«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 28 de marzo de 2013

Una semana de descanso.

El domingo 8 de mayo del año 29 d. de J.C., en Jerusalén, el sanedrín aprobó un decreto que cerraba todas las sinagogas de Palestina a Jesús y a sus seguidores. Ésta fue una nueva usurpación de autoridad sin precedentes por parte del sanedrín de Jerusalén. Hasta ese momento cada sinagoga existía y funcionaba como una congregación independiente de creyentes, bajo el mando y dirección de su propio consejo de rectores. Sólo las sinagogas de Jerusalén se habían sometido a la autoridad del sanedrín. Esta sumaria acción del sanedrín motivó la renuncia de cinco de sus miembros. Se despacharon inmediatamente cien mensajeros para trasmitir y hacer cumplir este decreto. En el corto espacio de dos semanas, todas las sinagogas de Palestina se plegaron a este manifiesto del sanedrín, a excepción de la de Hebrón. Los rectores de la sinagoga de Hebrón se negaron a reconocer la jurisdicción del sanedrín sobre su consejo directivo. Esta negación a someterse al decreto de Jerusalén se basaba en el punto de vista de la autonomía de la congregación más que en una simpatía por la causa de Jesús. Poco tiempo después, la sinagoga de Hebrón fue destruida por un incendio.
      
Este mismo domingo por la mañana, Jesús decretó una semana de vacaciones, urgiendo a todos sus discípulos que retornaran a sus hogares o fueran a visitar a sus amigos para descansar sus almas atribuladas y decir palabras de aliento a sus seres queridos. Dijo: «Idos a casa para buscar esparcimiento o pescar, mientras oráis por la expansión del reino».

      
Esta semana de descanso permitió a Jesús visitar a muchas familias y grupos junto al mar. También fue a pescar con David Zebedeo en varias ocasiones, y aunque permaneció a solas buena parte del tiempo, dos o tres de los más fieles mensajeros de David Zebedeo le vigilaron constantemente, velando por la seguridad de Jesús de acuerdo con las órdenes precisas de su jefe. No hubo enseñanza pública de ningún tipo durante esta semana de descanso.
      
Fue ésta la semana en la que Natanael y Santiago Zebedeo sufrieron una enfermedad bastante grave. Durante tres días y tres noches estuvieron agudamente afligidos por un doloroso disturbio digestivo. Durante la tercera noche, Jesús envió a Salomé, la madre de Santiago, a que descansara, mientras él ministraba a sus apóstoles dolientes. Por supuesto, Jesús podría haber curado instantáneamente a estos dos hombres, pero no era éste el método de elección del Hijo ni del Padre para tratar estas dificultades y aflicciones comunes de los hijos del hombre en los mundos evolucionarios del tiempo y del espacio. Jesús no recurrió ni siquiera una vez, a lo largo de su pletórica vida en la carne, a ministraciones sobrenaturales para con los miembros de su familia terrestre o para beneficio de uno de sus seguidores inmediatos.
      
Es necesario enfrentar las dificultades del universo y aprender a salvar los obstáculos planetarios como parte del entrenamiento por medio de la experiencia, provista para el crecimiento y desarrollo, el perfeccionamiento progresivo, del alma evolutiva de las criaturas mortales. La espiritualización del alma humana requiere una experiencia íntima del proceso educacional que significa resolver una amplia gama de problemas universales reales. La naturaleza animal y las formas más bajas de las criaturas volitivas no progresan favorablemente en un ambiente fácil. Las situaciones problemáticas, combinadas con los estímulos del esfuerzo, conspiran para producir esas actividades de la mente, el alma y el espíritu que contribuyen poderosamente al logro de objetivos valiosos de progresión mortal y al alcance de niveles más altos de destino espiritual.

martes, 26 de marzo de 2013

Una semana de asesoría.

Desde el 1° hasta el 7 de mayo Jesús sostuvo consultas íntimas con sus seguidores en la casa de Zebedeo. Sólo los discípulos probados y de confianza fueron admitidos a estas conferencias. En esta época sólo había unos cien discípulos con suficiente fuerza moral para enfrentarse valerosamente a la oposición de los fariseos y declarar abiertamente su adhesión a Jesús. Con este grupo celebró sesiones por la mañana, por la tarde y por la noche. Todas las tardes se reunían junto al mar pequeños grupos de interesados, y algunos de los evangelistas o apóstoles conversaban con ellos. Estos grupos pocas veces llegaban a ser más de cincuenta.
      
El viernes de esta semana los dirigentes de la sinagoga de Capernaum tomaron acción oficial al cerrar la casa de Dios a Jesús y a todos sus seguidores. Esta acción fue tomada por instigación de los fariseos de Jerusalén. Jairo presentó su renuncia como rector principal, aliándose abiertamente con Jesús.
      
