«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 30 de agosto de 2012

El día de la consagración.

El sábado siguiente lo dedicó Jesús a sus apóstoles, regresando a las tierras altas en donde los había ordenado; y allí, después de un largo y alentador mensaje personal, bellamente conmovedor, inició el acto solemne de la consagración de los doce. Esa tarde Jesús reunió a los apóstoles a su alrededor en la colina y los entregó en la mano de su Padre celestial, en preparación para el día en que se vería obligado a dejarlos solos en el mundo. No hubo enseñanzas nuevas en esta ocasión, sino tan sólo conversación y comunión
 
Jesús resumió muchas de las enseñanzas del sermón de ordenación, pronunciado en ese mismo lugar, y luego, llamándolos ante sí uno por uno, les encomendó a salir al mundo como sus representantes. El encargo de consagración del Maestro fue: «Id a todo el mundo y predicad la buena nueva del reino. Liberad a los cautivos espirituales, confortad a los oprimidos, y ministrad a los afligidos. Libremente habéis recibido, dad pues libremente».
      
Jesús les aconsejó que no llevaran consigo ni dinero ni atuendos adicionales, diciendo: «El obrero merece su salario». Y finalmente dijo: «He aquí que os envío como corderos entre los lobos; sed pues tan sabios como serpientes y tan inocuos como palomas. Pero cuidado, porque vuestros enemigos os llevarán ante sus concilios, y en sus sinagogas os castigarán. Ante gobernadores y rectores seréis llevados porque creéis en este evangelio, y vuestro testimonio mismo será testigo de mí ante ellos. Y cuando os lleven a juicio, no os preocupéis de lo que digáis, porque el espíritu de mi Padre vive en vosotros y en tales momentos hablará por vosotros. Algunos entre vosotros seréis ajusticiados, y antes de que establezcáis el reino en la tierra, seréis odiados por muchas gentes por causa de este evangelio; pero no temáis, yo estaré con vosotros, y mi espíritu os precederá en el mundo entero. Y la presencia de mi Padre habitará en vosotros cuando os dirijáis primero a los judíos, luego a los gentiles».
      
Cuando descendieron de la montaña, regresaron a su morada en la casa de Zebedeo.

martes, 28 de agosto de 2012

El jueves por la tarde en el lago.

Bien sabía Jesús que sus apóstoles no asimilaban del todo sus enseñanzas. Decidió impartir instrucciones especiales a Pedro, Santiago y Juan, con la esperanza de que pudieran ellos aclarar las ideas de sus asociados. Veía que, aunque algunas características de la idea de un reino espiritual eran comprendidas por los doce, ellos persistían en relacionar estas nuevas enseñanzas espirituales directamente con los antiguos y arraigados conceptos literales del reino del cielo como la restauración del trono de David y el restablecimiento de Israel como un poder temporal en la tierra. Por consiguiente, el jueves por la tarde Jesús se alejó de la costa en una barca con Pedro, Santiago y Juan, para hablar de los asuntos del reino. Fue ésta una lección instructiva de cuatro horas, que comprendió decenas de preguntas y respuestas, y para los fines de esta narración, es más provechoso reorganizar el resumen que, de esa tarde importantísima, hiciera Simón Pedro a su hermano Andrés a la mañana siguiente:
     
1. Hacer la voluntad del Padre. Las enseñanzas de Jesús en cuanto a confiar en el cuidado del Padre celestial no era un fatalismo ciego y pasivo. Esa tarde citó con aprobación un viejo dicho hebreo: «El que no trabaja no come». Señaló su propia experiencia como ilustración suficiente de sus enseñanzas. Sus preceptos sobre la confianza en el Padre no deben juzgarse sobre la base de las condiciones sociales o económicas de los tiempos modernos ni de ninguna otra época. Sus enseñanzas abarcan los principios ideales del vivir cerca de Dios en todas las épocas y en todos los mundos.
      
Jesús les aclaró a los tres la diferencia entre las exigencias del apostolado y las del discipulado. Aun entonces no prohibió a los doce el ejercicio de la prudencia y de la previsión. Su prédica no iba contra la previsión sino contra la ansiedad, la preocupación. Enseñaba la sumisión activa y alerta a la voluntad de Dios. En respuesta a muchas de sus preguntas sobre la frugalidad y la economía, les llamó sencillamente la atención sobre su propia vida como carpintero, fabricante de barcas y pescador, y su cuidadosa organización de los doce. Trató de aclarar que el mundo no debe ser considerado un enemigo; que las circunstancias de la vida constituyen un plan divino que actúa junto con los hijos de Dios.
      
Jesús encontró grandes dificultades en hacerles comprender su práctica personal de no resistencia. Se negaba en forma absoluta a defenderse a sí mismo, y les pareció a los apóstoles que le hubiera gustado que ellos siguieran la misma política. Les enseñó a no resistir el mal, a no combatir la injusticia o la injuria, pero no les enseñó a tolerar pasivamente las maldades. Indicó muy claramente en esa tarde que él aprobaba el castigo social de los malhechores y criminales, y que el gobierno civil a veces debe emplear la fuerza para mantener el orden social y aplicar la justicia.
      
No dejó nunca de advertir a sus discípulos contra la práctica malvada de la represalia; no permitía la venganza, la idea de desquitarse. Deploraba guardar rencor. Desaprobaba la idea de ojo por ojo y diente por diente. Le desagradaba todo el concepto de la venganza privada y personal, y prefería asignar estos asuntos al gobierno civil por una parte, y al juicio de Dios por la otra. Les aclaró a los tres que sus enseñanzas se referían al individuo, y no al estado. Resumió sus instrucciones hasta ese momento sobre estos asuntos como sigue:
      
Amad a vuestros enemigos —recordad las exigencias morales de la hermandad humana.
      
La futilidad del mal: un agravio no se corrige con la venganza. No cometáis el error de luchar contra el mal con sus propias armas.
      
Tened fe —confianza en el triunfo final de la justicia divina y de la bondad eterna.
      
2. Actitud política. Advirtió a sus apóstoles que fuesen discretos en sus comentarios relativos a las difíciles relaciones existentes a la sazón entre el pueblo judío y el gobierno romano; les prohibió que en modo alguno se enredaran en estas dificultades. Él siempre tuvo cuidado de evitar las trampas políticas de sus enemigos, siempre respondiendo: «Dad al césar las cosas que son de césar y a Dios las que son de Dios». No permitía que su atención fuese desviada de su misión de establecer un nuevo camino de salvación; no se permitía a sí mismo preocuparse por otras cosas. En su vida personal siempre cumplió fielmente con todas las leyes y reglas civiles; y en sus enseñanzas públicas ignoró los ámbitos cívicos, sociales y económicos. Les dijo a los tres apóstoles que a él sólo le preocupaban los principios de la vida espiritual interior y personal del hombre.
      
Jesús no fue pues un reformador político. No vino para reorganizar el mundo; aunque lo hubiese hecho, sólo podría haber sido aplicable a esa época y a esa generación. Sin embargo, mostró al hombre la óptima manera de vivir, y ninguna generación está exenta de la tarea de descubrir como adaptar de la mejor manera, la vida de Jesús a sus propios problemas. Pero, no cometáis jamás el error de identificar las enseñanzas de Jesús con alguna teoría política o económica, con algún sistema social o industrial.
     
