Pedro no pudo dormir esa noche; por eso, muy temprano, poco después de que Jesús se había ido a orar, despertó a Santiago y a Juan, y los tres se fueron a buscar al Maestro. Después de buscarlo por más de una hora lo encontraron y le rogaron que les explicara la razón de su extraña conducta. Deseaban saber por qué parecía estar preocupado por la erupción espectacular del espíritu de curación, mientras que todo el mundo estaba tan lleno de dicha y los apóstoles tanto se regocijaban.
Por más de cuatro horas trató Jesús de explicar a estos tres apóstoles lo que había ocurrido. Les enseñó lo que había acontecido y les explicó los peligros de tales manifestaciones. Jesús les dijo en confianza el motivo por el cual había salido a orar. Trató de aclararles a sus asociados personales las razones reales de por qué el reino del Padre no se podía construir sobre la base de portentos y curaciones físicas. Pero ellos no podían comprender sus enseñanzas.
Mientras tanto, temprano por la mañana del domingo, otras multitudes de almas afligidas y muchos curiosos empezaron a congregarse alrededor de la casa de Zebedeo. Clamaban que querían ver a Jesús. Andrés y los apóstoles estaban tan perplejos que, mientras Simón el Zelote hablaba a la asamblea, Andrés, con varios de sus asociados, fue a buscar a Jesús. Cuando Andrés hubo ubicado a Jesús en compañía de los tres, dijo: «Maestro, ¿por qué nos dejas solos con la multitud? He aquí que todos los hombres te buscan; nunca antes tantos han buscado tus enseñanzas. Aun en este momento la casa está rodeada de los que han venido de lejos y de cerca por tus obras poderosas. ¿Es que no vas a volver con nosotros para ministrar a ellos?»
Cuando Jesús escuchó esto, contestó: «Andrés, ¿acaso no te enseñé a ti y a estos otros que mi misión en la tierra es la revelación del Padre, y mi mensaje, la proclamación del reino del cielo? ¿Cómo puede ser pues que quieras que yo me desvíe de mi misión para gratificar a los curiosos y para satisfacer a los que buscan signos y portentos? ¿Acaso no hemos estado entre estas gentes durante todos estos meses? ¿Acaso han venido ellos antes en multitudes para escuchar la buena nueva del reino? ¿Por qué vienen ahora a importunarnos? ¿No buscan acaso curar su cuerpo físico en vez de regocijarse porque han recibido la verdad espiritual para la salvación de su alma? Cuando los hombres son atraídos a nosotros por manifestaciones extraordinarias, muchos de ellos vienen buscando, no la verdad y la salvación, sino más bien la curación de sus dolencias físicas y la redención de sus dificultades materiales.
«Durante todo este tiempo estuve en Capernaum, y tanto en la sinagoga como junto al mar he proclamado la buena nueva del reino a todos los que tenían oídos para escuchar y corazón para recibir la verdad. No es la voluntad de mi Padre que vuelva contigo para ocuparme de estos curiosos ni que me dedique al ministerio de las cosas materiales con exclusión de las espirituales. Os he ordenado para que prediquéis el evangelio y para que ministréis a los enfermos, pero no debo dedicar todos mis esfuerzos a sanar cuerpos, en vez de enseñar la verdad. No, Andrés, no voy a volver contigo. Vete y dile a la gente que crean en lo que les hemos enseñado y que se regocijen en la libertad de los hijos de Dios, y prepara las cosas para nuestra partida a las otras ciudades de Galilea, donde ya ha sido preparado el camino para la predicación de la buena nueva del reino. Con este propósito vine yo del Padre. Vete pues, y prepara nuestra partida inmediata, y yo aguardaré aquí tu retorno».
Cuando Jesús hubo hablado, Andrés y sus compañeros apóstoles tristemente se encaminaron de vuelta a la casa de Zebedeo, despidieron a la multitud reunida y rápidamente se prepararon para el viaje, como Jesús les había mandado. Así pues, por la tarde del domingo 18 de enero del año 28 d. de J.C., Jesús y los apóstoles comenzaron su primera gira realmente pública y abierta de predicación en las ciudades de Galilea. Durante esta primera gira predicaron el evangelio del reino en muchas ciudades, pero no visitaron a Nazaret.
Ese domingo por la tarde, poco después de que Jesús y sus apóstoles partieron en dirección a Rimón, sus hermanos Santiago y Judá vinieron a visitarlo, presentándose en la casa de Zebedeo. Alrededor del mediodía de ese día Judá había buscado a su hermano Santiago e insistido en que fueran a ver a Jesús. Pero cuando Santiago finalmente consintió en ir con Judá, Jesús ya había partido.
Los apóstoles lamentaban abandonar el ambiente de gran interés que había surgido en Capernaum. Pedro calculaba que no menos de mil creyentes pudieron haber sido bautizados en el reino. Jesús les escuchó pacientemente, pero no consintió en volver. Prevaleció el silencio por un rato, y luego Tomás se dirigió a sus compañeros apóstoles diciendo: «¡Vamos! El Maestro ha hablado. No importa que no comprendamos plenamente los misterios del reino de los cielos, pues una cosa es segura: Seguimos a un maestro que no busca la gloria para sí mismo». Y a regañadientes salieron para predicar la buena nueva en las ciudades de Galilea.