Cuando los apóstoles regresaron al campamento se quedaron grandemente
sorprendidos al darse cuenta de que Judas estaba ausente. Mientras los
once discutían acaloradamente el asunto de este apóstol traidor, David
Zebedeo y Juan Marcos apartaron a Jesús y le revelaron que habían estado
observando a Judas por varios días, y que sabían que tenía la intención
de traicionarlo entregándolo a manos de sus enemigos. Jesús los escuchó
pero tan sólo dijo: «Amigos míos, nada puede suceder al Hijo del Hombre
a menos que sea la voluntad del Padre en el cielo. Que no se atribule
vuestro corazón; todas las cosas laborarán juntas para la gloria de Dios
y la salvación de los hombres».
El estado jovial de Jesús se estaba
desvaneciendo. A medida que pasaba la hora se tornó más y más serio, aun
acongojado. Los apóstoles, que estaban muy agitados, no querían volver a
sus tiendas aunque así se lo hubiera pedido el Maestro mismo. Volviendo
de su conversación con David y Juan, dirigió sus últimas palabras a los
once, diciendo: «Amigos míos, id a descansar. Preparaos para la tarea
de mañana. Recordad, todos debemos someternos a la voluntad del Padre en
el cielo. Mi paz os dejo con vosotros». Habiendo hablado así, les
indicó que fueran a sus tiendas, pero al irse ellos, llamó a Pedro,
Santiago y Juan, diciendo: «Deseo que vosotros permanezcáis conmigo por
un corto tiempo».
Los apóstoles se quedaron dormidos tan sólo
porque estaban literalmente exhaustos. Habían dormido poco desde su
llegada a Jerusalén. Antes de que fueran a sus tiendas privadas, Simón
el Zelote los condujo a todos a su propia tienda, donde guardaba las
espadas y otras armas, y entregó a cada uno de ellos este equipo de
lucha. Todos ellos recibieron estas armas y se las ciñeron a la cintura
allí mismo, excepto Natanael. Natanael, al rehusar el arma, dijo:
«Hermanos míos, el Maestro nos ha dicho repetidamente que su reino no es
de este mundo, y que sus discípulos no deben pelear con la espada para
establecerlo. Yo creo en esto; no creo que el Maestro necesite que
usemos la espada para defenderlo. Todos hemos visto su gran poder y
sabemos que él puede defenderse de sus enemigos si así lo desea. Si él
no quiere resistir a sus enemigos, debe ser porque tal curso representa
su intención de satisfacer la voluntad de su Padre. Yo oraré, pero no
blandiré la espada». Cuando Andrés oyó estas palabras de Natanael,
devolvió su espada a Simón el Zelote. Así pues, nueve de ellos estaban
armados cuando se separaron para ir a su reposo.
Por el momento, el resentimiento por la
traición de Judas eclipsó todo lo demás en la mente de los apóstoles. El
comentario del Maestro con referencia a Judas, hablado en el curso de
su última oración, les abrió los ojos al hecho de que él los había
abandonado.
Cuando los ocho apóstoles finalmente
volvieron a sus tiendas, y mientras Pedro, Santiago y Juan estaban
esperando para recibir las órdenes del Maestro, Jesús llamó a David
Zebedeo y le dijo: «Envíame tu mensajero más veloz y confiado». Cuando
David condujo ante el Maestro a un tal Jacobo, anteriormente corredor
del servicio de mensajería nocturna entre Jerusalén y Betsaida, Jesús,
dirigiéndose a él, dijo: «Vete a toda prisa adonde Abner en Filadelfia y
di: `El Maestro te envía salutaciones de paz y dice que ha llegado la
hora en que será él entregado a las manos de sus enemigos, quienes lo
matarán, pero que él se levantará de entre los muertos y aparecerá ante
ti pronto, antes de ir al Padre, y que entonces te guiará hasta el
momento en que el nuevo maestro venga a morar en tu corazón'». Después
de repetir Jacobo este mensaje a satisfacción del Maestro, Jesús lo
envió en su misión, diciendo: «No temas a ningún hombre, Jacobo, ya que
esta noche un mensajero invisible correrá a tu lado».
