Aunque Simón no era un miembro del sanedrín
judío, era un fariseo influyente en Jerusalén. Era un creyente a medias,
y aunque corría el riesgo de que se le criticara gravemente por eso, se
atrevió a invitar a Jesús y a sus asociados personales Pedro, Santiago y
Juan, a cenar a su casa. Simón observaba al Maestro desde hacía mucho
tiempo y estaba muy impresionado con sus enseñanzas y aun más con su
personalidad.
Los fariseos ricos se dedicaban a hacer la
caridad, y no ocultaban la publicidad sobre su filantropía. Aun llegaban
a veces a tocar el clarín cuando se disponían a hacerle la caridad a un
mendigo. Era costumbre de estos fariseos, cuando ofrecían un banquete a
invitados distinguidos, dejar abiertas las puertas de la casa para que
hasta los mendigos de la calle pudieran entrar y permanecer de pie
contra la pared de la sala detrás de los sofás de los comensales, listos
para recibir las porciones de comida que les pudieran arrojar los
invitados.
En esta ocasión en la casa de Simón, entre
los que habían venido de la calle había una mujer de mala reputación que
recientemente se había vuelto creyente de la buena nueva del evangelio
del reino. Esta mujer era bien conocida en todo Jerusalén como la ex dueña de uno de los
burdeles considerados de alta categoría, ubicado junto al patio de los
gentiles del templo. Al aceptar las enseñanzas de Jesús, ella cerró su
abominable negocio, e indujo a la mayoría de las mujeres con ella
asociadas a que aceptaran el evangelio y cambiaran su forma de vida; a
pesar de esto, los fariseos seguían despreciándola y estaba obligada a
llevar el pelo suelto —insignia de la prostitución. Esta mujer anónima
había traído una gran vasija de loción perfumada para ungir y, parada
detrás del sofá de Jesús mientras éste se reclinaba para comer, comenzó a
ungirle los pies mojándoselos al mismo tiempo con sus lágrimas de
gratitud, y secándolos con su cabello. Cuando hubo terminado de ungir
siguió llorando y besándole los pies.
Cuando vio esto Simón, se dijo para sus
adentros: «Si este hombre fuera un profeta, se habría dado cuenta de
quién es esta mujer y de qué tipo de persona es quien así lo toca; que
es una pecadora de mala fama». Y Jesús, sabiendo lo que pasaba por la
mente de Simón, habló diciendo: «Simón, hay algo que me gustaría
decirte». Simón respondió: «Maestro, dime». Entonces dijo Jesús: «Cierto
prestamista rico tenía dos deudores. Uno le debía quinientos denarios y
otro le debía cincuenta. Ahora bien, como ninguno de los dos tenía con
qué pagar, les perdonó a los dos. ¿Quién crees tú, Simón, que le amaría
más?» Simón respondió: «Supongo que aquel a quien se le perdonó más». Y
Jesús dijo: «Has juzgado bien», y señalando a la mujer, continuó:
«Simón, mira bien a esta mujer. Yo entré a tu casa como invitado, sin
embargo no me diste agua para los pies. Esta mujer agradecida me ha
lavado los pies con lágrimas y me los ha secado con su propio cabello.
Tú no me diste un beso de bienvenida, pero esta mujer, desde que entró,
no ha cesado de besarme los pies. Tú no me has ungido la cabeza con
aceite, pero ella ungió mis pies con lociones preciosas. ¿Cuál es el
significado de todo esto? Simplemente que sus muchos pecados han sido
perdonados, y esto la ha llevado a amar tanto. Pero los que no han
recibido sino poco perdón a veces no aman sino poco». Y volviéndose
hacia la mujer, la tomó de la mano, y levantándola, dijo: «De veras, te
has arrepentido de tus pecados, y se te han perdonado. No te desalientes
por la actitud dura e incomprensiva de tus semejantes; vete en la dicha
y la libertad del reino del cielo».
Cuando Simón y sus amigos sentados a la
mesa con él escucharon estas palabras, estuvieron aún más sorprendidos, y
empezaron a susurrar entre ellos: «¿Quién es este hombre que se atreve
así a perdonar pecados?» Y cuando Jesús les escuchó murmurar así, se
volvió para despedir a la mujer, diciendo: «Mujer, vete en paz; tu fe te
ha salvado».
Cuando Jesús se levantó con sus amigos para
irse, se volvió hacia Simón y dijo: «Conozco tu corazón, Simón, y cómo
está dividido entre la fe y la incertidumbre, cómo estás atribulado por
el temor y confundido por el orgullo; pero yo oro por ti para que puedas
darle entrada a la luz y puedas experimentar en tu paso por la vida
transformaciones de mente y espíritu tan grandes que puedan ser
comparables a los extraordinarios cambios que el evangelio del reino ya
ha producido en el corazón de la que viniera aquí sin ser invitada ni
bienvenida. Os declaro a todos que el Padre ha abierto las puertas del
reino celestial a todos los que tengan la fe necesaria para entrar, y
ningún hombre y ningún grupo de hombres podrá cerrar esas puertas ni
siquiera al alma más humilde ni al pecador supuestamente más flagrante
de la tierra si esa persona busca sinceramente entrar». Y Jesús, con
Pedro, Santiago y Juan, se despidieron de su anfitrión y fueron a
reunirse con el resto de los apóstoles en el campamento del jardín de
Getsemaní.
Esa misma noche Jesús dio a los apóstoles
el inolvidable discurso sobre el valor relativo del estado ante Dios y
el progreso en la ascensión eterna al Paraíso. Dijo Jesús: «Hijitos
míos, si existe una conexión verdadera y viviente entre el hijo y el
Padre, con certeza el hijo progresará continuamente hacia los ideales
del Padre. Es verdad que el hijo podrá al principio progresar
lentamente, pero ese progreso sin embargo será seguro. Lo importante no
es la rapidez de vuestro progreso sino su seguridad. Vuestro logro real
no es tan importante como el hecho de que la dirección de vuestro progreso es hacia Dios. Lo que lleguéis a ser día tras día es infinitamente más importante que lo que sois hoy.
«Esta mujer transformada que algunos de
vosotros visteis en la casa de Simón hoy, está, en este momento,
viviendo en un nivel vastamente inferior al de Simón y al de sus
asociados bien intencionados; pero mientras estos fariseos están
ocupados con el falso progreso en la ilusión de traspasar los círculos
engañosos de los servicios ceremoniales sin sentido, esta mujer ha
comenzado, con gran honestidad, la larga y pletórica búsqueda de Dios, y
su camino hacia el cielo no está obstruido por el orgullo espiritual ni
por la autosatisfacción moral. Esta mujer está, hablando desde un punto
de vista humano, mucho más lejos de Dios que Simón, pero su alma está
en movimiento progresivo; está encaminada hacia un objetivo eterno. Hay
en esta mujer extraordinarias posibilidades espirituales para el futuro.
Algunos entre vosotros podréis no estar en niveles reales de alma y
espíritu particularmente elevados, pero estáis progresando diariamente
en el camino vivo que se os ha abierto, a través de la fe, en dirección a
Dios. Existen enormes posibilidades en cada uno de vosotros para el
futuro. Es mucho mejor tener una fe pequeña pero viva y en crecimiento
que poseer un gran intelecto con sus ramas muertas de sabiduría mundana y
de descreimiento espiritual».
Pero Jesús puso en guardia a sus apóstoles
contra la tontería del hijo de Dios que cree poder aprovecharse del amor
del Padre. Declaró que el Padre celestial no es un padre tontamente
indulgente, condescendiente y débil, siempre listo a condonar el pecado y
perdonar la imprudencia. Advirtió a sus oyentes que no aplicaran
erróneamente sus descripciones explicativas de la relación entre el
padre y el hijo; que no interpretaran a Dios como uno de esos padres
excesivamente condescendientes y poco sabios que conspiran con los
tontos de la tierra para ocultar la ruina moral de sus hijos
imprudentes, y que de esta manera en forma cierta y directa contribuyen a
la delincuencia y a la desmoralización temprana de sus propios
vástagos. Dijo Jesús: «Mi Padre no condona indulgentemente esos actos y
prácticas de sus hijos que son autodestructivos y suicidas para todo
crecimiento moral y progreso espiritual. Esas prácticas pecaminosas son
una abominación ante los ojos de Dios».
Jesús concurrió a muchas otras reuniones
semiprivadas y banquetes con los encumbrados y los humildes, los ricos y
los pobres de Jerusalén, antes de que él y sus apóstoles partieran
finalmente hacia Capernaum. Y muchos, en efecto, se hicieron creyentes
del evangelio del reino y posteriormente fueron bautizados por Abner y
sus asociados, quienes permanecieron allí para fomentar los intereses
del reino en Jerusalén y sus alrededores.
«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»
viernes, 30 de noviembre de 2012
sábado, 24 de noviembre de 2012
La regla del vivir.
En la tarde de este mismo sábado, en Betania,
mientras Jesús, los doce y un grupo de creyentes estaban reunidos
alrededor del fuego en el jardín de Lázaro, Natanael hizo a Jesús la
siguiente pregunta: «Maestro, aunque nos enseñas la versión positiva de
la vieja regla de la vida, instruyéndonos que debemos hacer para los
demás lo que quisiéramos que ellos hicieran para nosotros, no discierno
plenamente de qué manera podremos cumplir siempre con este mandato.
Permíteme ilustrar mi pensamiento citando el ejemplo de un hombre
lujurioso que de este modo contempla con protervas intenciones a su
futura consorte en el pecado. ¿Cómo podremos enseñar que este hombre de
malas intenciones debe hacer para los demás lo que quisiera que hiciesen
para él?»
Cuando Jesús escuchó la pregunta de Natanael, inmediatamente se puso de pie y, señalando al apóstol con el dedo, dijo: «¡Natanael, Natanael! ¿Qué razonamiento es ése que alberga tu corazón? ¿Acaso no recibes tú mis enseñanzas como un ser nacido del espíritu? ¿Acaso no escucháis la verdad como hombres sabios y con comprensión espiritual? Cuando os advertí que debéis hacer para con los demás como queréis que hagan ellos para vosotros, me dirigía a hombres de ideales elevados, y no a los que podrían caer en la tentación de distorsionar mis enseñanzas, convirtiéndolas en una licencia para actuar en el mal».
Cuando hubo hablado el Maestro, Natanael se levantó y dijo: «Pero, Maestro, no debes tú pensar que yo apruebe semejante interpretación de tus enseñanzas. Hice esta pregunta porque me imagino que muchos de estos hombres podrían interpretar erróneamente tus admoniciones, y esperaba que pudieras darnos más instrucción sobre estos asuntos». Cuando Natanael se hubo sentado, Jesús continuó hablando: «Bien sé yo, Natanael, que tu mente no aprueba tal idea de maldad, pero me desalienta el hecho de que ninguno entre vosotros interprete en forma genuinamente espiritual la mayor parte de mis enseñanzas comunes, instrucciones que debo impartir a vosotros en el lenguaje humano y como los hombres deben hablar sobre estos asuntos. Ahora os enseñaré sobre los diversos niveles de significado que se relacionan con la interpretación de esta regla del vivir, esta admonición de `hacer para los demás así como vosotros deseáis que los demás hagan para vosotros':
« 1. El nivel de la carne. Tal interpretación puramente egoísta y lujuriosa está bien ejemplificada por la suposición de la pregunta de Natanael.
« 2. El nivel de los sentimientos. Este plano está un nivel más alto que el de la carne e implica que la comprensión y la piedad elevarían la interpretación personal de esta regla del vivir.
« 3. El nivel de la mente. En este nivel entran en acción el razonamiento de la mente y la inteligencia de la experiencia. El buen juicio dicta que esta regla delvivir se interprete de acuerdo con el más alto idealismo integrado en la nobleza del respeto profundo por sí mismo.
« 4. El nivel del amor fraternal. Aún más alto se descubre el nivel de la devoción generosa al bienestar del prójimo. En este plano más elevado de servicio social sincero que crece de la conciencia de la paternidad de Dios y del consiguiente reconocimiento de la fraternidad del hombre, se descubre una interpretación nueva y mucho más hermosa de esta regla básica de la vida.
« 5. El nivel moral. Y cuando lleguéis a verdaderos niveles filosóficos de interpretación; cuando tengáis verdadero discernimiento de la rectitud y el error en las cosas, cuando percibáis la idoneidad eterna de las relaciones humanas, comenzaréis a visualizar tal problema de interpretación imaginándoos como visualizaría e interpretaría una tercera persona de mente elevada, idealista, sabia e imparcial, ese concepto aplicado a vuestros problemas personales de adaptación a las situaciones de vuestra vida.
« 6. El nivel espiritual. Por último llegamos al nivel más elevado de todos, el del discernimiento del espíritu y de la interpretación espiritual que nos impulsa a reconocer en esta regla de vida el mandato divino de tratar a todos los hombres así como concebimos que Dios los trataría. Ése es el ideal del universo en cuenta a las relaciones humanas. Ésta es pues vuestra actitud frente a todos estos problemas cuando vuestro deseo supremo es hacer por siempre la voluntad del Padre. Deseo por ello que hagáis para todos los hombres lo que sabéis que yo haría en circunstancias semejantes».
Nada de lo que Jesús había dicho a los apóstoles hasta ese momento los había impresionado tanto. Siguieron discutiendo las palabras del Maestro mucho después de él haberse retirado. Aunque Natanael tardó en recobrarse de la impresión de que Jesús no había interpretado bien el espíritu de su pregunta, los demás estaban más que agradecidos de que su filosófico compañero apóstol hubiera tenido el valor de hacer una pregunta que tan abundante respuesta había inspirado.
