».
      
Así llegó Jesús a enterarse de cómo se manifestaría su decisión de seguir viviendo como hombre entre los hombres. En virtud de una única decisión había él excluido a todas sus huestes asistentes universales de variadas inteligencias de la participación en su próximo ministerio público, excepto en asuntos relacionados exclusivamente con el tiempo. Se hace pues evidente que todo posible acompañamiento sobrenatural o supuestamente sobrehumano del ministerio de Jesús pertenecería exclusivamente a la eliminación del tiempo, a menos que el Padre celestial dictaminara específicamente lo contrario. Ningún milagro, ministerio de misericordia, ni ningún otro evento posible que ocurriera en relación con lo que quedaba por hacer de la obra terrenal de Jesús podía ser de la naturaleza o carácter de una acción que trascendiera las leyes naturales establecidas y regularmente funcionales en los asuntos del hombre en su vida en Urantia, excepto en este asunto expresamente definido del tiempo. Por supuesto, ningún límite podía ser impuesto a las manifestaciones de «la voluntad del Padre». La eliminación del tiempo en relación con el deseo expreso de este Soberano potencial de un universo, sólo podía evitarse por la acción directa y explícita de la voluntad de este Dios-hombre en el sentido de que el tiempo, en la medida en que se relacionara con la acción o evento específico, no debía ser acortado o eliminado. A fin de prevenir la ocurrencia de milagros temporales aparentes, fue menester que Jesús permaneciera constantemente consciente del tiempo. Un lapso suyo de la conciencia del tiempo, en conexión con la consideración de un deseo definido, era equivalente al efectuar la cosa concebida en la mente de este Hijo Creador, sin la intervención del tiempo.
      
Gracias al control supervisor de su Ajustador asociado y Personalizado, era posible para Micael, limitar perfectamente sus actividades personales en la tierra en lo que se refería al espacio, pero no era posible para el Hijo del Hombre, limitar de la misma manera su nueva situación en la tierra como Soberano potencial de Nebadon en lo que se refería al tiempo. Y éste era el estado real de Jesús de Nazaret cuando salió para comenzar su ministerio público en Urantia.

sábado, 26 de mayo de 2012

Los planes para el ministerio publico.

Día tras día, allí en las colinas, Jesús elaboraba planes para el resto de su autootorgamiento en Urantia. Primero pensó Jesús que no enseñaría contemporáneamente con Juan. Decidió permanecer en relativo retiro hasta que la obra de Juan cumpliese su propósito, o bien hasta que ésta fuera interrumpida en forma súbita por su encarcelación. Bien sabía Jesús que la forma temeraria e imprudente de predicar de Juan suscitaría pronto el temor y la enemistad de los gobernantes civiles. En vista de la situación precaria de Juan, Jesús se dedicó a planear definidamente su programa de esfuerzos públicos para el bien de su pueblo, del mundo y para el bien de todos los mundos habitados de su vasto universo. El autootorgamiento de Micael en la semejanza de un ser mortal fue en Urantia pero para todos los mundos de Nebadon.
      
Lo primero que hizo Jesús, después de elaborar completamente el plan general para la coordinación de su programa con el movimiento de Juan, fue repasar mentalmente las instrucciones de Emanuel. Reflexionó profundamente sobre los consejos de su hermano mayor relativos a los métodos de trabajo y la exhortación de que no dejara escritos permanentes en el planeta. De allí en adelante, Jesús nunca volvió a escribir sino sobre arena. En su visita subsiguiente a Nazaret, con gran pena de su hermano José, Jesús destruyó todos los escritos suyos que se conservaban en las tablillas del taller de carpintería y colgadas en las paredes de la vieja casa. Mucho discurrió Jesús en los consejos de Emanuel relativos a su actitud hacia el mundo en el campo económico, social y político tal como lo encontraría por esa época.
     
Jesús no ayunó durante estos cuarenta días de aislamiento. El período más largo que pasó sin alimentos fue durante los primeros dos días en las colinas, porque tan ensimismado estaba en sus pensamientos que se olvidó de comer. Pero al tercer día fue en busca de alimento. Tampoco fue él tentado en este período por espíritus malignos ni por personalidades rebeldes de este mundo o de cualquier otro mundo.
      
Estos cuarenta días fueron la ocasión del diálogo final entre la mente divina y la humana, o más bien, el primer funcionamiento real de estas dos mentes que ahora formaban una sola. El resultado de esta temporada de meditación, pletórica de acontecimientos, demostró en forma conclusiva que la mente divina ya dominaba triunfal y espiritualmente al intelecto humano. De ahora en adelante, la mente del hombre se ha convertido en la mente de Dios, y aunque la individualidad de la mente del hombre está constantemente presente, siempre esta mente humana espiritualizada dice: «No se haga mi voluntad sino la tuya».
      
Las transacciones de este momento extraordinario no fueron las visiones fantasmagóricas de una mente hambrienta y debilitada, ni tampoco fueron los simbolismos confusos y pueriles que más tarde se transmitirían como las «tentaciones de Jesús en el desierto». Más bien fue ésta una temporada para la meditación sobre la memorable y variada carrera del autootorgamiento en Urantia y para la preparación cuidadosa de esos planes para el ministerio ulterior que pudieran servir mejor a este mundo y contribuir a la vez al mejoramiento de todas las otras esferas aisladas por la rebelión. Jesús discurrió en toda la gama de la vida humana en Urantia, desde los días de Andón y Fonta, pasando por la falta de Adán, y llegando hasta el ministerio de Melquisedek de Salem.
      
Gabriel le había recordado a Jesús que tenía dos caminos que podía seguir para manifestarse al mundo en caso de que decidiera permanecer en Urantia por un tiempo. También se le aclaró a Jesús que su elección en este asunto nada tendría que ver ni con su soberanía universal ni con la terminación de la rebelión de Lucifer. Estos dos caminos de ministerio para el mundo eran:
      
1. Su propia senda —La senda que pudiera parecerle más agradable y fructífera desde el punto de vista de las necesidades inmediatas de este mundo y de la edificación presente de su propio universo.
     
2. La senda del Padre —La ejemplificación de un ideal a largo plazo en cuanto a la vida de las criaturas, visualizada por las altas personalidades de la administración Paradisiaca del universo de los universos.
     
