«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 23 de julio de 2012

Mateo Leví.

Mateo, el séptimo de los apóstoles, fue escogido por Andrés. Mateo pertenecía a una familia de cobradores de impuestos, o publicanos, pero él mismo era un recaudador de aduanas en Capernaum, donde vivía. Contaba con treinta y un años, era casado y tenía cuatro hijos. Era un hombre de moderada riqueza, el único de los que pertenecían al cuerpo apostólico con ciertos medios. Era un buen hombre de negocios, una persona sociable, y tenía el don de hacer amigos y de llevarse muy bien con una gran variedad de personas.
     
Andrés nombró a Mateo representante financiero de los apóstoles. En cierto modo, él era el agente fiscal y el portavoz publicitario de la organización apostólica. Era un juez agudo de la naturaleza humana y un propagandista muy eficaz. Su personalidad es difícil de visualizar, pero fue un discípulo honesto y su fe en la misión de Jesús y en la certeza del reino creció con el tiempo. Jesús no le dio sobrenombre a Leví, pero sus hermanos apóstoles comúnmente se referían a él como el «que consigue dinero».
     
El punto fuerte de Leví era su devoción sincera a la causa. El hecho de que él, un publicano, hubiera sido aceptado por Jesús y sus apóstoles llenaba de gratitud a este ex-recaudador de impuestos. Sin embargo, llevó algún tiempo para que el resto de los apóstoles, especialmente Simón el Zelote y Judas Iscariote, se llegaran a reconciliar con la presencia del publicano en su medio. La debilidad de Mateo era su visión materialista y miope de la vida. Pero en todos estos asuntos, progresó mucho según pasaban los meses. Él, por supuesto, tenía que ausentarse de muchas de las más preciadas temporadas de instrucción porque era su deber mantener provista la tesorería.
     
Lo que Mateo más apreciaba era la disposición del Maestro para perdonar. Nunca dejaba de repetir que la fe era lo único que se necesitaba en el asunto de encontrar a Dios. Siempre se complacía en referirse al reino como «este asunto de encontrar a Dios».
      
Aunque Mateo era un hombre que tenía su pasado, daba una excelente impresión de sí mismo y según pasó el tiempo, sus asociados se enorgullecieron de las acciones del publicano. Fue uno de los apóstoles que tomaban amplias notas sobre los dichos de Jesús, y estas notas se utilizaron para la subsecuente narrativa de Isador sobre los dichos y hechos de Jesús, que ha llegado a conocerse como el Evangelio según Mateo.
      
La vida buena y útil de Mateo, el hombre de negocios y el recaudador de aduanas de Capernaum, ha sido el medio que ha llevado a millares y millares de otros hombres de negocios, funcionarios públicos y políticos a través de las edades, a escuchar también la voz atractiva del Maestro que dice «sígueme». Mateo era realmente un político sagaz, pero fue intensamente leal a Jesús y supremamente devoto a la tarea de asegurarse de que los mensajeros del reino venidero fueran adecuadamente financiados.
     
La presencia de Mateo entre los doce fue el medio de mantener las puertas del reino abiertas de par en par para la multitud de almas afligidas y excluidas que se encontraban desde hacía mucho sin los consuelos de la religión. Hombres y mujeres rechazados por la sociedad, desesperados, acudían a escuchar a Jesús, y él nunca rechazó ni a uno solo de ellos.
      
Mateo recibía las ofrendas espontáneas y libremente entregadas de los discípulos creyentes y de los que escuchaban directamente las enseñanzas del Maestro, pero nunca solicitó abiertamente fondos de las multitudes. Hizo todo su trabajo financiero de una manera discreta y personal, recaudando la mayor parte del dinero entre la clase más pudiente de los creyentes interesados. Entregó prácticamente toda su modesta fortuna a la obra del Maestro y sus apóstoles, pero ellos nunca se enteraron de esta generosidad, salvo Jesús, que sabia todo al respecto. Vacilaba en contribuir abiertamente a los fondos apostólicos por temor de que Jesús y sus asociados pudiesen considerar que su dinero era indigno; de manera que dio mucho de lo suyo en nombre de otros creyentes. Durante los primeros meses, sabiendo Mateo que su presencia entre ellos estaba, en cierto modo, un tormento, muchas veces tuvo la tentación de decirles que era su dinero el que les suplía a menudo el pan cotidiano, pero jamás lo hizo. Cuando afloraba el desdén del grupo por el publicano, Leví ardía en deseos de revelarles su generosidad, pero consiguió siempre callar.
      
Cuando no alcanzaban los fondos para hacerle frente a los gastos estimados de la semana, Leví a menudo recurría a sus propios recursos, haciendo generosos aportes. Otras veces, cuando le resultaban particularmente fascinantes las enseñanzas de Jesús, se quedaba para escucharlas, aun sabiendo que tendría que contribuir de su bolsillo para compensar por no haber solicitado los fondos necesarios. Pero, ¡cuánto deseaba Leví que Jesús supiera que buena parte del dinero provenía de su bolsillo! No se daba cuenta de que el Maestro lo sabía todo. Los apóstoles murieron sin saber que Mateo fue su benefactor a tal extremo que, cuando fue a proclamar el evangelio del reino después del comienzo de las persecuciones, estaba prácticamente en la miseria.
      
Cuando estas persecuciones obligaron a los creyentes a abandonar a Jerusalén, Mateo viajó al norte, predicando el evangelio del reino y bautizando a los creyentes. Sus antiguos asociados apostólicos nada más supieron de él, pero siguió predicando y bautizando en Siria, Capadocia, Galacia, Bitinia y Tracia. Y fue en Tracia, en Lisimaquia, que ciertos judíos infieles conspiraron con los soldados romanos para disponer su muerte. Este publicano regenerado murió triunfante en la fe de la salvación que él había aprendido con tanta seguridad de las enseñanzas del Maestro durante su reciente estadía en la tierra.