Cuando Jesús escuchó la pregunta de Natanael, inmediatamente se puso de pie y, señalando al apóstol con el dedo, dijo: «¡Natanael, Natanael! ¿Qué razonamiento es ése que alberga tu corazón? ¿Acaso no recibes tú mis enseñanzas como un ser nacido del espíritu? ¿Acaso no escucháis la verdad como hombres sabios y con comprensión espiritual? Cuando os advertí que debéis hacer para con los demás como queréis que hagan ellos para vosotros, me dirigía a hombres de ideales elevados, y no a los que podrían caer en la tentación de distorsionar mis enseñanzas, convirtiéndolas en una licencia para actuar en el mal».
Cuando hubo hablado el Maestro, Natanael se levantó y dijo: «Pero, Maestro, no debes tú pensar que yo apruebe semejante interpretación de tus enseñanzas. Hice esta pregunta porque me imagino que muchos de estos hombres podrían interpretar erróneamente tus admoniciones, y esperaba que pudieras darnos más instrucción sobre estos asuntos». Cuando Natanael se hubo sentado, Jesús continuó hablando: «Bien sé yo, Natanael, que tu mente no aprueba tal idea de maldad, pero me desalienta el hecho de que ninguno entre vosotros interprete en forma genuinamente espiritual la mayor parte de mis enseñanzas comunes, instrucciones que debo impartir a vosotros en el lenguaje humano y como los hombres deben hablar sobre estos asuntos. Ahora os enseñaré sobre los diversos niveles de significado que se relacionan con la interpretación de esta regla del vivir, esta admonición de `hacer para los demás así como vosotros deseáis que los demás hagan para vosotros':
« 1. El nivel de la carne. Tal interpretación puramente egoísta y lujuriosa está bien ejemplificada por la suposición de la pregunta de Natanael.
« 2. El nivel de los sentimientos. Este plano está un nivel más alto que el de la carne e implica que la comprensión y la piedad elevarían la interpretación personal de esta regla del vivir.
« 3. El nivel de la mente. En este nivel entran en acción el razonamiento de la mente y la inteligencia de la experiencia. El buen juicio dicta que esta regla delvivir se interprete de acuerdo con el más alto idealismo integrado en la nobleza del respeto profundo por sí mismo.
« 4. El nivel del amor fraternal. Aún más alto se descubre el nivel de la devoción generosa al bienestar del prójimo. En este plano más elevado de servicio social sincero que crece de la conciencia de la paternidad de Dios y del consiguiente reconocimiento de la fraternidad del hombre, se descubre una interpretación nueva y mucho más hermosa de esta regla básica de la vida.
« 5. El nivel moral. Y cuando lleguéis a verdaderos niveles filosóficos de interpretación; cuando tengáis verdadero discernimiento de la rectitud y el error en las cosas, cuando percibáis la idoneidad eterna de las relaciones humanas, comenzaréis a visualizar tal problema de interpretación imaginándoos como visualizaría e interpretaría una tercera persona de mente elevada, idealista, sabia e imparcial, ese concepto aplicado a vuestros problemas personales de adaptación a las situaciones de vuestra vida.
« 6. El nivel espiritual. Por último llegamos al nivel más elevado de todos, el del discernimiento del espíritu y de la interpretación espiritual que nos impulsa a reconocer en esta regla de vida el mandato divino de tratar a todos los hombres así como concebimos que Dios los trataría. Ése es el ideal del universo en cuenta a las relaciones humanas. Ésta es pues vuestra actitud frente a todos estos problemas cuando vuestro deseo supremo es hacer por siempre la voluntad del Padre. Deseo por ello que hagáis para todos los hombres lo que sabéis que yo haría en circunstancias semejantes».
Nada de lo que Jesús había dicho a los apóstoles hasta ese momento los había impresionado tanto. Siguieron discutiendo las palabras del Maestro mucho después de él haberse retirado. Aunque Natanael tardó en recobrarse de la impresión de que Jesús no había interpretado bien el espíritu de su pregunta, los demás estaban más que agradecidos de que su filosófico compañero apóstol hubiera tenido el valor de hacer una pregunta que tan abundante respuesta había inspirado.
viernes, 23 de noviembre de 2012
En el estanque de Betesda.
Durante la tarde del segundo sábado en
Jerusalén, mientras el Maestro y los apóstoles estaban a punto de
participar en los servicios del templo, Juan le dijo a Jesús: «Ven
conmigo, quiero mostrarte algo». Juan condujo a Jesús, saliendo por una
de las puertas de Jerusalén, hasta un estanque de agua llamado Betesda.
Alrededor de este estanque había una estructura de cinco pórticos bajo
la cual se encontraba un grupo grande de enfermos, en busca de curación.
Había allí un manantial caliente, cuyas aguas rojizas burbujeaban a
intervalos irregulares debido a las acumulaciones de gases en las
cavernas rocosas debajo del estanque. Se creía que este fenómeno
periódico de las aguas calientes se debía a una influencia sobrenatural,
y era creencia popular que el primero que entrara al agua después del
burbujeo se sanaría de su enfermedad.
Los apóstoles estaban un tanto inquietos por las restricciones impuestas por Jesús, y Juan, el más joven de los doce, encontraba particularmente difícil aceptar estas restricciones. Había traído a Jesús al estanque pensando que el espectáculo de los afligidos allí reunidos tanto conmovería la compasión del Maestro que lo llevaría a efectuar un milagro de curación, asombrando así a todo Jerusalén que de este modo terminaría por creer en el evangelio del reino. Dijo Juan a Jesús: «Maestro, mira a todos estos seres que sufren; ¿es que no hay nada que podamos hacer por ellos?» Y Jesús replicó: «Juan, ¿por qué me tientas a que me desvíe del camino que he elegido? ¿Por qué quieres reemplazar la proclamación del evangelio de la verdad eterna por las obras milagrosas y la curación de los enfermos? Hijo mío, no puedo hacer lo que deseas, pero, reúne a estos enfermos y afligidos para que les diga algunas palabras de aliento y consuelo eterno».
Al hablar a los allí reunidos, Jesús dijo: «Muchos entre vosotros estáis aquí, enfermos y afligidos, por vuestros muchos años de mal vivir. Algunos entre vosotros sufrís de los accidentes del tiempo, otros, por los errores de vuestros antepasados, y otros aun lucháis con las dificultades que se derivan de las condiciones imperfectas de vuestra existencia temporal. Pero mi Padre trabaja, y yo trabajaré, para mejorar vuestra condición en la tierra, más especialmente para aseguraros la vida eterna. Ninguno de nosotros puede cambiar en mucho las dificultades de la vida, a menos que descubramos que ésa es la voluntad del Padre en el cielo. Después de todo, todos debemos hacer la voluntad del Eterno. Si pudierais todos vosotros ser curados de lo que os aflige físicamente, indudablemente os admiraríais, pero es aun más admirable que seáis limpiados de toda enfermedad espiritual y que os encontréis curados de todas las dolencias morales. Todos vosotros sois hijos de Dios; sois los hijos del Padre celestial. Tal vez penséis que os afligen las cadenas del tiempo, pero el Dios de la eternidad os ama. Y cuando llegue la hora del juicio, no temáis, encontraréis no sólo justicia, sino abundancia de misericordia. De cierto, de cierto os digo: el que escuche el evangelio del reino y crea en esta enseñanza de la filiación de Dios, tendrá vida eterna; ya estos creyentes pasan del juicio y la muerte a la luz y a la vida. Ya se acerca la hora en la que aun los que están en las tumbas escucharán la voz de la resurrección.»
Muchos de los oyentes creyeron en el evangelio del reino. Algunos entre los afligidos tanto se inspiraron y revivificaron espiritualmente que anduvieron proclamando que también se habían sanado de sus enfermedades físicas.
Un hombre que había sufrido por años depresiones y enfermedades graves de su mente atribulada, se regocijó al escuchar las palabras de Jesús y, levantando su lecho, salió caminando a su casa, aunque era el día sábado. Este pobre hombre esperó todos esos años que viniera alguien a ayudarlo; su sensación de inutilidad era tal que no se le había ocurrido ni una vez ayudarse a sí mismo, cosa que debería haber hecho desde el principio para curarse —levantar su lecho y salir caminando.
Entonces le dijo Jesús a Juan: «Partamos antes de que lleguen los altos sacerdotes y los escribas y se ofendan porque hablamos palabras de vida a estos seres afligidos». Y volvieron al templo para reunirse con sus compañeros, y luego todos ellos partieron para pasar la noche en Betania. Pero Juan nunca relató a los otros apóstoles esta visita que él y Jesús hicieron al estanque de Betesda ese sábado en la tarde.
Los apóstoles estaban un tanto inquietos por las restricciones impuestas por Jesús, y Juan, el más joven de los doce, encontraba particularmente difícil aceptar estas restricciones. Había traído a Jesús al estanque pensando que el espectáculo de los afligidos allí reunidos tanto conmovería la compasión del Maestro que lo llevaría a efectuar un milagro de curación, asombrando así a todo Jerusalén que de este modo terminaría por creer en el evangelio del reino. Dijo Juan a Jesús: «Maestro, mira a todos estos seres que sufren; ¿es que no hay nada que podamos hacer por ellos?» Y Jesús replicó: «Juan, ¿por qué me tientas a que me desvíe del camino que he elegido? ¿Por qué quieres reemplazar la proclamación del evangelio de la verdad eterna por las obras milagrosas y la curación de los enfermos? Hijo mío, no puedo hacer lo que deseas, pero, reúne a estos enfermos y afligidos para que les diga algunas palabras de aliento y consuelo eterno».
Al hablar a los allí reunidos, Jesús dijo: «Muchos entre vosotros estáis aquí, enfermos y afligidos, por vuestros muchos años de mal vivir. Algunos entre vosotros sufrís de los accidentes del tiempo, otros, por los errores de vuestros antepasados, y otros aun lucháis con las dificultades que se derivan de las condiciones imperfectas de vuestra existencia temporal. Pero mi Padre trabaja, y yo trabajaré, para mejorar vuestra condición en la tierra, más especialmente para aseguraros la vida eterna. Ninguno de nosotros puede cambiar en mucho las dificultades de la vida, a menos que descubramos que ésa es la voluntad del Padre en el cielo. Después de todo, todos debemos hacer la voluntad del Eterno. Si pudierais todos vosotros ser curados de lo que os aflige físicamente, indudablemente os admiraríais, pero es aun más admirable que seáis limpiados de toda enfermedad espiritual y que os encontréis curados de todas las dolencias morales. Todos vosotros sois hijos de Dios; sois los hijos del Padre celestial. Tal vez penséis que os afligen las cadenas del tiempo, pero el Dios de la eternidad os ama. Y cuando llegue la hora del juicio, no temáis, encontraréis no sólo justicia, sino abundancia de misericordia. De cierto, de cierto os digo: el que escuche el evangelio del reino y crea en esta enseñanza de la filiación de Dios, tendrá vida eterna; ya estos creyentes pasan del juicio y la muerte a la luz y a la vida. Ya se acerca la hora en la que aun los que están en las tumbas escucharán la voz de la resurrección.»
Muchos de los oyentes creyeron en el evangelio del reino. Algunos entre los afligidos tanto se inspiraron y revivificaron espiritualmente que anduvieron proclamando que también se habían sanado de sus enfermedades físicas.
Un hombre que había sufrido por años depresiones y enfermedades graves de su mente atribulada, se regocijó al escuchar las palabras de Jesús y, levantando su lecho, salió caminando a su casa, aunque era el día sábado. Este pobre hombre esperó todos esos años que viniera alguien a ayudarlo; su sensación de inutilidad era tal que no se le había ocurrido ni una vez ayudarse a sí mismo, cosa que debería haber hecho desde el principio para curarse —levantar su lecho y salir caminando.
Entonces le dijo Jesús a Juan: «Partamos antes de que lleguen los altos sacerdotes y los escribas y se ofendan porque hablamos palabras de vida a estos seres afligidos». Y volvieron al templo para reunirse con sus compañeros, y luego todos ellos partieron para pasar la noche en Betania. Pero Juan nunca relató a los otros apóstoles esta visita que él y Jesús hicieron al estanque de Betesda ese sábado en la tarde.
jueves, 22 de noviembre de 2012
El viaje a Jerusalén.
El martes 30 de marzo, por la mañana temprano, Jesús y el grupo
apostólico comenzaron su viaje a Jerusalén para la Pascua, tomando el
camino del valle del Jordán. Llegaron por la tarde del viernes 2 de
abril, y se establecieron como siempre en Betania. Al pasar por Jericó,
se detuvieron para descansar mientras Judas depositaba ciertos fondos
comunes en el banco de un amigo de su familia. Era ésta la primera vez
que Judas tenía un superávit de dinero, y esta suma permaneció en el
banco hasta que ellos pasaron nuevamente por Jericó en su último viaje a
Jerusalén, poco antes del juicio y muerte de Jesús.
El grupo viajó sin mayores eventos hasta Jerusalén, pero apenas si se habían instalado en Betania cuando ya se congregó una multitud que venía de cerca y de lejos en busca de cura para el cuerpo, consuelo para la mente confusa y salvación para el alma, de modo que poco pudo descansar Jesús. Por consiguiente, levantaron tiendas en Getsemaní, y el Maestro iba y venía de Betania a Getsemaní para evitar las multitudes que tan constantemente lo asediaban. El grupo apostólico pasó casi tres semanas en Jerusalén, pero Jesús los exhortó a que no predicaran en público, sino tan sólo enseñaran en privado e hicieran obra personal.
En Betania celebraron la Pascua tranquilamente. Fue ésta la primera vez que Jesús y los doce compartían la fiesta pascual sin derramamiento de sangre. Los apóstoles de Juan no compartieron la Pascua con Jesús y sus apóstoles; celebraron la fiesta con Abner y muchos de los primeros creyentes en las predicaciones de Juan. Fue ésta la segunda Pascua que celebraba Jesús con sus apóstoles en Jerusalén.
