«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 13 de marzo de 2012

La obra personal en Corinto.

Jesús y Ganid tuvieron muchas otras experiencias interesantes en Corinto. Tuvieron íntimas conversaciones con un gran número de personas que sacaron gran provecho de las instrucciones de Jesús.
      
Le enseñó al molinero cómo moler el grano de la verdad en el molino de la experiencia viva para que las cosas difíciles de la vida divina resultaran fácilmente aceptables aun entre los más débiles de nuestros semejantes. Jesús dijo: «Da la leche de la verdad a los que son niños en percepción espiritual. En tu ministerio viviente y amoroso sirve alimento espiritual en forma atractiva y adecuada a la capacidad receptiva de cada uno de los que te pregunten».
      
Al centurión romano le dijo: «Da al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios. El sincero servicio de Dios y el leal servicio de césar no entran en conflicto a menos que césar quiera para sí el homenaje que sólo puede ser reclamado por la Deidad. La lealtad a Dios, si lo llegas a conocer, te hará aun más leal y fiel en tu dedicación a un emperador dignó».
      
Al líder sincero del culto mitraísta le dijo: «Haces bien en buscar una religión de salvación eterna, pero yerras en ir en pos de esa gloriosa verdad entre los misterios inventados por el hombre y las filosofías humanas. ¿No sabes que el misterio de la salvación eterna habita dentro de tu propia alma? ¿No sabes que el Dios del cielo ha enviado su espíritu para vivir dentro de ti, y que este espíritu conducirá a todos los mortales amantes de la verdad y servidores de Dios allende esta vida y a través de los pórticos de la muerte hasta las alturas eternas de la luz donde Dios aguarda para recibir a sus hijos? Y no olvides nunca: vosotros los que conocéis a Dios sois los hijos de Dios si realmente anheláis ser semejantes a él.»
     
Al maestro epicúreo le dijo: «Haces bien en elegir lo mejor y apreciar lo bueno, pero ¿eres sabio si no eres capaz de discernir las grandes cosas de la vida mortal que están incorporadas en los reinos espirituales derivados de la comprensión de que Dios está presente en el corazón humano? La gran cosa de toda experiencia humana es el llegar a conocer a Dios cuyo espíritu vive dentro de vosotros y procura conducirnos por ese largo y casi interminable viaje a la presencia personal de nuestro Padre común, el Dios de toda creación, el Señor de los universos».
      
Al contratista y constructor griego le dijo: «Amigo mío, así como construyes las estructuras materiales de los hombres, erige un carácter espiritual semejante al espíritu divino dentro de tu alma. No dejes que tus éxitos como constructor temporal sobrepasen a tu logro como hijo espiritual en el reino del cielo. Al construir las mansiones temporales para otros, no dejes de asegurar tu título de propiedad a las mansiones de la eternidad para ti mismo. Recuerda siempre, existe una ciudad cuyos cimientos son la rectitud y la verdad, y cuyo constructor y hacedor es Dios».
      
Al juez romano le dijo: «Al juzgar a los hombres, recuerda que tú mismo algún día serás llevado a juicio ante el tribunal de los Gobernantes de un universo. Juzga con rectitud, incluso misericordiosamente, tal como algún día anhelarás consideración misericordiosa de las manos del Arbitro Supremo. Juzga como querrías ser juzgado bajo circunstancias similares, guíate por el espíritu de la ley, no sólo por su letra. Y así como impartes la justicia con ecuanimidad a la luz de las necesidades de los que ante ti comparecen, así tendrás el derecho de esperar justicia atemperada por la misericordia cuando en algún momento comparezcas ante el Juez de toda la tierra».
      
A la dueña de la hostería griega le dijo: «Ministra tu hospitalidad como la que recibe a los hijos del Altísimo. Eleva los esfuerzos de tu quehacer diario a los altos niveles de un verdadero arte mediante la creciente comprensión de que ministras a Dios en las personas en las que él habita por su espíritu que ha descendido para residir dentro del corazón de los hombres, para transformar de esta manera la mente y conducir el alma de ellos al conocimiento del Padre del Paraíso y de todos estos dones otorgados por el espíritu divino».
    
