«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 18 de enero de 2013

El "temor al Señor".

Fue en Gamala, durante la lección de la tarde, donde Felipe dijo a Jesús: «¿Maestro, por qué nos instruyen las Escrituras que `temamos al Señor' mientras tú quieres que contemplemos sin temores al Padre en el cielo? ¿Cómo podremos armonizar estas enseñanzas?» y Jesús replicó a Felipe, diciendo:
 
     
«Hijitos míos, no me sorprendo de que preguntéis tales cosas. Al principio, el hombre sólo podía aprender la reverencia por medio del temor, pero yo he venido para revelar el amor del Padre, para que vosotros seáis atraídos a la adoración del Eterno por el imán del reconocimiento afectuoso de un hijo y la devoción recíproca al amor profundo y perfecto del Padre. Yo os liberaré de la esclavitud que os lleva por el temor al servicio difícil de un Dios-Rey celoso e iracundo. Yo os instruiré en la relación Padre-hijo de Dios y el hombre, para que podáis ser conducidos con dicha a la adoración libre, excelsa y sublime de un Padre-Dios amante, justo y misericordioso.
     
«El `temor al Señor' ha tenido significados diferentes a través de las épocas, partiendo del temor, pasando por la angustia y el terror, hasta llegar al respeto y a la reverencia. Ahora quiero llevaros de la reverencia, a través del reconocimiento, la comprensión y la apreciación, al amor. Cuando el hombre reconoce sólo las obras de Dios, tiende a temer al Supremo; pero cuando el hombre comienza a comprender y a experimentar la personalidad y carácter del Dios vivo, es conducido cada vez más al amor de un Padre tan bueno y perfecto, tan universal y eterno. Es este cambio de la relación del hombre con Dios el que constituye la misión del Hijo del Hombre en la tierra.
     
«Los hijos inteligentes no temen a su padre para poder recibir dádivas de sus manos; pero habiendo ya recibido la abundancia de las buenas cosas donadas por los dictados del afecto del padre hacia sus hijos y sus hijas, estos hijos muy amados llegan a amar a su padre en reconocimiento sensible y apreciación de tan magnífica beneficencia. La bondad de Dios conduce al arrepentimiento; la beneficencia de Dios conduce al servicio; la misericordia de Dios conduce a la salvación; mientras que el amor de Dios conduce a la adoración inteligente y espontánea.
      
«Vuestros antepasados temían a Dios porque era poderoso y misterioso. Vosotros lo adoraréis porque es magnífico en su amor, pletórico en su misericordia, y glorioso en su verdad. El poder de Dios engendra temor en el corazón del hombre, pero la nobleza y la rectitud de su personalidad originan reverencia, amor y adoración voluntariosa. Un hijo cumplido y afectuoso no teme ni tiene terror de un padre aunque éste sea poderoso y noble. He venido al mundo para poner amor en el lugar del temor, gozo en el lugar de la pena, confianza en el lugar del terror, servicio amante y adoración apreciativa en lugar de esclavitud encadenada y ceremonias sin significado. Pero aún es verdad para los que se sientan en las tinieblas que `el temor al Señor es el comienzo de la sabiduría'. Sin embargo, cuando la luz haya llegado aún más, los hijos de Dios serán conducidos a alabar al Infinito por lo que él es en vez de temerlo por lo que él hace.
      
«Cuando los hijos son pequeños e impulsivos, se les debe exhortar a honrar a sus padres; pero cuando crecen y comienzan a apreciar mejor los beneficios del ministerio y protección paterna, son conducidos, a través del respeto comprensivo y del afecto cada vez más grande, a ese nivel de experiencia en el que realmente aman a sus padres por lo que son, más que por lo que han hecho. El padre naturalmente ama al hijo, pero el hijo debe desarrollar su amor por el padre a partir del temor de lo que el padre pueda hacer, a través del respeto, el terror, la dependencia y la reverencia, hasta el respeto apreciativo y afectuoso del amor.
      
