«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 13 de septiembre de 2013

El concepto de Jesús sobre el Reino.

El Maestro aclaró que el reino del cielo debe comenzar con el concepto dual de la verdad de la paternidad de Dios y el hecho correlacionado de la hermandad de los hombres, y debe centrarse en esto. La aceptación de esta enseñanza, aclaró Jesús, liberaría al hombre de su larga esclavitud de miedo animal y al mismo tiempo enriquecería el vivir humano con los siguientes dones de la nueva vida de libertad espiritual:
      
1. La posesión de un nuevo valor y mayor poder espiritual. El evangelio del reino iba a liberar al hombre e inspirarlo para que se atreviera a albergar la esperanza de vida eterna.
      
2. El evangelio llevaba un mensaje de nueva confianza y verdadero consuelo para todos los hombres, aun los pobres.
      
3. En sí mismo era una nueva norma de valores morales, una nueva vara de ética para medir la conducta humana. Ilustraba el ideal del nuevo orden de la sociedad humana que resultaría de él.
      
4. Enseñaba la preeminencia de lo espiritual en comparación con lo material; glorificaba las realidades espirituales y exaltaba los ideales sobrehumanos.
      5. Este nuevo evangelio presentaba el alcance espiritual como meta auténtica del vivir. La vida humana recibía una nueva dotación de valor moral y dignidad divina.
      
6. Jesús enseñó que las realidades eternas eran el resultado (la recompensa) del esfuerzo recto en la tierra. La estadía mortal del hombre en la tierra adquirió nuevo significado como consecuencia del reconocimiento de un destino noble.
    
7. El nuevo evangelio afirmaba que la salvación humana es la revelación de un propósito divino de largo alcance que debe ser satisfecho y realizado en el destino futuro del servicio sin fin de los hijos salvados de Dios.
      
Estas enseñanzas comprenden la idea ampliada del reino que enseñó Jesús. Este gran concepto casi no se pudo encontrar en las enseñanzas del reino, elementales y confusas, de Juan el Bautista.
      
Los apóstoles eran incapaces de aprehender el significado real de las declaraciones del Maestro sobre el reino. La distorsión subsiguiente de las enseñanzas de Jesús, tal como se las encuentra en el Nuevo Testamento, se debe al hecho de que el concepto de los que escribieron los evangelios estaba teñido por la creencia de que Jesús en ese momento se había ausentado del mundo tan sólo por un corto tiempo; que pronto retornaría para establecer el reino en poder y gloria —la misma idea que ellos habían mantenido mientras estaba él con ellos en la carne. Pero Jesús no vinculaba el establecimiento del reino con la idea de su retorno a este mundo. El hecho de que hayan pasado siglos sin ningún signo de la aparición de la «Nueva Era» no está de ninguna manera en desacuerdo con las enseñanzas de Jesús.
      
El gran esfuerzo contenido en este sermón fue un intento de traducir el concepto del reino del cielo en un ideal de la idea de hacer la voluntad de Dios. Durante mucho tiempo había enseñado el Maestro a sus seguidores a que oraran: «Venga tu reino; hágase tu voluntad»; y en este momento intentó con gran intensidad inducirlos a que abandonaran el uso del término reino de Dios en favor del equivalente más práctico, la voluntad de Dios. Pero no tuvo éxito.
     
Jesús deseaba sustituir la idea de reino, rey y súbditos por el concepto de familia celestial, Padre celestial, e hijos liberados de Dios ocupados en el servicio gozoso y voluntario de sus semejantes y en la adoración sublime e inteligente de Dios el Padre.
      
Hasta este momento, los apóstoles habían adoptado un doble punto de vista del reino; lo consideraban:
      
1. Un asunto de experiencia personal presente en ese momento en el corazón de los verdaderos creyentes, y
      
2. Una cuestión de fenómeno racial o mundial; que el reino existiría en el futuro, algo que se podría añorar.
      
Consideraban el advenimiento del reino en el corazón de los hombres como un desarrollo gradual, como la levadura en la masa o como el crecimiento de la semilla de mostaza. Creían que el advenimiento del reino en el sentido racial o mundial sería tanto repentino como espectacular. Jesús nunca se cansó de decirles que el reino del cielo era su experiencia personal en la comprensión de las cualidades más altas de la vida espiritual; que esas realidades de la experiencia espiritual se traducen progresivamente en niveles nuevos y más altos de certeza divina y grandeza eterna.
      
Esa tarde, el Maestro les enseñó claramente un nuevo concepto de la doble naturaleza del reino, al ilustrar las siguientes dos fases:
      
«Primero. El reino de Dios en este mundo, el supremo deseo de hacer la voluntad de Dios, el amor altruista del hombre que rinde los buenos frutos de una mejor conducta ética y moral.
       
«Segundo. El reino de Dios en el cielo, la meta de los creyentes mortales, el estado en el que el amor por Dios se ha perfeccionado, y se cumple la voluntad de Dios más divinamente».
      
Jesús enseñó que, por la fe, el creyente entra ahora al reino. En los varios discursos enseñó que dos cosas son esenciales para ingresar al reino por la fe:
      
1. La fe, la sinceridad. Venir como un niñito, para recibir el don de la filiación como un regalo; someterse a hacer, sin preguntas, la voluntad del Padre, y con una genuina y plena confianza en la sabiduría del Padre; entrar al reino, libre de prejuicios y preconceptos; tener la mente abierta y dispuesta a aprender como un niño pequeño.
      
2. El hambre de la verdad. La sed de rectitud, un cambio de la actitud mental, la adquisición de la motivación para ser como Dios y para encontrar a Dios.
      
Jesús enseñó que el pecado no es hijo de una naturaleza defectuosa, sino más bien el descendiente de una mente conocedora dominada por una voluntad no sumisa. Sobre el pecado, enseñó que Dios ha perdonado; que nosotros podemos disponer personalmente de ese perdón mediante el acto de perdonar a nuestros semejantes. Cuando perdonas a tu hermano en la carne, creas de esa manera en tu alma la capacidad para recibir la realidad del perdón de Dios por tus errores.
     
Cuando el apóstol Juan comenzó a escribir la historia de la vida y las enseñanzas de Jesús, los primeros cristianos ya habían tenido tantos problemas con la idea del reino de Dios y las persecuciones por ella generadas que prácticamente habían abandonado el uso de este término. Juan habla mucho sobre la «vida eterna». Jesús a menudo se refirió a esta idea como el «reino de la vida». También mencionó frecuentemente «el reino de Dios dentro de vosotros». Una vez habló de tal experiencia como «la hermandad de la familia con Dios el Padre». Jesús intentó reemplazar «reino» por muchos términos, pero siempre sin éxito. Entre otros usó: la familia de Dios, la voluntad del Padre, los amigos de Dios, la comunidad de los creyentes, la hermandad del hombre, el redil del Padre, los niños de Dios, la comunidad de los fieles, el servicio del Padre, y los hijos liberados de Dios.
      
Pero no pudo escapar al uso de la idea del reino. Tan sólo más de cincuenta años más tarde, después de la destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos, este concepto del reino comenzó a transformarse en el culto de la vida eterna a medida que sus aspectos sociales e institucionales fueron incorporados por la iglesia cristiana en rápida expansión y cristalización.