Así pues se le aclaró a Jesús que podía tomar dos caminos para ordenar el resto de su vida terrena. Cada uno de estos caminos tenía puntos a su favor a la luz de la situación inmediata. El Hijo del Hombre vio claramente que su elección entre estos dos modos de conducta nada tenía que ver con su recepción de la soberanía de su universo; que ése era un asunto ya establecido y sellado en los archivos del universo de los universos y que sólo esperaba su reclamación en persona. Pero se le indicó a Jesús que mucho complacería a Emanuel, su hermano del Paraíso, si Jesús juzgara conveniente completar su carrera terrenal de encarnación tan noblemente como la había comenzado, siempre sujeto a la voluntad del Padre. Al tercer día de su aislamiento Jesús se prometió a sí mismo que volvería al mundo para terminar su carrera terrenal, y que en cualquier situación que conllevara los dos caminos, siempre elegiría la voluntad del Padre. Así vivió pues el resto de su vida terrestre, siempre fiel a esa resolución. Hasta el amargo fin, invariablemente subordinó su voluntad soberana a la de su Padre celestial.
      
Los cuarenta días de soledad en el desierto montañoso no fueron un período de grandes tentaciones sino más bien el período de las grandes decisiones del Maestro. Durante estos días de solitaria comunión consigo mismo y con la presencia inmediata de su Padre —el Ajustador Personalizado (ya no tenía él un guardián serafín personal)— tomó, una por una, las grandes decisiones que controlarían su política y conducta por el resto de su carrera terrenal. Posteriormente surgió la tradición de la gran tentación durante este período de aislamiento debido a la confusión con la crónica fragmentaria de la lucha en el Monte Hermón, y además porque era costumbre que todos los grandes profetas y líderes humanos comenzaran su carrera pública sometiéndose a un supuesto período de ayuno y de oración. Había sido siempre la costumbre de Jesús, cada vez que se enfrentaba con decisiones nuevas o importantes, retirarse para comulgar con su propio espíritu, para llegar a conocer la voluntad de Dios.
      
A través de toda su planificación para el resto de su vida terrenal, Jesús estuvo siempre dividido en su corazón humano por dos formas opuestas de conducta:
      
1. Abrigaba el intenso deseo de ganar a su pueblo —y al mundo entero— para que creyeran en él y aceptaran su nuevo reino espiritual. Y bien conocía las ideas de ellos sobre el Mesías venidero.
      
2. Vivir y obrar de la manera que sabía que su Padre aprobaría, llevar a cabo su obra para otros mundos necesitados, y continuar, en el establecimiento del reino, revelando el Padre y mostrando su carácter amante divino.
      
A lo largo de estos días extraordinarios Jesús vivió en una antigua caverna rocosa, un refugio en la ladera de la colina cerca de una aldea en un tiempo llamada Beit Adis. Bebía del pequeño manantial que corría por la falda de la colina hasta cerca de este refugio rocoso.

jueves, 24 de mayo de 2012

Los cuarenta días.

Jesús había resistido a la gran tentación de su autootorgamiento en semejanza de un mortal antes de su bautismo, cuando se había humedecido con el rocío del Monte Hermón durante seis semanas. Allí en el Monte Hermón, como un mortal del mundo sin ayuda alguna, se había enfrentado con el pretendiente de Urantia, Caligastia, el príncipe de este mundo, y lo había derrotado. En ese día lleno de acontecimientos, según se ve en los archivos del universo, Jesús de Nazaret se convirtió en el Príncipe Planetario de Urantia. Este Príncipe de Urantia, que muy pronto sería proclamado Soberano supremo de Nebadon, iniciaba ahora cuarenta días de retiro, para elaborar sus planes y seleccionar la técnica que utilizaría para proclamar el nuevo reino de Dios en el corazón de los hombres.
      
Después de su bautismo comenzó el período de cuarenta días de ajuste a las relaciones cambiadas del mundo y del universo, debidas a la personalización de su Ajustador. Durante este período de aislamiento en las colinas de Perea, Jesús determinó el criterio que emplearía y los métodos que aplicaría en la nueva y cambiada fase de la vida terrenal que estaba por inaugurar.
      
El retiro de Jesús no fue motivado por el propósito de ayunar ni tampoco para la aflicción de su alma. No era un asceta, y había venido para destruir para siempre esas ideas sobre cómo acercarse a Dios. Sus motivos al procurar este retiro eran enteramente diferentes de los que habían motivado a Moisés y a Elías e incluso a Juan el Bautista. Jesús estaba entonces plenamente consciente de su relación con el universo por él creado así como también con el universo de los universos, supervisado por el Padre del Paraíso, su Padre celestial. Ya recordaba plenamente el encargo de autootorgamiento y las instrucciones que le diera su hermano mayor, Emanuel, antes de ingresar en su encarnación en Urantia. Ya comprendía clara y plenamente todas estas vastas relaciones, y deseaba encontrarse a solas, lejos de todos, durante una temporada de meditación, con el objeto de elaborar los planes y seleccionar los procedimientos para el cumplimiento de su ministerio público para beneficio de este mundo y de todos los demás mundos de su universo local.     

Mientras deambulaba por las colinas, en busca de un refugio apropiado, Jesús se encontró con el ejecutivo en jefe de su universo, Gabriel, el Brillante Estrella Matutina de Nebadon. Gabriel restablecía ahora la comunicación personal con el Hijo Creador del universo; se encontraron directamente por primera vez desde que Micael se despidiera de sus asociados en Salvington al ir a Edentia con el objeto de prepararse para el comienzo de su autootorgamiento en Urantia. Gabriel, siguiendo las instrucciones de Emanuel y autorizado por los Ancianos de los Días de Uversa, puso ante Jesús la información que indicaba que la experiencia de su autootorgamiento en Urantia estaba prácticamente terminada en cuanto a alcanzar la soberanía perfeccionada de su universo y la terminación de la rebelión de Lucifer. Lo primero ocurrió el día de su bautismo, cuando la personalización de su Ajustador demostró la perfección y plenitud de su autootorgamiento en la semejanza de la carne mortal, y lo último fue el hecho histórico ese día en que descendió del Monte Hermón para reunirse con el joven Tiglat que lo esperaba. Ahora recibía Jesús la noticia, proveniente de la más alta autoridad del universo local y del superuniverso, de que su obra autootorgadora había terminado en lo que se refería a su estado personal en relación con la soberanía y la rebelión. Ya había recibido esta garantía directamente del Paraíso en su visión bautismal y en el fenómeno de la personalización de su Ajustador del Pensamiento residente.
      
Mientras estaba en la montaña conversando con Gabriel, el Padre de la Constelación de Edentia apareció en persona ante Jesús y Gabriel y dijo: «Los antecedentes están completos. La soberanía de Micael 611.121 sobre su universo de Nebadon se entroniza por completo a la diestra del Padre Universal. Yo te traigo de Emanuel, tu hermano y patrocinador de tu encarnación en Urantia, la exoneración del autootorgamiento. Ahora o en cualquier momento subsiguiente, en la forma que tú selecciones, podrás dar por terminada la encarnación autootorgadora, ascender a la diestra de tu Padre, recibir tu soberanía, y tomar tu bien ganado gobierno incondicional de todo Nebadon. También doy fe de que se han completado, por autorización de los Ancianos de los Días, los expedientes del superuniverso, relativos a la terminación de rebeliones pecaminosas en tu universo y que se te ha otorgado autoridad plena e ilimitada para enfrentarte con todas y cada una de tales posibles sublevaciones en el futuro. Tu obra en Urantia y en la carne de la criatura mortal está formalmente terminada. De ahora en adelante, lo que hagas dependerá de tu propia elección».
      