«Se os ha enseñado que vosotros debéis `temer a Dios y guarda sus mandamientos, porque ése es el todo deber del hombre'. Pero yo he venido para daros un nuevo mandamiento aún más alto. Quiero enseñaros a `amar a Dios y aprender a hacer su voluntad, porque ése es el privilegio más elevado de los hijos liberados de Dios'. A vuestros padres se enseñó a `temer a Dios —el Rey Todopoderoso', yo os enseño `a amar a Dios —el Padre todomisericordioso'.
      
«En el reino del cielo, que he venido para declarar, no hay reyes altos y poderosos; este reino es una familia divina. El centro y jefe universalmente reconocido y adorado sin reservas de esta vasta hermandad de seres inteligentes es mi Padre y vuestro Padre. Yo soy su Hijo, y vosotros también sois sus hijos. Por consiguiente es eternamente verdadero que vosotros y yo somos hermanos en el estado celestial, y más aún desde que nos hemos hecho hermanos de carne en la vida terrenal. Dejad pues de temer a Dios como a un rey o de servirle como a un amo; aprended a tenerle reverencia como Creador; a honrarle como al Padre de vuestro juventud espiritual; a amarlo como a un defensor misericordioso; y finalmente, a adorarlo como al Padre amante y omnisapiente de vuestra comprensión y apreciación espiritual más maduras.
      
«De vuestros conceptos erróneos sobre el Padre en el cielo surgen vuestras falsas ideas de humildad y nace mucha de vuestra hipocresía. El hombre puede ser un gusano en el polvo por su naturaleza y origen, pero cuando lo habita el espíritu de mi Padre, ese hombre se hace divino en su destino. El espíritu otorgado por mi Padre volverá con toda seguridad a la fuente divina y al nivel universal de origen, y el alma humana del hombre mortal que habrá llegar a ser el hijo renacido de este espíritu residente ascenderá certeramente con el espíritu divino hasta la presencia misma del Padre eterno.
      
«La humildad en verdad corresponde al hombre mortal que recibe todos estos dones del Padre en el cielo, si bien existe en cada uno de estos candidatos de la fe para la ascensión eterna al reino del cielo una dignidad divina. Las prácticas vacías y necias de una humildad ostentosa y falsa son incompatibles con a apreciación de la fuente de vuestra salvación y con el reconocimiento del destino de vuestras almas nacidas del espíritu. La humildad ante Dios por cierto corresponde en la profundidad de vuestro corazón; la mansedumbre ante los hombres es loable; pero la hipocresía de la humildad autoconsciente y ostentosa es infantil e indigna de los hijos esclarecidos del reino.
      
«Hacéis bien en ser mansos ante Dios y en controlaros ante los hombres, pero haced que vuestra mansedumbre sea de origen espiritual y no la exteriorización autoengañosa de un sentido autoconsciente de superioridad presuntuosa. El profeta habló sabiamente cuando dijo, `caminad humildemente con Dios' porque, aunque el Padre en el cielo es el Infinito y el Eterno, él también habita `con aquel que tiene mente contrita y espíritu humilde'. Mi Padre desprecia el orgullo, detesta la hipocresía, y aborrece la iniquidad. Es precisamente para acentuar el valor de la sinceridad y confianza perfectas en el apoyo amante y la guía fiel de nuestro Padre celestial, para que yo tan frecuentemente uso el ejemplo de un niño, para ilustrar la actitud mental y la respuesta espiritual que son tan esenciales para que el hombre mortal entre en las realidades espirituales del reino del cielo.
      
«Bien describió el profeta Jeremías a muchos mortales cuando dijo: `Cerca estás tú de Dios en tu boca, pero lejos de él en tu corazón'. Y acaso no habéis leído también esa terrible advertencia del profeta que dijo: `Sus sacerdotes enseñan por precio y sus profetas adivinan por dinero. Al mismo tiempo profesan piedad y alegan que el Señor está con ellos'. ¿Acaso no habéis sido puestos en guardia contra los que `hablan paz con sus prójimos, pero la maldad está en su corazón', los que `hablan con labios lisonjeros, y con doblez de corazón'? De todas las penas de un hombre confiado, ninguna es tan terrible como la de ser `herido en la casa de su amigo en quien confía'».