3. Actitud social. Los rabinos judíos venían debatiendo desde hacía mucho el problema: ¿Quién es mi prójimo? Jesús llegó con la idea de una generosidad activa y espontánea, un amor por los semejantes tan genuino que expandía el concepto de vecino hasta incluir al mundo entero, tornando en vecinos por lo tanto a todos los hombres. Pero pese a todo esto, Jesús estaba interesado solamente en el individuo, no en la masa. Jesús no era un sociólogo, pero se esforzó por echar por tierra toda forma de aislamiento egoísta. Enseñó comprensión pura, compasión. Micael de Nebadon es un Hijo dominado por la misericordia; la compasión es su naturaleza propia.
     
El Maestro no dijo que los hombres nunca debían agasajar a sus amigos, pero sí dijo que sus discípulos deberían ofrecer fiestas a los pobres y a los desafortunados. Jesús tenía un firme sentido de la justicia, pero era una justicia siempre atemperada por la misericordia. No enseñó a sus apóstoles que se dejaran dominar por los parásitos sociales ni por los buscadores profesionales de limosnas. Lo más cercano a un comentario sociológico que hizo Jesús fue: «No juzguéis, para que no seáis juzgados».
      
Dijo claramente que la lástima indiscriminada puede producir muchos males sociales. Al día siguiente Jesús instruyó en forma clara a Judas de que no debían entregarse fondos apostólicos en limosnas excepto si él o dos de los apóstoles juntos se lo pedían. En todos estos asuntos era práctica de Jesús decir siempre: «Sed tan sabios como serpientes pero tan inocuos como palomas». Parecía ser su propósito en toda situación social enseñar paciencia, tolerancia y perdón.
      
La familia ocupaba el centro mismo de la filosofía de la vida de Jesús —aquí y en lo sucesivo. Las enseñanzas sobre Dios las basaba en la familia, tratando al mismo tiempo de corregir la tendencia judía de honrar excesivamente a los antepasados. Exaltaba la vida familiar como el deber más alto de la humanidad, pero decía claramente que las relaciones familiares no deben interferir con las obligaciones religiosas. Llamaba la atención sobre el hecho de que la familia es una institución temporal; que no sobrevive a la muerte. Jesús no vaciló en dejar a su familia cuando la familia fue en contra de la voluntad del Padre. Enseñó la nueva y más amplia hermandad del hombre —la de los hijos de Dios. En los tiempos de Jesús, el divorcio era fácil tanto en Palestina como en todo el Imperio Romano. Se negó repetidamente a establecer leyes sobre el matrimonio y el divorcio, pero muchos de los primeros seguidores de Jesús tenían opiniones definidas sobre el divorcio y no vacilaron en atribuírselas a él. Todos los escritores del Nuevo Testamento se adhirieron a estas ideas más estrictas y avanzadas sobre el divorcio, excepto Juan Marcos.
      
4. Actitud económica. Jesús trabajó, vivió y actuó en el mundo tal como lo encontró. No era un reformador económico, a pesar de que llamó frecuentemente la atención sobre la injusticia de una distribución desigual de la riqueza. Pero no ofreció sugerencia alguna para remediarla. Dijo claramente a los tres que, aunque sus apóstoles no debían tener propiedad privada, no predicaba contra la riqueza y la propiedad, sino solamente contra su distribución desigual e injusta. Reconocía la necesidad de la justicia social y la ecuanimidad industrial, pero no ofrecía regla alguna para lograrlas.
      
No enseñó nunca a sus seguidores a que evitaran las posesiones terrestres, sólo a sus doce apóstoles. Lucas, el médico, creía firmemente en la igualdad social, y mucho hizo por interpretar las palabras de Jesús en armonía con sus creencias personales. Jesús no dijo nunca personalmente a sus discípulos que adoptaran un modo de vida comunal; no hizo ningún pronunciamiento de ningún tipo sobre estos asuntos.
      
Jesús advirtió frecuentemente a sus seguidores contra la codicia, declarando que «la felicidad de un hombre no consiste en la abundancia de sus posesiones materiales». Reiteraba constantemente: «¿Qué gana un hombre si llega a poseer el mundo entero y pierde su propia alma?» Nunca atacó directamente la propiedad privada, pero insistía que lo esencial eternamente es la primacía de los valores espirituales. En sus enseñanzas posteriores trató de corregir muchas erróneas opiniones urantianas sobre la vida, con numerosas parábolas que presentó en el curso de su ministerio público. Jesús no tuvo nunca la intención de elaborar teorías económicas; bien sabía que cada época debe desarrollar sus propios remedios para los problemas existentes. Si Jesús estuviera en la tierra hoy día, viviendo su vida en la carne, sería una gran desilusión para la mayoría de los hombres y mujeres buenos, por la sencilla razón de que no tomaría partido en las disputas políticas, sociales o económicas del día corriente. Se mantendría apartado de estas cosas, en cambio os enseñaría cómo perfeccionar vuestra vida espiritual interior para haceros mucho más capaces de solucionar vuestros problemas puramente humanos.
      
Jesús haría que todos los hombres fueran semejantes a Dios y luego se apartaría para contemplar con compasión como estos hijos de Dios solucionarían sus propios problemas sociales, políticos y económicos. No era la riqueza lo que denunciaba, sino lo que hace la riqueza con la mayoría de sus devotos. Este jueves por la tarde, por primera vez dijo Jesús a sus asociados que «es más bendito dar que recibir».
      
5. Religión personal. Vosotros, así como lo hicieron sus apóstoles, podréis comprender mejor las enseñanzas de Jesús por su vida. Vivió una vida perfeccionada en Urantia, y sus enseñanzas singulares sólo pueden ser comprendidas cuando se visualiza esa vida dentro de su ambiente inmediato. Es su vida, y no sus lecciones a los doce ni los sermones a las multitudes, la que os ayudará a revelar el carácter divino y la personalidad amante del Padre.
      
Jesús no atacó las enseñanzas de los profetas hebreos ni de los moralistas griegos. El Maestro reconocía las muchas cosas buenas que estos grandes pensadores preconizaban, pero había venido a la tierra para enseñar algo más: «la conformidad voluntaria de la voluntad del hombre a la voluntad de Dios». Jesús no quería sencillamente producir un hombre religioso, un mortal totalmente ocupado con sentimientos religiosos y sólo estimulado por impulsos espirituales. Si vosotros hubierais podido verlo aunque hubiera sido una sola vez, habríais conocido que Jesús era un hombre real de gran experiencia en las cosas de este mundo. Las enseñanzas de Jesús en este respecto han sido groseramente pervertidas y grandemente tergiversadas a través de los siglos de la era cristiana; también habéis tenido ideas pervertidas sobre la mansedumbre y humildad del Maestro. Su propósito en su vida fue al parecer un gran respeto por sí mismo. Aconsejaba al hombre a que se humillara para llegar a ser realmente exaltado; lo que realmente buscaba era una humildad auténtica ante Dios. Mucho valoraba la sinceridad —un corazón puro. La fidelidad era una virtud cardinal en su evaluación del carácter, mientras que el coraje estaba el corazón mismo de sus enseñanzas. «No temáis» era su consigna, y la resistencia paciente, su ideal de fuerza de carácter. Las enseñanzas de Jesús constituyen una religión de valor, coraje y heroísmo. Precisamente por esto escogió como sus representantes personales a doce hombres comunes y corrientes, la mayoría de los cuales eran pescadores toscos, viriles y varoniles.
     