Cuando el Altísimo Padre de Edentia se hubo despedido, Jesús departió largo rato con Gabriel sobre el bienestar del universo y, al enviar a Emanuel saludos, reiteró su promesa de que siempre recordaría, en la obra que estaba por emprender en Urantia, los consejos recibidos en Salvington, antes del comienzo del autootorgamiento.
      
Durante estos cuarenta días de aislamiento, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, estaban atareados buscando a Jesús. Muchas veces estuvieron a poca distancia de su morada, pero nunca lo pudieron hallar.

lunes, 21 de mayo de 2012

El Bautismo de Jesús.


Jesús fue bautizado en la época del apogeo de la predicación de Juan, en el momento en que Palestina se hallaba fervorosa con la anticipación de su mensaje —«el reino de Dios se acerca»— en el momento en que todo el pueblo judío se estabadedicando a un examen de conciencia serio y solemne. El sentido judío de la solidaridad racial era muy profundo. Los judíos no sólo creían que los pecados del padre podían afligir a los hijos, sino que también creían firmemente que el pecado de un individuo podía llevar a la perdición al pueblo entero. Por consiguiente, no todos los que se sometían al bautismo de Juan se consideraban culpables de los pecados específicos que Juan denunciaba. Muchas almas devotas eran bautizadas por Juan para el bien de Israel. Temían que la ignorancia por parte de ellos de algún pecado pudiera retrasar la venida del Mesías. Sentían que pertenecían a una nación culpable y maldita por el pecado, y se sometían al bautismo para manifestar de este modo los frutos del arrepentimiento de la raza. Es por lo tanto evidente que Jesús no recibió de ninguna manera el bautismo de Juan como rito de arrepentimiento ni para la remisión de los pecados. Al aceptar el bautismo de manos de Juan, Jesús estaba simplemente siguiendo el ejemplo de muchos israelitas píos.
      
Cuando Jesús de Nazaret bajó al Jordán para ser bautizado, era un mortal de este mundo que había alcanzado el pináculo de la ascensión evolutiva humana en todos los aspectos relacionados con la conquista de la mente y la identificación del yo con el espíritu. Estuvo de pie en el Jordán ese día, como un mortal perfeccionado de los mundos evolutivos del tiempo y del espacio. Una sincronía perfecta y una comunicación plena se habían establecido entre la mente mortal de Jesús y el Ajustador espiritual residente, el don divino de su Padre en el Paraíso. Un Ajustador como éste, reside en todos los seres normales que viven en Urantia desde la ascensión de Micael al liderazgo de su universo, excepto que el Ajustador de Jesús había sido preparado previamente para esta misión especial porque había habitado de manera similar en otro sobrehumano encarnado en la semejanza de la carne mortal: Maquiventa Melquisedek.
      
Ordinariamente, cuando un mortal llega a tales altos niveles de perfección de la personalidad, ocurren esos fenómenos preliminares de elevación espiritual que culminan finalmente en la fusión del alma madura del mortal con su Ajustador divino asociado. Y aparentemente debía producirse un cambio de esta naturaleza en la experiencia de la personalidad de Jesús de Nazaret ese mismo día en que descendió al Jordán acompañado por sus dos hermanos para ser bautizado por Juan. Esta ceremonia era el acto final de su vida puramente humana en Urantia, y muchos observadores superhumanos esperaban presenciar la fusión del Ajustador con la mente que habitaba, pero estaban destinados todos ellos a sufrir una desilusión. Ocurrió algo nuevo y aun más grande. Mientras Juan ponía sus manos sobre Jesús para bautizarlo, el Ajustador residente se despidió para siempre del alma humana perfeccionada de Josué ben José. Pocos momentos después, esta entidad divina regresó de Diviningtón como un Ajustador Personalizado y jefe de su clase en todo el universo local de Nebadon. Así pues pudo Jesús ver a su propio ex espíritu divino descendiendo sobre él de regreso en forma personalizada. Y oyó ahora a este mismo espíritu de origen del Paraíso hablar y decir: «Éste es mi Hijo amado en quien tengo complacencia». Juan, y los dos hermanos de Jesús, también oyeron estas palabras. Los discípulos de Juan, que estaban a la orilla del río, no oyeron estas palabras ni vieron la aparición del Ajustador Personalizado. Sólo los ojos de Jesús contemplaron al Ajustador Personalizado.
      
Cuando así hubo hablado el Ajustador Personalizado, regresado y ahora exaltado, todo fue silencio. Y mientras los cuatro permanecían de pie en el agua, Jesús, volviendo la mirada hacia arriba, al Ajustador que se encontraba cerca, oró de este modo: «Padre mío que reinas en el cielo, santificado sea tu nombre. ¡Venga tu reino! Que se haga tu voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo». Cuando hubo orado, «se abrieron los cielos», y el Hijo del Hombre vio la visión, presentada por el Ajustador ahora Personalizado, de sí mismo como Hijo de Dios tal como era antes de venir a la tierra en semejanza de la carne mortal, y como volvería a ser cuando terminara su vida encarnada. Esta visión celestial fue solamente para los ojos de Jesús.
      
Fue la voz del Ajustador Personalizado la que Juan y Jesús oyeron, hablando en nombre del Padre Universal, porque el Ajustador es del Padre y como el Padre del Paraíso. Por el resto de la vida terrenal de Jesús estuvo este Ajustador Personalizado asociado con él en todas sus obras; Jesús estuvo en constante comunión con este Ajustador exaltado.
      
Cuando Jesús fue bautizado no se arrepintió de error alguno; no hizo confesión alguna de pecados. Su bautismo fue su consagración al cumplimiento de la voluntad del Padre celestial. Durante su bautismo oyó el inequívoco llamado de su Padre, el mandato final de que se ocupara de los asuntos de su Padre, y se retiró a solas durante cuarenta días para discurrir estos múltiples problemas. Al retirarse así por una temporada del contacto personal activo con sus asociados terrenales, Jesús, tal como era, y al estar en Urantia, estaba siguiendo el mismo procedimiento que se observa en los mundos morontiales cuandoquiera que un alma ascendente se fusiona con la presencia interior del Padre Universal.
      
Este día de bautismo llevó a su término la vida puramente humana de Jesús. El Hijo divino ha encontrado a su Padre, el Padre Universal ha encontrado a su Hijo encarnado, y se hablan el uno al otro.
      
