«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 4 de diciembre de 2016

El problema del cristianismo

No paséis por alto el valor de vuestra herencia espiritual, el río de verdad que fluye a través de los siglos, incluso hasta la época estéril de una era materialista y laica. En todos vuestros esfuerzos meritorios por desembarazaros de los credos supersticiosos de las épocas pasadas, aseguraos de conservar firmemente la verdad eterna. ¡Pero tened paciencia! Cuando la sublevación actual contra la superstición haya terminado, las verdades del evangelio de Jesús sobrevivirán gloriosamente para iluminar un camino nuevo y mejor.
   
Pero el cristianismo paganizado y socializado necesita un nuevo contacto con las enseñanzas no comprometidas de Jesús; languidece por falta de una visión nueva de la vida del Maestro en la Tierra. Una revelación nueva y más completa de la religión de Jesús está destinada a conquistar un imperio de laicismo materialista y a derrocar un influjo mundial de naturalismo mecanicista. Urantia se estremece actualmente al borde mismo de una de sus épocas más asombrosas y apasionantes de reajuste social, de reanimación moral y de iluminación espiritual.
   
Las enseñanzas de Jesús, aunque enormemente modificadas, sobrevivieron a los cultos de misterio de su época natal, a la ignorancia y la superstición de la edad de las tinieblas, e incluso ahora están venciendo lentamente al materialismo, al mecanicismo y al laicismo del siglo veinte. Estas épocas de grandes pruebas y de derrotas amenazantes siempre son períodos de gran revelación.
   
La religión necesita nuevos dirigentes, hombres y mujeres espirituales que se atrevan a depender únicamente de Jesús y de sus enseñanzas incomparables. Si el cristianismo insiste en olvidar su misión espiritual mientras continúa ocupándose de los problemas sociales y materiales, el renacimiento espiritual tendrá que esperar la llegada de esos nuevos instructores de la religión de Jesús que se consagrarán exclusivamente a la regeneración espiritual de los hombres. Entonces, esas almas nacidas del espíritu proporcionarán rápidamente la dirección y la inspiración necesarias para la reorganización social, moral, económica y política del mundo.
   
La era moderna rehusará aceptar una religión que sea incompatible con los hechos y que no se armonice con sus conceptos más elevados de la verdad, la belleza y la bondad. Ha llegado la hora de volver a descubrir los verdaderos fundamentos originales del cristianismo de hoy deformado y comprometido —la vida y las enseñanzas reales de Jesús.
   
El hombre primitivo vivía una vida de esclavitud supersticiosa al miedo religioso. El hombre civilizado moderno teme la idea de caer bajo el dominio de fuertes convicciones religiosas. El hombre inteligente siempre ha tenido miedo de estar sujeto a una religión. Cuando una religión fuerte y activa amenaza con dominarlo, intenta invariablemente racionalizarla, institucionalizarla y convertirla en una tradición, esperando de este modo poder controlarla. Mediante este procedimiento, incluso una religión revelada se convierte en una religión elaborada y dominada por el hombre. Los hombres y las mujeres modernos e inteligentes rehuyen la religión de Jesús por temor a lo que ésta les hará —y a lo que hará con ellos. Y todos estos temores están bien fundados. En verdad, la religión de Jesús domina y transforma a sus creyentes, pidiendo a los hombres que dediquen su vida a buscar el conocimiento de la voluntad del Padre que está en los cielos, y exigiendo que las energías de la vida se consagren al servicio desinteresado de la fraternidad de los hombres.
   
Los hombres y las mujeres egoístas simplemente no quieren pagar este precio, ni siquiera a cambio del mayor tesoro espiritual que se haya ofrecido nunca al hombre mortal. Cuando el hombre se haya sentido suficientemente desilusionado por las tristes decepciones que acompañan la búsqueda insensata y engañosa del egoísmo, y después de que haya descubierto la esterilidad de la religión formalizada, sólo entonces estará dispuesto a volverse de todo corazón hacia el evangelio del reino, la religión de Jesús de Nazaret.
   
El mundo necesita más que nada una religión de primera mano. Incluso el cristianismo —la mejor religión del siglo veinte— no es solamente una religión acerca de Jesús, sino que es una religión que los hombres experimentan ampliamente de segunda mano. Éstos cogen su religión íntegramente tal como se la transmiten sus educadores religiosos aceptados. ¡Qué despertar experimentaría el mundo si tan sólo pudiera ver a Jesús tal como vivió realmente en la Tierra, y conocer de primera mano sus enseñanzas dadoras de vida! Las palabras que describen las cosas bellas no pueden conmover tanto como la visión de esas cosas, y las palabras de un credo tampoco pueden inspirar el alma de los hombres como la experiencia de conocer la presencia de Dios. Pero la fe expectante mantendrá siempre abierta la puerta de la esperanza del alma del hombre, para que entren las realidades espirituales eternas de los valores divinos de los mundos del más allá.
   
El cristianismo se ha atrevido a rebajar sus ideales ante el desafío de la avidez humana, la locura de la guerra y la codicia del poder; pero la religión de Jesús se mantiene como la citación espiritual inmaculada y trascendente, apelando a lo mejor que hay en el hombre para que se eleve por encima de todos estos legados de la evolución animal, y alcance por la gracia las alturas morales del verdadero destino humano.
   
El cristianismo está amenazado de muerte lenta por el formalismo, el exceso de organización, el intelectualismo y otras tendencias no espirituales. La iglesia cristiana moderna no es esa fraternidad de creyentes dinámicos a la que Jesús encargó que efectuara la transformación espiritual contínua de las generaciones sucesivas de la humanidad.
   
El llamado cristianismo se ha convertido en un movimiento social y cultural, así como en una creencia y una práctica religiosas. El arroyo del cristianismo moderno desagua más de un antiguo pantano pagano y más de una ciénaga bárbara; muchas antiguas cuencas culturales vierten sus aguas en esta corriente cultural de hoy, además de las altas mesetas galileas que se supone que son su fuente exclusiva.