Jesús poco tenía que decir sobre los vicios sociales de su era; pocas veces se refirió a la delincuencia moral. Era un maestro positivo de la virtud verdadera. Evitaba cuidadosamente el método negativo de impartir instrucción; se negaba a publicar el mal. No era ni siquiera un reformador moral. Bien sabía, y enseñó a sus apóstoles, que los impulsos sensuales de la humanidad no se reprimen mediante el reproche religioso ni las prohibiciones legales. Sus pocas denuncias estaban dirigidas en gran parte contra el orgullo, la crueldad, la opresión y la hipocresía.
     
Jesús ni siquiera denunció con vehemencia a los fariseos como lo hiciera Juan. Sabía que muchos de los escribas y fariseos eran de corazón honesto; comprendía que eran esclavos de las tradiciones religiosas. Jesús insistía en «primero sanar el árbol». Reiteró a los tres que él valoraba toda la vida, y no sólo unas pocas virtudes especiales.
      
Lo único que aprendió Juan de esta lección fue que el corazón de la religión de Jesús consistía en lograr un carácter compasivo combinado con una personalidad motivada para hacer la voluntad del Padre en el Paraíso.
      
Pedro entendió la idea de que el evangelio que estaban a punto de proclamar era realmente un nuevo comienzo para toda la raza humana. Más tarde transmitió esta impresión a Pablo, quien de allí elaboró su doctrina de Cristo como «el segundo Adán».
     
Santiago comprendió la estremecedora verdad de que Jesús deseaba que sus hijos en la tierra vivieran como si fuesen ciudadanos del reino de los cielos ya completado.
      
Jesús sabía que cada hombre es distinto de los demás, y así enseñó a sus apóstoles. Repetidamente les advirtió que no intentaran moldear a los discípulos y a los creyentes según un modelo preestablecido. Lo que buscaba era que cada alma pudiera desarrollarse a su propia manera, como individuo distinto y en vías de perfeccionamiento ante Dios. En respuesta a una de las muchas preguntas de Pedro, el Maestro dijo: «Quiero liberar a los hombres para que puedan empezar de nuevo como niños una vida nueva y mejor». Jesús siempre insistía que la verdadera bondad debe ser inconsciente, y que al hacer caridad no se permita que la mano izquierda sepa lo que está haciendo la mano derecha.
     
Los tres apóstoles se escandalizaron esa tarde cuando se dieron cuenta de que la religión de su Maestro no tenía disposición alguna para un examen de conciencia espiritual. Todas las religiones antes y después de los tiempos de Jesús, aun el cristianismo, ofrecen medios cuidadosos para realizar examen de conciencia. Pero no la religión de Jesús de Nazaret. La filosofía de vida de Jesús carece de introspección religiosa. El hijo del carpintero nunca enseñó la formación del carácter; enseñó el crecimiento del carácter, declarando que el reino del cielo es como un grano de mostaza. Pero Jesús nada dijo que proscribiera el autoanálisis con el objeto de prevenir todo egotismo arrogante.
      
El derecho de entrar en el reino está condicionado por la fe, la creencia personal. El costo de permanecer en la ascensión progresiva del reino es una perla de gran precio; para poseerla, el hombre vende todo lo que tiene.
     
Las enseñanzas de Jesús son una religión para todos, no solamente para débiles y esclavos. Su religión no se cristalizó (en su época) en credos y leyes teológicas; no dejó una sola línea escrita. Su vida y sus enseñanzas fueron legadas al universo como herencia inspiradora e ideal para la guía espiritual e instrucción moral en todas las épocas en todos los mundos. Y aun hoy, las enseñanzas de Jesús se distinguen de todas las religiones, como tales, aunque son la esperanza viviente de cada una de éstas.
     
Jesús no enseñó a sus apóstoles que la religión es la única ocupación del hombre en la tierra; ésa era la idea judía de servir a Dios. Pero sí insistió en que la religión fuera la ocupación exclusiva de los doce. Jesús nada enseñó que desviara a sus creyentes de la búsqueda de la cultura genuina; tan sólo quiso apartarse de las escuelas religiosas de Jerusalén, las cuales estaban esclavizadas por las tradiciones. Era liberal, de gran corazón, culto y tolerante. La mojigatería no tiene lugar en su filosofía de un recto vivir.
     
El Maestro no ofrecía soluciones para los problemas no religiosos de su propia época ni de las épocas subsiguientes. Jesús deseaba desarrollar el discernimiento espiritual para captar las realidades eternas y estimular la iniciativa en la originalidad en el vivir; se dedicaba exclusivamente a las necesidades espirituales fundamentales y permanentes de la raza humana. Revelaba una bondad igual a Dios. Exaltaba el amor —la verdad, la belleza y la bondad— como ideal divino y realidad eterna.
      
El Maestro vino para crear en el hombre un nuevo espíritu, una voluntad nueva —para impartir una capacidad nueva para conocer la verdad, experienciar la compasión y elegir la virtud— la voluntad de estar en armonía con la voluntad de Dios, combinada con el impulso eterno de volverse perfecto, así como es perfecto el Padre en los cielos.

sábado, 25 de agosto de 2012

La semana posterior a la ordenación.

Después de pocas horas de sueño, cuando los doce se encontraban reunidos compartiendo con Jesús un desayuno tardío, él dijo: «Ahora debéis comenzar vuestra obra de predicación de la buena nueva y de instrucción a los creyentes. Preparaos para ir a Jerusalén». Cuando hubo hablado Jesús, Tomás reunió valor suficiente para decir: «Yo sé, Maestro, que ya deberíamos estar listos para poner manos a la obra, pero temo que aún no seamos capaces de cumplir esta gran misión. ¿Consentirías que permaneciéramos por aquí unos pocos días más antes de comenzar el trabajo del reino?». Y cuando Jesús vio que todos los apóstoles estaban poseídos por el mismo temor, dijo: «Será como habéis pedido; permaneceremos aquí hasta el sábado».
     
Por semanas y semanas llegaban a Betsaida en pequeños grupos sinceros buscadores de la verdad para ver a Jesús, pero llegaba también gente simplemente curiosa. Las noticias sobre él ya se habían difundido por toda la región; llegaba gente deseosa de saber desde ciudades tan lejanas como Tiro, Sidón, Damasco, Cesarea y Jerusalén. Hasta ese momento, Jesús acogía a esas gentes y les enseñaba sobre el reino, pero ahora el Maestro encomendó esta tarea a los doce. Andrés seleccionaba a uno de los apóstoles y le asignaba un grupo de visitantes, y a veces los doce estaban todos ocupados a la vez en esta misión.
     
Trabajaron durante dos días; enseñaban de día y mantenían hasta tarde en la noche sus conversaciones privadas. Al tercer día Jesús fue a visitar a Zebedeo y Salomé y envió a sus apóstoles a que «fueran a pescar, hicieran algo agradable y distinto, o visitaran sus familias». El jueves regresaron para comenzar tres días más de enseñanza.
      
Durante esta semana de ensayo, Jesús muchas veces repitió a sus apóstoles los dos grandes motivos de su misión postbautismal en la tierra:
      
1. Revelar el Padre al hombre.
     
2. Conducir a los hombres a la conciencia de filiación: a que se dieran cuenta por medio de la fe de que eran ellos hijos del Altísimo.

Una semana de experiencias tan variadas hizo mucho bien a los doce; algunos entre ellos hasta empezaron a tener demasiada confianza en sí mismos. En la última conferencia, la noche después del sábado, Pedro y Santiago se acercaron a Jesús diciendo: «Estamos listos; salgamos ahora a conquistar el reino». Y Jesús replicó: «Que vuestra sabiduría iguale vuestro celo y vuestro coraje compense vuestra ignorancia».
     