(Jesús tenía casi treinta y un años y medio cuando fue bautizado. Si bien Lucas dice que Jesús fue bautizado en el año quince del reinado de Tiberio César, que sería en el año 29 d. de J. C. puesto que Augusto murió en el año 14 d. de J. C., debe recordarse que Tiberio fue coemperador con Augusto por dos años y medio antes de la muerte de Augusto, habiéndose acuñado monedas en su honor en octubre del año 11 d. de J. C. El decimoquinto año de su reinado fue por lo tanto, en efecto, este mismo año 26 d. de J. C. en que Jesús se bautizó. Fue también éste el año en que Poncio Pilato tomó el cargo de gobernador de Judea.)

domingo, 20 de mayo de 2012

Los conceptos del Mesías esperado.

Los judíos tenían muchas ideas distintas sobre la naturaleza del libertador esperado; cada una de estas diferentes escuelas de enseñanza mesiánica podía invocar como prueba de sus creencias distintas declaraciones de las escrituras hebreas. En general, los judíos consideraban que la historia de su nación comenzaba con Abraham y culminaría en el Mesías y de la nueva era del reino de Dios. En los siglos anteriores habían concebido a este libertador como «el siervo del Señor», luego como «el Hijo del Hombre», mientras que últimamente algunos hasta habían llegado a referirse al Mesías como el «Hijo de Dios». Pero, bien sea que se le llamara «la simiente de Abraham» o «el hijo de David», todos estaban de acuerdo en que había de ser el Mesías, el «ungido». Así pues evolucionó el concepto apartir de «siervo del Señor» a «hijo de David», «Hijo del Hombre» e «Hijo de Dios».
      
En los tiempos de Juan y Jesús, los judíos más cultos habían desarrollado una idea del Mesías venidero como el israelita perfeccionado y representativo, el que reuniría en sí mismo como «siervo del Señor», el triple cargo de profeta, sacerdote y rey.
      
Los judíos creían devotamente que, tal como Moisés había liberado a sus antepasados de la esclavitud egipcia mediante hazañas milagrosas, así liberaría el Mesías venidero al pueblo judío de la dominación romana mediante prodigios aun más milagrosos y hazañas de triunfo racial. Los rabinos habían reunido casi quinientas citas de las Escrituras que, a pesar de sus contradicciones aparentes, según ellos eran profecías del advenimiento del Mesías. En medio de todos estos detalles de tiempo, técnica y función, perdieron de vista casi por completo la personalidad del Mesías prometido. Anhelaban el restablecimiento de la gloria nacional judía —la exaltación temporal de Israel— en vez de anhelar la salvación del mundo. Es evidente por lo tanto que Jesús de Nazaret no hubiera podido satisfacer jamás este concepto mesiánico materialista de la mente judía. Si hubieran sabido ver estas predicciones supuestamente mesiánicas bajo una luz diferente, estos pronunciamientos proféticos les habrían preparado la mente en forma muy natural para el reconocimiento de Jesús como aquel que cerraba una era para inaugurar una nueva y mejor dispensación de misericordia y salvación para todas las naciones.
      
Los judíos habían sido criados con la creencia en la doctrina de la Shekinah. Pero este supuesto símbolo de la Presencia Divina no se veía en el templo. Creían que la venida del Mesías efectuaría su restauración. Tenían ideas confusas sobre el pecado racial y la supuesta naturaleza malvada del hombre. Algunos enseñaban que el pecado de Adán había sido causa de la maldición de la raza humana, y que el Mesías levantaría esa maldición y restituiría el favor divino al hombre. Otros enseñaban que Dios, al crear al hombre, había combinado en él naturalezas buenas y malas; que cuando observó el resultado de esta creación, fue grande su desilusión, y que «se arrepintió de haber creado así al hombre». Y los que así enseñaban creían que el Mesías vendría para redimir al hombre de esta inherente naturaleza malvada.
      
La mayoría de los judíos creía que ellos seguían languideciendo bajo el poder romano debido a sus pecados colectivos y a la frialdad de los prosélitos gentiles. La nación judía no se había arrepentido de todo corazón; por eso el Mesías retrasó su advenimiento. Mucho se hablaba de arrepentimiento; eso explica la atracción poderosa e inmediata de la predicación de Juan: «Arrepentíos y sed bautizados porque el reino del cielo se acerca». Y el reino del cielo no tenía sino un solo significado para todo judío devoto: la venida del Mesías.
      
Había un rasgo del autootorgamiento de Micael que era completamente ajeno al concepto judío del Mesías y éste era la unión de las dos naturalezas: la humana y la divina. Los judíos habían concebido al Mesías de distintas maneras como humano perfeccionado, sobrehumano, e incluso divino, pero no se les había ocurrido jamás el concepto de la unión de lo humano y lo divino. Fue ésta el gran escollo de los primeros discípulos de Jesús. Comprendían el concepto humano del Mesías como el hijo de David, tal como había sido presentado por los antiguos profetas; como el Hijo del Hombre, la idea sobrehumana de Daniel y de algunos de los profetas posteriores; e incluso como el Hijo de Dios, tal como había sido descrito por el autor del Libro de Enoc y por algunos de sus contemporáneos; pero no llegaron nunca, ni por un solo instante, a considerar el verdadero concepto de la unión en una personalidad terrenal de las dos naturalezas: la humana y la divina. La encarnación del Creador en forma de criatura no había sido revelada de antemano. Sólo fue revelada en Jesús; el mundo nada sabía de tales cosas hasta que el Hijo Creador se hizo carne y habitó entre los mortales del reino.

El Bautismo y los cuarenta días.

Prólogo de; El Bautismo y los Cuarenta días.

JESÚS comenzó su ministerio público en el apogeo del interés popular por la predicación de Juan y en la época en que el pueblo judío de Palestina esperaba ansiosamente la aparición del Mesías. Había un gran contraste entre Juan y Jesús. Juan trabajaba con afán y ahínco, mientras que Jesús ponía manos a la obra en una forma apacible y llena de alegría; sólo unas pocas veces en toda su vida se le vio apresurarse. Jesús era un consuelo para el mundo y en cierto modo un ejemplo; Juan en cambio no era ni un consuelo ni un ejemplo. El predicaba el reino de los cielos pero no mencionaba mucho de su felicidad. Aunque Jesús se refirió a Juan como el más grande de los profetas del antiguo orden, también dijo que el más humilde de entre los que vieran la gran luz de la nueva senda y por lo tanto penetraran en el reino del cielo sería en verdad más grande que Juan.
     
Cuando Juan predicaba del reino venidero, toda la fuerza de su mensaje era: ¡Arrepentíos! Huid de la ira venidera. Cuando Jesús comenzó a predicar, aunque mantuvo la exhortación al arrepentimiento, ese mensaje estaba siempre ligado al evangelio, a la buena nueva de la felicidad y la libertad que traería el nuevo reino.

sábado, 19 de mayo de 2012

La muerte de Juan el Bautista.