Cuando Jesús y los doce partieron hacia Capernaum, los apóstoles de Juan no retornaron con ellos. Bajo la dirección de Abner, permanecieron en Jerusalén y sus alrededores, trabajando discreta y silenciosamente para la expansión del reino, mientras que Jesús y los doce volvieron a hacer obra en Galilea. Nunca más estuvieron los veinticuatro todos juntos hasta poco antes del encargo y envío de los setenta evangelistas. Pero los dos grupos cooperaban entre ellos, y a pesar de sus diferencias de opinión, prevalecían los mejores sentimientos.
El grupo viajó sin mayores eventos hasta Jerusalén, pero apenas si se habían instalado en Betania cuando ya se congregó una multitud que venía de cerca y de lejos en busca de cura para el cuerpo, consuelo para la mente confusa y salvación para el alma, de modo que poco pudo descansar Jesús. Por consiguiente, levantaron tiendas en Getsemaní, y el Maestro iba y venía de Betania a Getsemaní para evitar las multitudes que tan constantemente lo asediaban. El grupo apostólico pasó casi tres semanas en Jerusalén, pero Jesús los exhortó a que no predicaran en público, sino tan sólo enseñaran en privado e hicieran obra personal.
En Betania celebraron la Pascua tranquilamente. Fue ésta la primera vez que Jesús y los doce compartían la fiesta pascual sin derramamiento de sangre. Los apóstoles de Juan no compartieron la Pascua con Jesús y sus apóstoles; celebraron la fiesta con Abner y muchos de los primeros creyentes en las predicaciones de Juan. Fue ésta la segunda Pascua que celebraba Jesús con sus apóstoles en Jerusalén.
Cuando Jesús y los doce partieron hacia Capernaum, los apóstoles de Juan no retornaron con ellos. Bajo la dirección de Abner, permanecieron en Jerusalén y sus alrededores, trabajando discreta y silenciosamente para la expansión del reino, mientras que Jesús y los doce volvieron a hacer obra en Galilea. Nunca más estuvieron los veinticuatro todos juntos hasta poco antes del encargo y envío de los setenta evangelistas. Pero los dos grupos cooperaban entre ellos, y a pesar de sus diferencias de opinión, prevalecían los mejores sentimientos.
martes, 20 de noviembre de 2012
El siervo del centurión.
El día anterior a la partida del grupo
apostólico para la fiesta de la Pascua en Jerusalén, Mangus, un
centurión o capitán de la guardia romana estacionado en Capernaum, fue a
ver a los rectores de la sinagoga, dijo: «Mi ordenanza fiel está
enfermo y a punto de morir. ¿Podéis vosotros ir a ver a Jesús en mi
nombre e implorarle que cure a mi siervo?» El capitán romano decidió
proceder de este modo, porque pensaba que los líderes judíos tendrían
más influencia sobre Jesús. Así pues, los ancianos fueron a ver a Jesús y
su vocero dijo: «Maestro, te imploramos que vayas a Capernaum y salves
al siervo favorito del centurión romano, quien es digno de tu atención
porque ama nuestra nación y aun nos ha construido la sinagoga en la que
has hablado tantas veces».
Y cuando Jesús les oyó, dijo: «Iré con vosotros». Así pues fue con ellos a la casa del centurión, y antes de entrar ellos al patio, el soldado romano envió afuera a sus amigos para que saludaran a Jesús, instruyéndoles que dijeran: «Señor, no te molestes en entrar a mi casa, pues yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Tampoco me consideré yo digno de ir a verte; por eso envié a los ancianos de tu pueblo. Pero sé que puedes decir la palabra desde donde estás y mi siervo sanará. En efecto, yo mismo tengo jefes que me ordenan, y yo ordeno a mis soldados, y le digo a éste que vaya y él va; le digo a este otro que venga y él viene y a mis siervos que hagan esto y aquello, y lo hacen».
Y cuando Jesús oyó estas palabras, se volvió y dijo a sus apóstoles y a los que estaban con ellos: «Me maravilla la fe de este gentil. De cierto, de cierto os digo, no he encontrado una fe tan grande, no, no en Israel». Jesús dio la espalda a la casa, y dijo: «Vayámonos de aquí». Y los amigos del centurión entraron a la casa y le dijeron a Mangus lo que Jesús había dicho. Desde ese momento el siervo comenzó a sanar y finalmente recobró por completo su salud y utilidad normal.
Pero nunca supimos exactamente qué pasó en aquella ocasión. Éste es simplemente el relato, y no fue revelado a los que acompañaban a Jesús si los seres invisibles operaron la curación del siervo del centurión o no. Sólo conocemos el hecho de la recuperación completa del siervo.
Y cuando Jesús les oyó, dijo: «Iré con vosotros». Así pues fue con ellos a la casa del centurión, y antes de entrar ellos al patio, el soldado romano envió afuera a sus amigos para que saludaran a Jesús, instruyéndoles que dijeran: «Señor, no te molestes en entrar a mi casa, pues yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Tampoco me consideré yo digno de ir a verte; por eso envié a los ancianos de tu pueblo. Pero sé que puedes decir la palabra desde donde estás y mi siervo sanará. En efecto, yo mismo tengo jefes que me ordenan, y yo ordeno a mis soldados, y le digo a éste que vaya y él va; le digo a este otro que venga y él viene y a mis siervos que hagan esto y aquello, y lo hacen».
Y cuando Jesús oyó estas palabras, se volvió y dijo a sus apóstoles y a los que estaban con ellos: «Me maravilla la fe de este gentil. De cierto, de cierto os digo, no he encontrado una fe tan grande, no, no en Israel». Jesús dio la espalda a la casa, y dijo: «Vayámonos de aquí». Y los amigos del centurión entraron a la casa y le dijeron a Mangus lo que Jesús había dicho. Desde ese momento el siervo comenzó a sanar y finalmente recobró por completo su salud y utilidad normal.
Pero nunca supimos exactamente qué pasó en aquella ocasión. Éste es simplemente el relato, y no fue revelado a los que acompañaban a Jesús si los seres invisibles operaron la curación del siervo del centurión o no. Sólo conocemos el hecho de la recuperación completa del siervo.
lunes, 19 de noviembre de 2012
El interludio en Jerusalén.
JESÚS y los apóstoles llegaron a Capernaum el miércoles 17 de marzo y
pasaron dos semanas en su cuartel general en Betsaida antes de partir
para Jerusalén. Durante estas dos semanas, los apóstoles enseñaron a la
gente en la playa, mientras que Jesús pasó mucho tiempo a solas en las
colinas, ocupado en los asuntos de su Padre. En este período Jesús,
acompañado por Santiago y Juan Zebedeo, hizo dos viajes en secreto a
Tiberias, para encontrarse con los creyentes e instruirlos en el
evangelio del reino.
Muchos de los integrantes de la casa de Herodes creían en Jesús y asistían a estas reuniones. Fue la influencia de estos creyentes dentro de la familia oficial de Herodes la que contribuyó a que la enemistad del gobernador contra Jesús amainara un tanto. Los creyentes de Tiberias habían explicado plenamente a Herodes que el «reino» proclamado por Jesús era de naturaleza espiritual y no una aventura política. Herodes confiaba, hasta cierto punto, en estos miembros de su familia, por esto la diseminación de los informes sobre las enseñanzas y curaciones de Jesús no lo alarmó excesivamente. No tenía objeciones al trabajo de Jesús como curador o maestro religioso. A pesar de la actitud favorable de muchos de los consejeros de Herodes, y aun de Herodes mismo, había entre sus subordinados un grupo que, estaba tan influenciado por los líderes religiosos de Jerusalén, que alimentaba contra Jesús y sus apóstoles sentimientos amargos y amenazadores, los que más tarde mucho dificultaron sus actividades públicas. Los líderes religiosos de Jerusalén representaban para Jesús un peligro mucho mayor que Herodes. Por esta misma razón, Jesús y los apóstoles pasaron tanto tiempo e hicieron la mayor parte de su predicación pública en Galilea más bien que en Jerusalén y en Judea.
Muchos de los integrantes de la casa de Herodes creían en Jesús y asistían a estas reuniones. Fue la influencia de estos creyentes dentro de la familia oficial de Herodes la que contribuyó a que la enemistad del gobernador contra Jesús amainara un tanto. Los creyentes de Tiberias habían explicado plenamente a Herodes que el «reino» proclamado por Jesús era de naturaleza espiritual y no una aventura política. Herodes confiaba, hasta cierto punto, en estos miembros de su familia, por esto la diseminación de los informes sobre las enseñanzas y curaciones de Jesús no lo alarmó excesivamente. No tenía objeciones al trabajo de Jesús como curador o maestro religioso. A pesar de la actitud favorable de muchos de los consejeros de Herodes, y aun de Herodes mismo, había entre sus subordinados un grupo que, estaba tan influenciado por los líderes religiosos de Jerusalén, que alimentaba contra Jesús y sus apóstoles sentimientos amargos y amenazadores, los que más tarde mucho dificultaron sus actividades públicas. Los líderes religiosos de Jerusalén representaban para Jesús un peligro mucho mayor que Herodes. Por esta misma razón, Jesús y los apóstoles pasaron tanto tiempo e hicieron la mayor parte de su predicación pública en Galilea más bien que en Jerusalén y en Judea.
domingo, 18 de noviembre de 2012
En Endor.
En Endor Jesús escapó por unos días de las multitudes clamorosas en
búsqueda de curación física. Durante su estadía en este lugar el Maestro
rememoró para instrucción de sus apóstoles la historia del rey Saúl y
la bruja de Endor. Jesús les dijo claramente a sus apóstoles que los
seres intermedios rebeldes y descarriados que a menudo habían asumido la
personalidad de supuestos espíritus de los muertos, serían puestos
pronto bajo control para que no pudieran volver a hacer estas cosas
extrañas. Les dijo a sus apóstoles que, cuando volviera junto al Padre y
se derramara el espíritu sobre la carne, ya no podrían estos seres
semiespirituales —así llamados espíritus impuros— poseer entre los
mortales a los de mente débil y a los de mente perversa.
Jesús explicó además a sus apóstoles que los espíritus de los seres humanos muertos no vuelven a su mundo original para comunicarse con sus semejantes vivos. Sólo después de haber pasado una época dispensacional, podría el espíritu en progreso de un hombre mortal volver a la tierra, y aun entonces, sólo en casos excepcionales y como parte de la administración espiritual del planeta.
Después de descansar dos días, Jesús dijo a sus apóstoles: «Mañana volvemos a Capernaum para estar allí y enseñar mientras se tranquiliza la campiña. Allí en mi tierra ya se habrán recobrado un poco de tanto frenesí».
Jesús explicó además a sus apóstoles que los espíritus de los seres humanos muertos no vuelven a su mundo original para comunicarse con sus semejantes vivos. Sólo después de haber pasado una época dispensacional, podría el espíritu en progreso de un hombre mortal volver a la tierra, y aun entonces, sólo en casos excepcionales y como parte de la administración espiritual del planeta.
Después de descansar dos días, Jesús dijo a sus apóstoles: «Mañana volvemos a Capernaum para estar allí y enseñar mientras se tranquiliza la campiña. Allí en mi tierra ya se habrán recobrado un poco de tanto frenesí».
Naín el hijo de la viuda.
Esta gente creía en los signos; era una
generación buscadora de milagros. Ya por esta época el pueblo de la
Galilea central y meridional asociaba a Jesús y su ministerio personal
con actuaciones milagrosas. Cientos y cientos de personas honestas que
sufrían de desórdenes puramente nerviosos y estaban afligidas por
trastornos emocionales acudían ante Jesús y luego volvían a su casa,
anunciando a sus amigos que Jesús los había curado. Y estos casos de
curación mental eran considerados por estos seres, de mente simple, como
curaciones físicas, curas milagrosas.
Cuando Jesús se alejó de Caná en dirección a Naín, lo siguió una gran multitud de creyentes y curiosos. Estaban decididos a presenciar milagros y maravillas, y no estaban dispuestos a ser desilusionados. Al acercarse Jesús y sus apóstoles a las puertas de la ciudad, se toparon con una procesión fúnebre que se dirigía al cementerio cercano, y que llevaba al hijo único de una madre viuda de Naín. Esta mujer era muy respetada, y la mitad de la gente de la aldea seguía la procesión fúnebre de este muchacho supuestamente muerto. Cuando la procesión fúnebre llegó adonde Jesús y sus seguidores, la viuda y sus amigos reconocieron al Maestro y le suplicaron que volviera el hijo a la vida. A tal punto había llegado su expectativa de milagros que creían que Jesús podía curar cualquier enfermedad humana y, ¿por qué no podría semejante sanador levantar a los muertos? Así pues importunado, Jesús se adelantó y, levantando la tapa del ataúd, examinó al muchacho. Descubrió así que el joven no estaba verdaderamente muerto, y percibió la tragedia que su presencia podía evitar. Por eso se dirigió a la madre, y le dijo: «No llores. Tu hijo no está muerto. Está dormido, volverá a tus brazos». Y tomando al joven de la mano le dijo: «Despiértate y levántate». Y el joven supuestamente muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús los envió de vuelta a sus hogares.