Aunque los apóstoles no comprendían muchas de sus enseñanzas, no dejaron de comprender el significado de la hermosa y encantadora vida que él vivió con ellos.

domingo, 19 de agosto de 2012

La noche de la ordenación.

El domingo al anochecer, al llegar a la casa de Zebedeo desde las colinas al norte de Capernaum, Jesús y los doce compartieron una sencilla cena. Más tarde, Jesús fue a caminar por la playa, y los doce se quedaron conversando entre ellos. Tras un breve intercambio, mientras los gemelos encendían un pequeño fuego para dar calor y un poco de luz, Andrés fue a buscar a Jesús, y cuando llegó junto a él, le dijo: «Maestro, mis hermanos no alcanzan a comprender lo que tú has dicho sobre el reino. No nos sentimos capaces de comenzar esta obra hasta que nos hayas enseñado algo más. He venido para pedirte que te reúnas con nosotros en el jardín y nos ayudes a comprender el significado de tus palabras». Y Jesús fue con Andrés para encontrarse con los apóstoles.
     
Cuando entró al jardín, reunió a los apóstoles a su alrededor y siguió enseñándoles, con estas palabras: «Encontráis difícil recibir mi mensaje porque queréis construir las nuevas enseñanzas directamente sobre las viejas, pero yo os declaro que vosotros debéis renacer. Debéis comenzar nuevamente como niñitos y estar dispuestos a confiar en mis enseñanzas y creer en Dios. El nuevo evangelio del reino no puede ser amoldado a lo que ya es y existe. Tenéis ideas erróneas sobre el Hijo del Hombre y su misión en la tierra. Pero no cometáis el error de pensar que yo he venido para poner de lado la ley y a los profetas; no he venido para destruir sino para completar, para ampliar e iluminar. No he venido para transgredir la ley sino más bien para inscribir estos nuevos mandamientos en las tablas de vuestro corazón.
     
«Exijo de vosotros una rectitud que excederá a la rectitud de los que buscan obtener los favores del Padre con la limosna, la oración y el ayuno. Si queréis entrar al reino, debéis tener una rectitud que consista en amor, misericordia y verdad —el deseo sincero de hacer la voluntad de mi Padre en el cielo».
     
Entonces dijo Simón Pedro: «Maestro, si tienes un nuevo mandamiento, quisiéramos oírlo. Revélanos la nueva senda». Jesús le contestó a Pedro: «Lo habéis oído decir de los que enseñan la ley: `no matarás; que el que mate estará sujeto al juicio'. Pero yo miro más allá del acto, para descubrir el motivo. Os declaro que todo el que esté airado contra su hermano está en peligro de condena. El que alimenta el odio en su corazón y proyecta la venganza en su mente corre el peligro de ser juzgado. Vosotros debéis juzgar a vuestros semejantes por sus acciones; el Padre celestial juzga por las intenciones.
     
«Habéis oído a los maestros de la ley decir, `no cometerás adulterio'. Pero yo os digo que todo hombre que contemple a una mujer con intento de lujuria, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Vosotros tan sólo podéis juzgar a los hombres por sus actos, pero mi Padre mira dentro del corazón de sus hijos y los juzga con misericordia, de acuerdo con sus intenciones y deseos verdaderos».
      
Jesús pensaba seguir hablando de los otros mandamientos, cuando le interrumpió Santiago Zebedeo, preguntándole: «Maestro, ¿qué hemos de enseñarles a las gentes sobre el divorcio? ¿Hemos de permitir que un hombre divorcie a su mujer tal como Moisés lo ordenó?» Cuando Jesús oyó esta pregunta, dijo: «No he venido para legislar sino para esclarecer. No he venido para reformar los reinos de este mundo sino más bien para establecer el reino del cielo. No es la voluntad de mi Padre que ceda yo a la tentación de enseñaros reglas de gobierno, comercio o conducta social que, aunque puedan ser buenas para el día de hoy, estarían lejos de ser adecuadas para la sociedad de otra época. Estoy en la tierra solamente para consolar la mente, liberar el espíritu y salvar el alma de los hombres. Pero diré, sobre esta cuestión del divorcio que, aunque Moisés lo tolerara, no era así en los tiempos de Adán y en el Jardín».
     
Una vez que los apóstoles hubieron conversado entre ellos por un breve período, Jesús siguió diciendo: «Debéis reconocer siempre los dos puntos de vista de toda conducta mortal —el humano y el divino; los caminos de la carne y la senda del espíritu; la valoración del tiempo y el punto de vista de la eternidad». Aunque los doce no podían comprender por completo lo que él les enseñaba, este consejo mucho les ayudó.
     
Entonces dijo Jesús: «Pero tropezáis con mis enseñanzas porque queréis interpretar mi mensaje literalmente; sois lentos en discernir el espíritu de mis enseñanzas. Nuevamente debéis recordar que sois mis mensajeros; debéis vivir vuestra vida así como yo he vivido la mía en espíritu. Sois mis representantes personales; pero no cometáis el error de esperar que todos los hombres vivan como vivís vosotros en todos los aspectos. También debéis recordar que yo tengo ovejas que no son de este rebaño, y que tengo obligaciones también para con ellos, porque debo proveerles el modelo para cumplir con la voluntad de Dios mientras vivo la vida de una naturaleza mortal».
     
Entonces preguntó Natanael: «Maestro, ¿es que no hemos de dar lugar alguno a la justicia? La ley de Moisés dice, `ojo por ojo y diente por diente'. ¿Qué hemos de decir nosotros?» Y Jesús contestó: «Vosotros devolveréis el bien por el mal. Mis mensajeros no deben luchar con los hombres, sino tratarlos con dulzura. Vuestra regla no será `la medida con que medís, os será medido'. Quienes gobiernan a los hombres pueden tener tales leyes, pero no el reino; la misericordia determinará siempre vuestro juicio y el amor, vuestra conducta. Si esto os parece duro, aun ahora podéis iros. Si encontráis que los requisitos del apostolado son demasiado exigentes, podéis retornar al camino menos riguroso de los discípulos».
     
Al escuchar estas sorprendentes palabras, los apóstoles se apartaron entre ellos por un momento, pero pronto retornaron, y Pedro dijo: «Maestro, queremos seguir contigo; ninguno entre nosotros quiere irse. Estamos plenamente preparados para pagar el precio adicional; beberemos de la copa. Queremos ser apóstoles, no tan sólo discípulos».
     
Cuando Jesús oyó esto, dijo: «Estad pues dispuestos a cumplir vuestra responsabilidad y seguirme. Haced el bien en secreto; cuando hagáis limosna, que no sepa vuestra mano izquierda lo que hace vuestra derecha. Cuando oréis, apartaos a solas y no uséis vanas repeticiones y frases estereotipadas. Recordad siempre que el Padre conoce lo que necesitáis aun antes de que se lo solicitéis. Y no os pongáis a ayunar con expresión triste para que os vean los hombres. Como mis apóstoles elegidos, apartados ahora para servir al reino, no acumuléis sobre vosotros los tesoros en la tierra, sino que, mediante vuestro servicio generoso, acumuléis tesoros en el cielo, porque allí donde estén vuestros tesoros, allí también estará vuestro corazón.
     
