«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 12 de agosto de 2013

Junto a la tumba de Lázaro.

Después de pasar Jesús unos momentos consolando a Marta y María, apartados de los demás, les preguntó: «¿Adónde lo habéis puesto?» Entonces Marta dijo: «Ven y verás». Mientras el Maestro seguía en silencio a las dos sufrientes hermanas, lloró. Cuando los amigos judíos que los seguían vieron sus lágrimas, uno de ellos dijo: «Mirad cómo lo amaba él. ¿Acaso el que abriera los ojos de un ciego no podría haber prevenido la muerte de este hombre?» En ese momento ya se encontraban de pie frente al sepulcro familiar, que era una pequeña cueva natural o declive en el reborde de la roca que se levantaba unos diez metros en el extremo más alejado del jardín.
      
Es difícil explicar a la mente humana por qué lloró Jesús. Aunque tenemos acceso al registro de las emociones humanas combinadas con el pensamiento divino, como se anotan en la mente del Ajustador Personalizado, no estamos completamente seguros de la causa real de las manifestaciones emocionales. Nos inclinamos a creer que Jesús lloró debido a una cantidad de pensamientos y sentimientos que pasaban por su mente en ese momento, tales como:
      
1. Sentía una compasión genuina y dolorosa por Marta y María; tenía un afecto humano profundo y real por estas hermanas que habían perdido a su hermano.
      
2. Su mente se perturbó por la presencia de la multitud de plañideros, algunos sinceros, otros meramente fingidos. Siempre resentía él estas exteriorizaciones de pesar. Sabía que las hermanas amaban a su hermano y tenían fe en la sobrevivencia de los creyentes. Estas emociones conflictivas posiblemente expliquen por qué lloraba al acercarse a la tumba.
      
3. Verdaderamente titubeó antes de traer a Lázaro de vuelta a la vida mortal. Sus hermanas en verdad lo necesitaban, pero Jesús lamentaba tener que traer de vuelta a su amigo para que experimentara la amarga persecución que sabía que Lázaro habría de sufrir como resultado de protagonizar la más grande de las demostraciones de poder divino del Hijo del Hombre.
      
Ahora podemos relatar un hecho interesante e instructivo: aunque esta narrativa se desarrolla como un conjunto aparentemente natural y normal de acontecimientos humanos, tiene ciertas manifestaciones colaterales sumamente interesantes. Cuando el mensajero fue adonde Jesús el domingo para decirle de la enfermedad de Lázaro, Jesús envió su mensaje de que «no era para la muerte», sin embargo, cuando fue personalmente a Betania, preguntó a las hermanas: «¿Adónde lo habéis puesto?» Aunque todo esto parecería indicar que el Maestro procedía según la forma de esta vida y de acuerdo con el conocimiento limitado de la mente humana, sin embargo, los registros del universo revelan que el Ajustador Personalizado de Jesús impartió órdenes de que se detuviera indefinidamente en el planeta al Ajustador del Pensamiento de Lázaro después de la muerte de éste, y esta orden se registró tan sólo quince minutos antes de que Lázaro expirara.
      
¿Acaso la mente divina de Jesús ya sabía, aun antes de que muriera Lázaro, que lo despertaría de los muertos? No lo sabemos. Sólo sabemos lo que aquí narramos.
     
Muchos de los enemigos de Jesús tendían a mofarse de sus manifestaciones de afecto, y decían entre ellos: «Si tanto apreciaba a este hombre, ¿por qué tardó tanto en venir a Betania? Si él es lo que dicen que es, ¿por qué no salvó a su querido amigo? ¿Qué beneficio representa curar extraños en Galilea si no puede salvar a los que ama?» Y de muchas otras maneras desdeñaron y restaron importancia a las enseñanzas y obras de Jesús.
      
Así pues, este jueves por la tarde a eso de las dos y media, estuvo listo el escenario en esta pequeña aldea de Betania para la realización de la más grande de las obras relacionadas con el ministerio terrenal de Micael de Nebadon, la más grande manifestación de poder divino durante su encarnación, puesto que su propia resurrección ocurrió después de haberse él liberado de los vínculos de la morada mortal.
      
El pequeño grupo reunido ante la tumba de Lázaro no podía darse cuenta de la presencia cercana de vastas huestes de todas las órdenes de seres celestiales reunidas bajo la guía de Gabriel y aguardando la dirección del Ajustador Personalizado de Jesús, vibrando de expectativa y listos para ejecutar la solicitud de su amado Soberano.
      
Cuando Jesús pronunció esas palabras ordenando: «Quitad la piedra», las huestes celestiales reunidas se prepararon para actuar el drama de la resurrección de Lázaro en la semejanza de su carne mortal. Esta forma de resurrección comprende dificultades de ejecución que en mucho transcienden la técnica usual de la resurrección de las criaturas mortales en forma morontial y requiere muchas más personalidades celestiales y una organización mucho mayor de recursos universales.
      
Cuando Marta y María oyeron la orden de Jesús de que quitaran la piedra a la entrada de la tumba, se llenaron de emociones opuestas. María esperaba que Lázaro resucitara de entre los muertos. Pero Marta, aunque hasta cierto punto compartía la fe de su hermana, más sufría por el temor de que Lázaro no estuviera presentable, en su apariencia, ante Jesús, los apóstoles y sus amigos. Dijo Marta: «¿Realmente debemos quitar la piedra? Mi hermano ya hace cuatro días que murió, ya ha empezado su cuerpo a descomponerse». Marta dijo esto, también porque no estaba segura de la razón por la cual el Maestro había pedido que se quitara la piedra; pensó que tal vez Jesús tan sólo quería ver a Lázaro por última vez. Ella no era de carácter firme ni constante en su actitud. Como titubeaban antes de quitar la piedra, Jesús dijo: «¿Acaso no os dije desde el principio que esta enfermedad no era para la muerte? ¿Acaso no he venido para cumplir mi promesa? Después de llegar aquí, ¿acaso no dije que, si tan sólo creéis, veréis la gloria de Dios? ¿Por qué dudáis? ¿Cuánto hay que esperar antes de que vosotros creáis y obedezcáis?»
      
Cuando Jesús terminó de hablar, sus apóstoles, con la ayuda de vecinos serviciales, se acercaron a la piedra y la hicieron rodar hasta que se descubrió la entrada de la tumba.
      
Era creencia común de los judíos que la gota de hiel en la punta de la espada del ángel de la muerte comenzaba a actuar al fin del tercer día, de modo que su efecto pleno se manifestaba al cuarto día. Aceptaban que el alma del hombre pudiera rezagarse junto a la tumba hasta el fin del tercer día, tratando de reanimar al cuerpo muerto; pero creían firmemente que esa alma se iba a la morada de los espíritus antes de que amaneciera el cuarto día.
      
Estas creencias y opiniones sobre los muertos y la partida de los espíritus de los muertos sirvieron para asegurar, en la mente de todos los que ahora estaban presentes junto a la tumba de Lázaro y posteriormente para todos los que oyeron lo que estaba por ocurrir, que éste era real y verdaderamente un caso de resurrección de entre los muertos por obra personal de el que declaró que él era «la resurrección y la vida».