En vano intentó Jesús sosegar a la multitud, en vano intentó explicarles que el muchacho no estaba muerto, que él no le había devuelto la vida; no hubo caso. La multitud que le seguía, y toda la aldea de Naín, había llegado al máximo nivel de frenesí emocional. Muchos estaban dominados por el temor, otros por el pánico, mientras otros caían de rodillas para rezar y llorar por sus pecados. Fue imposible dispersar a la clamorosa multitud hasta mucho después de la caída de la noche. Naturalmente, a pesar de que Jesús les había dicho que el muchacho no estaba muerto, todos insistían que se había producido un milagro, que aun había levantado a un muerto. Aunque Jesús les dijo que el muchacho había caído simplemente en un sueño profundo, explicaron que esa era la forma de expresarse de Jesús y llamaron la atención sobre el hecho de que él siempre trataba de ocultar sus milagros con gran modestia.
Así pues, se corrió la nueva por toda Galilea y Judea de que Jesús había rescatado de la muerte al hijo de la viuda, y muchos de los que oyeron este relato, creyeron que era verídico. Jesús jamás pudo convencer plenamente ni siquiera a sus apóstoles de que el hijo de la viuda no estaba realmente muerto cuando le ordenó que se despertara y se levantara. Pero sí los impresionó bastante para tener por efecto de que no incluyeron este episodio en las narraciones subsiguientes, excepto Lucas, que narró este episodio tal como le fuera relatado. Otra vez fue tan asediado Jesús por sus virtudes médicas que partió al día siguiente temprano camino a Endor.
Cuando Jesús se alejó de Caná en dirección a Naín, lo siguió una gran multitud de creyentes y curiosos. Estaban decididos a presenciar milagros y maravillas, y no estaban dispuestos a ser desilusionados. Al acercarse Jesús y sus apóstoles a las puertas de la ciudad, se toparon con una procesión fúnebre que se dirigía al cementerio cercano, y que llevaba al hijo único de una madre viuda de Naín. Esta mujer era muy respetada, y la mitad de la gente de la aldea seguía la procesión fúnebre de este muchacho supuestamente muerto. Cuando la procesión fúnebre llegó adonde Jesús y sus seguidores, la viuda y sus amigos reconocieron al Maestro y le suplicaron que volviera el hijo a la vida. A tal punto había llegado su expectativa de milagros que creían que Jesús podía curar cualquier enfermedad humana y, ¿por qué no podría semejante sanador levantar a los muertos? Así pues importunado, Jesús se adelantó y, levantando la tapa del ataúd, examinó al muchacho. Descubrió así que el joven no estaba verdaderamente muerto, y percibió la tragedia que su presencia podía evitar. Por eso se dirigió a la madre, y le dijo: «No llores. Tu hijo no está muerto. Está dormido, volverá a tus brazos». Y tomando al joven de la mano le dijo: «Despiértate y levántate». Y el joven supuestamente muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús los envió de vuelta a sus hogares.
En vano intentó Jesús sosegar a la multitud, en vano intentó explicarles que el muchacho no estaba muerto, que él no le había devuelto la vida; no hubo caso. La multitud que le seguía, y toda la aldea de Naín, había llegado al máximo nivel de frenesí emocional. Muchos estaban dominados por el temor, otros por el pánico, mientras otros caían de rodillas para rezar y llorar por sus pecados. Fue imposible dispersar a la clamorosa multitud hasta mucho después de la caída de la noche. Naturalmente, a pesar de que Jesús les había dicho que el muchacho no estaba muerto, todos insistían que se había producido un milagro, que aun había levantado a un muerto. Aunque Jesús les dijo que el muchacho había caído simplemente en un sueño profundo, explicaron que esa era la forma de expresarse de Jesús y llamaron la atención sobre el hecho de que él siempre trataba de ocultar sus milagros con gran modestia.
Así pues, se corrió la nueva por toda Galilea y Judea de que Jesús había rescatado de la muerte al hijo de la viuda, y muchos de los que oyeron este relato, creyeron que era verídico. Jesús jamás pudo convencer plenamente ni siquiera a sus apóstoles de que el hijo de la viuda no estaba realmente muerto cuando le ordenó que se despertara y se levantara. Pero sí los impresionó bastante para tener por efecto de que no incluyeron este episodio en las narraciones subsiguientes, excepto Lucas, que narró este episodio tal como le fuera relatado. Otra vez fue tan asediado Jesús por sus virtudes médicas que partió al día siguiente temprano camino a Endor.
sábado, 17 de noviembre de 2012
De vuelta en Caná.
El grupo apostólico se alegró mucho cuando
Jesús anunció: «Mañana vamos a Caná». Sabían que en Caná tendrían un
público comprensivo, porque Jesús era muy conocido allí. Estaban
trabajando bien en su obra de atraer a las gentes al reino, cuando, al
tercer día, llegó a Caná cierto ciudadano prominente de Capernaum,
llamado Tito, que creía a medias, y cuyo hijo estaba gravemente enfermo.
Oyó que Jesús estaba en Caná, y de prisa fue a verlo. Los creyentes de
Capernaum pensaban que Jesús podía curar cualquier enfermedad.
Cuando este noble ubicó a Jesús en Caná, le suplicó que se apresurara camino a Capernaum para curar a su hijo afligido. Mientras los apóstoles lo rodeaban anhelantes de esperanza, Jesús, contemplando al padre del muchacho enfermo, dijo: «¿Cuánta paciencia debo teneros? El poder de Dios está en vuestro medio, pero si vosotros no veis signos de milagros ni contempláis maravillas os negáis a creer». Pero el noble hombre le encareció a Jesús: «Señor mío, yo sí creo, pero ven adonde mi hijo que se está muriendo, porque cuando le dejé ya estaba a punto de perecer». Y después de inclinar Jesús la cabeza por un momento en meditación silenciosa, repentinamente habló: «Vuelve a tu hogar; tu hijo vivirá». Tito creyó las palabras de Jesús y de prisa se encaminó de vuelta a Capernaum. Mientras caminaba sus siervos salieron a su encuentro diciendo: «Regocíjate, pues tu hijo está mejor —vive». Tito les preguntó a qué hora había empezado la mejoría del muchacho, y cuando los siervos respondieron, «ayer alrededor de la hora séptima bajó la fiebre», el padre recordó pues que alrededor de esa hora le había dicho Jesús: «Tu hijo vivirá». De allí en adelante Tito creyó de todo corazón, y su familia entera también creyó. Este hijo llegó a ser un poderoso ministro del reino y más tarde inmoló su vida con los que sufrían en Roma. Aunque todos los familiares de Tito, sus amigos y aun los apóstoles consideraron este episodio un milagro, no lo fue. Por lo menos no
fue un milagro de curación de una enfermedad física. Fue simplemente un caso de preconocimiento de los procesos de la ley natural, el tipo de conocimiento previo al cual Jesús recurrió frecuentemente después de su bautismo.
Nuevamente tuvo Jesús que salir apresuradamente de Caná debido a la excesiva atención atraída por el segundo episodio de este tipo ocurrido durante su ministerio en esta aldea. Los habitantes de la ciudad recordaban el asunto del agua y el vino, y ahora decían que había curado a distancia al hijo del noble. Por eso acudían a él ya no tan sólo con los enfermos y afligidos, sino que también le enviaban mensajeros para que curara a distancia a los dolientes. Y cuando Jesús vio que toda la región era presa de tanta excitación dijo: «Vamos a Naín».
Cuando este noble ubicó a Jesús en Caná, le suplicó que se apresurara camino a Capernaum para curar a su hijo afligido. Mientras los apóstoles lo rodeaban anhelantes de esperanza, Jesús, contemplando al padre del muchacho enfermo, dijo: «¿Cuánta paciencia debo teneros? El poder de Dios está en vuestro medio, pero si vosotros no veis signos de milagros ni contempláis maravillas os negáis a creer». Pero el noble hombre le encareció a Jesús: «Señor mío, yo sí creo, pero ven adonde mi hijo que se está muriendo, porque cuando le dejé ya estaba a punto de perecer». Y después de inclinar Jesús la cabeza por un momento en meditación silenciosa, repentinamente habló: «Vuelve a tu hogar; tu hijo vivirá». Tito creyó las palabras de Jesús y de prisa se encaminó de vuelta a Capernaum. Mientras caminaba sus siervos salieron a su encuentro diciendo: «Regocíjate, pues tu hijo está mejor —vive». Tito les preguntó a qué hora había empezado la mejoría del muchacho, y cuando los siervos respondieron, «ayer alrededor de la hora séptima bajó la fiebre», el padre recordó pues que alrededor de esa hora le había dicho Jesús: «Tu hijo vivirá». De allí en adelante Tito creyó de todo corazón, y su familia entera también creyó. Este hijo llegó a ser un poderoso ministro del reino y más tarde inmoló su vida con los que sufrían en Roma. Aunque todos los familiares de Tito, sus amigos y aun los apóstoles consideraron este episodio un milagro, no lo fue. Por lo menos no
fue un milagro de curación de una enfermedad física. Fue simplemente un caso de preconocimiento de los procesos de la ley natural, el tipo de conocimiento previo al cual Jesús recurrió frecuentemente después de su bautismo.
Nuevamente tuvo Jesús que salir apresuradamente de Caná debido a la excesiva atención atraída por el segundo episodio de este tipo ocurrido durante su ministerio en esta aldea. Los habitantes de la ciudad recordaban el asunto del agua y el vino, y ahora decían que había curado a distancia al hijo del noble. Por eso acudían a él ya no tan sólo con los enfermos y afligidos, sino que también le enviaban mensajeros para que curara a distancia a los dolientes. Y cuando Jesús vio que toda la región era presa de tanta excitación dijo: «Vamos a Naín».
El evangelio en Irón.
En Irón, al igual que en muchas otras de las
ciudades aun más pequeñas de Galilea y Judea, había una sinagoga, y
durante los primeros tiempos del ministerio de Jesús era su costumbre
hablar en estas sinagogas los sábados. A veces, hablaba durante el
oficio matutino, mientras que Pedro u otro de los apóstoles predicaba
por la tarde. Jesús y los apóstoles también predicaban y enseñaban
frecuentemente en las asambleas vespertinas de la sinagoga durante los
días de semana. Aunque el antagonismo de los líderes religiosos de
Jerusalén contra Jesús había crecido, no ejercían éstos control directo
sobre las sinagogas fuera de Jerusalén. Sólo mucho más tarde en el
ministerio público de Jesús consiguieron ellos crear tan extenso
sentimiento en contra de él, que prácticamente todas las sinagogas
cerraron sus puertas a sus enseñanzas. Pero en este momento todas las
sinagogas de Galilea y Judea estaban abiertas a él.
Irón era un centro minero importante para ese entonces y puesto que Jesús no había compartido jamás la vida de un minero, pasó la mayor parte de su estadía en Irón, en las minas. Mientras los apóstoles visitaban los hogares y predicaban en los lugares públicos, Jesús trabajó en las minas con estos obreros subterráneos. La fama de Jesús como curador se había divulgado hasta esta remota aldea, y muchos enfermos y afligidos buscaron la ayuda de sus manos, y muchos se beneficiaron por su ministerio curador. Pero el Maestro no hizo allí los llamados milagros, en ninguno de estos casos, excepto en el del leproso.
Al finalizar la tarde del tercer día en Irón, camino de regreso de las minas, pasó Jesús por casualidad por una angosta calle lateral en dirección a su hospedaje. Se acercaba a la escuálida choza de cierto leproso, cuando éste, conociendo la fama sanadora de Jesús, se atrevió a acercársele cuando pasaba por su puerta diciendo mientras se arrodillaba ante él: «Señor, si tan sólo quisieras, podrías hacerme limpio. Escuché el mensaje de tus instructores y querría entrar al reino si pudieras hacerme limpio». Así habló el leproso, porque entre los judíos, los leprosos no podían concurrir a la sinagoga ni participar de otra manera en la adoración pública. Este hombre creía realmente que no se le aceptaría en el reino venidero a menos que curara su lepra. Y cuando Jesús vio su aflicción y oyó sus palabras de fe perseverante, se conmovió su corazón humano, y la mente divina se llenó de compasión. Mientras Jesús lo contemplaba, el hombre cayó de bruces y adoró. Entonces tendió el Maestro la mano y, tocándolo, dijo: «Lo quiero —quedas limpio». Y el enfermo sanó de inmediato; la lepra no más le afligía.
Jesús lo ayudó a incorporarse, luego le advirtió: «No hables con nadie de esta curación más bien vete y ocúpate tranquilamente de atender tus asuntos, preséntate ante el sacerdote y ofrece los sacrificios mandados por Moisés en testimonio de tu limpieza». Pero este hombre no cumplió con las instrucciones de Jesús. Corrió en cambio por las calles de la aldea proclamando que Jesús le había curado la lepra, y puesto que todos lo conocían, pudieron ver claramente que estaba limpio de su enfermedad. No fue adonde los sacerdotes como Jesús le había exhortado. Tanto se corrió la voz de esta nueva curación por el relato de este hombre, que el Maestro estuvo tan asediado por los enfermos que se vio forzado a levantarse temprano la mañana siguiente y partir de la aldea. Aunque no volvió Jesús a esa ciudad, permaneció en las afueras por dos días, cerca de las minas, enseñando el evangelio del reino a los mineros creyentes.
Esta limpieza del leproso fue el primero de los así llamados milagros que Jesús hubiera realizado intencional y deliberadamente hasta ese momento. Era un caso auténtico de lepra.
Desde Irón fueron a Giscala pasando allí dos días en la proclamación del evangelio y luego pasaron a Corazín donde estuvieron casi una semana predicando la buena nueva; pero no consiguieron ganar muchos creyentes para el reino en Corazín. Nunca había tropezado Jesús, con un rechazo tan general de su mensaje en el curso de sus enseñanzas. La estadía en Corazín fue muy deprimente para la mayoría de los apóstoles, y Andrés y Abner tuvieron dificultades para conseguir que sus asociados no perdieran la valentía. Así pues, pasando silenciosamente por Capernaum, fueron a la aldea de Madón, donde no tuvieron mucho más éxito. Prevalecía en la mente de la mayoría de apóstoles la idea de que no habían logrado éxito en estas ciudades recientemente visitadas porque Jesús insistía que, en sus enseñanzas y predicaciones, no debían referirse a él como curador de enfermos. ¡Cómo deseaban que limpiara a otro leproso o manifestara de alguna otra manera su poder, para atraer la atención de la gente! Pero el Maestro se mantuvo impertérrito ante sus ruegos sinceros.
