En Irón, al igual que en muchas otras de las
ciudades aun más pequeñas de Galilea y Judea, había una sinagoga, y
durante los primeros tiempos del ministerio de Jesús era su costumbre
hablar en estas sinagogas los sábados. A veces, hablaba durante el
oficio matutino, mientras que Pedro u otro de los apóstoles predicaba
por la tarde. Jesús y los apóstoles también predicaban y enseñaban
frecuentemente en las asambleas vespertinas de la sinagoga durante los
días de semana. Aunque el antagonismo de los líderes religiosos de
Jerusalén contra Jesús había crecido, no ejercían éstos control directo
sobre las sinagogas fuera de Jerusalén. Sólo mucho más tarde en el
ministerio público de Jesús consiguieron ellos crear tan extenso
sentimiento en contra de él, que prácticamente todas las sinagogas
cerraron sus puertas a sus enseñanzas. Pero en este momento todas las
sinagogas de Galilea y Judea estaban abiertas a él.
Irón era un centro minero importante para
ese entonces y puesto que Jesús no había compartido jamás la vida de un
minero, pasó la mayor parte de su estadía en Irón, en las minas.
Mientras los apóstoles visitaban los hogares y predicaban en los lugares
públicos, Jesús trabajó en las minas con estos obreros subterráneos. La
fama de Jesús como curador se había divulgado hasta esta remota aldea, y
muchos enfermos y afligidos buscaron la ayuda de sus manos, y muchos se
beneficiaron por su ministerio curador. Pero el Maestro no hizo allí
los llamados milagros, en ninguno de estos casos, excepto en el del
leproso.
Al finalizar la tarde del tercer día en
Irón, camino de regreso de las minas, pasó Jesús por casualidad por una
angosta calle lateral en dirección a su hospedaje. Se acercaba a la
escuálida choza de cierto leproso, cuando éste, conociendo la fama
sanadora de Jesús, se atrevió a acercársele cuando pasaba por su puerta
diciendo mientras se arrodillaba ante él: «Señor, si tan sólo quisieras,
podrías hacerme limpio. Escuché el mensaje de tus instructores y
querría entrar al reino si pudieras hacerme limpio». Así habló el
leproso, porque entre los judíos, los leprosos no podían concurrir a la
sinagoga ni participar de otra manera en la adoración pública. Este
hombre creía realmente que no se le aceptaría en el reino venidero a
menos que curara su lepra. Y cuando Jesús vio su aflicción y oyó sus
palabras de fe perseverante, se conmovió su corazón humano, y la mente
divina se llenó de compasión. Mientras Jesús lo contemplaba, el hombre
cayó de bruces y adoró. Entonces tendió el Maestro la mano y, tocándolo,
dijo: «Lo quiero —quedas limpio». Y el enfermo sanó de inmediato; la
lepra no más le afligía.
Jesús lo ayudó a incorporarse, luego le
advirtió: «No hables con nadie de esta curación más bien vete y ocúpate
tranquilamente de atender tus asuntos, preséntate ante el sacerdote y
ofrece los sacrificios mandados por Moisés en testimonio de tu
limpieza». Pero este hombre no cumplió con las instrucciones de Jesús.
Corrió en cambio por las calles de la aldea proclamando que Jesús le
había curado la lepra, y puesto que todos lo conocían, pudieron ver
claramente que estaba limpio de su enfermedad. No fue adonde los
sacerdotes como Jesús le había exhortado. Tanto se corrió la voz de esta
nueva curación por el relato de este hombre, que el Maestro estuvo tan asediado por los enfermos que se vio
forzado a levantarse temprano la mañana siguiente y partir de la aldea.
Aunque no volvió Jesús a esa ciudad, permaneció en las afueras por dos
días, cerca de las minas, enseñando el evangelio del reino a los mineros
creyentes.
Esta limpieza del leproso fue el primero de
los así llamados milagros que Jesús hubiera realizado intencional y
deliberadamente hasta ese momento. Era un caso auténtico de lepra.
Desde Irón fueron a Giscala pasando allí
dos días en la proclamación del evangelio y luego pasaron a Corazín
donde estuvieron casi una semana predicando la buena nueva; pero no
consiguieron ganar muchos creyentes para el reino en Corazín. Nunca
había tropezado Jesús, con un rechazo tan general de su mensaje en el
curso de sus enseñanzas. La estadía en Corazín fue muy deprimente para
la mayoría de los apóstoles, y Andrés y Abner tuvieron dificultades para
conseguir que sus asociados no perdieran la valentía. Así pues, pasando
silenciosamente por Capernaum, fueron a la aldea de Madón, donde no
tuvieron mucho más éxito. Prevalecía en la mente de la mayoría de
apóstoles la idea de que no habían logrado éxito en estas ciudades
recientemente visitadas porque Jesús insistía que, en sus enseñanzas y
predicaciones, no debían referirse a él como curador de enfermos. ¡Cómo
deseaban que limpiara a otro leproso o manifestara de alguna otra manera
su poder, para atraer la atención de la gente! Pero el Maestro se
mantuvo impertérrito ante sus ruegos sinceros.