La última reunión junto al mar se celebró el sábado 7 de mayo por la tarde. Jesús dirigió la palabra a menos de ciento cincuenta personas reunidas en esa oportunidad. Este sábado por la noche marcó el punto más bajo de la corriente de popularidad de Jesús y de sus enseñanzas. Desde allí en adelante hubo un aumento constante, lento pero más saludable y sólido, de sentimiento favorable; se iba formando un nuevo grupo de seguidores, construido sobre cimientos más sólidos de fe espiritual y verdadera experiencia religiosa. Ya se había terminado definitivamente esa etapa más o menos mixta y comprometida de transición entre los conceptos materialistas del reino, mantenidos por los seguidores del Maestro, y los conceptos más ideales y espirituales enseñados por Jesús. De este momento en adelante se proclamó más abiertamente el evangelio del reino en su alcance más amplio y en sus vastas implicaciones espirituales.

Los últimos días en Capernaum.

EN LA memorable noche del sábado 30 de abril, mientras Jesús decía palabras de consuelo y valor a sus deprimidos y perplejos discípulos, se estaba celebrando en Tiberias un concilio entre Herodes Antipas y un grupo de comisionados especiales que representaban el sanedrín de Jerusalén. Estos escribas y fariseos instaron a Herodes a que arrestara a Jesús; hicieron todo lo posible por convencerlo de que Jesús inflamaba la plebe, incitándola a la oposición y aun a la rebelión. Pero Herodes se negó a tomar acción contra él como delincuente político. Los consejeros de Herodes le habían informado correctamente sobre el episodio al otro lado del lago, cuando la multitud quiso proclamar rey a Jesús y como él rechazó esa propuesta.
 
      
Uno de los miembros de la familia oficial de Herodes, Chuza, cuya esposa pertenecía al cuerpo del servicio de mujeres, le había informado de que Jesús no se proponía entrometerse en los asuntos del gobierno terrestre; que tan sólo le interesaba el establecimiento de la hermandad espiritual de sus creyentes, hermandad que llamaba el reino del cielo. Herodes confiaba en los informes de Chuza, tanto que se negó a interferir en las actividades de Jesús. En ese momento también influía en la actitud de Herodes hacia Jesús su temor supersticioso de Juan Bautista. Herodes era uno de esos judíos apóstatas que, aunque nada creía, a todo le temía. Tenía la conciencia manchada por haber dispuesto la muerte de Juan, y no quería enmarañarse en estas intrigas contra Jesús. Conocía muchos casos de enfermedad que habían sido aparentemente curados por Jesús, y lo consideraba un profeta o un fanático religioso relativamente inocuo.
      
Al amenazar los judíos que informarían a césar de que él protegía a un traidor, Herodes los echó de la cámara del concilio. Así quedaron pues estos asuntos por una semana, durante la cual Jesús preparó a sus seguidores para la dispersión inminente.

El sábado por la tarde.

Una y otra vez Jesús había hecho añicos las esperanzas de sus apóstoles, repetidamente había destruido sus expectativas más ansiadas, pero ningún período de desilusión ni temporada de pesadumbre igualó jamás la que ahora estaban sufriendo. Además, esta vez, a la depresión se mezclaba el temor por su propio bienestar. Estaban todos sorprendidos y asombrados por la deserción tan repentina y completa de la plebe. Al mismo tiempo, también los desconcertaba y asustaba un tanto la audacia inesperada y la determinación asertiva, exhibidas por los fariseos que habían venido de Jerusalén. Pero más que nada estaban pasmados por el repentino cambio en las tácticas de Jesús. Bajo circunstancias ordinarias, se habrían alegrado de la aparición de esta actitud más militante, pero apareciendo como había aparecido, juntamente con tantas otras cosas inesperadas, se sorprendieron.
     
Como si todo esto fuera poco, cuando llegaron a casa, Jesús se negó a comer. Se aisló durante horas en uno de los cuartos de arriba. Era casi la medianoche cuando Joab, el líder de los evangelistas, volvió e informó que un tercio de sus asociados habían desertado. A lo largo de toda esa noche, fueron y vinieron discípulos leales, trayendo la noticia de que el cambio de actitud hacia el Maestro era general en Capernaum. Los dirigentes de Jerusalén no vacilaron en alimentar este sentimiento de desafecto y en fomentar de todas las formas posibles el movimiento de abandono de Jesús y de sus enseñanzas. Durante estas horas difíciles, las doce mujeres se encontraban reunidas en la casa de Pedro. Estaban atormentadas sobremanera, pero ninguna de ellas desertó.
     
Poco después de la medianoche, Jesús bajó de la habitación del piso superior y se detuvo entre los doce y sus asociados, unos treinta en total. Dijo: «Reconozco que este cernido del reino os preocupa, pero es inevitable. Sin embargo, después de toda la enseñanza que habéis recibido, ¿había alguna buena razón para que tropezaréis con mis palabras? ¿Por qué estáis llenos de miedo y consternación al ver que el reino está liberándose de estas multitudes poco convencidas, estos discípulos que creen a medias? ¿Por qué os apenáis mientras surge un nuevo día para gloria renovada de las enseñanzas espirituales del reino del cielo? Si encontráis difícil soportar esta prueba, ¿qué haréis cuando el Hijo del Hombre deba retornar al Padre? ¿Cuándo y cómo os prepararéis para el tiempo en que yo ascienda al lugar del que vine a este mundo?