Luego Jesús se volvió al jefe del grupo de
griegos que estaban acampados con ellos y dijo: «Hermano mío, no te
turbes por lo que está por suceder, puesto que ya te he avisado de
antemano. El Hijo del Hombre será matado por instigación de sus
enemigos, los altos sacerdotes y los potentados de los judíos, pero me
levantaré para estar con vosotros un corto tiempo antes de ir al Padre. Y
cuando hayas visto todo esto, glorifica a Dios y fortalece a tus
hermanos».
En circunstancias ordinarias los apóstoles
le hubieran deseado personalmente las buenas noches al Maestro, pero
esta noche estaban tan preocupados por la realización repentina de la
deserción de Judas y tan sobrecogidos por la naturaleza insólita de la
oración de despedida del Maestro que escucharon su salutación de adiós y
se alejaron en silencio.
Fue esto lo que Jesús le dijo a Andrés al
alejarse éste de su lado esa noche: «Andrés, haz lo que puedas para
mantener juntos a tus hermanos hasta que yo vuelva adonde vosotros
después de haber bebido esta copa. Fortalece a tus hermanos, ya que te
lo he dicho todo. Que la paz sea contigo».
Ninguno de los apóstoles esperaba que
pasara nada fuera de lo ordinario durante esa noche puesto que ya era
muy tarde. Trataron de dormirse para poder levantarse temprano por la
mañana y estar preparados para lo peor. Pensaban que los altos
sacerdotes tratarían de arrestar al Maestro por la mañana temprano
porque no se realizaba tarea secular alguna después del mediodía del día
de preparación para la Pascua. Sólo David Zebedeo y Juan Marcos
comprendieron que los enemigos de Jesús vendrían con Judas esa misma
noche.
David había dispuesto que él vigilaría esa
noche en el sendero alto que conducía al camino de Betania a Jerusalén,
mientras que Juan Marcos vigilaría junto al camino que subía de Cedrón a
Getsemaní. Antes de ir David a su tarea autoimpuesta de centinela, se
despidió de Jesús diciendo: «Maestro, he conocido gran felicidad al
servir contigo. Mis hermanos son tus apóstoles, pero yo me he regocijado
en las cosas menores que se debían hacer, y te echaré de menos con todo
mi corazón cuando tú te hayas ido». Entonces dijo Jesús a David:
«David, hijo mío, otros han hecho lo que se les indicó que hicieran,
pero este servicio tú lo has hecho de tu propio corazón, y conozco tu
devoción. Tú también algún día servirás conmigo en el reino eterno».
Luego, al prepararse para ir a su puesto de
centinela en el sendero alto, David le dijo a Jesús: «Sabes Maestro que
envié por tu familia, y tengo noticias por un mensajero de que ellos
están esta noche en Jericó. Estarán aquí mañana temprano antes del
mediodía puesto que sería peligroso para ellos recorrer el camino
sangriento por la noche». Y Jesús, bajando la mirada hacia David, sólo
dijo: «Que así sea, David».
Cuando David se hubo ido por el Oliveto,
Juan Marcos tomó su lugar de vigilia junto al camino que corría a lo
largo del río hacia Jerusalén. Juan habría permanecido en su puesto si
no hubiese sido por su gran deseo de estar cerca de Jesús y de saber qué
estaba sucediendo. Poco después de que David lo dejara, y al observar
Juan Marcos que Jesús se retiraba, con Pedro, Santiago y Juan, a una
hondonada cercana, se apoderó de él una mezcla de devoción y curiosidad
hasta tal punto que abandonó su puesto de centinela y los siguió,
ocultándose entre los arbustos, desde donde vio y escuchó todo lo que
sucedió durante estos últimos momentos en el jardín y justo antes de que
Judas y los guardias armados aparecieran para arrestar a Jesús.
Mientras todo esto ocurría en el campamento
del Maestro, Judas Iscariote conferenciaba con el capitán de los
guardianes del templo, quien había reunido a sus hombres preparándose
para salir, bajo el liderazgo del traidor, a arrestar a Jesús.