«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 24 de marzo de 2013

Las últimas palabras en la sinagoga.

Durante esta reunión después de los servicios, en el medio de las discusiones, uno de los fariseos de Jerusalén condujo ante Jesús a un joven perturbado, poseído por un espíritu rebelde y turbulento. Después de conducir a este mancebo demente ante Jesús, dijo: «¿Qué puedes hacer tú por semejante aflicción? ¿Puedes echar afuera a los diablos?» Cuando el Maestro contempló al joven, fue conmovido por la compasión y, señalando al muchacho que se le acercara, lo tomó de la mano y dijo: «Tú sabes quién soy yo; sal de él; ¡y yo ordeno a uno de tus semejantes leales que se asegure de que no vuelvas!» Inmediatamente el joven se sintió normal y recobró su mente sana. Éste es el primer caso en el que Jesús realmente echó a un «espíritu malvado» fuera de un ser humano. Todos los casos previos sólo habían sido supuestamente poseídos por el diablo; pero éste era un caso genuino de posesión demoníaca, tal como de cuando en cuando ocurría en aquellos días y hasta el día de Pentecostés, cuando el espíritu del Maestro fue derramado sobre toda la carne, haciendo por siempre imposible que estos pocos rebeldes celestiales se aprovecharan de ciertos tipos inestables de seres humanos.
      
Al mostrar el pueblo admiración, uno de los fariseos se puso de pie y acusó a Jesús de que podía hacer estas cosas porque estaba aliado con los diablos; que admitía en el lenguaje mismo que empleó para echar fuera a este diablo, que se conocían; y siguió diciendo que los instructores y dirigentes religiosos en Jerusalén habían decidido que Jesús realizaba todos sus así llamados milagros por el poder de Beelzebú, el príncipe de los diablos. Dijo el fariseo: «No os asociéis con este hombre; es socio de Satanás».
      
Entonces dijo Jesús: «¿Cómo puede Satanás echar afuera a Satanás? Un reino dividido contra sí mismo no puede permanecer; si una casa está dividida contra sí misma, pronto cae en la desolación. ¿Puede resistir el sitio una ciudad desunida? Si Satanás echa a Satanás, está dividido contra sí mismo; ¿de qué manera pues puede perdurar su reino? Pero deberíais saber que nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y despojarlo de sus bienes, si antes no lo vence y lo ata. Así pues, si yo por el poder de Beelzebú echo afuera a los demonios, ¿por qué poder los echan vuestros hijos? Por eso ellos serán vuestros jueces. Pero si yo, por el espíritu de Dios, echo fuera a los diablos, entonces el reino de Dios ha de veras venido sobre vosotros. Si no estuvierais cegados por el prejuicio y confundidos por el temor y el orgullo, fácilmente percibiríais que el que es más grande que los diablos está en vuestro medio. Me obligáis a declarar que el que no está conmigo, está contra mí, que el que no cosecha conmigo lo dispersa todo a los cuatro vientos. ¡Dejadme pronunciar una advertencia solemne, a vosotros que presumís, con los ojos abiertos y con malicia premeditada, atribuir a sabiendas la obra de Dios a las acciones de los diablos! De cierto, de cierto os digo que todos vuestros pecados serán perdonados, aun todas vuestras blasfemias, pero la blasfemia deliberada y maligna contra Dios no os será perdonada. Puesto que estos obreros persistentes de la iniquidad nunca buscarán ni recibirán perdón, son culpables del pecado de rechazar eternamente el perdón divino.
      
«Muchos entre vosotros habéis llegado este día a la bifurcación de los caminos; habéis llegado al comienzo de la elección inevitable entre la voluntad del Padre y los caminos autoelegidos de las tinieblas. Así como vosotros elegís ahora, así seréis con el tiempo. Debéis hacer bueno el árbol y bueno su fruto, o de lo contrario el árbol será corrupto y corrupto su fruto. Yo declaro que en el reino eterno de mi Padre, el árbol se conoce por sus frutos. Pero algunos entre vosotros que sois como víboras, ¿cómo podéis, habiendo ya elegido el mal, dar buenos frutos? Después de todo, por vuestra boca habla la abundancia del mal en vuestro corazón».
      
Entonces otro fariseo se puso de pie, diciendo: «Maestro, querríamos que nos dieses un signo predeterminado conque todos estemos de acuerdo que estableces tu autoridad y derecho de enseñar. ¿Estás de acuerdo con este arreglo?» Y cuando Jesús escuchó esto, dijo: «Esta generación incrédula y buscadora de signos desea un portento, pero ningún signo se os dará excepto el que ya tenéis, y el que veréis cuando el Hijo del Hombre parta de entre vosotros».
      
Y cuando hubo terminado de hablar, sus apóstoles lo rodearon y lo condujeron fuera de la sinagoga. En silencio se dirigieron con él a la casa en Betsaida. Todos estaban sorprendidos y un tanto atemorizados por el repentino cambio en las tácticas de enseñanza del Maestro. No estaban acostumbrados para nada a verle actuar de esa forma tan militante.