«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 4 de noviembre de 2012

En el campamento cerca de Pella.

A fines de diciembre se trasladaron cerca del Jordán, a la altura de Pella, donde reanudaron la enseñanza y la predicación. Tanto judíos como gentiles acudían a este campamento para escuchar el evangelio. Una tarde, mientras Jesús estaba enseñando a la multitud, algunos amigos íntimos de Juan trajeron al Maestro el último mensaje que habría de recibir de Juan.       
Juan llevaba un año y medio en prisión, y la mayor parte de este tiempo Jesús había trabajado muy silenciosamente; por consiguiente no era extraño que Juan se preguntara qué pasaba con el reino. Los amigos de Juan interrumpieron las enseñanzas de Jesús para decir: «Juan el Bautista nos envía a que te preguntemos —¿eres de veras el Liberador, o hemos de buscar a otro?»
      
Jesús hizo una pausa para decir a los amigos de Juan: «Volved y decid a Juan que él no ha sido olvidado. Decidle lo que habéis visto y oído, que se predican buenas nuevas a los pobres». Tras hablar con los mensajeros de Juan, Jesús se volvió nuevamente hacia la multitud y dijo: «No penséis que Juan duda acerca del evangelio del reino. Pregunta tan sólo para reconfortar a sus discípulos, que son también mis discípulos. No es que Juan sea débil. Dejadme preguntaros, a vosotros que habéis escuchado a Juan predicar, antes de que Herodes lo encarcelara: qué contemplasteis en Juan —¿una rama sacudida por el viento? ¿Un hombre caprichoso, en vestimenta suave? En general, quienes viven con ricas vestiduras y entre lujos están en las cortes de los reyes y en las mansiones de los ricos. Pero ¿qué visteis cuando contemplabais a Juan? ¿Un profeta? Sí, yo os digo, y mucho más que un profeta. De Juan estaba escrito: `He aquí, yo envío a mi mensajero; él preparará el camino delante de ti'».
      
«De cierto, de cierto os digo, que entre los nacidos de mujer no hay nadie más grande que Juan el Bautista; sin embargo el más insignificante en el reino del cielo es más grande porque ha nacido del espíritu y sabe que se ha convertido en hijo de Dios».
      
Muchos de los que escucharon a Jesús ese día se sometieron al bautismo de Juan, declarando de este modo públicamente la entrada al reino. Y los apóstoles de Juan permanecieron firmemente unidos a Jesús desde ese día en adelante. Este acontecimiento marcó la verdadera unión de los seguidores de Juan y de Jesús.
      
Después de que los mensajeros hubieron conversado con Abner, partieron hacia Macaerus para relatar todo esto a Juan. Las palabras de Jesús y el mensaje de Abner lo reconfortaron y fortalecieron su fe.
      
Esa tarde Jesús continuó enseñando: «¿Con quién pues compararé esta generación? Muchos de entre vosotros no queréis recibir el mensaje de Juan ni mis enseñanzas. Sois como chiquillos que juegan en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: `os hemos tocado la flauta y no habéis bailado; hemos gemido y no habéis llorado'. Así pues sois, algunos entre vosotros. Vino Juan que no comía ni bebía, y ellos dijeron que tenía al demonio. Vino el Hijo del Hombre que come y bebe, y esta misma gente dicen: `¡He aquí un comilón y un bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores!' En verdad la sabiduría la justifican sus hijos.
      
«Parecería que el Padre en el cielo hubiese ocultado de los sabios y orgullosos algunas de estas verdades, revelándoselas en cambio a los chiquillos. Pero el Padre hace todas las cosas bien; el Padre se revela al universo con métodos de su propia elección. Venid pues todos vosotros que laboráis y lleváis pesadas cargas y encontraréis descanso para vuestras almas. Aceptad el yugo divino, y experimentaréis la paz de Dios, que está más allá de toda comprensión».