Como Juan estaba trabajando en el sur de Perea cuando fue arrestado, se le condujo inmediatamente a la prisión de la fortaleza de Macaerus, donde estuvo encarcelado hasta su ejecución. Herodes gobernaba en Perea así como en Galilea, y mantenía residencia en esta época tanto en Julias como en Macaerus de Perea. En Galilea la residencia oficial se había trasladado de Séforis a la nueva capital de Tiberias.
      
Herodes temía poner en libertad a Juan por miedo de que instigase una rebelión. Temía matarle por miedo de que la multitud se sublevase en la capital, porque millares de pereos creían que Juan era un hombre santo, un profeta. De aquí que Herodes mantuviera al predicador nazareo en la cárcel, no sabiendo qué hacer con él. Varias veces Juan había estado ante Herodes, pero no se avino nunca ni a abandonar los dominios de Herodes ni a renunciar a toda actividad pública una vez que fuera puesto en libertad. Y la creciente agitación en constante efervescencia, en cuanto a Jesús de Nazaret, advertía a Herodes que éste no era el momento para dejar en libertad a Juan. Además, Juan era también blanco del intenso y amargo odio de Herodías, la mujer ilegal de Herodes.
      
En numerosas ocasiones Herodes conversó con Juan sobre el reino del cielo, y aunque a veces se turbaba seriamente con su mensaje, no se atrevía a liberarlo de la prisión.
      
Puesto que todavía se estaban construyendo muchos edificios en Tiberias, Herodes pasaba considerable tiempo en sus residencias de Perea, y le tenía preferencia a la fortaleza de Macaerus. Habrían de transcurrir varios años antes de que todos los edificios públicos y la residencia oficial de Tiberias estuvieran terminados.
     
Para celebrar su cumpleaños organizó Herodes una gran fiesta en el palacio de Macaerus para sus funcionarios principales y otras personalidades de alto rango en los concilios del gobierno de Galilea y Perea. Como Herodías no había conseguido persuadir a Herodes de que aplicara a Juan la pena de muerte, se dedicó a la tarea de urdir un astuto plan para lograr este propósito.
      
En el curso de las festividades y espectáculos de la velada, Herodías presentó a su hija para que bailara ante los comensales. Herodes quedó muy complacido con la danza de la doncella y, llamándola ante él, le dijo: «Eres encantadora. Estoy complacido contigo. Pídeme en éste mi cumpleaños lo que desees, que yo te lo daré, aunque fuese la mitad de mi reino». Y Herodes así habló después de haber bebido mucho vino. La doncella se apartó y le preguntó a su madre, qué debía pedirle a Herodes. Herodías le dijo: «Ve a Herodes y pídele la cabeza de Juan el Bautista». Y la joven, regresando a la mesa del banquete dijo a Herodes: «Quiero que me entregues la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja».
      
Llenóse el corazón de Herodes de pavor y pena, pero había dado su palabra ante todos los comensales que le rodeaban, y no pudo rechazar la solicitud de la doncella. Envió pues Herodes Antipas a un soldado, ordenándole que trajese la cabeza de Juan. Así fue decapitado Juan esa noche en la prisión, y trajo el soldado la cabeza del profeta en una bandeja y se la presentó a la joven en el fondo del salón del banquete; y la doncella entregó la bandeja a su madre. Cuando los discípulos de Juan supieron de este suceso, vinieron a la prisión para recoger el cuerpo de Juan, y después de darle sepultura, acudieron donde Jesús y le relataron lo ocurrido.

martes, 15 de mayo de 2012

Juan en la carcel.

Juan tuvo una solitaria y un tanto amarga experiencia en la cárcel. Pocos entre sus discípulos pudieron obtener permiso para visitarlo. Anhelaba ver a Jesús, pero hubo de contentarse con escuchar los relatos de su obra a través de aquellos entre sus discípulos que se habían convertido en creyentes del Hijo del Hombre. 

Frecuentemente caía en la tentación de dudar de Jesús y de su misión divina. Si Jesús era realmente el Mesías, ¿por qué no hacía nada por liberarle de esta insoportable encarcelación? Más de un año y medio languideció este robusto hombre de las tierras amplias de Dios, en esa vil prisión. Esta experiencia fue una gran prueba de su fe en Jesús y de su lealtad a él. En verdad, esta experiencia fue una gran prueba de la fe de Juan aun en Dios. Muchas veces cayó en la tentación de dudar hasta de la autenticidad de su propia misión y experiencia. 

Ya hacía varios meses que permanecía encarcelado cuando le visitó un grupo de sus discípulos y, después de relatarle las actividades públicas de Jesús, así hablaron: «Ya ves, Maestro, aquel que estuvo contigo en el alto Jordán prospera y recibe a todos los que vienen a él. Hasta llega a festejar con publicanos y pecadores. Tú atestiguaste con valentía por él, pero él nada hace para conseguir tu liberación». Pero Juan respondió a sus amigos: «Este hombre nada puede hacer que no le haya sido dado por su Padre celestial. Recordad bien lo que dije, `Yo no soy el Mesías, pero soy el enviado con la misión de preparar el camino para él'. Y eso es lo que yo hice. El que tiene la novia es el novio, pero el amigo del novio que está junto a él y le oye se regocija grandemente por el sonido de su voz. Ya pues se ha cumplido este mi regocijo. El debe aumentar, yo, disminuir. Yo soy de esta tierra y he proclamado mi mensaje. Jesús de Nazaret descendió a la tierra desde el cielo y está por sobre todos nosotros. El Hijo del Hombre ha descendido de Dios, y os declarará las palabras de Dios. Porque el Padre celestial no escatima el espíritu a su propio Hijo. El Padre ama a su Hijo y pronto todo lo pondrá en las manos de este Hijo. El que cree en el Hijo tendrá vida eterna. Y estas palabras que yo hablo son verdaderas y perdurables».
      
Asombráronse los discípulos del pronunciamiento de Juan, tanto que se retiraron en silencio. Juan también estaba muy agitado, porque percibía que acababa de pronunciar una profecía. De allí en adelante no volvió a dudar de la misión y divinidad de Jesús. Pero fue para Juan una amarga desilusión que Jesús no le enviara mensaje alguno, que no le visitara y que nada hiciera, utilizando su gran poder para liberarle de la prisión. Pero Jesús bien sabía todo esto. Grande era su amor por Juan, pero conociendo ya su naturaleza divina, sabiendo plenamente las grandes cosas que se preparaban para Juan cuando éste partiera de este mundo y conociendo también que la obra de Juan en la tierra estaba terminada, se obligó a no interferir con la evolución natural de la carrera del gran predicador profeta.
      