 Jesús tuvo muchas conversaciones con un mercader chino. Al despedirse de él, le amonestó: «Adora sólo a Dios, que es tu verdadero antepasado espiritual. Recuerda que el espíritu del Padre vive siempre dentro de ti y siempre dirige tu alma en dirección al cielo. Si sigues la guía, de que no eres consciente, de este espíritu inmortal, estarás seguro de continuar en el camino elevado del hallazgo de Dios. Y cuando hayas alcanzado al Padre en el cielo, será porque buscándole te habrás hecho cada vez más semejante a él. Así pues, adiós, Chang, pero sólo por una temporada, porque nos reuniremos nuevamente en los mundos de la luz, donde el Padre de las almas espirituales ha provisto muchas agradables escalas para los que van al Paraíso».
      
Al viajero británico le dijo: «Hermano mío, percibo que buscas la verdad, e insinúo que el espíritu del Padre de toda verdad tal vez resida dentro de ti. ¿Has probado sinceramente alguna vez a hablar con el espíritu de tu propia alma? Tal cosa es ciertamente difícil y rara vez produce la sensación consciente del éxito. Pero todo intento honesto de la mente material por comunicarse con su espíritu residente alcanza cierto éxito, a pesar de que la mayoría de tales experiencias humanas magníficas deben permanecer mucho tiempo como anotaciones superconscientes en el alma de tales mortales que conocen a Dios».
      
Al muchacho fugitivo Jesús le dijo: «Recuerda, hay dos cosas de las que no puedes escapar: de Dios y de ti mismo. Dondequiera que vayas, tu yo va contigo, asímismo va el espíritu del Padre celestial que habita dentro de tu corazón. Hijo mío, no te engañes más; ten el coraje de enfrentarte a los hechos de la vida; afiérrate a la seguridad de la filiación de Dios y la certeza de la vida eterna, como te he instruido. A partir de este día, propónte ser un hombre verdadero, un hombre decidido a encarar la vida con valentía e inteligencia».
      
Al criminal condenado le dijo en su última hora: «Hermano mío, has caído en tiempos malos. Extraviaste tu camino; te enredaste en las mallas del crimen. Al hablar contigo, bien sé que no tenías la intención de hacer lo que ahora te cuesta tu vida temporal. Pero ciertamente cometiste ese mal, y tus semejantes te han encontrado culpable; y han decidido que debes morir. Ni tú ni yo podemos negarle al estado este derecho a defenderse como le parezca apropiado. No parece haber manera alguna de que humanamente escapes al castigo por tu delito. Tus semejantes deben juzgarte por lo que has hecho, pero hay un Juez a quien puedes apelar por el perdón, y quien te juzgará por tus verdaderos móviles y tus mejores intenciones. No temas enfrentarte al juicio de Dios si tu arrepentimiento es genuino y tu fe, sincera. El hecho de que tu error acarrea la pena de muerte impuesta por el hombre, no afecta la oportunidad de tu alma para obtener justicia y misericordia ante los tribunales celestiales».
     
Jesús sostuvo muchas conversaciones íntimas con gran número de almas hambrientas, tantas que no es posible incluirlas todas aquí. Los tres viajeros disfrutaron de su estadía en Corinto. Con la excepción de Atenas, que era más famosa como centro educacional, Corinto era la ciudad más importante de Grecia en esta época romana, y su estadía de dos meses en este próspero centro comercial les ofreció la oportunidad a los tres de adquirir una experiencia valiosísima. Su estadía en esta ciudad fue una de las escalas más interesantes en su camino de regreso de Roma.
      
Gonod tenía muchos intereses en Corinto, pero finalmente completó sus transacciones, y se prepararon para embarcarse en dirección a Atenas. Viajaron en un pequeño barco que podía ser transportado por tierra de uno de los puertos de Corinto al otro, a una distancia de dieciséis kilómetros.