«La lámpara del cuerpo es el ojo; si pues vuestro ojo es generoso, vuestro cuerpo entero estará lleno de luz. Pero si vuestro ojo es egoísta, vuestro cuerpo entero estará lleno de tinieblas. Si la luz misma que está dentro de vosotros se vuelve tinieblas, ¡cuán grande será la oscuridad!»
      
Entonces Tomás preguntó a Jesús si debían «continuar compartiéndolo todo». Dijo el Maestro: «Sí hermanos míos, deseo que vivamos juntos como una familia llena de comprensión. Se os confía una gran tarea, y yo anhelo vuestro servicio exclusivo. Sabéis que bien se ha dicho: `ningún hombre podrá servir a dos señores'. No podéis adorar sinceramente a Dios y al mismo tiempo servir de todo corazón a mammón. Alistados ya sin reservas en el trabajo del reino, no sintáis ansiedad por vuestras vidas; menos aun os preocupéis de lo que comáis o bebáis; o en cuanto a vuestros cuerpos, de cómo los cubriréis. Ya habéis aprendido que manos con voluntad y corazones honestos no pasarán hambre. Ahora cuando os preparáis a dedicar todas vuestras energías al trabajo del reino, estad seguros de que el Padre no se olvidará de vuestras necesidades. Buscad primero el reino de Dios, y cuando hayáis hallado la puerta de entrada, todas las cosas necesarias os serán dadas. No os pongáis pues ansiosos por el mañana. Basta a cada día su propio afán».
     
Cuando vio Jesús que ellos estaban dispuestos a quedarse levantados toda la noche para hacerle preguntas, les dijo: «Hermanos míos, vosotros sois vasijas de barro; es mejor que vayáis a descansar para estar listos para el trabajo de mañana». Pero el sueño se había alejado de sus ojos. Pedro se aventuró a pedir a su Maestro «una breve conversación privada contigo. No es que quiera yo tener secretos para con mis hermanos, pero mi espíritu está atribulado y si, acaso, merezco un reproche de mi Maestro, podría soportarlo mejor a solas contigo». Jesús le dijo: «Ven conmigo Pedro» —dirigiéndose a la casa. Cuando Pedro regresó del encuentro con su Maestro profundamente animado y alentado, Santiago decidió entrar y hablar con Jesús. Y así sucesivamente, hasta las primeras horas de la madrugada, los demás apóstoles entraron uno por uno para hablar con el Maestro. Cuando todos ellos habían hablado en privado con él, excepto los gemelos, que se habían quedado dormidos, Andrés entró a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, los gemelos se han quedado dormidos en el jardín junto al fuego; ¿debo despertarlos para preguntarles si también quieren hablar contigo?». Y sonriente, Jesús le dijo a Andrés: «Hacen bien —no los molestes». Terminaba ya la noche y despuntaba la luz de un nuevo día.

sábado, 18 de agosto de 2012

El amor Paterno y el Fraterno.

Desde el Sermón del monte hasta el discurso de la Última cena, Jesús enseñó a sus seguidores a manifestar amor paterno en vez de amor fraterno. El amor fraterno significa amar al prójimo como a uno mismo, y esto sería el cumplimiento adecuado de la «regla de oro». Pero el afecto paterno requiere que ames a tus semejantes como Jesús te ama a ti.
      
Jesús ama a la humanidad con un afecto dual. Vivió sobre la tierra como una personalidad dual: humana y divina. Como Hijo de Dios, ama al hombre con un amor paterno —es el Creador del hombre, su Padre en el universo. Como Hijo del Hombre, Jesús ama a los mortales como a un hermano —fue realmente un hombre entre los hombres.
     
Jesús no esperaba que sus seguidores lograran una manifestación imposible de amor fraterno, pero sí esperaba que se esforzaran tanto por llegar a ser como Dios —perfectos, así como es perfecto el Padre en los cielos— hasta el punto de poder ver al hombre como Dios ve a sus criaturas y pudieran así empezar a amar a los hombres como Dios los ama —mostrar un asomo de afecto paterno. En el curso de estas exhortaciones a los doce apóstoles, Jesús trató de revelar este nuevo concepto de amor paterno tal como éste se relaciona con ciertas actitudes emocionales pertinentes cuando se hace numerosos ajustes sociales al medio ambiente.
      
El Maestro comenzó este importante discurso llamando la atención sobre cuatro actitudes de fe, como preludio de la descripción subsecuente de sus cuatro reacciones trascendentales y supremas de amor paterno en comparación con las limitaciones del simple amor fraterno.
      
Primero habló de los que son pobres de espíritu, de los que tienen sed de rectitud, de los que sobrellevan la mansedumbre y de los de corazón limpio. Es posible esperar de estos mortales quienes disciernen al espíritu, niveles tales de generosidad divina como para ser capaces de intentar el extraordinario ejercicio del afecto paterno; es posible esperar que aun cuando estén de luto podrán tener la fuerza de mostrar misericordia, promover la paz y soportar las persecuciones, y al mismo tiempo y a pesar de todo, amar con un amor paterno aun a la humanidad poco amable. El afecto de un padre puede llegar a niveles de devoción que trascienden inconmensurablemente al afecto de un hermano.
      
La fe y el amor de estas beatitudes fortalecen el carácter moral y crean felicidad. El temor y la ira debilitan el carácter y destruyen la felicidad. Este sermón monumental comenzó con una nota de bienaventuranza.
      
1. «Bienaventurados los pobres de espíritu —los humildes». Para un niño, la felicidad es la satisfacción de un deseo inmediato que da placer. El adulto está dispuesto a sembrar las semillas de la abstención con el objeto de cosechar en el futuro una felicidad mayor. En los tiempos de Jesús y desde entonces, la felicidad se ha relacionado demasiado frecuentemente con la idea de la posesión de riquezas. En la historia del fariseo y del publicano que oran en el templo, el uno se sentía rico en espíritu —egotista; el otro se sentía «pobre de espíritu» —humilde. El uno era autosuficiente; el otro era receptivo a la enseñanza y buscaba la verdad. Los pobres de espíritu buscan las metas de riqueza espiritual: Dios. Y aquellos que buscan la verdad no tienen que esperar sus galardones en un futuro lejano; son galardonados ahora. Encuentran el reino del cielo dentro de su corazón, y disfrutan ahora de esa felicidad.
      
2. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados». Sólo los que se sienten pobres de espíritu tienen sed de rectitud. Sólo los humildes buscan la fortaleza divina y anhelan el poder espiritual. Pero, es sumamente peligroso practicar a sabiendas el ayuno espiritual para aumentar el apetito de las dotes espirituales. El ayuno físico se vuelve peligroso a los cuatro o cinco días; puede uno perder todo deseo de alimentarse. El ayuno prolongado, tanto físico como espiritual, tiende a destruir el apetito.
      
La rectitud experiencial es un placer, no un deber. La rectitud de Jesús es amor dinámico —afecto paterno-fraterno. No es el tipo de rectitud del mandato negativo, el «no harás». ¿Cómo podría uno jamás tener hambre de algo negativo —de algo que «no harás»?
      
No es fácil enseñar estas dos primeras beatitudes a una mente infantil, pero la mente madura deberá comprender su significado.
      
3. «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad». La mansedumbre genuina no tiene relación alguna con el temor. Es más bien una actitud del hombre que coopera con Dios —«hagase tu voluntad». Comprende la paciencia y la tolerancia y está motivada por la fe inamovible en un universo ordenado y cordial. Domina todas las tentaciones de rebelión contra la dirección divina. Jesús fue el manso ideal de Urantia, y heredó un vasto universo.
      
4. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». La pureza espiritual no es una cualidad negativa, excepto que no contiene sospecha ni venganza. Al hablar de la pureza, Jesús no intentó tratar exclusivamente de las actitudes sexuales del hombre. Se refería más a esa fe que el hombre debe tener en su semejante; esa fe que tiene un padre en su hijo, y que le permite amar a sus semejantes así como un padre los amaría. El amor de un padre no necesita malcriar, y no perdona el mal, pero nunca es cínico. El amor paterno tiene un propósito único, y siempre busca lo mejor en el hombre; ésa es la actitud de un verdadero padre.
      
Ver a Dios —por la fe— significa adquirir verdadero discernimiento espiritual. El discernimiento espiritual aumenta la guía del Ajustador, y estos dos terminan por aumentar la conciencia de Dios. Cuando conoces al Padre, estás seguro de la filiación divina, y puedes amar cada vez más a cada uno de tus hermanos en la carne no sólo como hermano —con amor fraterno— sino también como padre —con afecto paterno.
      
Es fácil enseñar esta admonición aun a un niño. Los niños son por naturaleza confiados, y los padres deberían hacer todo lo posible para que no pierdan esa fe sencilla. Al tratar con niños, evitad todo engaño y no despertéis en ellos sospechas. Ayudadlos con sabiduría a elegir sus héroes y sus tareas en la vida.
      
Siguió pues Jesús enseñando a sus seguidores cómo alcanzar el propósito fundamental de toda la lucha humana el logro de la perfección —aun la divina. Siempre les exhortaba: «Sed perfectos, así como vuestro Padre en los cielos es perfecto». No exhortó a los doce a que amaran al prójimo como se amaban a sí mismos. Esa habría sido un logro noble; habría indicado el alcance del amor fraterno. Más bien, amonestó a sus apóstoles a que amaran a los hombres como él los había amado a ellos —que amaran con un afecto paterno, así como también fraterno. Y lo ilustró, indicando cuatro reacciones supremas del amor paterno:
     
1. «Bienaventurados los que están de luto, porque ellos serán consolados». El así llamado sentido común o la lógica óptima no sugería nunca que la felicidad pueda surgir del luto. Pero Jesús no se refería al luto ostentoso o exterior. Se refería a la actitud emotiva de la ternura. Es un grave error enseñar a los niños varones y a los jóvenes que no es varonil mostrar ternura, dar rienda suelta a las emociones o quejarse de los sufrimientos físicos. La sensibilidad es un atributo valioso tanto en el hombre como en la mujer. No hace falta ser duro para ser varonil. Esta es la manera errónea de crear hombres valientes. Los grandes hombres del mundo no temen exteriorizar su sufrimiento. Moisés el sufriente fue un gran hombre, más que Sansón o Goliat. Moisés fue un líder extraordinario, pero era también un hombre de mansedumbre. Tener sensibilidad y saber responder a las necesidades de los hombres genera una felicidad genuina y duradera, y estas actitudes cordiales a la vez salvan el alma de las influencias destructoras de la ira, el odio y la sospecha.
     
2. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia». La misericordia denota aquí la amplitud, anchura y profundidad de la amistad más auténtica —la bondad del amor. La misericordia puede ser a veces pasiva, pero aquí es activa y dinámica —la paternidad suprema. Un padre amante no vacila en perdonar a su hijo, aun muchas veces. En un niño bien educado, el impulso de aliviar el sufrimiento le es natural. En cuanto tienen edad suficiente para apreciar las condiciones reales, los niños son normalmente benevolentes y compasivos.
      
3. «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Los que escuchaban a Jesús anhelaban una liberación militar, no a los pacificadores. Pero la paz de Jesús no es de tipo pacífico y negativo. Frente a las pruebas y persecuciones él dijo: «Mi paz os dejo con vosotros». «No se turbe vuestro corazón, ni tengáis miedo». Ésta es la paz que previene conflictos desastrosos. La paz personal se integra a la personalidad. La paz social previene el temor, la codicia y la ira. La paz política previene los antagonismos raciales, la suspicacia entre naciones y la guerra. Trabajar por la paz es la cura de las desconfianzas y las sospechas.
     
Es fácil enseñar a los niños a trabajar como pacificadores. Ellos disfrutan de las actividades de grupo; les gusta jugar juntos. Dijo el Maestro en otra ocasión: «Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien quiera perderla la hallará».
     
4. «Bienaventurados los que son perseguidos por causa de su rectitud, porque de ellos es el reino del cielo. Bienaventurados seréis cuando os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros falsamente. Alegraos y regocijaos porque grande será vuestra galardón en los cielos».
      
La persecución a menudo sigue a la paz. Pero los jóvenes y los adultos valientes nunca huyen de las dificultades ni del peligro. «El amor más grande que el hombre puede experimentar es dar la vida por sus amigos». Y el amor paterno puede hacer todas estas cosas libremente —las cosas que el amor fraterno difícilmente puede abarcar. Y el progreso ha sido siempre la cosecha final de la persecución.
      
Los niños siempre responden al desafío de la valentía. La juventud está siempre dispuesta a «el desafío». Todo niño debería aprender tempranamente a sacrificarse.
      
Así pues se revela que las bienaventuranzas del Sermón del monte están basadas en la fe y el amor y no en la ley —ética y deber.
     
El amor paterno se regocija al devolver el bien por el mal, hacer el bien para vengarse la injusticia.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Vosotros sois la sal de la tierra.

El así llamado «sermón del monte» no es el evangelio de Jesús. Sí contiene muchas enseñanzas útiles, pero fue más bien lo que Jesús encomendó a los doce apóstoles en su ordenación. Fue el encargo personal del Maestro a quienes habrían de seguir predicando el evangelio y que aspiraban a representarlo en el mundo de los hombres así como él tan elocuente y perfectamente era el representante de su Padre.
     
«Vosotros sois la sal de la tierra, la sal con gusto de salvación. Pero si la sal ha perdido su gusto, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser arrojada y pisoteada por los hombres».
     
En los tiempos de Jesús la sal era un elemento precioso. Hasta se la utilizaba como moneda. La palabra moderna «salario» deriva de «sal». La sal no sólo condimenta los alimentos, sino que también los conserva. Da más sabor a las cosas, y por lo tanto sirve como se usa.
     
«Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni tampoco se enciende una luz y se la pone debajo de un almud, sino sobre el candelero y alumbra a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y los guíe a glorificar a vuestro Padre que está en los cielos.»
     
Aunque la luz dispersa las tinieblas, también puede ser tan «enceguecedora» que confunda y frustre. Se nos advierte que permitamos que nuestra luz alumbre de manera tal que nuestros hermanos sean guiados hacia nuevos caminos divinos de la vida enaltecida. Nuestra luz debe brillar de manera tal que no atraiga la atención sobre el yo. Hasta la vocación personal puede emplearse como un eficaz «reflector» para diseminar esta luz de vida.
     
La fortaleza de carácter no se deriva de no hacer el mal, sino de hacer el bien. La generosidad es la marca de la grandeza humana. Los niveles más altos de autorrealización se obtienen mediante la adoración y el servicio. La persona feliz y eficiente está motivada, no por el temor de hacer el mal, sino por el amor a hacer el bien.
     
