«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 14 de marzo de 2013

La crisis en Capernaum.

EL VIERNES, por la noche del día de su llegada a Betsaida, y el sábado por la mañana, los apóstoles observaron que Jesús estaba seriamente ocupado con un problema de gran importancia; se daban cuenta de que el Maestro prestaba una atención poco común a algún asunto importante. No desayunó, y comió poco al mediodía. Todo el sábado por la mañana y la noche anterior, los doce y sus asociados se reunieron en pequeños grupos alrededor de la casa, en el jardín y en la playa. Pesaba sobre todos ellos una nube de incertidumbre y aprehensión. Jesús poco les había hablado desde que salieron de Jerusalén.
      
No veían al Maestro tan preocupado y poco comunicativo desde hacía meses. Aun Simón Pedro estaba deprimido y abatido. Andrés no sabía qué hacer por sus entristecidos asociados. Natanael observó que estaban en un período de «calma antes de la tormenta». Tomás expresó la opinión de que «está por suceder algo fuera de lo ordinario». Felipe aconsejó a David Zebedeo que «olvidara todo plan de alimentar y hospedar a la multitud, hasta que sepamos qué es lo que está pensando el Maestro». Mateo estaba tratando con renovado esfuerzo de surtir el tesoro. Santiago y Juan conversaron sobre el próximo sermón en la sinagoga, perdiéndose en especulaciones relativas a su probable naturaleza y alcance. Simón el Zelote expresó la opinión, en realidad la esperanza, de que «el Padre en los cielos tal vez esté a punto de intervenir de alguna manera inesperada para reivindicación y apoyo de su Hijo», mientras que Judas Iscariote se atrevió a albergar el pensamiento de que tal vez Jesús estaba oprimido por el arrepentimiento por no haber «tenido el coraje y la osadía de permitir a los cinco mil que lo proclamaran rey de los judíos».
      
Fue pues partiendo de este grupo de seguidores deprimidos y desconsolados que Jesús se abrió paso en esta bella tarde de sábado para predicar en la sinagoga de Capernaum su trascendental sermón. Las únicas palabras de alegría y buenos augurios de todos sus seguidores inmediatos, provinieron de los inocentes gemelos Alfeo quienes, al salir Jesús de la casa camino de la sinagoga, lo saludaron alegremente diciendo: «Oramos porque el Padre te ayude, y porque tengamos multitudes más grandes que nunca».