En la mañana del viernes de esta misma
semana, al estar Jesús enseñando junto al lago, la multitud tanto se le
fue acercando que prácticamente lo empujó hasta la orilla misma;
entonces llamó Jesús con un gesto a unos pescadores que estaban cerca de
allí en una barca, para que fueran a rescatarlo. Subiendo a la barca,
continuó pues enseñando a la multitud congregada más de dos horas. La
barca llevaba el nombre de «Simón», habiendo sido anteriormente la barca
de pesca de Simón Pedro, la cual había sido construida por Jesús mismo.
Esta mañana usaban la barca David Zebedeo y dos de sus socios, que
acababan de volver después de una noche de pesca infructuosa en el lago.
Estaban limpiando y remendando sus redes cuando Jesús los llamó a que
lo ayudaran.
Cuando terminó Jesús de enseñar a las
gentes, dijo a David: «Como hubisteis de interrumpir vuestro trabajo
para acudir en mi ayuda, dejadme ahora trabajar con vosotros. Vamos a
pescar. Vayamos allí, donde las aguas son profundas, y arrojad las
redes». Pero Simón, uno de los ayudantes de David, respondió: «Maestro, no vale la pena. Trabajamos toda la noche, y
nada pescamos. Sin embargo, si es tu voluntad, iremos a donde es hondo y
arrojaremos las redes». Simón estuvo dispuesto a seguir las
instrucciones de Jesús porque su amo David así se lo indicó con un
gesto. Cuando llegaron al sitio señalado por Jesús, arrojaron las redes y
juntaron tal cantidad de peces que temían que se rompieran las redes,
tanto que llamaron a sus asociados que estaban en la costa para que
vinieran a ayudarlos. Cuando hubieron cargado las tres barcas de tal
cantidad de peces que estaban a punto de hundirse, este Simón se arrojó a
los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Maestro, porque soy un
pecador». Simón y todos los demás estaban asombrados por la abundancia
de peces. Desde ese día, David Zebedeo, este Simón y sus asociados
abandonaron sus redes y siguieron a Jesús.
Pero no había sido ésta en ningún sentido
una pesca milagrosa. Jesús era un observador atento de la naturaleza;
era, a la vez, un pescador experto y conocía los hábitos de los peces en
el Mar de Galilea. En esta ocasión, se limitó a señalar a estos hombres
el sitio al que generalmente convergían los peces a esa hora del día.
Pero los seguidores de Jesús siempre lo consideraban un milagro.