Esta gente creía en los signos; era una
generación buscadora de milagros. Ya por esta época el pueblo de la
Galilea central y meridional asociaba a Jesús y su ministerio personal
con actuaciones milagrosas. Cientos y cientos de personas honestas que
sufrían de desórdenes puramente nerviosos y estaban afligidas por
trastornos emocionales acudían ante Jesús y luego volvían a su casa,
anunciando a sus amigos que Jesús los había curado. Y estos casos de
curación mental eran considerados por estos seres, de mente simple, como
curaciones físicas, curas milagrosas.
Cuando Jesús se alejó de Caná en dirección a
Naín, lo siguió una gran multitud de creyentes y curiosos. Estaban
decididos a presenciar milagros y maravillas, y no estaban dispuestos a
ser desilusionados. Al acercarse Jesús y sus apóstoles a las puertas de
la ciudad, se toparon con una procesión fúnebre que se dirigía al
cementerio cercano, y que llevaba al hijo único de una madre viuda de
Naín. Esta mujer era muy respetada, y la mitad de la gente de la aldea
seguía la procesión fúnebre de este muchacho supuestamente muerto.
Cuando la procesión fúnebre llegó adonde Jesús y sus seguidores, la
viuda y sus amigos reconocieron al Maestro y le suplicaron que volviera
el hijo a la vida. A tal punto había llegado su expectativa de milagros
que creían que Jesús podía curar cualquier enfermedad humana y, ¿por qué
no podría semejante sanador levantar a los muertos? Así pues
importunado, Jesús se adelantó y, levantando la tapa del ataúd, examinó
al muchacho. Descubrió así que el joven no estaba verdaderamente muerto,
y percibió la tragedia que su presencia podía evitar. Por eso se
dirigió a la madre, y le dijo: «No llores. Tu hijo no está muerto. Está
dormido, volverá a tus brazos». Y tomando al joven de la mano le dijo:
«Despiértate y levántate». Y el joven supuestamente muerto se levantó y
comenzó a hablar, y Jesús los envió de vuelta a sus hogares.
En vano intentó Jesús sosegar a la
multitud, en vano intentó explicarles que el muchacho no estaba muerto,
que él no le había devuelto la vida; no hubo caso. La multitud que le
seguía, y toda la aldea de Naín, había llegado al máximo nivel de
frenesí emocional. Muchos estaban dominados por el temor, otros por el
pánico, mientras otros caían de rodillas para rezar y llorar por sus
pecados. Fue imposible dispersar a la clamorosa multitud hasta mucho
después de la caída de la noche. Naturalmente, a pesar de que Jesús les
había dicho que el muchacho no estaba muerto, todos insistían que se
había producido un milagro, que aun había levantado a un muerto. Aunque
Jesús les dijo que el muchacho había caído simplemente en un sueño
profundo, explicaron que esa era la forma de expresarse de Jesús y
llamaron la atención sobre el hecho de que él siempre trataba de ocultar
sus milagros con gran modestia.
Así pues, se corrió la nueva por toda
Galilea y Judea de que Jesús había rescatado de la muerte al hijo de la
viuda, y muchos de los que oyeron este relato, creyeron que era
verídico. Jesús jamás pudo convencer plenamente ni siquiera a sus
apóstoles de que el hijo de la viuda no estaba realmente muerto cuando
le ordenó que se despertara y se levantara. Pero sí los impresionó
bastante para tener por efecto de que no incluyeron este episodio en las
narraciones subsiguientes, excepto Lucas, que narró este episodio tal
como le fuera relatado. Otra vez fue tan asediado Jesús por sus virtudes
médicas que partió al día siguiente temprano camino a Endor.