     
«Amados míos, debéis recordar que es el espíritu el que da la vida; la carne y todo lo que le pertenece es de poco provecho. Las palabras que yo he dicho a vosotros son espíritu y vida. ¡Estad de buen ánimo! No os he abandonado. Muchos se ofenderán por las palabras claras de estos días. Ya habéis vosotros oído que muchos de mis discípulos me han dado la espalda; ya no caminan conmigo. Desde el comienzo, yo sabía que estos creyentes a medias quedarían por el camino. ¿Acaso no os elegí a vosotros doce y os separé como embajadores del reino? Ahora, en circunstancias como éstas, ¿queréis desertar vosotros también? Que cada uno de vosotros contemple su propia fe, porque uno de vosotros corre grave peligro». Cuando Jesús hubo terminado de hablar, Simón Pedro dijo: «Sí, Señor, estamos apesadumbrados y perplejos, pero jamás te abandonaremos. Tú nos has enseñado las palabras de la vida eterna. Hemos creído en ti y te hemos seguido todo este tiempo. No te volveremos la espalda, porque sabemos que eres enviado de Dios».
 Y cuando Pedro terminó de hablar, todos ellos de total acuerdo bajaron la cabeza en signo de aprobación de su promesa de lealtad.
     
Entonces dijo Jesús: «Id a descansar, porque se aproximan épocas de mucho trabajo para nosotros; se están acercando días muy activos».

domingo, 24 de marzo de 2013

Las últimas palabras en la sinagoga.

Durante esta reunión después de los servicios, en el medio de las discusiones, uno de los fariseos de Jerusalén condujo ante Jesús a un joven perturbado, poseído por un espíritu rebelde y turbulento. Después de conducir a este mancebo demente ante Jesús, dijo: «¿Qué puedes hacer tú por semejante aflicción? ¿Puedes echar afuera a los diablos?» Cuando el Maestro contempló al joven, fue conmovido por la compasión y, señalando al muchacho que se le acercara, lo tomó de la mano y dijo: «Tú sabes quién soy yo; sal de él; ¡y yo ordeno a uno de tus semejantes leales que se asegure de que no vuelvas!» Inmediatamente el joven se sintió normal y recobró su mente sana. Éste es el primer caso en el que Jesús realmente echó a un «espíritu malvado» fuera de un ser humano. Todos los casos previos sólo habían sido supuestamente poseídos por el diablo; pero éste era un caso genuino de posesión demoníaca, tal como de cuando en cuando ocurría en aquellos días y hasta el día de Pentecostés, cuando el espíritu del Maestro fue derramado sobre toda la carne, haciendo por siempre imposible que estos pocos rebeldes celestiales se aprovecharan de ciertos tipos inestables de seres humanos.
      
Al mostrar el pueblo admiración, uno de los fariseos se puso de pie y acusó a Jesús de que podía hacer estas cosas porque estaba aliado con los diablos; que admitía en el lenguaje mismo que empleó para echar fuera a este diablo, que se conocían; y siguió diciendo que los instructores y dirigentes religiosos en Jerusalén habían decidido que Jesús realizaba todos sus así llamados milagros por el poder de Beelzebú, el príncipe de los diablos. Dijo el fariseo: «No os asociéis con este hombre; es socio de Satanás».
      
Entonces dijo Jesús: «¿Cómo puede Satanás echar afuera a Satanás? Un reino dividido contra sí mismo no puede permanecer; si una casa está dividida contra sí misma, pronto cae en la desolación. ¿Puede resistir el sitio una ciudad desunida? Si Satanás echa a Satanás, está dividido contra sí mismo; ¿de qué manera pues puede perdurar su reino? Pero deberíais saber que nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y despojarlo de sus bienes, si antes no lo vence y lo ata. Así pues, si yo por el poder de Beelzebú echo afuera a los demonios, ¿por qué poder los echan vuestros hijos? Por eso ellos serán vuestros jueces. Pero si yo, por el espíritu de Dios, echo fuera a los diablos, entonces el reino de Dios ha de veras venido sobre vosotros. Si no estuvierais cegados por el prejuicio y confundidos por el temor y el orgullo, fácilmente percibiríais que el que es más grande que los diablos está en vuestro medio. Me obligáis a declarar que el que no está conmigo, está contra mí, que el que no cosecha conmigo lo dispersa todo a los cuatro vientos. ¡Dejadme pronunciar una advertencia solemne, a vosotros que presumís, con los ojos abiertos y con malicia premeditada, atribuir a sabiendas la obra de Dios a las acciones de los diablos! De cierto, de cierto os digo que todos vuestros pecados serán perdonados, aun todas vuestras blasfemias, pero la blasfemia deliberada y maligna contra Dios no os será perdonada. Puesto que estos obreros persistentes de la iniquidad nunca buscarán ni recibirán perdón, son culpables del pecado de rechazar eternamente el perdón divino.
      
«Muchos entre vosotros habéis llegado este día a la bifurcación de los caminos; habéis llegado al comienzo de la elección inevitable entre la voluntad del Padre y los caminos autoelegidos de las tinieblas. Así como vosotros elegís ahora, así seréis con el tiempo. Debéis hacer bueno el árbol y bueno su fruto, o de lo contrario el árbol será corrupto y corrupto su fruto. Yo declaro que en el reino eterno de mi Padre, el árbol se conoce por sus frutos. Pero algunos entre vosotros que sois como víboras, ¿cómo podéis, habiendo ya elegido el mal, dar buenos frutos? Después de todo, por vuestra boca habla la abundancia del mal en vuestro corazón».
      