«Por sus frutos los conoceréis». La personalidad básicamente es invariable; lo que cambia —lo que crece— es el carácter moral. El error más grande de las religiones modernas es el negativismo. El árbol que no da fruto ha de ser «arrancado y arrojado en el fuego». El valor moral no deriva de la simple represión —de la obediencia a la admonición «no harás». El temor y la vergüenza son motivaciones indignas de la vida religiosa. La religión es válida sólo cuando revela la paternidad de Dios e intensifica la hermandad de los hombres.
     
Una filosofía eficaz del vivir se forma por una combinación del discernimiento cósmico y la suma de las reacciones emocionales del yo frente al medio social y económico. Recordad: aunque no se puedan modificar fundamentalmente los impulsos heredados, se pueden cambiar las respuestas emocionales a estos impulsos; por consiguiente, la naturaleza moral se puede modificar, el carácter se pude mejorar. En un carácter fuerte las respuestas emocionales están integradas y coordinadas, configurando así una personalidad unificada. Una unificación deficiente debilita la naturaleza moral y genera desdicha.
     
Sin una meta valiosa, la vida pierde todo objetivo y provecho, y acarrea profunda desdicha. El discurso de Jesús en ocasión de la ordenación de los doce constituye una filosofía magistral de la vida. Jesús exhortó a sus seguidores a que ejercitaran fe experiencial. Les advirtió que no dependieran meramente del consentimiento intelectual, la credulidad y la autoridad establecida.
      
La educación debiera ser una técnica de aprendizaje (descubrimiento) de los mejores métodos de gratificación de nuestros impulsos naturales y heredados, y la felicidad es el total que resulta de estas técnicas perfeccionadas de satisfacción emocional. La felicidad poco depende del medio ambiente, aunque un ambiente agradable pueda contribuir grandemente a ésta.
      
Todo mortal anhela verdaderamente ser una persona completa, ser perfecto así como el Padre en el cielo es perfecto, y tal logro es posible porque, en el último análisis, el «universo es verdaderamente paterno».

domingo, 12 de agosto de 2012

El sermón de la ordenación.

Entonces habló Jesús, diciendo:

«Ahora, que ya sois embajadores del reino de mi Padre, ingresáis en una clase separada y distinta de todos los otros hombres de la tierra. Ya no sois hombres entre los hombres, sino que seréis, entre las criaturas ignorantes de este mundo en tinieblas, ciudadanos esclarecidos de otro país, un país celestial. Ya no basta que viváis como habéis vivido antes de este momento, sino que en adelante debéis vivir como los que han probado la gloria de una vida mejor y han sido enviados de vuelta a la tierra como embajadores del Soberano de ese mundo nuevo y mejor. Más se espera del maestro que del alumno; del amo más se exige que del siervo. De los ciudadanos del reino celestial, más es requerido que de los ciudadanos del gobierno terrestre. Algunas de las cosas que estoy a punto de deciros os parecerán duras, pero vosotros habéis elegido representarme en el mundo, así como yo ahora represento al Padre; y como mis representantes en la tierra, estaréis obligados a acatar las enseñanzas y prácticas que reflejan mi ideal de vida mortal en los mundos del espacio, y que ejemplifico en mi vida terrestre de revelación del Padre que está en los cielos.
     
«Os envío a que proclaméis la libertad a los cautivos espirituales, la felicidad a los que están encadenados por el temor, y que curéis a los enfermos, según la voluntad de mi Padre en los cielos. Cuando encontréis a mis hijos en aflicción, hablad palabras de aliento, diciendo:
      
«Bienaventurados los pobres de espíritu, los humildes, porque de ellos serán los tesoros del reino del cielo.
      
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados.
      
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
      
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
      
«Y aun así, hablad a mis hijos estas otras palabras de consuelo y promesa espiritual:
     
«Bienaventurados los que están de luto, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán el espíritu del regocijo.
      
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia.
     
«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
     
«Bienaventurados los que son perseguidos por causa de su rectitud, porque de ellos es el reino del cielo. Bienaventurados seréis cuando os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros falsamente. Alegraos y gozaos porque grande será vuestra galardón en los cielos.
      
«Hermanos míos, así como yo os estoy enviando, vosotros sois la sal de la tierra, la sal con gusto de salvación. Pero si la sal ha perdido su gusto, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser arrojada y pisoteada por los hombres.
     
«Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni tampoco se enciende una luz y se la pone debajo de un almud, sino sobre el candelero y alumbra a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y los guíe a glorificar a vuestro Padre que está en los cielos.
     
«Os envío al mundo para que me representéis y actuéis como embajadores del reino de mi Padre, y así como salís para proclamar la buena nueva, poned vuestra confianza en el Padre, cuyos mensajeros sois. No resistáis las injusticias por la fuerza; no coloquéis vuestra confianza en el poder de la carne. Si vuestro prójimo os golpea en la mejilla derecha, ponedle también la otra. Preferid sufrir una injusticia a poner pleito entre vosotros. En bondad y con misericordia ministrad a todos los desconsolados y a los necesitados.
     
«Yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os ultrajan. Y todo lo que vosotros creáis que haría yo para los hombres, hacedlo vosotros.
     
«Vuestro Padre en los cielos hace brillar el sol sobre malvados al igual que sobre buenos; del mismo modo él envía lluvia sobre justos e injustos. Vosotros sois los hijos de Dios; aún más, sois ahora los embajadores del reino de mi Padre. Sed misericordiosos, así como Dios es misericordioso, y en el eterno futuro del reino seréis perfectos, así como vuestro Padre celeste es perfecto.
     
«Se os ha encomendado para salvar a los hombres, no para juzgarlos. Al fin de vuestra vida terrestre, todos vosotros esperaréis misericordia; por ello, os pido que durante vuestra vida mortal mostréis misericordia hacia todos vuestros hermanos en la carne. No cometáis el error de quitar la mota del ojo de vuestro hermano cuando hay una viga en el vuestro. Quitad primero la viga de vuestro ojo y así podréis ver mejor para quitar la mota del ojo de vuestro hermano.
     
«Discernid claramente la verdad; vivid sin temor la vida recta; y así seréis mis apóstoles y los embajadores de mi Padre. Habéis oído que se ha dicho: `Si el ciego conduce al ciego, ambos caerán al abismo'. Si queréis guiar otros al reino, debéis vosotros mismos caminar en la luz clara de la verdad viviente. En todos los asuntos del reino os exhorto que mostréis juicio justo y sabiduría sagaz. No presentéis lo que es santo a los perros, ni hagáis os culpables de echar vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que pisoteen vuestras gemas y se vuelvan y os despedacen.
     
«Os pongo en guardia contra los falsos profetas que vendrán a vosotros vestidos de oveja, mientras por dentro serán como lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Recogen los hombres uvas de las espinas o higos de los cardos? Así pues todo buen árbol da buen fruto, pero el árbol corrupto da fruto malo. Un buen árbol no puede dar fruto malo, ni puede un árbol corrupto producir fruta buena. Todo árbol que no da buen fruto ha de ser arrancado y arrojado en el fuego. Para entrar al reino del cielo, el motivo es lo que cuenta. Mi Padre mira dentro del corazón de los hombres y juzga por sus deseos íntimos y sus intenciones sinceras.
     
«En el gran día del juicio del reino, muchos me dirán: `¿No profetizamos en tu nombre y en tu nombre hicimos muchas obras maravillosas?' Pero yo me veré obligado a decirles, `Yo nunca os conocí; apartaos de mí vosotros, falsos maestros'. Pero todo el que escuche este encargo y ejecute sinceramente su misión de representarme ante los hombres, así como yo he representado a mi Padre ante vosotros, hallará entrada abundante en mi servicio y en el reino del Padre celestial».
    
