«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 5 de agosto de 2013

La bendición de los niños.

Esa noche el mensaje de Jesús sobre el matrimonio y la bienaventuranza de los niños se difundió por todo Jericó, de modo tal que por la mañana siguiente, mucho antes de que Jesús y los apóstoles estuvieran preparados para partir, aun antes de la hora del desayuno, decenas de madres vinieron adonde Jesús, trayendo a sus niños en los brazos y llevándolos de la mano, y deseaban que bendijera a los pequeños. Cuando los apóstoles salieron y vieron esta asamblea de mujeres con sus hijos, intentaron despedirlas, pero las mujeres se negaron a partir antes de que colocara el Maestro sus manos sobre los niños y los bendijera. Cuando los apóstoles reprendieron en voz alta a estas madres, Jesús, habiendo oído el tumulto, salió indignado y los censuró, diciendo: «Dejad a los niños que vengan a mí; no lo impidáis, porque de ellos es el reino del cielo. De cierto, de cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, difícilmente podrá entrar en él y crecer hasta la estatura plena de la hombría espiritual».
      

Cuando el Maestro hubo hablado a sus apóstoles, recibió a todos los niños, tocándoles, mientras decía a las madres palabras de valor y esperanza.
    
Jesús muchas veces habló a sus apóstoles sobre las mansiones celestiales y les enseñó que los hijos de Dios en avance deben allí crecer espiritualmente como crecen los niños físicamente en este mundo. Así pues muchas veces lo sagrado parece como lo común, como en este día los niños y sus madres no se dieron cuenta de que las inteligencias observadoras de Nebadon contemplaban a los niños de Jericó jugar con el Creador de un universo.
      
La posición de la mujer en Palestina mucho mejoró por las enseñanzas de Jesús; así habría sucedido en todo el mundo, si sus seguidores no se hubiesen alejado tanto de lo que él tan esmeradamente les había enseñado.
      
Fue también en Jericó, en relación con una conversación sobre la temprana capacitación religiosa de los niños en los hábitos de adoración divina, donde Jesús explicó a sus apóstoles el gran valor de la belleza como influencia que estimula a adorar, especialmente con los niños. El Maestro por precepto y ejemplo enseñó el valor de adorar al Creador en el ambiente natural de la creación. Prefería comunicarse con el Padre celestial en los bosques y rodeado por las criaturas más bajas del mundo natural. Se regocijaba de contemplar al Padre a través del espectáculo inspirador de los reinos llenos estelares de los Hijos Creadores.
      
Cuando no sea posible adorar a Dios en los tabernáculos de la naturaleza, el hombre debería proveer edificios bellos, santuarios de atrayente sencillez y belleza artística para que pueda despertarse la más alta de las emociones humanas, asociada con un enfoque intelectual a la comunión espiritual con Dios. La verdad, la belleza y la santidad son auxilios poderosos y eficaces para la verdadera adoración. Pero la comunión espiritual no se estimula meramente con los adornos masivos y el embellecimiento exagerado de un arte humano elaborado y ostentoso. La perfección es tanto más religiosa cuanto más sencilla y semejante a la naturaleza sea. ¡Qué pena que los niños pequeños conozcan por primera vez los conceptos de adoración pública en fríos, estériles aposentos, tan despojados de belleza y vacíos de toda sugerencia de alegría y santidad inspiradora! El niño debería acercarse primero a la adoración en un medio natural; más tarde, acompañado por sus padres, debería poder concurrir a un templo público religioso que sea por lo menos tan atrayente materialmente y artísticamente hermoso, como el hogar en el cual vive a diario.