Entonces otro fariseo se puso de pie, diciendo: «Maestro, querríamos que nos dieses un signo predeterminado conque todos estemos de acuerdo que estableces tu autoridad y derecho de enseñar. ¿Estás de acuerdo con este arreglo?» Y cuando Jesús escuchó esto, dijo: «Esta generación incrédula y buscadora de signos desea un portento, pero ningún signo se os dará excepto el que ya tenéis, y el que veréis cuando el Hijo del Hombre parta de entre vosotros».
      
Y cuando hubo terminado de hablar, sus apóstoles lo rodearon y lo condujeron fuera de la sinagoga. En silencio se dirigieron con él a la casa en Betsaida. Todos estaban sorprendidos y un tanto atemorizados por el repentino cambio en las tácticas de enseñanza del Maestro. No estaban acostumbrados para nada a verle actuar de esa forma tan militante.

jueves, 21 de marzo de 2013

La reunión después del sermón.

Muchas fueron las preguntas hechas a Jesús durante esta reunión después del sermón. Algunas fueron formuladas por sus perplejos discípulos, pero más provinieron de los críticos descreídos que tan sólo trataban de poner a Jesús en apuros y hacerlo caer en una trampa.
     
Uno de los fariseos visitantes, montado en un farol, gritó esta pregunta: «Nos dices que eres el pan de la vida. ¿Cómo puedes darnos tú tu carne para comer y tu sangre para beber? ¿De qué vale tu enseñanza si no puede ser llevada a cabo?» Jesús respondió a esta pregunta diciendo: «No os enseñé que mi carne es el pan de la vida ni que mi sangre es el agua viva. Pero he dicho que mi vida en la carne es un don del pan del cielo. El hecho del Verbo de Dios hecha carne y el fenómeno del Hijo del Hombre sujeto a la voluntad de Dios, constituyen una realidad de experiencia que es equivalente al alimento divino. No podéis comer mi carne ni beber mi sangre, pero podéis en espíritu volveros uno conmigo, aun como yo soy uno en espíritu con el Padre. Podéis alimentaros con la palabra eterna de Dios, que es verdaderamente el pan de la vida, y que ha sido donada en la semejanza de la carne mortal; podéis regar vuestra alma con el espíritu divino, que es verdaderamente el agua viva. El Padre me ha enviado al mundo, para mostraros cómo desea morar en todos los hombres y guiarlos; y he vivido esta vida en la carne para inspirar a todos los hombres para siempre a que también traten de conocer y hacer la voluntad del Padre celestial que en ellos reside».
     
Entonces uno de los espías de Jerusalén que había estado observando a Jesús y a sus apóstoles, dijo: «Vemos que ni tú ni tus apóstoles os laváis las manos en forma adecuada antes de comer pan. Bien debéis saber que la práctica de comer con las manos sucias e impuras es una transgresión de la ley de los ancianos. Tampoco laváis en forma adecuada vuestras copas de beber y vuestras vasijas de comer. ¿Por qué mostráis tal falta de respeto por las tradiciones de los padres y las leyes de nuestros ancianos?» Cuando Jesús lo oyó hablar, respondió: «¿Por qué transgredís los mandamientos de Dios con las leyes de la tradición? El mandamiento dice, `honrarás a tu padre y tu madre', y os ordena que compartáis con ellos vuestra sustancia si es necesario; pero vosotros aplicáis una ley basada en la tradición, que permite que los hijos desobedientes digan que el dinero que pudiera haber ayudado a los padres, ha sido `entregado a Dios'. Así libera la ley de los ancianos a estos hijos mañosos de sus responsabilidades, sin tomar en cuenta el hecho de que estos hijos subsiguientemente utilizan el dinero para su propia comodidad. ¿Por qué anuláis de este modo el mandamiento, basándoos en vuestra tradición? Bien profetizó Isaías vuestra hipocresía diciendo: `Con sus labios este pueblo me honra, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran, enseñando como doctrinas los preceptos de los hombres'.
      
«Bien podéis ver cómo olvidáis el mandamiento, aferrándoos en cambio a las tradiciones de los hombres. Rechazáis sin titubear la palabra de Dios, mientras mantenéis vuestra tradición. De muchas otras maneras os atrevéis a emplazar vuestras enseñanzas por encima de la ley y de los profetas».
      
