«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 3 de septiembre de 2013

La parábola del hijo perdido.

El jueves por la tarde Jesús habló a la multitud sobre la «gracia de la salvación». En el curso de este sermón volvió a relatar la historia de las ovejas perdidas y de la moneda perdida y luego agregó su parábola favorita del hijo pródigo. Dijo Jesús:
      
«Los profetas, desde Samuel hasta Juan os han advertido que busquéis a Dios — que busquéis la verdad. Siempre os dijeron: `buscad al Señor mientras se le pueda hallar'. Y toda esta enseñanza debe tomarse como verdad. Pero yo he venido para mostraros que, mientras vosotros buscáis a Dios, Dios del mismo modo os busca a vosotros. Muchas veces os he relatado la historia del buen pastor que dejó a las noventa y nueve ovejas en el redil para salir a buscar a la que se había extraviado, y cómo, cuando encontró a la oveja descarriada, se la echó al hombro y la llevó tiernamente de vuelta al redil. Y cuando la oveja perdida volvió al redil, recordaréis que el buen pastor llamó a sus amigos y los invitó a que se regocijaran con él porque había encontrado a la oveja que se había extraviado. Nuevamente os digo que hay más regocijo en el cielo cuando se arrepiente un pecador que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. El hecho de que las almas están extraviadas sólo acrecienta el interés del Padre celestial. Yo he venido a este mundo para hacer los deseos de mi Padre, y en verdad se ha dicho del Hijo del Hombre que él es amigo de publicanos y pecadores.
      
«Se os ha enseñado que la aceptación divina viene después de vuestro arrepentimiento y como resultado de vuestras obras de sacrificio y penitencia, pero yo os aseguro que el Padre os acepta aun antes de que os hayáis arrepentido y envía al Hijo y a sus asociados para encontraros y traeros, con regocijo, de vuelta al redil, el reino de la filiación y del progreso espiritual. Todos vosotros sois como ovejas que se han descarriado, y yo he venido para buscaros y salvar a los que estén perdidos.
      
«También debéis recordar la historia de la mujer que después de utilizar diez piezas de plata para hacer un collar de adorno, perdió una pieza, y después de encender la lámpara barrió diligentemente la casa y siguió buscando hasta encontrar la pieza de plata perdida. En cuanto encontró la moneda que había perdido, llamó a sus amigos y vecinos diciendo: `regocijaos conmigo porque encontré la pieza que se había perdido'. Nuevamente os digo, siempre hay felicidad en presencia de los ángeles del cielo cuando se arrepiente un pecador y vuelve al redil del Padre. Os relato esta historia para que comprendáis que el Padre y su Hijo salen en busca de aquellos que están perdidos, y en esta búsqueda empleamos todas las influencias capaces de ofrecer ayuda en nuestros esfuerzos diligentes por encontrar a los que se han extraviado, los que necesitan ser salvados. Así pues, mientras el Hijo del Hombre sale al desierto para buscar a la oveja descarriada, también busca la moneda que se ha perdido en la casa. La oveja se aleja sin intención; la moneda está cubierta con el polvo del tiempo y oscurecida por la acumulación de las cosas humanas.
      
«Ahora me gustaría contaros la historia del hijo desconsiderado de un agricultor de buena posición que deliberadamente dejó la casa de su padre y se fue a tierra extranjera donde sufrió muchas tribulaciones. Recordáis que la oveja se descarrió sin intención, pero este joven abandonó su casa con premeditación. Esto fue lo que ocurrió:
      
«Cierto hombre tenía dos hijos; uno, el más joven, era despreocupado y libre de cuidados, buscando siempre pasarla bien y evitando las responsabilidades, mientras que su hermano mayor era serio, sobrio, trabajador y dispuesto a cargar con las responsabilidades. Ahora bien, estos dos hermanos no se llevaban bien; estaban constantemente discutiendo y riñendo. El más joven era alegre y vivaz, pero indolente y no se podía confiar en él; el mayor era serio y activo, pero también egocéntrico, arrogante y presumido. El más joven disfrutaba de jugar pero evitaba el trabajo; el mayor estaba siempre dispuesto a trabajar pero pocas veces jugaba. Esta asociación se tornó tan desagradable que el hijo menor fue adonde su padre y le dijo: `Padre, dame la tercera parte de tus bienes que yo heredaría y permíteme que me vaya al mundo para buscar mi suerte'. Cuando el padre escuchó esta solicitud, sabiendo cuán desdichado el joven estaba en el hogar y con su hermano mayor, repartió sus bienes, dándole al joven su parte.
      