Irón era un centro minero importante para ese entonces y puesto que Jesús no había compartido jamás la vida de un minero, pasó la mayor parte de su estadía en Irón, en las minas. Mientras los apóstoles visitaban los hogares y predicaban en los lugares públicos, Jesús trabajó en las minas con estos obreros subterráneos. La fama de Jesús como curador se había divulgado hasta esta remota aldea, y muchos enfermos y afligidos buscaron la ayuda de sus manos, y muchos se beneficiaron por su ministerio curador. Pero el Maestro no hizo allí los llamados milagros, en ninguno de estos casos, excepto en el del leproso.
Al finalizar la tarde del tercer día en Irón, camino de regreso de las minas, pasó Jesús por casualidad por una angosta calle lateral en dirección a su hospedaje. Se acercaba a la escuálida choza de cierto leproso, cuando éste, conociendo la fama sanadora de Jesús, se atrevió a acercársele cuando pasaba por su puerta diciendo mientras se arrodillaba ante él: «Señor, si tan sólo quisieras, podrías hacerme limpio. Escuché el mensaje de tus instructores y querría entrar al reino si pudieras hacerme limpio». Así habló el leproso, porque entre los judíos, los leprosos no podían concurrir a la sinagoga ni participar de otra manera en la adoración pública. Este hombre creía realmente que no se le aceptaría en el reino venidero a menos que curara su lepra. Y cuando Jesús vio su aflicción y oyó sus palabras de fe perseverante, se conmovió su corazón humano, y la mente divina se llenó de compasión. Mientras Jesús lo contemplaba, el hombre cayó de bruces y adoró. Entonces tendió el Maestro la mano y, tocándolo, dijo: «Lo quiero —quedas limpio». Y el enfermo sanó de inmediato; la lepra no más le afligía.
Jesús lo ayudó a incorporarse, luego le advirtió: «No hables con nadie de esta curación más bien vete y ocúpate tranquilamente de atender tus asuntos, preséntate ante el sacerdote y ofrece los sacrificios mandados por Moisés en testimonio de tu limpieza». Pero este hombre no cumplió con las instrucciones de Jesús. Corrió en cambio por las calles de la aldea proclamando que Jesús le había curado la lepra, y puesto que todos lo conocían, pudieron ver claramente que estaba limpio de su enfermedad. No fue adonde los sacerdotes como Jesús le había exhortado. Tanto se corrió la voz de esta nueva curación por el relato de este hombre, que el Maestro estuvo tan asediado por los enfermos que se vio forzado a levantarse temprano la mañana siguiente y partir de la aldea. Aunque no volvió Jesús a esa ciudad, permaneció en las afueras por dos días, cerca de las minas, enseñando el evangelio del reino a los mineros creyentes.
Esta limpieza del leproso fue el primero de los así llamados milagros que Jesús hubiera realizado intencional y deliberadamente hasta ese momento. Era un caso auténtico de lepra.
Desde Irón fueron a Giscala pasando allí dos días en la proclamación del evangelio y luego pasaron a Corazín donde estuvieron casi una semana predicando la buena nueva; pero no consiguieron ganar muchos creyentes para el reino en Corazín. Nunca había tropezado Jesús, con un rechazo tan general de su mensaje en el curso de sus enseñanzas. La estadía en Corazín fue muy deprimente para la mayoría de los apóstoles, y Andrés y Abner tuvieron dificultades para conseguir que sus asociados no perdieran la valentía. Así pues, pasando silenciosamente por Capernaum, fueron a la aldea de Madón, donde no tuvieron mucho más éxito. Prevalecía en la mente de la mayoría de apóstoles la idea de que no habían logrado éxito en estas ciudades recientemente visitadas porque Jesús insistía que, en sus enseñanzas y predicaciones, no debían referirse a él como curador de enfermos. ¡Cómo deseaban que limpiara a otro leproso o manifestara de alguna otra manera su poder, para atraer la atención de la gente! Pero el Maestro se mantuvo impertérrito ante sus ruegos sinceros.
viernes, 16 de noviembre de 2012
La parada en Ramá.
En Ramá Jesús tuvo esa memorable conversación
con el anciano filósofo griego que enseñaba que la ciencia y la
filosofía bastaban para satisfacer las necesidades de la experiencia
humana. Jesús escuchó con paciencia y simpatía a este maestro griego,
aceptando la verdad de las muchas cosas que decía pero indicando, una
vez que había terminado, que no había logrado explicar en su
conversación sobre la existencia humana el «de dónde, por qué, y
adonde», y agregó: «allí donde terminas tú, nosotros comenzamos». La
religión es una revelación al alma humana que se refiere a las
realidades espirituales que la mente por sí sola jamás podría descubrir
ni desentrañar completamente. El esfuerzo intelectual puede revelar los
hechos de la vida, pero el evangelio del reino da a conocer las verdades
de ser. Tú has hablado de las sombras materiales de la verdad; ¿quieres
ahora escuchar mientras yo expongo las realidades eternas y
espirituales que arrojan estas sombras transitorias temporales de los
hechos materiales y de la existencia mortal?». Durante más de una hora,
Jesús enseñó a este griego las verdades salvadoras del evangelio del
reino. El anciano filósofo era sensible a la forma de encarar las cosas
del Maestro, y su corazón era sinceramente honesto; así pues creyó
rápidamente en este evangelio de salvación.
Los apóstoles estaban un tanto desconcertados al ver que Jesús parecía concordar abiertamente con muchas de las propuestas del griego, pero Jesús más tarde les dijo en privado: «Hijos míos, no os sorprendáis de mi tolerancia por la filosofía del griego. La auténtica y genuina certidumbre interior nada teme del análisis exterior ni resiente la verdad de la crítica honesta. No olvidéis que la intolerancia es la máscara que oculta secretas incertidumbres sobre la verdad de las creencias de uno. Ningún hombre nunca se molesta por la actitud de su prójimo, si tiene absoluta confianza en la verdad de lo que cree de todo corazón. El coraje es confianza en la total honestidad de lo que profesamos creer. Los hombres sinceros no temen el examen crítico de sus convicciones firmes e ideales nobles».
La segunda noche en Ramá, Tomás hizo a Jesús esta pregunta: «Maestro ¿cómo puede un nuevo creyente de tus enseñanzas realmente saber, estar realmente seguro, sobre la verdad de este evangelio del reino?»
Le dijo Jesús a Tomás: «Tu seguridad de haber entrado en la familia del reino del Padre y de sobrevivir eternamente con los hijos del reino, es plenamente un asunto de experiencia personal —la fe en la palabra de la verdad. La seguridad espiritual equivale a tu experiencia religiosa personal en las realidades eternas de la verdad divina, y es de otra manera igual a tu comprensión inteligente de las realidades de la verdad más tu fe espiritual y menos tus dudas honestas.
«El Hijo está por naturaleza dotado de la vida del Padre. Puesto que estáis dotados del espíritu viviente del Padre, sois hijos de Dios. Sobrevivís a vuestra vida en el mundo material de la carne, porque estáis identificados con el espíritu viviente del Padre, el don de la vida eterna. Muchos, en verdad, ya tenían esta vida antes de que yo viniera del Padre, y muchos más recibieron este espíritu porque creyeron en mis palabras; pero yo os declaro que, cuando vuelva al Padre, él enviará su espíritu al corazón de todos los hombres.
«Aunque no podéis observar la obra del espíritu divino en vuestra mente, existe un método práctico que os permite determinar hasta qué punto habéis puesto el control de los poderes de vuestra alma al servicio de las enseñanzas y dirección de este espíritu residente del Padre celestial, y ése es: la magnitud de vuestro amor al prójimo. Este espíritu del Padre comparte el amor del Padre, y a medida que va dominando al hombre, lo conduce infaliblemente en la dirección de la adoración divina y del amor y respeto por los semejantes. Al principio, creéis que sois hijos de Dios porque mis enseñanzas os permiten apercibiros de la presencia guiadora de nuestro Padre en vuestro corazón; pero pronto se derramará sobre toda la carne el Espíritu de la Verdad, y vivirá entre los hombres y les enseñará, así como yo ahora vivo entre vosotros y os hablo las palabras de la verdad. Y este Espíritu de la Verdad, que habla por las dotes espirituales de vuestra alma, os ayudará a conocer que sois los hijos de Dios. Prestará testimonio infalible mediante la presencia residente del Padre, vuestro espíritu, que para entonces residirá en todos los hombres así como ahora reside en algunos, diciéndoos que sois en realidad hijos de Dios.
«Todo hijo terrenal que siga la dirección de este espíritu finalmente conocerá la voluntad de Dios, y el que se someta a la voluntad de mi Padre, vivirá para siempre. No se os ha aclarado el camino que conduce de la vida terrestre al estado eterno, pero hay un camino, siempre lo ha habido, y yo he venido para hacer nuevo y vivo ese camino. El que entra en el reino ya tiene vida eterna —jamás perecerá. Pero mucho de esto comprenderéis mejor cuando haya regresado a mi Padre y podáis visualizar vuestras experiencias corrientes retrospectivamente».
Y todos los que escucharon estas palabras benditas se llenaron de regocijo. Las enseñanzas judías sobre la supervivencia de los rectos eran confusas e inciertas, y resultaba para los seguidores de Jesús refrescante e inspirador escuchar estas palabras tan definidas y positivas que aseguraban la supervivencia eterna de todos los creyentes sinceros.
Los apóstoles continuaron predicando y bautizando a los creyentes, manteniendo al mismo tiempo la práctica de ir de casa en casa, consolando a los deprimidos y ministrando a los dolientes y afligidos. La organización apostólica se había ampliado en el sentido de que cada uno de los apóstoles de Jesús contaba ahora con uno de los asociados de Juan. Abner estaba asociado con Andrés; y este sistema se mantuvo hasta que fueron a Jerusalén para la siguiente Pascua.
La instrucción especial dada por Jesús durante la estadía en Zabulón se refirió especialmente a conversaciones ulteriores sobre las obligaciones mutuas del reino y comprendió explicaciones aclaratorias de las diferencias entre la experiencia religiosa personal y la amistad en las obligaciones religiosas sociales. Fue ésta una de las pocas veces en que el Maestro discurrió sobre los aspectos sociales de la religión. A lo largo de toda su vida en la tierra Jesús impartió a sus seguidores muy pocas instrucciones sobre la socialización de la religión.
En Zabulón el pueblo era de raza mezclada, ni judía ni gentil, y pocos entre ellos de veras creyeron en Jesús, a pesar de que habían oído sobre la curación de los enfermos en Capernaum.
Los apóstoles estaban un tanto desconcertados al ver que Jesús parecía concordar abiertamente con muchas de las propuestas del griego, pero Jesús más tarde les dijo en privado: «Hijos míos, no os sorprendáis de mi tolerancia por la filosofía del griego. La auténtica y genuina certidumbre interior nada teme del análisis exterior ni resiente la verdad de la crítica honesta. No olvidéis que la intolerancia es la máscara que oculta secretas incertidumbres sobre la verdad de las creencias de uno. Ningún hombre nunca se molesta por la actitud de su prójimo, si tiene absoluta confianza en la verdad de lo que cree de todo corazón. El coraje es confianza en la total honestidad de lo que profesamos creer. Los hombres sinceros no temen el examen crítico de sus convicciones firmes e ideales nobles».
La segunda noche en Ramá, Tomás hizo a Jesús esta pregunta: «Maestro ¿cómo puede un nuevo creyente de tus enseñanzas realmente saber, estar realmente seguro, sobre la verdad de este evangelio del reino?»
Le dijo Jesús a Tomás: «Tu seguridad de haber entrado en la familia del reino del Padre y de sobrevivir eternamente con los hijos del reino, es plenamente un asunto de experiencia personal —la fe en la palabra de la verdad. La seguridad espiritual equivale a tu experiencia religiosa personal en las realidades eternas de la verdad divina, y es de otra manera igual a tu comprensión inteligente de las realidades de la verdad más tu fe espiritual y menos tus dudas honestas.
«El Hijo está por naturaleza dotado de la vida del Padre. Puesto que estáis dotados del espíritu viviente del Padre, sois hijos de Dios. Sobrevivís a vuestra vida en el mundo material de la carne, porque estáis identificados con el espíritu viviente del Padre, el don de la vida eterna. Muchos, en verdad, ya tenían esta vida antes de que yo viniera del Padre, y muchos más recibieron este espíritu porque creyeron en mis palabras; pero yo os declaro que, cuando vuelva al Padre, él enviará su espíritu al corazón de todos los hombres.
«Aunque no podéis observar la obra del espíritu divino en vuestra mente, existe un método práctico que os permite determinar hasta qué punto habéis puesto el control de los poderes de vuestra alma al servicio de las enseñanzas y dirección de este espíritu residente del Padre celestial, y ése es: la magnitud de vuestro amor al prójimo. Este espíritu del Padre comparte el amor del Padre, y a medida que va dominando al hombre, lo conduce infaliblemente en la dirección de la adoración divina y del amor y respeto por los semejantes. Al principio, creéis que sois hijos de Dios porque mis enseñanzas os permiten apercibiros de la presencia guiadora de nuestro Padre en vuestro corazón; pero pronto se derramará sobre toda la carne el Espíritu de la Verdad, y vivirá entre los hombres y les enseñará, así como yo ahora vivo entre vosotros y os hablo las palabras de la verdad. Y este Espíritu de la Verdad, que habla por las dotes espirituales de vuestra alma, os ayudará a conocer que sois los hijos de Dios. Prestará testimonio infalible mediante la presencia residente del Padre, vuestro espíritu, que para entonces residirá en todos los hombres así como ahora reside en algunos, diciéndoos que sois en realidad hijos de Dios.
