El nuevo ayudante que Jesús prometió enviar al corazón de los creyentes, para esparcirlo sobre toda la carne, es el Espíritu de la Verdad.
Este don divino no es la letra ni la ley de la verdad, tampoco ha de
funcionar como una forma o expresión de la verdad. El nuevo maestro es
la convicción de la verdad, la conciencia y certeza de los
verdaderos significados de los niveles espirituales reales. Y este nuevo
maestro es el espíritu de la verdad viva y creciente, que se expande,
se despliega, y se adapta.
La verdad divina es una realidad viva
discernida por el espíritu. La verdad existe sólo en los altos niveles
espirituales de la comprensión de la divinidad y de la conciencia de la
comunión con Dios. Puedes conocer la verdad, puedes vivir la verdad;
puedes experimentar el crecimiento de la verdad en el alma y disfrutar
de la libertad de su esclarecimiento de la mente, pero no puedes
aprisionar la verdad en fórmulas, códigos, credos o esquemas
intelectuales de conducta humana. Cuando intentas una formulación humana
de la verdad divina, ésta muere rápidamente. El rescate postmórtem de
la verdad aprisionada, aun en su mejor expresión, puede emanar tan sólo
en la comprensión de una forma peculiar de sabiduría intelectualizada
glorificada. La verdad estática es verdad muerta, y sólo la verdad
muerta puede ser contenida en una teoría. La verdad viva es dinámica y
tan sólo puede tener una existencia experiencial en la mente humana.
La inteligencia crece a partir de la
existencia material iluminada por la presencia de la mente cósmica. La
sabiduría comprende la conciencia del conocimiento elevada a nuevos
niveles de significados y activada por la presencia de la dote universal
del espíritu ayudante de la sabiduría. La verdad es un valor de la
realidad espiritual experimentado tan sólo por los seres dotados de
espíritu que funcionan a niveles supermateriales de conciencia universal
y que, después de la comprensión de la verdad, hacen que reine y viva
en sus almas su espíritu de activación.
El verdadero hijo del discernimiento
universal busca el Espíritu vivo de la Verdad en toda palabra sabia. La
persona conocedora de Dios está constantemente elevando la sabiduría a
los niveles de la verdad viva de alcance divino; el alma espiritualmente
no progresiva, mientras tanto, arrastra hacia abajo a la verdad viva
hasta los niveles muertos de la sabiduría y el dominio del mero
conocimiento exaltado.
La regla de oro, cuando se la despoja del
esclarecimiento suprahumano del Espíritu de la Verdad, se torna tan sólo
en una regla de conducta altamente ética. La regla de oro, cuando se la
interpreta literalmente, puede ser un instrumento de gran ofensa para
los propios semejantes. Sin un discernimiento espiritual de la regla de
oro de la sabiduría, podrías razonar que, puesto que deseas que todos
los hombres te hablen la verdad plena y franca de su mente, deberías
hablar total y francamente el pleno pensamiento de tu mente a
tus semejantes. Una interpretación tal, no espiritual, de la regla de
oro podría dar como resultado infelicidad indescriptible y congoja sin
fin.
Algunas personas disciernen e interpretan
la regla de oro como una afirmación puramente intelectual de la
fraternidad humana. Otras experimentan esta expresión de la relación
humana como una gratificación emocional de los sentimientos tiernos de
la personalidad humana. Otros mortales reconocen esta misma regla de oro
como la vara para medir todas las relaciones sociales, la norma de la
conducta social. Y aun otros la consideran la admonición positiva de un
gran maestro moral que comprendió en esta declaración el más alto
concepto de la obligación moral en cuanto a lo que se refiere a todas
las relaciones fraternas. En la vida de tales seres morales, la regla de
oro se torna el sabio centro y circunferencia de toda su filosofía.
