Alrededor del primero de octubre, Felipe y
algunos de los otros apóstoles estaban en una aldea cercana comprando
alimentos, cuando se encontraron con algunos de los apóstoles de Juan el
Bautista. Como resultado de este encuentro casual en el mercado se
reunieron por tres semanas, en el campamento de Gilboa, los apóstoles de
Jesús y los de Juan, porque éste recientemente había nombrado a doce de
sus líderes como apóstoles, siguiendo el ejemplo de Jesús. Juan había
hecho esto por sugerencia de Abner, jefe de sus leales seguidores. Jesús
estuvo presente en el campamento de Gilboa durante la primera semana de
esta reunión, pero se ausentó durante las dos últimas.
A principios de la segunda semana de este
mes, Abner había reunido a todos sus asociados en este campamento de
Gilboa y estaba preparado para iniciar el diálogo con los apóstoles de
Jesús. Durante tres semanas, estos veinticuatro hombres se reunieron
tres veces por día, seis días por semana. La primera semana Jesús se
mezcló con ellos entre las reuniones de la mañana, la tarde y la noche.
Los participantes deseaban que el Maestro se reuniese con ellos y
presidiese las deliberaciones conjuntas, pero se negó categóricamente
participar en sus discusiones, aunque consintió en dirigirles la palabra
en tres ocasiones. Estos discursos de Jesús a los veinticuatro trataron
de la compasión, la cooperación y la tolerancia.
Andrés y Abner presidieron
alternativamente estas reuniones conjuntas de los dos grupos
apostólicos. Estos hombres tenían muchas dificultades que discutir y
numerosos problemas que resolver. Una y otra vez llevaron sus problemas a
Jesús, pero éste se limitaba a decir: «Tan sólo me preocupan vuestros
problemas personales y puramente religiosos. Yo soy el representante del
Padre ante el individuo, no ante el grupo. Si tenéis
dificultades personales en vuestras relaciones con Dios, venid a mí, y
os escucharé y os aconsejaré para la solución de vuestro problema. Pero
si os ocupáis de coordinar divergentes interpretaciones humanas acerca
de cuestiones religiosas, así como de socializar la religión, estáis
destinados a solucionar tales problemas por vuestras propias decisiones.
No obstante, contad con mi comprensión e interés; cuando lleguéis a una
conclusión sobre estos asuntos sin importancia espiritual, os prometo
por adelantado, siempre y cuando estéis todos de acuerdo, mi aprobación
plena y mi cooperación sincera. Ahora bien, para no
estorbar vuestras deliberaciones, os dejaré por dos semanas. No os
preocupéis por mí, porque yo regresaré a vosotros. Estaré ocupado en los
asuntos de mi Padre, puesto que tenemos otros reinos además de éste».
Después de hablar así, Jesús descendió por
la montaña y no le volvieron a ver por dos semanas enteras. Y nunca
supieron donde había ido ni qué había hecho durante esos días.
Desconcertados por la ausencia del Maestro, los veinticuatro tardaron un
tiempo hasta reanudar la seria consideración de sus problemas. Al cabo
de una semana estaban sin embargo nuevamente sumergidos en sus
discusiones, y no podían recurrir a Jesús para que los ayudara.
El primer tema sobre el cual el grupo llegó
a un acuerdo fue adoptar la oración que Jesús les había enseñado
recientemente. Se aceptó por unanimidad que sería ésta la oración que
enseñarían ambos grupos de apóstoles a los creyentes.
En segundo término, se decidió que,
mientras Juan viviera, en la cárcel o fuera de cárcel ambos grupos de
doce apóstoles continuarían con su obra, y que se celebrarían reuniones
conjuntas de una semana de duración cada tres meses en sitios por
determinarse.
Pero el más grave de todos sus problemas
era la cuestión del bautismo. Sus dificultades eran tanto más serias
porque Jesús se había negado a pronunciarse sobre el tema. Finalmente se
pusieron de acuerdo: mientras viviera Juan o hasta el momento en que
modificaran todos ellos en conjunto esta decisión, sólo los apóstoles de
Juan bautizarían a los creyentes, y sólo los apóstoles de Jesús
instruirían a los nuevos discípulos. Por consiguiente, desde ese momento
hasta la muerte de Juan, dos de los apóstoles de Juan acompañaron a
Jesús y sus apóstoles para bautizar a los creyentes, ya que el concilio
conjunto había votado por unanimidad que el bautismo sería el paso
inicial para presentar un frente común en relación con los asuntos del
reino.
A continuación se decidió que, en caso de
morir Juan, sus apóstoles comparecerían ante Jesús y se someterían a su
dirección, y que ya no bautizarían a menos que recibieran autorización
de Jesús o de sus apóstoles.
Después votaron que, en caso de morir Juan,
los apóstoles de Jesús comenzarían a bautizar con agua como símbolo del
bautismo del Espíritu divino. La cuestión de si el arrepentimiento
debía vincularse o no con la predicación del bautismo, se dejó a
criterio de cada grupo; no se tomaron decisiones obligatorias. Los
apóstoles de Juan predicaban: «Arrepentíos y sed bautizados». Los
apóstoles de Jesús proclamaban: «Creed y sed bautizados».
Ésta es pues la historia del primer intento
de los seguidores de Jesús a coordinar esfuerzos divergentes,
reconciliar diferencias de opinión, organizar iniciativas de grupo,
regular las observancias externas y socializar las prácticas religiosas
personales.
Se consideraron también muchos otros
asuntos de menor importancia que fueron resueltos por unanimidad. Estos
veinticuatro hombres tuvieron una experiencia verdaderamente notable
durante estas dos semanas, al verse obligados a enfrentar problemas y
resolver dificultades sin Jesús. Aprendieron a disentir, debatir,
disputar, orar y transigir, y a ser capaces de comprender el punto de
vista ajeno y a mantener por lo menos cierto grado de tolerancia por sus
opiniones honestas.
En la tarde de la discusión final sobre los
asuntos financieros, regresó Jesús, se enteró de sus deliberaciones,
escuchó sus decisiones y dijo: «Éstas pues, son vuestras conclusiones, y
ayudaré a cada uno de vosotros a llevar a cabo el espíritu de vuestras
decisiones conjuntas».
Dos meses y medio después de esto, Juan fue
ejecutado y durante todo este período los apóstoles de Juan
permanecieron con Jesús y los doce. Todos ellos trabajaron juntos y
bautizaron a los creyentes durante esta temporada de obras en las
ciudades de la Decápolis. El campamento de Gilboa se levantó el 2 de
noviembre del año 27 d. de J.C..