«Todo hijo terrenal que siga la dirección de este espíritu finalmente conocerá la voluntad de Dios, y el que se someta a la voluntad de mi Padre, vivirá para siempre. No se os ha aclarado el camino que conduce de la vida terrestre al estado eterno, pero hay un camino, siempre lo ha habido, y yo he venido para hacer nuevo y vivo ese camino. El que entra en el reino ya tiene vida eterna —jamás perecerá. Pero mucho de esto comprenderéis mejor cuando haya regresado a mi Padre y podáis visualizar vuestras experiencias corrientes retrospectivamente».
Y todos los que escucharon estas palabras benditas se llenaron de regocijo. Las enseñanzas judías sobre la supervivencia de los rectos eran confusas e inciertas, y resultaba para los seguidores de Jesús refrescante e inspirador escuchar estas palabras tan definidas y positivas que aseguraban la supervivencia eterna de todos los creyentes sinceros.
Los apóstoles continuaron predicando y bautizando a los creyentes, manteniendo al mismo tiempo la práctica de ir de casa en casa, consolando a los deprimidos y ministrando a los dolientes y afligidos. La organización apostólica se había ampliado en el sentido de que cada uno de los apóstoles de Jesús contaba ahora con uno de los asociados de Juan. Abner estaba asociado con Andrés; y este sistema se mantuvo hasta que fueron a Jerusalén para la siguiente Pascua.
La instrucción especial dada por Jesús durante la estadía en Zabulón se refirió especialmente a conversaciones ulteriores sobre las obligaciones mutuas del reino y comprendió explicaciones aclaratorias de las diferencias entre la experiencia religiosa personal y la amistad en las obligaciones religiosas sociales. Fue ésta una de las pocas veces en que el Maestro discurrió sobre los aspectos sociales de la religión. A lo largo de toda su vida en la tierra Jesús impartió a sus seguidores muy pocas instrucciones sobre la socialización de la religión.
En Zabulón el pueblo era de raza mezclada, ni judía ni gentil, y pocos entre ellos de veras creyeron en Jesús, a pesar de que habían oído sobre la curación de los enfermos en Capernaum.
jueves, 15 de noviembre de 2012
En Jotapata.
Aunque la gente común de Jotapata escuchó a
Jesús y sus apóstoles con alegría y muchos aceptaron el evangelio del
reino, lo que distingue esta misión en Jotapata es el discurso que
pronunció Jesús a los veinticuatro durante la segunda noche de su
estadía en esta pequeña ciudad. Natanael tenía cierta confusión mental
sobre las palabras del Maestro relativas a la oración, la acción de
gracias, y la adoración, y en respuesta a su pregunta Jesús habló
largamente ampliando y explicando sus enseñanzas. Resumida en idioma
moderno, esta disertación puede ser presentada haciendo hincapié sobre
los siguientes puntos:
1. La iniquidad albergada consciente y persistentemente en el corazón del hombre va destruyendo poco a poco la conexión establecida por la oración en el alma humana, con los circuitos espirituales de comunicación entre el hombre y su Hacedor. Naturalmente, Dios oye la súplica de su hijo, pero cuando el corazón humano alberga deliberada y constantemente los conceptos de iniquidad, se produce gradualmente una pérdida de comunión personal entre el hijo terrenal y su Padre celestial.
2. La oración en desacuerdo con las leyes de Dios conocidas y establecidas, es abominable para las Deidades del Paraíso. Si un hombre no escucha a los Dioses cuando hablan a su creación en las leyes del espíritu, de la mente y de la materia, tal acto de desprecio deliberado y consciente de la criatura, hace que las personalidades del espíritu ya no presten oído a las súplicas personales de tales mortales desobedientes y sin ley. Jesús citó a sus apóstoles las palabras del profeta Zacarías: «Pero se negaron a escuchar, volvieron la espalda y taparon sus oídos para no oír. Sí, endurecieron su corazón como una pierda, para no oír mi ley y las palabras que enviaba por mi espíritu por medio de los profetas; por los resultados de sus malos pensamientos vinieron como gran enojo sobre sus cabezas culpables. Y aconteció que clamaron por misericordia, pero nadie les escuchó». Y luego Jesús citó el refrán del hombre sabio que dijo: «El que aparta su oído para no oír la ley divina, aun su oración será abominable».
3. Al abrir los mortales el terminal humano del canal de comunicación entre Dios y el hombre, la corriente constante del ministerio divino a las criaturas de los mundos, se hace inmediatamente disponible. Cuando el hombre escucha las palabras del espíritu de Dios dentro del corazón humano, existe inherente a esta experiencia el hecho de que Dios escucha simultáneamente la súplica del hombre. Aun el perdón de los pecados también opera en esta misma forma infalible. El Padre en el cielo te ha perdonado aun antes de que hayas pensado en pedírselo, pero dicho perdón no es asequible en tu experiencia religiosa personal hasta tanto no perdones tú a tus semejantes. El perdón de Dios —como hecho — no depende de que perdones a tus semejantes, pero en experiencia depende en forma precisa de este factor. Y este hecho de la sincronía del perdón divino y humano fue así reconocido y vinculado en la oración que Jesús enseñó a los apóstoles.
4. Existe una ley básica de justicia en el universo que la misericordia encuentra impotente de eludir. No es posible que las generosas glorias del Paraíso sean recibidas por una criatura totalmente egoísta de los reinos del tiempo y del espacio. Ni siquiera el amor infinito de Dios podrá imponer la salvación de la vida eterna a una criatura mortal que no elija sobrevivir. La misericordia otorga dones con gran liberalidad, pero, después de todo, existen mandatos de la justicia que no pueden ser efectivamente abrogados ni siquiera por la fuerza combinada del amor y la misericordia. Nuevamente citó Jesús las escrituras hebreas: «Os llamé, y no quisisteis oír; extendí mi mano, y no hubo quien atendiese. Sino desechasteis mi consejo y mi reprensión rechazasteis, y por esta actitud rebelde es inevitable que cuando me llaméis no recibáis respuesta. Habéis rechazado el camino de la vida; y aunque me busquéis con diligencia en vuestro sufrimiento, no me hallaréis».
5. Aquellos que reciban misericordia, deberán mostrar misericordia; no juzguéis, para que no seáis juzgados. Se os juzgará con el mismo espíritu con el cual vosotros juzguéis al prójimo. La misericordia no abroga por completo la justicia universal. Finalmente será verdad, «el que cierra sus oídos al clamor del pobre, también él clamará algún día por ayuda, y nadie le oirá». La sinceridad de cualquier oración asegura que será escuchada; la sabiduría espiritual y la coherencia con el universo de una súplica, determina el momento, la manera y el grado de la respuesta. Un padre sabio no responde literalmente a las súplicas tontas de sus hijos ignorantes e inexpertos, aunque estos hijos pueden derivar gran placer y una real satisfacción del alma al hacer súplicas tan absurdas.
6. Cuando estés totalmente dedicado a hacer la voluntad del Padre en el cielo, recibirás respuesta a todas tus súplicas, porque orarás en total y pleno acuerdo con la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre se manifiesta para siempre en todo su vasto universo. Lo que desea el hijo verdadero y lo que es voluntad del Padre infinito, SE HACE REALIDAD. Tal oración no puede permanecer sin respuesta, y no hay otro tipo de súplica que pueda ser contestado plenamente.
7. La súplica de los rectos es el acto de fe del hijo de Dios que abre la compuerta de la bodega Paterna llena de bondad, verdad y misericordia; y estos buenos dones aguardan desde hace mucho el acercamiento y apropiación personal del hijo. La oración no cambia la actitud divina hacia el hombre, pero sí cambia la actitud del hombre hacia el Padre inmutable. El motivo de la oración le presta acceso al oído divino, y no el estado social, económico o religioso exterior del ser que ora.
8. La oración no se puede emplear para evitar las postergaciones del tiempo ni para trascender los obstáculos del espacio. La oración no es una técnica para el engrandecimiento del yo ni para aprovecharse deslealmente de los semejantes. Un alma totalmente egoísta es incapaz de orar en el verdadero sentido de la palabra. Dijo Jesús: «Que tu supremo regocijo sea por el carácter de Dios, y él, con toda seguridad te otorgará los sinceros deseos de tu corazón». «Dedica tu camino al Señor; confía en él, y él actuará». «En efecto el Señor escucha el lamento de los menesterosos y contemplará la súplica de los desamparados».
9. «Yo he venido del Padre; si, por lo tanto, dudas sobre qué puedes pedirle al Padre, suplica en mi nombre y yo presentaré tu solicitud de acuerdo con tus necesidades y deseos reales y de acuerdo con la voluntad de mi Padre». Cuidate del grave peligro del tornarse egocéntrico en tus oraciones. Evita el mucho suplicar para ti mismo. Ora en cambio por el progreso espiritual de tus hermanos. Evita la oración materialista; ora en el espíritu y por la abundancia de los dones del espíritu.
10. Cuando oréis por los enfermos y los afligidos, no esperéis que vuestra súplica reemplace los cuidados amantes e inteligentes que estos seres afligidos necesitan. Orad por el bienestar de familiares, amigos y compañeros, pero especialmente orad por los que os maldicen, y haced súplicas amantes para los que os persiguen. «Pero no te diré cuándo debes orar. Sólo el espíritu que habita dentro de ti te puede instar a que pronuncies las súplicas que mejor expresen tu relación íntima con el Padre de los espíritus».
11. Muchos recurren a la oración sólo cuando están atribulados. Es una práctica engañosa e irreflexiva. Sí, haces bien en orar cuando algo te aflige, pero también debes, como un hijo, hablar con el Padre cuando tu alma está serena. Que todas tus súplicas sinceras sean siempre en secreto. No permitas que los hombres escuchen tus oraciones personales. Las oraciones en expresión de la gratitud son apropiadas para los grupos de adoradores pero la oración del alma es un asunto personal. No hay sino una sola forma de oración que es apropiada para todos los hijos de Dios, y ésa es, «a pesar de todo, se hará la voluntad tuya».
12. Todos los que creen en este evangelio deben orar sinceramente por la expansión del reino del cielo. De todas las oraciones contenidas en las Escrituras hebreas, él comentó favorablemente sobre la siguiente súplica del salmista: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. Purifícame de los pecados secretos y protégeme de las transgresiones presuntuosas». Jesús habló largo y tendido sobre la vinculación del rezo con un lenguaje ligero y ofensivo, citando: «Oh Señor, pon guarda ante mi boca, y guarda la puerta de mis labios». «La lengua humana», dijo Jesús, «es un algo que muy pocos hombres pueden domar; pero el espíritu interior puede transformar este órgano poco dócil, en una dulce voz de tolerancia y un ministro inspirador de misericordia».
13. Jesús enseñó que la oración por la guía divina a través del camino de la vida en este mundo, le seguía en importancia a la súplica por el conocimiento de la voluntad del Padre. En realidad esto significa orar por la sabiduría divina. Jesús nunca enseñó que pudieran obtenerse conocimientos y artes específicas humanas mediante la oración. Pero sí enseñó que la oración contribuye a ampliar la capacidad del ser para recibir la presencia del espíritu divino. Cuando Jesús enseñó a sus asociados a que oraran en el espíritu y en la verdad, explicó que eso significaba orar con sinceridad y de acuerdo con el esclarecimiento de cada cual, orar de todo corazón y con inteligencia, con honestidad y con constancia.
14. Jesús advirtió a sus seguidores que las oraciones no se volverían más eficaces mediante repeticiones elegantes, una fraseología elocuente, el ayuno, la penitencia o los sacrificios. Exhortó a sus creyentes a que emplearan la oración como medio para llegar a la verdadera adoración mediante la acción de gracias. Jesús lamentaba el hecho de que se encontrara tan poco del espíritu de gratitud en las oraciones y culto de sus seguidores. Citó en esta ocasión de las Escrituras, diciendo: «Bueno es dar gracias al Señor y cantar alabanzas al nombre del Altísimo, anunciar por la mañana su compasión amante y su fidelidad cada noche, porque Dios me ha dado la dicha con su obra. Daré pues gracias por todas las cosas según la voluntad de Dios».
15. Luego dijo Jesús: «No estés constantemente con ansiedad excesiva en cuanto a tus necesidades diarias. No os atribules por los problemas de tu existencia terrestre; en todas estas cosas, orando y suplicando con un espíritu sincero de gratitud, despliega tus necesidades ante los ojos de tu Padre que está en el cielo». Citó luego de las Escrituras: «Alabaré yo el nombre de Dios con cántico y lo engrandeceré en gratiutud. Y agradará al Señor más que sacrificio de buey o becerro con cuernos y pezuñas».
16. Jesús enseñó a sus seguidores a que, después de elevar sus oraciones al Padre, permanecieran en acallada receptividad por un tiempo ofreciendo así al espíritu residente una mejor oportunidad para hablar al alma dispuesta a escuchar. El espíritu del Padre se comunica mejor con el hombre cuando la mente humana está en actitud de verdadera adoración. Adoramos a Dios con ayuda del espíritu residente del Padre y por el esclarecimiento de la mente humana mediante el ministerio de la verdad. La adoración, enseñó Jesús, lo hace a uno cada vez más semejante al ser que está adorando. La adoración es una experiencia transformadora por medio de la cual lo finito se va gradualmente acercando hasta finalmente alcanzar la presencia de lo Infinito.