Esta prolongada espera en la cárcel era humanamente insoportable. Pocos días antes de su muerte Juan nuevamente envió mensajeros de confianza a Jesús, preguntándole: «¿Está concluida mi obra? ¿Por qué languidezco en la cárcel? ¿Eres tú verdaderamente el Mesías, o hemos de esperar por otro?» Cuando estos dos discípulos le entregaron este mensaje a Jesús, el Hijo del Hombre replicó: «Volved a Juan, decidle que yo no lo he olvidado, pero que también en esto tenga paciencia, porque corresponde que nosotros cumplamos toda rectitud. Contadle a Juan lo que habéis visto y oído —que se predican buenas nuevas a los pobres— y, finalmente, decidle al amado heraldo de mi misión terrenal que será abundantemente bendecido en la edad venidera si no halla ocasión de dudar y cometer un desliz por mí». Fueron éstas las últimas palabras que recibió Juan de Jesús. Mucho lo consoló este mensaje, consolidando su fe y preparándole para el trágico fin de su vida en la carne que siguió muy de cerca a esta memorable ocasión.

domingo, 13 de mayo de 2012

Juan viaja al sur.

Puesto que Jesús se había dirigido al norte, a Galilea, Juan se sintió llamado a desandar sus pasos rumbo al sur. Por consiguiente, el domingo 3 de marzo por la mañana, Juan y los que quedaban entre sus discípulos comenzaron su viaje hacia el sur. Aproximadamente un cuarto de los discípulos inmediatos de Juan habían partido mientras tanto hacia Galilea en pos de Jesús. Permanecía en Juan la tristeza de la confusión. Nunca más volvió a predicar como lo había hecho antes de bautizar a Jesús. En cierto modo sentía que la responsabilidad del reino venidero ya no estaba sobre sus hombros. Percibía que su obra estaba casi terminada; estaba desconsolado y solitario. Pero, predicó, bautizó, y siguió viajando rumbo al sur.
      
Junto a la aldea de Adam, se detuvo Juan por varias semanas, y allí fue que lanzó su memorable ataque contra Herodes Antipas por haber tomado ilegalmente a la mujer de otro. En junio de este año ( 26 d. de J. C.) Juan se encontraba nuevamente en el vado del Jordán en Betania, allí donde había comenzado su predicación del reino venidero más de un año antes. En las semanas que siguieron al bautismo de Jesús, el carácter de la predicación de Juan fue cambiando paulatinamente, convirtiéndose en una proclamación de la misericordia para la gente común, al tiempo que siguió denunciando con renovada vehemencia a los líderes políticos y religiosos corruptos.
     
Herodes Antipas, en cuyo territorio predicaba Juan, se alarmó, temiendo que él y sus discípulos pudieran comenzar una rebelión. También resentía Herodes que Juan criticara en público sus asuntos domésticos. En vista de todo esto, decidió Herodes encarcelar a Juan. Así pues, muy temprano en la mañana del 12 de junio, antes de que se congregara la multitud para escuchar su predicación y presenciar los bautismos, los agentes de Herodes arrestaron a Juan. Como pasaban las semanas sin que fuera liberado, sus discípulos se esparcieron por toda Palestina, y muchos de ellos fueron a Galilea para unirse a los seguidores de Jesús.


sábado, 12 de mayo de 2012

Los cuarenta días de predicación.

Cuando Juan regresó junto a sus discípulos (ya por entonces unas veinticinco a treinta personas moraban constantemente con él), los encontró discutiendo seriamente los acontecimientos del bautismo de Jesús que acababa de ocurrir. Aun más asombrados quedaron ellos al contarles Juan la historia de la visitación de Gabriel a María antes del nacimiento de Jesús, y el hecho de que Jesús no pronunciara palabra al relatarle Juan este acontecimiento. Esa noche no llovió, y los treinta conversaron largamente en la noche estrellada. Se preguntaban dónde estaría Jesús, cuándo le volverían a ver.
      
Después del acontecimiento de este día, la predicación de Juan adquirió una nueva resonancia de proclamación segura del reino venidero y del Mesías esperado. Fue un período de gran tensión, estos cuarenta días de espera, aguardando el regreso de Jesús. Pero Juan continuó predicando con más vigor, y sus discípulos comenzaron aproximadamente por esta época a predicar a las desbordantes multitudes que se reunían en torno a Juan, a orillas del Jordán.
      
En el curso de estos cuarenta días de espera, muchos fueron los rumores que se esparcieron por la tierra llegando incluso a Tiberias y a Jerusalén. Millares acudían para ver la nueva atracción en el campamento de Juan, el notorio Mesías, pero no estaba Jesús allí para que le vieran. Al afirmar los discípulos de Juan que el extraño hombre de Dios se había marchado a las colinas, muchos dudaron de toda la historia.
      
Unas tres semanas después de la partida de Jesús, llegó a Pella una nueva delegación de los sacerdotes y fariseos de Jerusalén. Le preguntaron a Juan directamente si él era Elías o el profeta que Moisés había prometido; y al contestar Juan, «No soy yo», se atrevieron a preguntarle, «¿Eres tú el Mesías?», y Juan respondió: «No soy yo». Entonces estos hombres de Jerusalén le dijeron: «Si no eres Elías, ni el profeta, ni el Mesías, ¿por qué entonces bautizas a la gente creando tanto alboroto?» y Juan replicó: «Son los que me han escuchado y han recibido mi bautismo quienes deberían deciros quién soy, pero yo os digo que si bien yo bautizo con agua, estuvo entre nosotros aquel que volverá para bautizaros con el Espíritu Santo».
     
Estos cuarenta días fueron un período difícil para Juan y sus discípulos. ¿Cual sería la relación de Juan con Jesús? Se planteaban cientos de preguntas. La política, las preferencias egoístas comenzaron a asomarse en el ambiente. Proliferaban las discusiones intensas sobre las distintas ideas y conceptos del Mesías. ¿Se convertiría él en un líder militar y en un rey davídico? ¿Aniquilaría a los ejércitos romanos como lo había hecho Josué con los cananeos? ¿O establecería un reino espiritual? Juan pareció llegar a la conclusión, compartida por una minoría, de que Jesús había venido para establecer el reino de los cielos, aunque no tenía completamente claro en su mente qué habría de incluirse dentro de esta misión del establecimiento del reino de los cielos.
      
Fueron días arduos para Juan, y oraba para que Jesús regresara. Algunos de los discípulos de Juan organizaron grupos de exploración para ir en busca de Jesús, pero Juan lo prohibió, diciendo: «Nuestro tiempo está en las manos del Dios de los cielos; él es quien guiará a su Hijo predilecto».
     
