«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

sábado, 8 de septiembre de 2012

Las enseñanzas sobre el Padre.

Durante la estadía en Amatus, Jesús pasó mucho tiempo con los apóstoles instruyéndolos sobre el nuevo concepto de Dios; una y otra vez les repitió que Dios es un Padre, y no un contador supremo ocupado principalmente en asentar en los libros los pecados y el mal de sus hijos descarriados en la tierra, la computación de sus maldades, para usarlos luego contra ellos al abrir juicio como justo Juez de toda la creación. Los judíos habían concebido desde hacía mucho tiempo a Dios como el rey de todos, aun como el Padre de la nación, pero nunca antes habían contemplado grandes números de hombres mortales la idea de Dios como Padre amante de cada individuo.
      
En respuesta a la pregunta de Tomás: «¿Quién es este Dios del reino?» Jesús replicó: «Dios es tu Padre, y la religión —mi evangelio— no es ni más ni menos que el reconocimiento creyente de la verdad de que tú eres su hijo. Y yo estoy aquí entre vosotros en la carne para iluminar con mi vida y enseñanzas estas dos ideas».
      
También trató Jesús de liberar la mente de sus apóstoles de la idea de ofrecer sacrificios de animales como deber religioso. Pero estos hombres, criados en la religión del sacrificio diario, tardaban en comprender lo que él quería decir. Sin embargo, el Maestro nunca se cansaba de enseñarles. Cuando no conseguía impresionar la mente de todos los apóstoles mediante una ilustración, volvía a repetir su mensaje empleando otro tipo de parábola para esclarecer el concepto.
      
Por esta época empezó Jesús a enseñar a los doce en forma más completa sobre la misión de ellos de «consolar a los afligidos y ministrar a los enfermos». Mucho les enseñó el Maestro sobre el hombre completo —la unión del cuerpo, la mente y el espíritu para formar al individuo, hombre o mujer. Jesús explicó a sus asociados los tres tipos de aflicción que encontrarían, y luego les explicó cómo deberían ministrar a todos los que sufren las penas de la enfermedad humana. Les enseñó a reconocer:
     
1. Las enfermedades de la carne —las aflicciones generalmente consideradas enfermedades físicas.
     
2. Las mentes atribuladas —esas aflicciones que no son físicas que posteriormente fueron consideradas como desórdenes y disturbios emocionales y mentales.
     
3. Los poseídos por los espíritus malignos.
      
Jesús explicó a sus apóstoles en varias ocasiones la naturaleza y algo del origen de estos espíritus malignos, que en aquella época también se llamaban frecuentemente, espíritus impuros. El Maestro bien conocía la diferencia entre ser poseído por los espíritus malignos y la locura, pero los apóstoles no la conocían. Tampoco era posible para Jesús, en vista del conocimiento limitado de ellos sobre la historia primitiva de Urantia, tratar de hacer plenamente comprensible este asunto. Pero muchas veces les dijo, aludiendo a estos espíritus malignos: «No volverán a molestar a los hombres cuando yo haya ascendido a la diestra de mi Padre en el cielo y después de que haya derramado mi espíritu sobre toda la carne, cuando llegue el reino en gran poder y gloria espiritual».
      
Semana a semana y mes a mes, a lo largo de todo este año, los apóstoles prestaron más y más atención al ministerio curativo de los enfermos.