Y muchas otras verdades dijo Jesús a sus apóstoles sobre la comunión del hombre con Dios, pero no muchos de ellos fueron capaces de abarcar plenamente sus enseñanzas.
1. La iniquidad albergada consciente y persistentemente en el corazón del hombre va destruyendo poco a poco la conexión establecida por la oración en el alma humana, con los circuitos espirituales de comunicación entre el hombre y su Hacedor. Naturalmente, Dios oye la súplica de su hijo, pero cuando el corazón humano alberga deliberada y constantemente los conceptos de iniquidad, se produce gradualmente una pérdida de comunión personal entre el hijo terrenal y su Padre celestial.
2. La oración en desacuerdo con las leyes de Dios conocidas y establecidas, es abominable para las Deidades del Paraíso. Si un hombre no escucha a los Dioses cuando hablan a su creación en las leyes del espíritu, de la mente y de la materia, tal acto de desprecio deliberado y consciente de la criatura, hace que las personalidades del espíritu ya no presten oído a las súplicas personales de tales mortales desobedientes y sin ley. Jesús citó a sus apóstoles las palabras del profeta Zacarías: «Pero se negaron a escuchar, volvieron la espalda y taparon sus oídos para no oír. Sí, endurecieron su corazón como una pierda, para no oír mi ley y las palabras que enviaba por mi espíritu por medio de los profetas; por los resultados de sus malos pensamientos vinieron como gran enojo sobre sus cabezas culpables. Y aconteció que clamaron por misericordia, pero nadie les escuchó». Y luego Jesús citó el refrán del hombre sabio que dijo: «El que aparta su oído para no oír la ley divina, aun su oración será abominable».
3. Al abrir los mortales el terminal humano del canal de comunicación entre Dios y el hombre, la corriente constante del ministerio divino a las criaturas de los mundos, se hace inmediatamente disponible. Cuando el hombre escucha las palabras del espíritu de Dios dentro del corazón humano, existe inherente a esta experiencia el hecho de que Dios escucha simultáneamente la súplica del hombre. Aun el perdón de los pecados también opera en esta misma forma infalible. El Padre en el cielo te ha perdonado aun antes de que hayas pensado en pedírselo, pero dicho perdón no es asequible en tu experiencia religiosa personal hasta tanto no perdones tú a tus semejantes. El perdón de Dios —como hecho — no depende de que perdones a tus semejantes, pero en experiencia depende en forma precisa de este factor. Y este hecho de la sincronía del perdón divino y humano fue así reconocido y vinculado en la oración que Jesús enseñó a los apóstoles.
4. Existe una ley básica de justicia en el universo que la misericordia encuentra impotente de eludir. No es posible que las generosas glorias del Paraíso sean recibidas por una criatura totalmente egoísta de los reinos del tiempo y del espacio. Ni siquiera el amor infinito de Dios podrá imponer la salvación de la vida eterna a una criatura mortal que no elija sobrevivir. La misericordia otorga dones con gran liberalidad, pero, después de todo, existen mandatos de la justicia que no pueden ser efectivamente abrogados ni siquiera por la fuerza combinada del amor y la misericordia. Nuevamente citó Jesús las escrituras hebreas: «Os llamé, y no quisisteis oír; extendí mi mano, y no hubo quien atendiese. Sino desechasteis mi consejo y mi reprensión rechazasteis, y por esta actitud rebelde es inevitable que cuando me llaméis no recibáis respuesta. Habéis rechazado el camino de la vida; y aunque me busquéis con diligencia en vuestro sufrimiento, no me hallaréis».
5. Aquellos que reciban misericordia, deberán mostrar misericordia; no juzguéis, para que no seáis juzgados. Se os juzgará con el mismo espíritu con el cual vosotros juzguéis al prójimo. La misericordia no abroga por completo la justicia universal. Finalmente será verdad, «el que cierra sus oídos al clamor del pobre, también él clamará algún día por ayuda, y nadie le oirá». La sinceridad de cualquier oración asegura que será escuchada; la sabiduría espiritual y la coherencia con el universo de una súplica, determina el momento, la manera y el grado de la respuesta. Un padre sabio no responde literalmente a las súplicas tontas de sus hijos ignorantes e inexpertos, aunque estos hijos pueden derivar gran placer y una real satisfacción del alma al hacer súplicas tan absurdas.
6. Cuando estés totalmente dedicado a hacer la voluntad del Padre en el cielo, recibirás respuesta a todas tus súplicas, porque orarás en total y pleno acuerdo con la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre se manifiesta para siempre en todo su vasto universo. Lo que desea el hijo verdadero y lo que es voluntad del Padre infinito, SE HACE REALIDAD. Tal oración no puede permanecer sin respuesta, y no hay otro tipo de súplica que pueda ser contestado plenamente.
7. La súplica de los rectos es el acto de fe del hijo de Dios que abre la compuerta de la bodega Paterna llena de bondad, verdad y misericordia; y estos buenos dones aguardan desde hace mucho el acercamiento y apropiación personal del hijo. La oración no cambia la actitud divina hacia el hombre, pero sí cambia la actitud del hombre hacia el Padre inmutable. El motivo de la oración le presta acceso al oído divino, y no el estado social, económico o religioso exterior del ser que ora.
8. La oración no se puede emplear para evitar las postergaciones del tiempo ni para trascender los obstáculos del espacio. La oración no es una técnica para el engrandecimiento del yo ni para aprovecharse deslealmente de los semejantes. Un alma totalmente egoísta es incapaz de orar en el verdadero sentido de la palabra. Dijo Jesús: «Que tu supremo regocijo sea por el carácter de Dios, y él, con toda seguridad te otorgará los sinceros deseos de tu corazón». «Dedica tu camino al Señor; confía en él, y él actuará». «En efecto el Señor escucha el lamento de los menesterosos y contemplará la súplica de los desamparados».
9. «Yo he venido del Padre; si, por lo tanto, dudas sobre qué puedes pedirle al Padre, suplica en mi nombre y yo presentaré tu solicitud de acuerdo con tus necesidades y deseos reales y de acuerdo con la voluntad de mi Padre». Cuidate del grave peligro del tornarse egocéntrico en tus oraciones. Evita el mucho suplicar para ti mismo. Ora en cambio por el progreso espiritual de tus hermanos. Evita la oración materialista; ora en el espíritu y por la abundancia de los dones del espíritu.
10. Cuando oréis por los enfermos y los afligidos, no esperéis que vuestra súplica reemplace los cuidados amantes e inteligentes que estos seres afligidos necesitan. Orad por el bienestar de familiares, amigos y compañeros, pero especialmente orad por los que os maldicen, y haced súplicas amantes para los que os persiguen. «Pero no te diré cuándo debes orar. Sólo el espíritu que habita dentro de ti te puede instar a que pronuncies las súplicas que mejor expresen tu relación íntima con el Padre de los espíritus».
11. Muchos recurren a la oración sólo cuando están atribulados. Es una práctica engañosa e irreflexiva. Sí, haces bien en orar cuando algo te aflige, pero también debes, como un hijo, hablar con el Padre cuando tu alma está serena. Que todas tus súplicas sinceras sean siempre en secreto. No permitas que los hombres escuchen tus oraciones personales. Las oraciones en expresión de la gratitud son apropiadas para los grupos de adoradores pero la oración del alma es un asunto personal. No hay sino una sola forma de oración que es apropiada para todos los hijos de Dios, y ésa es, «a pesar de todo, se hará la voluntad tuya».
12. Todos los que creen en este evangelio deben orar sinceramente por la expansión del reino del cielo. De todas las oraciones contenidas en las Escrituras hebreas, él comentó favorablemente sobre la siguiente súplica del salmista: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. Purifícame de los pecados secretos y protégeme de las transgresiones presuntuosas». Jesús habló largo y tendido sobre la vinculación del rezo con un lenguaje ligero y ofensivo, citando: «Oh Señor, pon guarda ante mi boca, y guarda la puerta de mis labios». «La lengua humana», dijo Jesús, «es un algo que muy pocos hombres pueden domar; pero el espíritu interior puede transformar este órgano poco dócil, en una dulce voz de tolerancia y un ministro inspirador de misericordia».
13. Jesús enseñó que la oración por la guía divina a través del camino de la vida en este mundo, le seguía en importancia a la súplica por el conocimiento de la voluntad del Padre. En realidad esto significa orar por la sabiduría divina. Jesús nunca enseñó que pudieran obtenerse conocimientos y artes específicas humanas mediante la oración. Pero sí enseñó que la oración contribuye a ampliar la capacidad del ser para recibir la presencia del espíritu divino. Cuando Jesús enseñó a sus asociados a que oraran en el espíritu y en la verdad, explicó que eso significaba orar con sinceridad y de acuerdo con el esclarecimiento de cada cual, orar de todo corazón y con inteligencia, con honestidad y con constancia.
14. Jesús advirtió a sus seguidores que las oraciones no se volverían más eficaces mediante repeticiones elegantes, una fraseología elocuente, el ayuno, la penitencia o los sacrificios. Exhortó a sus creyentes a que emplearan la oración como medio para llegar a la verdadera adoración mediante la acción de gracias. Jesús lamentaba el hecho de que se encontrara tan poco del espíritu de gratitud en las oraciones y culto de sus seguidores. Citó en esta ocasión de las Escrituras, diciendo: «Bueno es dar gracias al Señor y cantar alabanzas al nombre del Altísimo, anunciar por la mañana su compasión amante y su fidelidad cada noche, porque Dios me ha dado la dicha con su obra. Daré pues gracias por todas las cosas según la voluntad de Dios».
15. Luego dijo Jesús: «No estés constantemente con ansiedad excesiva en cuanto a tus necesidades diarias. No os atribules por los problemas de tu existencia terrestre; en todas estas cosas, orando y suplicando con un espíritu sincero de gratitud, despliega tus necesidades ante los ojos de tu Padre que está en el cielo». Citó luego de las Escrituras: «Alabaré yo el nombre de Dios con cántico y lo engrandeceré en gratiutud. Y agradará al Señor más que sacrificio de buey o becerro con cuernos y pezuñas».
16. Jesús enseñó a sus seguidores a que, después de elevar sus oraciones al Padre, permanecieran en acallada receptividad por un tiempo ofreciendo así al espíritu residente una mejor oportunidad para hablar al alma dispuesta a escuchar. El espíritu del Padre se comunica mejor con el hombre cuando la mente humana está en actitud de verdadera adoración. Adoramos a Dios con ayuda del espíritu residente del Padre y por el esclarecimiento de la mente humana mediante el ministerio de la verdad. La adoración, enseñó Jesús, lo hace a uno cada vez más semejante al ser que está adorando. La adoración es una experiencia transformadora por medio de la cual lo finito se va gradualmente acercando hasta finalmente alcanzar la presencia de lo Infinito.
Y muchas otras verdades dijo Jesús a sus apóstoles sobre la comunión del hombre con Dios, pero no muchos de ellos fueron capaces de abarcar plenamente sus enseñanzas.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
La predicación en Rimón.
La pequeña ciudad de Rimón estuvo una vez
dedicada a la adoración de un dios babilónico del aire, Ramán. Los
rimonitas aún conservaban muchas creencias basadas en las antiguas
enseñanzas babilónicas y las posteriores zoroastras; por consiguiente,
Jesús y los veinticuatro dedicaron mucho de su tiempo a la tarea de
aclarar la diferencia entre estas viejas creencias y el nuevo evangelio
del reino. Aquí predicó Pedro uno de los grandes sermones del principio
de su carrera sobre «Aarón y el becerro de oro».
Aunque muchos de los ciudadanos de Rimón se convirtieron en creyentes de las enseñanzas de Jesús, en años posteriores crearon muchos problemas para sus hermanos. Es muy difícil convertir, en el corto espacio de una sola generación, a los que adoran la naturaleza en miembros plenos de una hermandad que adora un ideal espiritual.
Muchas de las mejores ideas babilónicas y persas sobre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el tiempo y la eternidad, fueron incorporadas más tarde en las doctrinas del así llamado cristianismo, y este hecho hizo que las enseñanzas cristianas resultaran más fácilmente aceptables entre los pueblos del Cercano Oriente. Del mismo modo, la incorporación de muchas de las teorías de Platón sobre el espíritu ideal o modelos invisibles de todas las cosas visibles y materiales, adaptadas más tarde por Filón a la teología hebrea, hizo que las enseñanzas cristianas de Pablo fueran aceptadas más fácilmente entre los griegos occidentales.
Fue aquí en Rimón donde Todán oyó hablar por primera vez del evangelio del reino; más tarde llevaría este mensaje hasta la Mesopotamia y mucho más allá. El se contó entre los primeros predicadores que llevaron la buena nueva a los que moraban más allá del Eufrates.
Aunque muchos de los ciudadanos de Rimón se convirtieron en creyentes de las enseñanzas de Jesús, en años posteriores crearon muchos problemas para sus hermanos. Es muy difícil convertir, en el corto espacio de una sola generación, a los que adoran la naturaleza en miembros plenos de una hermandad que adora un ideal espiritual.
Muchas de las mejores ideas babilónicas y persas sobre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el tiempo y la eternidad, fueron incorporadas más tarde en las doctrinas del así llamado cristianismo, y este hecho hizo que las enseñanzas cristianas resultaran más fácilmente aceptables entre los pueblos del Cercano Oriente. Del mismo modo, la incorporación de muchas de las teorías de Platón sobre el espíritu ideal o modelos invisibles de todas las cosas visibles y materiales, adaptadas más tarde por Filón a la teología hebrea, hizo que las enseñanzas cristianas de Pablo fueran aceptadas más fácilmente entre los griegos occidentales.
