«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 15 de marzo de 2013

La preparación del escenario.

Una congregación distinguida recibió a Jesús a las tres de la tarde de este bellísimo sábado, en la nueva sinagoga de Capernaum. Jairo presidía y entregó a Jesús las Escrituras para leer. El día anterior, habían llegado de Jerusalén cincuenta y tres fariseos y saduceos; también estaban presentes más de treinta de los líderes y rectores de las sinagogas vecinas. Estos líderes religiosos judíos actuaban directamente bajo las órdenes del sanedrín de Jerusalén, y constituían la vanguardia ortodoxa que venía para inaugurar una guerrilla abierta contra Jesús y sus discípulos. Sentados junto a estos dirigentes judíos, en los asientos de honor de la sinagoga, estaban los observadores oficiales de Herodes Antipas, enviados por él para que averiguaran la verdad sobre los preocupantes rumores de que la plebe había intentado en tierras de su hermano Felipe, proclamar a Jesús rey de los judíos.
     
Jesús comprendía que estaba por enfrentarse con una inmediata declaración de guerra abierta y jurada por parte de sus enemigos en aumento, y audazmente eligió tomar la ofensiva. Al alimentar a los cinco mil había desafiado las ideas de éstos sobre el Mesías material; ahora, nuevamente decidió poner abiertamente en tela de juicio el concepto del libertador judío. Esta crisis, que comenzó con la alimentación de los cinco mil y culminó con este sermón de la tarde del sábado, marcó el momento en que se redujo drásticamente la corriente de su fama y popularidad. De allí en adelante, el trabajo del reino estaría cada vez más dedicado a la tarea más importante de ganar conversos espirituales duraderos para la hermandad verdaderamente religiosa de la humanidad. Este sermón marca la crisis en la transición, del período de discusión, controversia y decisión, al de guerra abierta y aceptación final o rechazo final.
     
El Maestro bien sabía que muchos de sus seguidores estaban, lenta pero seguramente, preparándose mentalmente para un rechazo final. Del mismo modo sabía que muchos de sus discípulos estaban, lenta pero seguramente, pasando por esa capacitación de la mente y esa disciplina del alma que les permitirían triunfar sobre la duda y valientemente afirmar su fe madura en el evangelio del reino. Jesús comprendía plenamente cómo se preparan los hombres para tomar decisiones en una crisis y realizar acciones inmediatas y audaces mediante un lento proceso de selección reiterada entre situaciones recurrentes de bien y mal. Sometió a sus mensajeros elegidos a repetidas pruebas de desilusión y les proporcionó con frecuencia oportunidades llenas de dificultad para que seleccionaran entre el camino justo y el camino erróneo de enfrentar las pruebas espirituales. Sabía que podía confiar en sus seguidores, cuando éstos se enfrentaran con la prueba final, que ellos tomarían sus decisiones vitales de acuerdo con actitudes mentales y reacciones espirituales previas y habituales.
     
Esta crisis en la vida terrenal de Jesús comenzó con el episodio de la comida para los cinco mil y terminó con este sermón en la sinagoga; la crisis en la vida de los apóstoles comenzó con este sermón en la sinagoga y continuó durante todo un año, terminando tan sólo con el juicio y crucifixión del Maestro.
     
Mientras estaban sentados allí en la sinagoga esa tarde, antes de que Jesús comenzara a hablar, un solo gran misterio, una sola pregunta suprema, se alojaba en la mente de todos. Tanto sus amigos como sus enemigos tenían un solo pensamiento, y era éste: «¿Por qué sofocó él tan deliberada y eficazmente el entusiasmo popular?» Fue inmediatamente antes e inmediatamente después de este sermón, cuando la incertidumbre y el desencanto de sus seguidores desilusionados cundieron en una oposición inconsciente que finalmente se transformó en auténtico encono. Fue después de este sermón en la sinagoga cuando Judas Iscariote acarició su primer pensamiento consciente de deserción. Pero supo, por el momento, dominar eficazmente tales inclinaciones.



Todos se encontraban en un estado de perplejidad. Jesús los había dejado confundidos y en zozobra. Recientemente, se había lanzado a la más grande demostración de poder sobrenatural de toda su carrera. El episodio en que sació a los cinco mil fue el acontecimiento singular de su vida terrenal que más apeló al concepto judío del Mesías esperado. Pero esta extraordinaria ventaja fue inmediatamente contrarrestada en forma inexplicable por su pronto e inequívoco rechazo de la corona de rey.
      
El viernes por la noche, y nuevamente el sábado por la mañana, los dirigentes de Jerusalén trataron de convencer a Jairo de que impidiera el discurso de Jesús en la sinagoga, pero sin resultados. La única respuesta de Jairo a sus ruegos fue: «Yo he otorgado su solicitud, y no me retractaré».