Durante toda la noche que siguió a esta gran explosión de curación,
la multitud regocijante y dichosa invadió la casa de Zebedeo, y los
apóstoles de Jesús llegaron al nivel más alto posible de entusiasmo
emotivo. Desde un punto de vista humano, éste fue probablemente el día
más grande de todos los días inolvidables de la asociación de ellos con
Jesús. Nunca antes ni después pudo su esperanza alcanzar tales alturas
de confianza expectativa. Unos pocos días antes les había dicho Jesús
cuando aún se encontraban en Samaria, que ya había llegado la hora de la
proclamación del reino en pleno poderío, y ahora habían
contemplado sus ojos lo que suponían el cumplimiento de esta promesa. Se
estremecían imaginando lo que estaba por venir, si esta extraordinaria
manifestación de poder curativo era tan sólo el comienzo. Desapareció
por completo toda incertidumbre sobre la divinidad de Jesús. Estaban
literalmente embriagados de éxtasis, como bajo un encantamiento.
Pero cuando buscaron a Jesús, no pudieron
hallarlo. El Maestro estaba muy turbado por lo que había ocurrido. Estos
hombres, mujeres y niños que habían sido curados de sus diversas
enfermedades se quedaron hasta tarde en la noche, esperando el regreso
de Jesús para expresarle su gratitud. Los apóstoles no podían entender
la conducta del Maestro a medida que pasaban las horas y él permanecía
en reclusión; la dicha de ellos habría sido plena y perfecta si no
hubiera sido por su ausencia continuada. Cuando regresó Jesús entre
ellos, ya era tarde, y prácticamente todos los beneficiarios del
episodio de curación se habían vuelto a su casa. Jesús rechazó las
congratulaciones y la adoración de los doce y de los otros que se habían
quedado para saludarlo, diciendo tan sólo: «No os regocijéis de que mi
Padre tiene el poder para curar el cuerpo, sino más bien de que tiene la
fuerza para salvar el alma. Vayamos a descansar, porque mañana tenemos
que ocuparnos de los asuntos del Padre».
Nuevamente, doce hombres desilusionados,
perplejos y con el corazón lleno de pena fueron a su descanso; pocos
entre ellos, excepto los gemelos, durmieron mucho esa noche. Tan pronto
como el Maestro hacía algo que les alegraba el alma y les regocijaba el
corazón, inmediatamente después hacía añicos la esperanza de los
apóstoles y destruía completamente los cimientos de su coraje y
entusiasmo. Al mirarse entre sí estos pescadores perplejos, sólo tenían
un pensamiento: «No podemos comprenderlo. ¿Qué es lo que significa todo
esto?»