Los apóstoles no habían oído nunca antes a Jesús hablar de este modo, pues les habló como aquel que tiene autoridad suprema. Descendieron de la montaña al atardecer, pero nadie preguntó nada a Jesús.

La ordenación.

Ahora Jesús les dijo a los doce mortales que acababan de escuchar sus palabras sobre el reino, que se arrodillaran a su alrededor. Luego, el Maestro puso las manos sobre la cabeza de cada uno de los apóstoles, comenzando con Judas Iscariote y terminando con Andrés. Después de bendecirlos, extendió las manos y oró:
     

«Padre mío, he aquí que te traigo a estos hombres, mis mensajeros. Entre nuestros hijos en la tierra he elegido a estos doce para que salgan y me representen así como yo vine a representarte. Ámalos y acompáñalos como me has amado y me has acompañado a mí. Ahora pues, Padre mío, otorga sabiduría a estos hombres, mientras yo deposito todos los asuntos del reino venidero en las manos de ellos. Y yo desearía, si es tu voluntad, permanecer en la tierra por un tiempo más para ayudarlos en su labor en pos del reino. Nuevamente, Padre mío, te doy las gracias por estos hombres, y los encomiendo a tu cuidado mientras yo me dedico a terminar el trabajo que tú me has encomendado».
      
Cuando Jesús terminó de orar, los apóstoles permanecieron en su sitio, con la cabeza inclinada. Y pasaron muchos minutos antes de que hasta Pedro se atreviese a levantar la mirada para contemplar al Maestro. Uno por uno abrazaron a Jesús, pero nadie dijo nada. Un gran silencio invadió ese lugar mientras las huestes de seres celestiales contemplaban tan solemne y sagrado espectáculo — el Creador de un universo que encomendaba los asuntos de la hermandad divina del hombre a la dirección de mentes humanas.

lunes, 6 de agosto de 2012

La instrucción preliminar.

Antes de los servicios de ordenación, Jesús habló a los doce que estaban sentados a su alrededor: «Hermanos míos, ha llegado esta hora del reino. Os he traído a este lugar apartado, para presentaros al Padre como embajadores del reino. Algunos entre vosotros me habéis oído hablar de este reino en la sinagoga, cuando al principio os llamé. Cada uno de vosotros ha aprendido más sobre el reino del Padre trabajando conmigo en las ciudades próximas al Mar de Galilea. Pero ahora mismo tengo que deciros algo más respecto a este reino.
     
«El nuevo reino que mi Padre está a punto de establecer en el corazón de sus hijos terrenales será un dominio eterno. No habrá fin a este gobierno de mi Padre en el corazón de los que desean hacer su voluntad divina. Os declaro que mi Padre no es el Dios de los judíos, ni de los gentiles. Muchos vendrán del este y del oeste para sentarse con nosotros en el reino del Padre, mientras que muchos de los hijos de Abraham se negarán a entrar en esta nueva hermandad del dominio del espíritu del Padre en el corazón de los hijos del hombre.
     
«El poder de este reino no consistirá en la fuerza de los ejércitos, ni en el poderío de las riquezas, sino más bien en la gloria del espíritu divino que vendrá a enseñar a las mentes y a gobernar el corazón de los ciudadanos renacidos de este reino celestial, los hijos de Dios. Ésta es la hermandad de amor en la que reina la rectitud, y cuyo grito de batalla será: Paz sobre la tierra y buena voluntad entre todos los hombres. Este reino, que vosotros muy pronto iréis a proclamar, es el deseo de los hombres de buena voluntad de todos los tiempos, la esperanza de la tierra entera y el cumplimiento de las promesas sabias de todos los profetas.
     
«Pero para vosotros, hijitos míos, y para todos los otros que os seguirán en este reino, una dura prueba se impone. Sólo la fe os abrirá sus pórticos, pero vosotros deberéis rendir los frutos del espíritu de mi Padre si queréis continuar ascendiendo en la vida progresiva de la comunidad divina. De cierto, de cierto os digo que no entrará en el reino del cielo todo aquel que diga `Señor, Señor', sino más bien el que haga la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
     
«Vuestro mensaje para el mundo será: buscad en primer término el reino de Dios y su justicia, y una vez que los encontréis, de allí en adelante tendréis de seguro todas las demás cosas esenciales para la supervivencia eterna. Ahora os digo y os aclaro que este reino de mi Padre no se anunciará con muestras exteriores de poder ni con demostraciones indecorosas. No deberéis proclamar el reino diciendo, `está aquí' o `está allí', porque este reino del que predicaréis es Dios dentro de vosotros.
     
«El que quiera ser grande en el reino de mi Padre será un ministro para todos; y el que quiera ser el primero entre vosotros, dejad que sea el siervo de sus hermanos. Pero cuando hayáis verdaderamente sido recibidos como ciudadanos en el reino celestial, ya no seréis siervos sino hijos, hijos del Dios viviente. Así progresará este reino en el mundo, hasta derribar cada barrera y conducir a todos los hombres al conocimiento de mi Padre y a creer en la verdad salvadora que yo he venido a declarar. Ya, se acerca el reino, y algunos entre vosotros no morirán hasta que hayan visto venir el reino de Dios revestido de gran poder.
     
«Lo que vuestros ojos contemplan, este pequeño núcleo inicial de doce hombres comunes, se multiplicará y crecerá hasta que finalmente toda la tierra se colme con alabanzas a mi Padre. Y no será tanto por las palabras que vosotros habléis, sino por la vida que vosotros viváis que los hombres conocerán que habéis estado conmigo y que habéis aprendido sobre realidades del reino. Y aunque no deposito cargas pesadas sobre vuestra mente, estoy a punto de depositar sobre vuestra alma la responsabilidad solemne de representarme en el mundo cuando yo dentro de poco os deje, así como ahora yo represento a mi Padre en esta vida que estoy viviendo en la carne». Y cuando hubo terminado de hablar, se levantó.

domingo, 5 de agosto de 2012

La ordenación de los doce.

POCO antes del mediodía del domingo 12 de enero del año 27 d. de J.C., Jesús reunió a los apóstoles para su ordenación como predicadores públicos del evangelio del reino. Los doce esperaban ser llamados en cualquier momento; por eso no se habían alejado mucho de la costa esa mañana para pescar. Varios de ellos estaban junto a la playa, reparando las redes y trabajando con sus artefactos de pesca.
      

Jesús se encaminó hacia la playa para congregar a los apóstoles, y llamó primero a Andrés y Pedro, que estaban pescando cerca de la costa; luego, atrajo con un gesto a Santiago y Juan, que se encontraban ahí cerca en una barca, conversando con su padre Zebedeo y remendando sus redes. De dos en dos reunió a los otros apóstoles, y cuando los doce estuvieron todos juntos, se dirigió con ellos a las alturas al norte de Capernaum, y allí procedió a instruirlos para prepararlos para la ordenación formal.
      
Por una vez, los doce apóstoles permanecían en silencio; hasta Pedro estaba meditabundo. ¡Por fin había llegado el momento largamente esperado! Se irían aparte con el Maestro para participar en cierto tipo de ceremonia solemne de consagración personal y dedicación colectiva al trabajo sagrado de representar a su Maestro en la proclamación del advenimiento del reino de su Padre.