Entonces se dirigió Jesús a todos los que estaban presentes, diciendo: «Pero, prestadme atención todos vosotros. No es lo que entra por la boca, lo que ensucia espiritualmente al hombre, sino más bien, lo que procede de la boca y del corazón». Pero ni siquiera los apóstoles pudieron captar plenamente el significado de sus palabras, porque Simón Pedro también le preguntó: «Para que algunos de tus oyentes no se sientan innecesariamente ofendidos, ¿puedes explicarnos el significado de estas palabras?» Entonces le dijo Jesús a Pedro: «¿Es que tú también eres duro de comprensión? ¿Acaso no sabes que toda planta que no haya sembrado mi Padre será desarraigada? Presta atención a los que quieren conocer la verdad. No puedes obligar a los hombres a que amen la verdad. Muchos de estos maestros, son guías ciegos. Y tú sabes que, si un ciego conduce a un ciego, ambos caerán al precipicio. Pero, prestad atención cuando os digo la verdad sobre esas cosas que ensucian moralmente y contaminan espiritualmente a los hombres. Yo declaro que no es lo que entra al cuerpo por la boca o llega a la mente por los ojos y los oídos, lo que ensucia al hombre. El hombre tan sólo se ensucia por el mal que puede originarse dentro de su corazón, y que encuentra expresión en las palabras y acciones de estas personas impuras. ¿Acaso no sabes que es del corazón de donde provienen los malos pensamientos, los protervos proyectos de asesinato, robo y adulterio, juntamente con los celos, el orgullo, la ira, la venganza, los regaños y el falso testimonio? Estas son precisamente las cosas que ensucian al hombre, y no el comer pan con las manos ceremonialmente sucias».
     
Ya los comisionados fariseos del sanedrín de Jerusalén estaban casi convencidos de que había que arrestar a Jesús por blasfemia o porque se mofaba de la ley sagrada de los judíos; por eso intentaban enredarlo en discusiones sobre algunas de las tradiciones de los ancianos, las así llamadas leyes orales del país, para darle la oportunidad de que las atacara. Sin importarles el hecho que hubiera escasez de agua, estos judíos encadenados por las tradiciones no dejaban jamás de realizar el lavado ceremonial de las manos antes de cada comida. Era su creencia que «es mejor morir, que transgredir los mandamientos de los ancianos». Los espías hicieron esta pregunta, porque sabían que Jesús había dicho «la salvación es asunto de corazón limpio más bien que de manos limpias». Pero estas creencias, cuando se vuelven parte de una religión, son difíciles de eliminar. Aun muchos años después de este día, el apóstol Pedro seguía siendo esclavo temeroso de muchas de estas tradiciones sobre la limpieza y la impureza, y finalmente se liberó mediante la experiencia de un sueño extraordinario y vívido. Todo esto se puede comprender mejor si se recuerda que estos judíos consideraban que comer sin lavarse las manos equivalía a comerciar con una prostituta, y ambas acciones eran igualmente castigables de excomunión.
     
Así pues, eligió el Maestro discutir y exponer la locura del entero sistema rabínico de reglas y reglamentaciones representado por la ley oral —las tradiciones de los ancianos, todas las cuales eran consideradas más sagradas y más obligatorias para los judíos que las enseñanzas mismas de las Escrituras. Y Jesús habló con menos reserva, porque sabía que había llegado la hora en la que nada más podía hacer para prevenir una ruptura abierta de las relaciones con estos dirigentes religiosos.

lunes, 18 de marzo de 2013

El memorable sermón.

Jesús comenzó este sermón leyendo de la ley tal como se encuentra en el Deuteronomio: «Pero acontecerá que, si el pueblo no obedece la voz de Dios, con seguridad vendrán sobre ellos las maldiciones de la transgresión. El Señor te entregará derrotado delante de tus enemigos; serás vejado por todos los reinos de la tierra. El Señor te llevará a ti y al rey que hubieres puesto sobre ti, a una nación extranjera. Serás motivo de horror, y servirás de refrán y de burla entre todas las naciones. Tus hijos e hijas irán en cautiverio. Los extranjeros que estarán en medio de ti se elevarán sobre ti muy alto y tú descenderás muy abajo. Y estarán todas estas cosas sobre ti y tu descendencia para siempre por cuanto no habrás atendido a la palabra del Señor. Servirás, por tanto, a tus enemigos que vendrán contra ti. Sufrirás hambre y sed y llevarás este yugo ajeno de hierro. El Señor traerá contra ti una nación de lejos, del extremo de la tierra, nación cuya lengua no entiendas, gente fiera de rosto, nación que no tendrá respeto a ti. Pondrá sitio a todas tus ciudades hasta que caigan tus muros altos y fortificados en que tú confías; y toda la tierra caerá en sus manos. Y sucederá que llegarás a comer el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos e hijas, en el sitio y en el apuro con que te angustiarán tus enemigos».
 