Fue en las primeras horas de la mañana del sábado, 23 de febrero, cuando la comitiva de Juan, reunida para compartir su comida matinal, vio, al levantar la vista hacia el norte, a Jesús que venía hacia ellos. Al acercarse Jesús, Juan se encaramó sobre una gran roca y, levantando su voz sonora, dijo: «¡Mirad al Hijo de Dios, el liberador del mundo! De este es de quien he dicho, `tras mí vendrá aquel que es el elegido antes que yo porque fue antes que yo'. Por esta causa he salido yo del desierto para predicar el arrepentimiento y bautizar con agua, proclamando que se aproxima el reino del cielo. Ya, viene aquel que os bautizará con el Espíritu Santo. Yo he visto al espíritu divino descendiendo sobre este hombre, y he oído la voz de Dios decir, `Éste es mi hijo amado de quien estoy bien complacido'».
     
Jesús les rogó que volviesen a su comida, sentándose él a comer con Juan, pues sus hermanos Santiago y Judá ya habían regresado a Capernaum.
     
Temprano en la mañana del día siguiente se despidió de Juan y sus discípulos, para regresar a Galilea. Nada les dijo de cuándo volverían a verle. A las preguntas de Juan acerca de su propia predicación y misión, Jesús solamente dijo: «Mi Padre te guiará ahora y en el futuro como lo ha hecho en el pasado». Así se separaron estos dos grandes hombres, esa mañana a orillas del Jordán, y no se habrían de encontrar nunca más en la carne.

sábado, 5 de mayo de 2012

Encuentro de Jesús y Juan.

Por diciembre del año 25 d. de J. C., al llegar Juan al vecindario de Pella en su viaje remontando el Jordán, su fama ya se había extendido por toda Palestina y su obra había llegado a ser el tema principal de conversación en todos los pueblos alrededor del Lago de Galilea. Jesús había hablado favorablemente sobre el mensaje de Juan, y esto había dado lugar a que muchos en Capernaum se unieran al culto de arrepentimiento y bautismo de Juan. Santiago y Juan, los pescadores hijos de Zebedeo, habían ido en diciembre, poco después que Juan comenzara a predicar cerca de Pella, y se habían ofrecido para el bautismo. Iban a ver a Juan una vez por semana y le traían a Jesús las últimas noticias de la obra del evangelista.
      
Los hermanos de Jesús, Santiago y Judá, habían hablado de ir a ver a Juan para ser bautizados; cuando Judá vino a Capernaum para los oficios del sábado, ambos decidieron después de escuchar el discurso de Jesús en la sinagoga, asesorarse con él respecto a estos planes. Ocurrió esto el sábado por la noche del 12 de enero del año 26 d. de J. C.. Jesús les pidió que pospusieran la discusión hasta el día siguiente cuando les daría su respuesta. Poco durmió esta noche, pues estaba en estrecha comunión con el Padre celestial. Había dispuesto almorzar con sus hermanos y aconsejarles respecto al bautismo por Juan. Esa mañana del domingo, estaba Jesús trabajando como de costumbre en el taller de barcas. Santiago y Judá habían llegado con el almuerzo y le esperaban en el cuarto de depósito, pues aún no había llegado la hora del receso de mediodía, y ellos sabían que Jesús era muy formal respecto de esas cosas.
      
Poco antes del receso de mediodía, apartó Jesús sus herramientas, se quitó su delantal de trabajo, anunció con sencillez a los tres trabajadores que estaban en el cuarto con él: «Ha llegado mi hora». Fue en busca de sus hermanos Santiago y Judá, repitiendo: «Ha llegado mi hora —vamos a donde Juan». Inmediatamente partieron en dirección a Pella, tomando su almuerzo por el camino. Esto ocurrió el domingo 13 de enero. Pasaron la noche en el valle del Jordán, llegando al lugar donde estaba Juan bautizando al mediodía del día siguiente.
      
Juan acababa de comenzar a bautizar a los candidatos de ese día. Veintenas de penitentes habían formado fila esperando su turno; Jesús y sus dos hermanos ocuparon su lugar en esta fila de hombres y mujeres sinceros que creían en la predicación de Juan sobre el reino venidero. Juan les había preguntado a los hijos de Zebedeo por Jesús. Estaba al tanto de los comentarios de Jesús sobre su obra y día a día esperaba verlo aparecer, pero no esperaba encontrarle en la fila de los candidatos bautismales.
      
Absorto como lo estaba en los detalles de bautizar rápidamente a un número tan grande de conversos, Juan no levantó la vista ni vio a Jesús sino hasta que el Hijo del Hombre estuvo en su inmediata presencia. Cuando Juan reconoció a Jesús, se interrumpieron por un momento las ceremonias al saludar a su primo carnal y preguntarle: «Pero ¿por qué bajas tú hasta el agua para saludarme?» Y Jesús respondió: «Para ser bautizado por ti». Y Juan replicó: «Pero yo necesito ser bautizado por ti. ¿Cómo es que tú vienes a mí?» Y Jesús le susurró a Juan: «Sé paciente conmigo ahora porque corresponde que les demos este ejemplo a mis hermanos que aquí están junto a mí, y para que la gente pueda saber que ha llegado mi hora».
      
Tan intenso y persuasivo era el tono de finalidad y autoridad en la voz de Jesús, que Juan se dispuso, temblando de emoción, a bautizar a Jesús de Nazaret en el Jordán al mediodía del lunes 14 de enero del año 26 d. de J. C.. Así Juan bautizó a Jesús y a sus dos hermanos Santiago y Judá. Y cuando Juan hubo bautizado a estos tres, despidió a los otros por el resto del día, anunciando que reanudaría los bautismos al mediodía del día siguiente. Mientras la gente se marchaba, los cuatro hombres, aún de pie en el agua, oyeron un sonido extraño y en seguida, por un instante, vislumbraron una aparición por sobre la cabeza de Jesús, y oyeron una voz que decía: «Éste es mi hijo amado en quien tengo complacencia». Sobrevino un gran cambio en el semblante de Jesús, que saliendo del agua en silencio se apartó de ellos, dirigiéndose hacia las colinas al oriente. Nadie le volvió a ver por cuarenta días.

      
Juan siguió a Jesús lo suficiente para relatarle la visitación de Gabriel a su madre antes de que ninguno de los dos hubiera nacido, tal como él tantas veces lo había escuchado de labios de su madre. Dejó que Jesús continuara su camino después de decirle: «Ahora sé de seguro que tú eres el Libertador». Pero Jesús nada le respondió.

jueves, 3 de mayo de 2012

Juan viaja al Norte.