En el reino de la hermandad creyente de los
amantes de la verdad conocedores de Dios, esta regla de oro adquiere
cualidades vivas de comprensión espiritual en aquellos niveles más altos
de interpretación que hacen que los hijos mortales de Dios consideren
esta admonición del Maestro como que se requiere de ellos que se
relacionen con sus semejantes de una manera que permita el más alto bien
posible como resultado del contacto de los creyentes con esos
semejantes. Ésta es la esencia de la verdadera religión: amar a vuestro
prójimo como a vosotros mismos.
Pero la comprensión más alta y la
interpretación más verdadera de la regla de oro consiste en la
consciencia del espíritu de la verdad de la realidad duradera y viva de
esa declaración divina. El verdadero significado cósmico de esta regla
de relación universal se revela solamente en su comprensión espiritual,
en la interpretación de la ley de la conducta por el espíritu del Hijo
al espíritu del Padre que reside en el alma del hombre mortal. Y cuando
estos mortales conducidos por el espíritu se dan cuenta del verdadero
significado de esta regla de oro, se llenan más de plenamente de la
certeza de la ciudadanía en un universo cordial, y sus ideales de
realidad espiritual son satisfechos sólo cuando aman a sus semejantes
tal como Jesús nos amó a todos nosotros, y ésa es la realidad de la
comprensión del amor de Dios.
Esta misma filosofía de la flexibilidad
viva y de la adaptabilidad cósmica de la verdad divina a las necesidades
individuales y a la capacidad de cada uno de los hijos de Dios, debe
ser percibida antes de que puedas esperar comprender adecuadamente las
enseñanzas del Maestro en la práctica de la no resistencia al mal. Las
enseñanzas del Maestro son básicamente una declaración espiritual. Aun
las implicaciones materiales de su filosofía no pueden considerarse en
forma útil separadamente de sus correlaciones espirituales. El espíritu
de la admonición del Maestro consiste en la no resistencia a todas las
reacciones egoístas al universo, combinada con el alcance agresivo y
progresivo de los niveles rectos de los verdaderos valores espirituales,
la perfección divina, la virtud infinita y la verdad eterna —conocer a
Dios y volverse cada vez más como él.
El amor, el altruismo, debe someterse a una
interpretación constante y viva de readaptación de las relaciones de
acuerdo con la guía del Espíritu de la Verdad. El amor debe así captar
los conceptos constantemente cambiantes y ampliados del más alto bien
cósmico del individuo que es amado. Luego el amor continúa con esta
misma actitud relativa a todos los demás individuos que pudieran
posiblemente ser influidos por la relación creciente y viva del amor por
parte de un mortal conducido por el espíritu, hacia otros ciudadanos
del universo. Y toda esta adaptación viviente del amor debe ser
efectuada a la luz tanto del medio ambiente del mal presente como de la
meta eterna de la perfección del destino divino.
Así pues debemos reconocer claramente que
ni la regla de oro ni las enseñanzas de no resistencia pueden ser
comprendidas adecuadamente como dogmas o preceptos. Tan sólo pueden ser
comprendidas viviéndolas, percatándose de sus significados en la interpretación viva del Espíritu de la Verdad, que dirige el contacto amante de un ser humano con otro.
Y todo esto indica claramente la diferencia
entre la vieja religión y la nueva. La vieja religión enseñaba la
abnegación; la nueva religión enseña tan sólo olvidarse de sí mismo,
elevar la autorrealización en una combinación de servicio social y
comprensión del universo. La vieja religión era motivada por la
conciencia del temor; el nuevo evangelio del reino está dominado por la
convicción de la verdad, el Espíritu de la Verdad eterna y universal. Y
ningún grado de piedad ni de lealtad al credo puede compensar la
ausencia, en la experiencia de vida de los creyentes del reino, de esa
amistad espontánea, generosa y sincera que caracteriza a los hijos
nacidos del espíritu del Dios vivo. Ni la tradición ni los sistemas
ceremoniales de la adoración formal pueden compensar la falta de
compasión genuina hacia los propios semejantes.