      
Cuando Jesús hubo terminado esta lectura, pasó a los Profetas, y leyó de Jeremías: «`Si no atendéis a las palabras de mis siervos los profetas que os he enviado, yo pondré esta casa como Silo, y esta ciudad la pondré por maldición a todas las naciones de la tierra'. Y los sacerdotes y los maestros oyeron a Jeremías hablar estas palabras en la casa del Señor. Y sucedió que, cuando Jeremías terminó de decir todo lo que el Señor le había ordenado que dijera a todo el pueblo, los sacerdotes y los maestros lo agarraron, diciendo: `De cierto morirás'. Y todo el pueblo se agolpó en la casa del Señor alrededor de Jeremías. Cuando los príncipes de Judá oyeron estas cosas, se sentaron para abrir juicio contra Jeremías. Entonces hablaron los sacerdotes y maestros a los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: `En pena de muerte ha incurrido este hombre porque profetizó contra nuestra ciudad, y vosotros lo habéis oído con vuestros oídos'. Entonces habló Jeremías a los príncipes y a todo el pueblo: `El Señor me envió a profetizar contra esta casa y esta ciudad todas las palabras que habéis oído. Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y obedeced la voz del Señor vuestro Dios para libraros de los males que se han pronunciado contra vosotros. En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos. Haced conmigo lo que os parezca bueno y recto. Mas sabed de cierto, que si me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros y sobre este pueblo, porque en verdad el Señor me envió para que dijese todas estas palabras en vuestros oídos'.
      «Los sacerdotes y maestros de ese día querían matar a Jeremías, pero los jueces no dieron su consentimiento, aunque sí castigaron sus palabras de advertencia, mandando que lo ataran con sogas y lo bajaran a un calabozo inmundo, hundiéndolo en el lodo hasta las axilas. Eso fue lo que esta gente le hizo al profeta Jeremías cuando él, obedeciendo la orden del Señor, advirtió a sus hermanos sobre su inminente caída política. Hoy, deseo preguntaros: ¿qué harán los altos sacerdotes y los líderes religiosos de este pueblo con aquél que se atreve a advertirles sobre el día de su ruina espiritual? ¿Querréis condenar también a muerte al maestro que se atreve a proclamar la palabra del Señor, y que no teme deciros que os negáis a caminar en el camino de la luz que conduce a la entrada del reino del cielo?
     
«¿Qué es lo que buscáis como prueba de mi misión en la tierra? Os hemos dejado tranquilos en vuestra posición de influencia y poder, mientras predicábamos buenas nuevas a los pobres y a los parías. No hemos lanzado ningún ataque hostil contra lo que vosotros reverenciáis, sino más bien hemos proclamado una nueva libertad para el alma temerosa del hombre. He venido al mundo para revelar a mi Padre y para establecer sobre la tierra la hermandad espiritual de los hijos de Dios, el reino del cielo. Aunque muchas veces os he recordado que mi reino no es de este mundo, sin embargo mi Padre os ha otorgado muchas manifestaciones de portentos materiales, además de las transformaciones y regeneraciones espirituales más evidentes.
      
«¿Qué nuevo signo buscáis de mis manos? Os declaro que ya tenéis pruebas suficientes para permitiros tomar una decisión. De cierto, de cierto digo a muchos que están sentados ante mí este día: os enfrentáis con la necesidad de seleccionar qué camino seguiréis. Y yo os digo, como Josué dijera a vuestros antepasados: `elige tú este día a quién servirás'. Hoy, muchos de vosotros os encontráis ante la bifurcación de los caminos.
      
«Algunos entre vosotros, cuando no pudieron encontrarme después del festín de la multitud en la otra orilla, contratasteis la flotilla de pesca de Tiberias, que una semana antes se había refugiado ahí cerca durante una tormenta, para ir en mi seguimiento, y ¿para qué? ¡No en pos de la verdad y la rectitud, ni para aprender cómo mejor servir y ministrar a vuestros semejantes! No, más bien fue para conseguir más pan sin haber que trabajar por éste. No buscabais llenar vuestra alma con la palabra viva, sino tan sólo llenar vuestro estómago con el pan fácil. Por largo tiempo se os ha enseñando que el Mesías, cuando llegara, realizaría portentos que harían agradable y fácil la vida para todo el pueblo elegido. No es de extrañar pues que habiendo recibido estas enseñanzas, anheléis panes y peces. Pero yo os declaro que ésta no es la misión del Hijo del Hombre. Yo he venido para proclamar la libertad espiritual, enseñar la verdad eterna, y promover la fe viviente.
      
«Hermanos míos, no anheléis la carne que perece, sino más bien, buscad el alimento espiritual que alimenta aun hasta la vida eterna; y éste es el pan de la vida que el Hijo da a todos los que lo tomen y lo coman, porque el Padre ha dado esta vida al Hijo sin limitaciones. Cuando vosotros me preguntasteis: `¿qué hemos de hacer para realizar la obra de Dios?', yo os dije claramente: `ésta es la obra de Dios, que creáis en aquel que él ha enviado.'»
      
Luego dijo Jesús, indicando una imagen de vasija de maná que decoraba el dintel de esta nueva sinagoga, embellecida con racimos de uva: «Habéis creído que vuestros antepasados en el desierto comieron maná —el pan del cielo— pero yo os digo que ése era el pan de la tierra. Aunque Moisés no dio a vuestros antepasados el pan del cielo, mi Padre ahora está pronto para daros el verdadero pan de la vida. El pan del cielo es lo que desciende de Dios y da vida eterna a los hombres del mundo. Y cuando vosotros me digáis, danos este pan viviente, yo os contestaré: yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí, jamás tendrá sed. Me habéis visto, habéis vivido conmigo, habéis contemplado mis obras, sin embargo no creéis que he venido del Padre. Pero a los que sí creen —no temáis. Todos los que son conducidos por el Padre vendrán a mí, y el que venga a mí no será rechazado.
      