«A las pocas semanas el joven reunió todos sus fondos y salió de viaje a un país lejano, y como no encontró nada que fuera provechoso y al mismo tiempo agradable, en poco tiempo derrochó su herencia viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una prolongada escasez en aquel país, y todo comenzó a faltarle. Así pues, cuando sufrió hambre y su desesperación fue grande, encontró empleo con uno de los ciudadanos de aquella tierra, quien le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. El joven gustosamente se hubiera llenado con las cáscaras que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
     
«Cierto día, cuando tenía mucha hambre, volvió en sí y se dijo: `Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan y más que suficiente mientras que yo perezco de hambre, apacentando cerdos aquí en un país extranjero! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros'. Y cuando el joven llegó a esta decisión, se levantó y partió para la casa de su padre.
      
«El padre mucho había penado por este hijo; extrañaba a este alegre, aunque descuidado, muchacho. Este padre amaba a su hijo y constantemente esperaba su retorno, de manera que el día en que el hijo se fue acercando a la casa, aun desde muy lejos, el padre lo vio y sintiendo una compasión amante, corrió a su encuentro, y lo saludó con afecto abrazándolo y besándolo. Después de encontrarse así, el hijo levantó la vista al rostro bañado de lágrimas de su padre y dijo: `Padre, he pecado contra el cielo y ante tus ojos, ya no soy digno de ser llamado tu hijo' —pero el muchacho no tuvo oportunidad de completar su confesión, porque el padre regocijado dijo a los siervos que en este momento ya llegaban a la carrera: `Traedle el mejor vestido, el que yo guardé, y vestidle, y poned en su mano el anillo de hijo y buscad sandalias para sus pies'.
      
«Luego, después de haber conducido el padre feliz a su hijo cansado y con los pies doloridos hasta la casa, llamó a sus siervos: `Traed el becerro gordo y matadlo, comamos y hagamos fiesta, porque este hijo que estaba muerto, ahora vive nuevamente; estaba perdido y ahora lo he encontrado'. Y todos rodearon al padre para regocijarse con él por el retorno de este hijo.
      
«En ese momento, mientras estaban celebrando, llegó su hijo mayor de su jornada de trabajo en el campo, y al acercarse a la casa, oyó la música y las danzas. Cuando llegó a la puerta de atrás, llamó a uno de los criados y le preguntó cuál era el significado de este festín. Entonces dijo el criado: `Tu hermano perdido hace mucho tiempo ha vuelto a casa, y tu padre ha hecho matar el becerro para regocijarse por el retorno de su hijo. Entra para que tú también puedas saludar a tu hermano y recibirlo nuevamente en la casa de tu padre'.
      
«Pero cuando el hermano mayor oyó esto, estuvo tan dolorido y enojado que no quiso entrar. Cuando el padre supo de su resentimiento por la recepción al hermano menor, salió para hablar con él. Pero el hijo mayor no quiso dejarse convencer por la persuasión de su padre. Respondió a su padre diciendo: `He aquí que te he servido tantos años, no habiéndote desobedecido jamás, y sin embargo nunca me has dado ni siquiera una cabritilla para celebrar yo un festín con mis amigos. Me he quedado aquí para cuidarte todos estos años, y nunca te regocijaste por mi servicio fiel, pero cuando volvió este hijo tuyo, después de haber derrochado tu fortuna con rameras, corres a hacerle matar el becerro y regocijarte con él'.
      
«Como este padre amaba verdaderamente a sus dos hijos, trató de razonar con el hijo mayor: `Pero hijo mío, has estado conmigo todo este tiempo, y todas mis cosas son tuyas. Hubieras podido tener una cabritilla en cualquier momento para gozarte en júbilo con tus amigos si los hubieras tenido. Mas es apropiado que compartas conmigo la fiesta y el regocijo por el retorno de tu hermano. Piensa en ello, hijo mío, tu hermano se había perdido y ha sido hallado; ¡ha vuelto vivo a nosotros!'»
      
Fue ésta una de las parábolas más emotivas y eficaces de todas las que Jesús presentó para inculcar en sus oyentes el deseo del Padre de recibir a todos los que buscan entrada en el reino del cielo.
      
A Jesús le gustaba relatar estas tres historias al mismo tiempo. Presentaba la historia de la oveja descarriada para mostrar que, cuando los hombres se alejan involuntariamente del camino de la vida, el Padre está consciente de estos seres extraviados y sale, con sus Hijos, los verdaderos pastores del rebaño, a buscar la oveja descarriada. Luego relataba la historia de la moneda perdida en la casa para ilustrar cuán profunda es la búsqueda divina de todos los que están confusos, inciertos, o de otra manera cegados espiritualmente por las preocupaciones materiales y las acumulaciones del vivir. Luego se lanzaba a contar el relato de la parábola del hijo perdido, la recepción del hijo pródigo que retorna, para mostrar cuán completa es la restauración del hijo perdido en la casa y en el corazón de su padre.
      
Muchas, muchas veces durante sus años de enseñanzas, Jesús relató y volvió a relatar esta historia del hijo pródigo. Esta parábola y la historia del buen samaritano eran sus formas preferidas de enseñar el amor al Padre y la sociabilidad de los hombres.