Juan todavía tenía ideas confusas del advenimiento del reino y de su rey. Cuanto más predicaba, más confuso estaba, pero ésta incertidumbre intelectual sobre la naturaleza del reino venidero no empañó en ningún momento su convicción de la certeza del advenimiento inmediato del reino. En mente podía Juan sufrir confusiones, en espírtu, nunca jamás. No dudaba de la llegada del reino, pero distaba de estar seguro si Jesús sería o no sería el gobernante de ese reino. Mientras se aferraba Juan a la idea de la restauración del trono de David, las enseñanzas de sus padres de que Jesús, nacido en la Ciudad de David, había de ser el libertador tan esperado, le parecían consecuentes; pero por momentos, cuando se inclinaba hacia la doctrina de un reino espiritual y el fin de la era temporal en la tierra, le invadía la duda sobre el papel que habría de desempeñar Jesús en tales acontecimientos. A veces llegaba a ponerlo todo en tela de juicio, pero no por mucho tiempo. Realmente hubiera deseado conversar sobre todo esto con su primo, pero eso estaba en contra del acuerdo explícito que ambos habían convenido.
      
Mientras viajaba hacia el norte, mucho pensó Juan en Jesús. Se detuvo en más de una docena de lugares al remontar el Jordán. En Adam fue donde primero hizo referencia a «otro que viene tras de mí» en respuesta a la pregunta directa que sus discípulos le hicieron: «¿Eres tú el Mesías?» Siguió diciendo: «Tras de mí vendrá uno que es más grande que yo, del cual yo no soy digno de desaltar las correas de las sandalias. Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo. En su mano lleva la pala y va a limpiar cuidadosamente su era; recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con el fuego del juicio».
      
En respuesta a las preguntas de sus discípulos, Juan siguió ampliando sus enseñanzas día a día añadiendo más información útil y consoladora, además del mensaje críptico con que comenzara su ministerio: «Arrepentíos y sed bautizados». Por esta época, llegaban multitudes de Galilea y de la Decápolis. Veintenas de creyentes sinceros se detenían con su adorado maestro día tras día.

martes, 1 de mayo de 2012

Juan comienza a predicar.

A principios del mes de marzo del año 25 d. de J. C., Juan viajó por la costa occidental del Mar Muerto y río arriba por el Jordán hasta llegar frente a Jericó, al antiguo vado por el cual Josué y los hijos de Israel pasaron cuando entraron por primera vez en la tierra prometida; y al cruzar al otro lado del río, se estableció cerca de la entrada del vado y comenzó a predicar a la gente que cruzaba el río en ambas direcciones. Era éste el más frecuentado de todos los cruces del Jordán.
      
Era evidente para todos los que le oían, que Juan era más que un predicador. La gran mayoría de los que escuchaban a este hombre extraño que había salido del desierto de Judea se alejaban convencidos que habían oído la voz de un profeta. No es de extrañar que el alma de estos cansados y esperanzados judíos se agitara profundamente al presenciar este fenómeno. En el transcurso de toda la historia judía, jamás habían los devotos hijos de Abraham tanto anhelado «la consolación de Israel» ni deseado más ardientemente «la restauración del reino». En toda la historia judía, el mensaje de Juan no hubiera podido nunca tener un impacto tan profundo y universal como el que tuvo cuando apareció misteriosamente junto a la orilla de este cruce meridional del río Jordán para anunciar el advenimiento de «el reino del cielo».
     
Juan era pastor como Amós. Vestía como el antiguo Elías y fulminaba con sus admoniciones y lanzaba sus advertencias según el «espíritu y el poder de Elías». No es sorprendente que este extraño predicador sacudiera el alma misma de la Palestina entera a medida que los viajeros iban llevando por doquier la nueva de su predicación junto al río Jordán.
      
Había además otro rasgo más nuevo en la obra de este predicador nazareo: bautizaba a cada uno de sus creyentes en el Jordán «para la remisión de los pecados». Aunque el bautismo no era una ceremonia nueva entre los judíos, no la habían visto nunca usada como Juan la estaba utilizando. Hacía mucho tiempo que se acostumbraba bautizar a los prosélitos gentiles al tiempo de su ingreso en la comunión del patio exterior del templo, pero no se les había pedido nunca a los judíos mismos que se sometieran al bautismo del arrepentimiento. Sólo quince meses pasaron entre el momento en que Juan comenzó a predicar y a bautizar y su arresto y encarcelación por instigación de Herodes Antipas, pero en este corto tiempo bautizó a más de cien mil penitentes.
      
Juan predicó durante cuatro meses junto al vado de Betania, antes de remontar el Jordán hacia el norte. Decenas de millares de personas, algunos por curiosidad, pero muchos con sinceridad y seriedad acudieron de todas partes de Judea, Perea y Samaria para escucharle; hasta vinieron algunos desde Galilea.
     
En mayo de este año, aún estando junto al vado de Betania, los sacerdotes y levitas enviaron una delegación para que le preguntara si decía ser él el Mesías, y quien le había otorgado la autoridad para predicar. Juan les respondió a estos preguntadores diciendo: «Id y decid a vuestros amos que habéis oído `la voz del que clama en el desierto' así como lo dijo el profeta, y que esa voz os dijo: `Preparad camino al Señor, enderezad las sendas para nuestro Dios. Todo valle sea alzado y bájese todo monte y collado; el terreno accidentado se hará plano, y los sitios rocosos se convertirán en valles allanados. Y toda carne verá la salvación de Dios'».
      
Juan era un predicador heroico, pero sin tacto. Cierto día, cuando estaba predicando y bautizando en la ribera occidental del Jordán, un grupo de fariseos y cierto número de saduceos llegaron hasta él y se presentaron para ser bautizados. Antes de conducirlos al agua, Juan dirigiéndose al grupo les dijo: «¿Quién os advirtió que huyerais, como víboras ante el fuego, de la ira venidera? Yo os bautizaré, pero os advierto: debéis dar frutos dignos de sincero arrepentimiento si queréis recibir la remisión de vuestros pecados. No me digáis que Abraham es vuestro padre. Os declaro que Dios es capaz de hacer surgir de estas doce piedras que aquí veis ante vosotros, hijos dignos de Abraham. Ya ahora está el hacha en la raíz misma de los árboles. El árbol que no traiga buen fruto está destinado a que se le corte y se le eche en el fuego». (Las doce piedras a las cuales se refería eran las famosas piedras conmemorativas erigidas por Josué para rememorar el cruce de «las doce tribus» en este mismo punto cuando éstas entraron por primera vez en la tierra prometida).
      
Juan daba clases a sus discípulos, en el curso de las cuales los instruía sobre los detalles de su nueva vida y trataba de responder a sus muchas preguntas. Aconsejaba a los maestros que instruyeran en el espíritu, no sólo en la letra de la ley. Enseñaba a los ricos a que alimentaran a los pobres; a los recaudadores de impuestos decía: «No arranquéis sino lo que se os debéis». A los soldados decía: «No inflijaís violencia ni demandéis nada injustamente —contentaos con vuestros salarios». Y a todos aconsejaba: «Preparaos para el fin de la era —el reino del cielo se aproxima».