«Ahora, permitidme que os declare, de una vez por todas, que he venido a la tierra, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió. Y ésta es la voluntad final de Aquél que me envió, que de todos los que él me ha entregado, no debo perder ni uno. Y ésta es la voluntad del Padre: que todo el que contemple al Hijo y crea en él, tendrá vida eterna. Sólo ayer os di pan para vuestro cuerpo; hoy, os ofrezco el pan de la vida para vuestras almas hambrientas. ¿Tomaréis pues ahora el pan del espíritu con tanto entusiasmo como entonces comisteis el pan de este mundo?»
      
Al pausar Jesús un momento para contemplar la congregación, uno de los maestros de Jerusalén (miembro del sanedrín) se levantó y preguntó: «¿Debo comprender yo según lo que tú dices que eres el pan que viene del cielo, y que el maná que Moisés diera a nuestros antepasados en el desierto no lo era?» Jesús respondió al fariseo: «Comprendiste bien». Entonces dijo el fariseo: «Pero, ¿no eres tú Jesús de Nazaret, el hijo de José, el carpintero? ¿Acaso no son tu padre y tu madre, así como también tus hermanos y hermanas, bien conocidos de muchos entre nosotros? ¿Cómo puede ser que vengas aquí a la casa de Dios y declares que has venido del cielo?»
      
A esta altura tanto murmullo había en la sinagoga, y tal amenaza de un tumulto, que Jesús se puso de pie y dijo: «Seamos pacientes; la verdad no sufre nunca por un escrutinio honesto. Yo soy todo lo que tú dices, pero aun más. El Padre y yo somos uno; el Hijo hace tan sólo lo que el Padre le enseña, y todos los que el Padre entrega al Hijo, el Hijo recibirá para sí. Habéis leído donde dice en los Profetas, `todos seréis enseñados por Dios', y que `los enseñados por el Padre también oirán a su Hijo'. Todo el que se entrega a la enseñanza del espíritu residente del Padre, finalmente vendrá a mí. Nadie ha visto al Padre, pero el espíritu del Padre vive dentro del hombre. Y el Hijo que bajó del cielo, con toda seguridad ha visto al Padre. Y los que realmente creen en este Hijo, ya tienen vida eterna.
      
«Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron maná en el desierto y están muertos. Pero este pan que desciende de Dios, si un hombre come de él, nunca morirá en el espíritu. Repito: yo soy este pan viviente, y toda alma que llegue a alcanzar esta naturaleza unida de Dios y hombre vivirá por siempre. Este pan de vida que yo doy a todos quienes quieren recibirlo, es mi propia naturaleza viva y combinada. El Padre en el Hijo y el Hijo uno con el Padre — esa es mi revelación dadora de vida al mundo y mi don salvador para todas las naciones».
     
Cuando Jesús terminó de hablar, el rector de la sinagoga despidió a la congregación, pero no se iban. Se congregaron alrededor de Jesús para hacer más preguntas, mientras otros murmuraban y discutían entre ellos. Este estado de cosas continuó por más de tres horas. Eran más de las siete de la noche cuando el público finalmente se dispersó.

viernes, 15 de marzo de 2013

La preparación del escenario.

Una congregación distinguida recibió a Jesús a las tres de la tarde de este bellísimo sábado, en la nueva sinagoga de Capernaum. Jairo presidía y entregó a Jesús las Escrituras para leer. El día anterior, habían llegado de Jerusalén cincuenta y tres fariseos y saduceos; también estaban presentes más de treinta de los líderes y rectores de las sinagogas vecinas. Estos líderes religiosos judíos actuaban directamente bajo las órdenes del sanedrín de Jerusalén, y constituían la vanguardia ortodoxa que venía para inaugurar una guerrilla abierta contra Jesús y sus discípulos. Sentados junto a estos dirigentes judíos, en los asientos de honor de la sinagoga, estaban los observadores oficiales de Herodes Antipas, enviados por él para que averiguaran la verdad sobre los preocupantes rumores de que la plebe había intentado en tierras de su hermano Felipe, proclamar a Jesús rey de los judíos.
     
Jesús comprendía que estaba por enfrentarse con una inmediata declaración de guerra abierta y jurada por parte de sus enemigos en aumento, y audazmente eligió tomar la ofensiva. Al alimentar a los cinco mil había desafiado las ideas de éstos sobre el Mesías material; ahora, nuevamente decidió poner abiertamente en tela de juicio el concepto del libertador judío. Esta crisis, que comenzó con la alimentación de los cinco mil y culminó con este sermón de la tarde del sábado, marcó el momento en que se redujo drásticamente la corriente de su fama y popularidad. De allí en adelante, el trabajo del reino estaría cada vez más dedicado a la tarea más importante de ganar conversos espirituales duraderos para la hermandad verdaderamente religiosa de la humanidad. Este sermón marca la crisis en la transición, del período de discusión, controversia y decisión, al de guerra abierta y aceptación final o rechazo final.
     