Fue aquí en Rimón donde Todán oyó hablar por primera vez del evangelio del reino; más tarde llevaría este mensaje hasta la Mesopotamia y mucho más allá. El se contó entre los primeros predicadores que llevaron la buena nueva a los que moraban más allá del Eufrates.
La primera gira de predicación en galilea.
LA PRIMERA gira de predicación pública en Galilea comenzó el domingo
18 de enero del año 28 d. de J.C. y prosiguió aproximadamente por dos
meses, finalizando con el retorno a Capernaum el 17 de marzo. En esta
gira Jesús y los doce apóstoles, con la asistencia de los ex apóstoles
de Juan, predicaron el evangelio y bautizaron a los creyentes en Rimón,
Jotapata, Ramá, Zabulón, Irón, Giscala, Corazín, Madón, Caná, Naín y
Endor. En estas ciudades se detuvieron para enseñar, mientras que en
muchas otras de las ciudades más pequeñas, proclamaron el evangelio del
reino mientras pasaban por éstas.
Fue ésta la primera vez cuando Jesús permitió a sus asociados predicar sin restricciones. Durante el curso de esa gira, les llamó la atención en tres ocasiones solamente; les advirtió que se mantuvieran lejos de Nazaret y que fueran discretos al pasar por Capernaum y Tiberias. Fue fuente de gran satisfacción para los apóstoles tener por fin la libertad de predicar y enseñar sin restricciones, y se volcaron con gran entusiasmo y gozo a la tarea de predicar el evangelio, ministrando a los enfermos y bautizando a los creyentes.
Fue ésta la primera vez cuando Jesús permitió a sus asociados predicar sin restricciones. Durante el curso de esa gira, les llamó la atención en tres ocasiones solamente; les advirtió que se mantuvieran lejos de Nazaret y que fueran discretos al pasar por Capernaum y Tiberias. Fue fuente de gran satisfacción para los apóstoles tener por fin la libertad de predicar y enseñar sin restricciones, y se volcaron con gran entusiasmo y gozo a la tarea de predicar el evangelio, ministrando a los enfermos y bautizando a los creyentes.
lunes, 12 de noviembre de 2012
Domingo por la madrugada.
Tampoco Jesús durmió mucho este sábado por la noche. Se daba cuenta
de que el mundo estaba lleno de sufrimiento físico y repleto de
dificultades materiales, y discurría el grave peligro de verse obligado a
dedicar mucho de su tiempo al cuidado de los enfermos y afligidos, que
su misión de establecimiento del reino espiritual en el corazón de los
hombres habría de sufrir interferencias o por lo menos se subordinaría
al ministerio de las cosas materiales. Por estos pensamientos y otros
similares que ocupaban la mente mortal de Jesús durante la noche, se
levantó el domingo por la mañana mucho antes del amanecer y se fue a
solas a uno de sus sitios favoritos para comunicarse con su Padre. El
tema de la oración de Jesús esta madrugada era pedir sabiduría y juicio
suficientes para refrenar su compasión humana en combinación con su misericordia
divina, conmoverse tanto en presencia del sufrimiento mortal que lo
llevara a dedicar todo su tiempo al ministerio físico, descuidando el
ministerio espiritual. Aunque no deseaba evitar por completo el
ministerio a los enfermos, sabía que también tenía que hacer el trabajo
más importante de la enseñanza espiritual y la capacitación religiosa.
Jesús iba tan a menudo a las colinas para orar porque no había allí cuartos privados que se adecuaran a su devoción personal.
Pedro no pudo dormir esa noche; por eso, muy temprano, poco después de que Jesús se había ido a orar, despertó a Santiago y a Juan, y los tres se fueron a buscar al Maestro. Después de buscarlo por más de una hora lo encontraron y le rogaron que les explicara la razón de su extraña conducta. Deseaban saber por qué parecía estar preocupado por la erupción espectacular del espíritu de curación, mientras que todo el mundo estaba tan lleno de dicha y los apóstoles tanto se regocijaban.
Por más de cuatro horas trató Jesús de explicar a estos tres apóstoles lo que había ocurrido. Les enseñó lo que había acontecido y les explicó los peligros de tales manifestaciones. Jesús les dijo en confianza el motivo por el cual había salido a orar. Trató de aclararles a sus asociados personales las razones reales de por qué el reino del Padre no se podía construir sobre la base de portentos y curaciones físicas. Pero ellos no podían comprender sus enseñanzas.
Mientras tanto, temprano por la mañana del domingo, otras multitudes de almas afligidas y muchos curiosos empezaron a congregarse alrededor de la casa de Zebedeo. Clamaban que querían ver a Jesús. Andrés y los apóstoles estaban tan perplejos que, mientras Simón el Zelote hablaba a la asamblea, Andrés, con varios de sus asociados, fue a buscar a Jesús. Cuando Andrés hubo ubicado a Jesús en compañía de los tres, dijo: «Maestro, ¿por qué nos dejas solos con la multitud? He aquí que todos los hombres te buscan; nunca antes tantos han buscado tus enseñanzas. Aun en este momento la casa está rodeada de los que han venido de lejos y de cerca por tus obras poderosas. ¿Es que no vas a volver con nosotros para ministrar a ellos?»
Cuando Jesús escuchó esto, contestó: «Andrés, ¿acaso no te enseñé a ti y a estos otros que mi misión en la tierra es la revelación del Padre, y mi mensaje, la proclamación del reino del cielo? ¿Cómo puede ser pues que quieras que yo me desvíe de mi misión para gratificar a los curiosos y para satisfacer a los que buscan signos y portentos? ¿Acaso no hemos estado entre estas gentes durante todos estos meses? ¿Acaso han venido ellos antes en multitudes para escuchar la buena nueva del reino? ¿Por qué vienen ahora a importunarnos? ¿No buscan acaso curar su cuerpo físico en vez de regocijarse porque han recibido la verdad espiritual para la salvación de su alma? Cuando los hombres son atraídos a nosotros por manifestaciones extraordinarias, muchos de ellos vienen buscando, no la verdad y la salvación, sino más bien la curación de sus dolencias físicas y la redención de sus dificultades materiales.
«Durante todo este tiempo estuve en Capernaum, y tanto en la sinagoga como junto al mar he proclamado la buena nueva del reino a todos los que tenían oídos para escuchar y corazón para recibir la verdad. No es la voluntad de mi Padre que vuelva contigo para ocuparme de estos curiosos ni que me dedique al ministerio de las cosas materiales con exclusión de las espirituales. Os he ordenado para que prediquéis el evangelio y para que ministréis a los enfermos, pero no debo dedicar todos mis esfuerzos a sanar cuerpos, en vez de enseñar la verdad. No, Andrés, no voy a volver contigo. Vete y dile a la gente que crean en lo que les hemos enseñado y que se regocijen en la libertad de los hijos de Dios, y prepara las cosas para nuestra partida a las otras ciudades de Galilea, donde ya ha sido preparado el camino para la predicación de la buena nueva del reino. Con este propósito vine yo del Padre. Vete pues, y prepara nuestra partida inmediata, y yo aguardaré aquí tu retorno».
Cuando Jesús hubo hablado, Andrés y sus compañeros apóstoles tristemente se encaminaron de vuelta a la casa de Zebedeo, despidieron a la multitud reunida y rápidamente se prepararon para el viaje, como Jesús les había mandado. Así pues, por la tarde del domingo 18 de enero del año 28 d. de J.C., Jesús y los apóstoles comenzaron su primera gira realmente pública y abierta de predicación en las ciudades de Galilea. Durante esta primera gira predicaron el evangelio del reino en muchas ciudades, pero no visitaron a Nazaret.
Ese domingo por la tarde, poco después de que Jesús y sus apóstoles partieron en dirección a Rimón, sus hermanos Santiago y Judá vinieron a visitarlo, presentándose en la casa de Zebedeo. Alrededor del mediodía de ese día Judá había buscado a su hermano Santiago e insistido en que fueran a ver a Jesús. Pero cuando Santiago finalmente consintió en ir con Judá, Jesús ya había partido.
Los apóstoles lamentaban abandonar el ambiente de gran interés que había surgido en Capernaum. Pedro calculaba que no menos de mil creyentes pudieron haber sido bautizados en el reino. Jesús les escuchó pacientemente, pero no consintió en volver. Prevaleció el silencio por un rato, y luego Tomás se dirigió a sus compañeros apóstoles diciendo: «¡Vamos! El Maestro ha hablado. No importa que no comprendamos plenamente los misterios del reino de los cielos, pues una cosa es segura: Seguimos a un maestro que no busca la gloria para sí mismo». Y a regañadientes salieron para predicar la buena nueva en las ciudades de Galilea.
Pedro no pudo dormir esa noche; por eso, muy temprano, poco después de que Jesús se había ido a orar, despertó a Santiago y a Juan, y los tres se fueron a buscar al Maestro. Después de buscarlo por más de una hora lo encontraron y le rogaron que les explicara la razón de su extraña conducta. Deseaban saber por qué parecía estar preocupado por la erupción espectacular del espíritu de curación, mientras que todo el mundo estaba tan lleno de dicha y los apóstoles tanto se regocijaban.
Por más de cuatro horas trató Jesús de explicar a estos tres apóstoles lo que había ocurrido. Les enseñó lo que había acontecido y les explicó los peligros de tales manifestaciones. Jesús les dijo en confianza el motivo por el cual había salido a orar. Trató de aclararles a sus asociados personales las razones reales de por qué el reino del Padre no se podía construir sobre la base de portentos y curaciones físicas. Pero ellos no podían comprender sus enseñanzas.
Mientras tanto, temprano por la mañana del domingo, otras multitudes de almas afligidas y muchos curiosos empezaron a congregarse alrededor de la casa de Zebedeo. Clamaban que querían ver a Jesús. Andrés y los apóstoles estaban tan perplejos que, mientras Simón el Zelote hablaba a la asamblea, Andrés, con varios de sus asociados, fue a buscar a Jesús. Cuando Andrés hubo ubicado a Jesús en compañía de los tres, dijo: «Maestro, ¿por qué nos dejas solos con la multitud? He aquí que todos los hombres te buscan; nunca antes tantos han buscado tus enseñanzas. Aun en este momento la casa está rodeada de los que han venido de lejos y de cerca por tus obras poderosas. ¿Es que no vas a volver con nosotros para ministrar a ellos?»
Cuando Jesús escuchó esto, contestó: «Andrés, ¿acaso no te enseñé a ti y a estos otros que mi misión en la tierra es la revelación del Padre, y mi mensaje, la proclamación del reino del cielo? ¿Cómo puede ser pues que quieras que yo me desvíe de mi misión para gratificar a los curiosos y para satisfacer a los que buscan signos y portentos? ¿Acaso no hemos estado entre estas gentes durante todos estos meses? ¿Acaso han venido ellos antes en multitudes para escuchar la buena nueva del reino? ¿Por qué vienen ahora a importunarnos? ¿No buscan acaso curar su cuerpo físico en vez de regocijarse porque han recibido la verdad espiritual para la salvación de su alma? Cuando los hombres son atraídos a nosotros por manifestaciones extraordinarias, muchos de ellos vienen buscando, no la verdad y la salvación, sino más bien la curación de sus dolencias físicas y la redención de sus dificultades materiales.
«Durante todo este tiempo estuve en Capernaum, y tanto en la sinagoga como junto al mar he proclamado la buena nueva del reino a todos los que tenían oídos para escuchar y corazón para recibir la verdad. No es la voluntad de mi Padre que vuelva contigo para ocuparme de estos curiosos ni que me dedique al ministerio de las cosas materiales con exclusión de las espirituales. Os he ordenado para que prediquéis el evangelio y para que ministréis a los enfermos, pero no debo dedicar todos mis esfuerzos a sanar cuerpos, en vez de enseñar la verdad. No, Andrés, no voy a volver contigo. Vete y dile a la gente que crean en lo que les hemos enseñado y que se regocijen en la libertad de los hijos de Dios, y prepara las cosas para nuestra partida a las otras ciudades de Galilea, donde ya ha sido preparado el camino para la predicación de la buena nueva del reino. Con este propósito vine yo del Padre. Vete pues, y prepara nuestra partida inmediata, y yo aguardaré aquí tu retorno».
Cuando Jesús hubo hablado, Andrés y sus compañeros apóstoles tristemente se encaminaron de vuelta a la casa de Zebedeo, despidieron a la multitud reunida y rápidamente se prepararon para el viaje, como Jesús les había mandado. Así pues, por la tarde del domingo 18 de enero del año 28 d. de J.C., Jesús y los apóstoles comenzaron su primera gira realmente pública y abierta de predicación en las ciudades de Galilea. Durante esta primera gira predicaron el evangelio del reino en muchas ciudades, pero no visitaron a Nazaret.
Ese domingo por la tarde, poco después de que Jesús y sus apóstoles partieron en dirección a Rimón, sus hermanos Santiago y Judá vinieron a visitarlo, presentándose en la casa de Zebedeo. Alrededor del mediodía de ese día Judá había buscado a su hermano Santiago e insistido en que fueran a ver a Jesús. Pero cuando Santiago finalmente consintió en ir con Judá, Jesús ya había partido.
Los apóstoles lamentaban abandonar el ambiente de gran interés que había surgido en Capernaum. Pedro calculaba que no menos de mil creyentes pudieron haber sido bautizados en el reino. Jesús les escuchó pacientemente, pero no consintió en volver. Prevaleció el silencio por un rato, y luego Tomás se dirigió a sus compañeros apóstoles diciendo: «¡Vamos! El Maestro ha hablado. No importa que no comprendamos plenamente los misterios del reino de los cielos, pues una cosa es segura: Seguimos a un maestro que no busca la gloria para sí mismo». Y a regañadientes salieron para predicar la buena nueva en las ciudades de Galilea.
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