El Maestro bien sabía que muchos de sus seguidores estaban, lenta pero seguramente, preparándose mentalmente para un rechazo final. Del mismo modo sabía que muchos de sus discípulos estaban, lenta pero seguramente, pasando por esa capacitación de la mente y esa disciplina del alma que les permitirían triunfar sobre la duda y valientemente afirmar su fe madura en el evangelio del reino. Jesús comprendía plenamente cómo se preparan los hombres para tomar decisiones en una crisis y realizar acciones inmediatas y audaces mediante un lento proceso de selección reiterada entre situaciones recurrentes de bien y mal. Sometió a sus mensajeros elegidos a repetidas pruebas de desilusión y les proporcionó con frecuencia oportunidades llenas de dificultad para que seleccionaran entre el camino justo y el camino erróneo de enfrentar las pruebas espirituales. Sabía que podía confiar en sus seguidores, cuando éstos se enfrentaran con la prueba final, que ellos tomarían sus decisiones vitales de acuerdo con actitudes mentales y reacciones espirituales previas y habituales.
     
Esta crisis en la vida terrenal de Jesús comenzó con el episodio de la comida para los cinco mil y terminó con este sermón en la sinagoga; la crisis en la vida de los apóstoles comenzó con este sermón en la sinagoga y continuó durante todo un año, terminando tan sólo con el juicio y crucifixión del Maestro.
     
Mientras estaban sentados allí en la sinagoga esa tarde, antes de que Jesús comenzara a hablar, un solo gran misterio, una sola pregunta suprema, se alojaba en la mente de todos. Tanto sus amigos como sus enemigos tenían un solo pensamiento, y era éste: «¿Por qué sofocó él tan deliberada y eficazmente el entusiasmo popular?» Fue inmediatamente antes e inmediatamente después de este sermón, cuando la incertidumbre y el desencanto de sus seguidores desilusionados cundieron en una oposición inconsciente que finalmente se transformó en auténtico encono. Fue después de este sermón en la sinagoga cuando Judas Iscariote acarició su primer pensamiento consciente de deserción. Pero supo, por el momento, dominar eficazmente tales inclinaciones.



Todos se encontraban en un estado de perplejidad. Jesús los había dejado confundidos y en zozobra. Recientemente, se había lanzado a la más grande demostración de poder sobrenatural de toda su carrera. El episodio en que sació a los cinco mil fue el acontecimiento singular de su vida terrenal que más apeló al concepto judío del Mesías esperado. Pero esta extraordinaria ventaja fue inmediatamente contrarrestada en forma inexplicable por su pronto e inequívoco rechazo de la corona de rey.
      
El viernes por la noche, y nuevamente el sábado por la mañana, los dirigentes de Jerusalén trataron de convencer a Jairo de que impidiera el discurso de Jesús en la sinagoga, pero sin resultados. La única respuesta de Jairo a sus ruegos fue: «Yo he otorgado su solicitud, y no me retractaré».

jueves, 14 de marzo de 2013

La crisis en Capernaum.

EL VIERNES, por la noche del día de su llegada a Betsaida, y el sábado por la mañana, los apóstoles observaron que Jesús estaba seriamente ocupado con un problema de gran importancia; se daban cuenta de que el Maestro prestaba una atención poco común a algún asunto importante. No desayunó, y comió poco al mediodía. Todo el sábado por la mañana y la noche anterior, los doce y sus asociados se reunieron en pequeños grupos alrededor de la casa, en el jardín y en la playa. Pesaba sobre todos ellos una nube de incertidumbre y aprehensión. Jesús poco les había hablado desde que salieron de Jerusalén.
      
No veían al Maestro tan preocupado y poco comunicativo desde hacía meses. Aun Simón Pedro estaba deprimido y abatido. Andrés no sabía qué hacer por sus entristecidos asociados. Natanael observó que estaban en un período de «calma antes de la tormenta». Tomás expresó la opinión de que «está por suceder algo fuera de lo ordinario». Felipe aconsejó a David Zebedeo que «olvidara todo plan de alimentar y hospedar a la multitud, hasta que sepamos qué es lo que está pensando el Maestro». Mateo estaba tratando con renovado esfuerzo de surtir el tesoro. Santiago y Juan conversaron sobre el próximo sermón en la sinagoga, perdiéndose en especulaciones relativas a su probable naturaleza y alcance. Simón el Zelote expresó la opinión, en realidad la esperanza, de que «el Padre en los cielos tal vez esté a punto de intervenir de alguna manera inesperada para reivindicación y apoyo de su Hijo», mientras que Judas Iscariote se atrevió a albergar el pensamiento de que tal vez Jesús estaba oprimido por el arrepentimiento por no haber «tenido el coraje y la osadía de permitir a los cinco mil que lo proclamaran rey de los judíos».
      
Fue pues partiendo de este grupo de seguidores deprimidos y desconsolados que Jesús se abrió paso en esta bella tarde de sábado para predicar en la sinagoga de Capernaum su trascendental sermón. Las únicas palabras de alegría y buenos augurios de todos sus seguidores inmediatos, provinieron de los inocentes gemelos Alfeo quienes, al salir Jesús de la casa camino de la sinagoga, lo saludaron alegremente diciendo: «Oramos porque el Padre te ayude, y porque tengamos multitudes más grandes que nunca».