Cuando Jesús y sus acusadores se reunieron
frente a la sala de juicio de Pilato, el gobernador romano salió y,
dirigiéndose a la compañía reunida, preguntó: «¿Qué acusación traéis
contra este tipo?» Los saduceos y los consejeros que habían decidido
ocuparse de eliminar a Jesús tenían decidido presentarse ante Pilato y
pedirle la confirmación de la sentencia de muerte pronunciada contra él,
sin voluntariamente mencionar ningún cargo definido. Por lo tanto, el
portavoz del tribunal de los sanedristas contestó a Pilato: «Si éste
hombre no fuera malhechor, no te lo habríamos traído».
Cuando Pilato observó que titubeaban en
declarar sus acusaciones contra Jesús, aunque sabía que habían pasado
toda la noche deliberando sobre sus culpas, les contestó: «Puesto que no
estáis de acuerdo en ninguna acusación definida, ¿por qué no hacéis
cargo de él y lo juzgáis según vuestras leyes?»
Entonces habló el escribano del tribunal
del sanedrín a Pilato: «A nosotros no nos está permitido dar muerte a
nadie, y este revoltoso de nuestra nación se merece morir por las cosas
que ha dicho y hecho. Por lo tanto hemos venido ante ti para que
confirmes este decreto».
Presentarse ante el gobernador romano con
esta actitud tan evasiva revela tanto la mala voluntad y el odio de los
sanedristas hacia Jesús como su falta de respeto por la justicia, honor y
dignidad de Pilato. ¡Qué atrevimiento el de estos ciudadanos súbditos,
al comparecer ante su gobernador provincial pidiendo un decreto de ejecución contra un hombre antes de
permitirle un juicio justo y sin siquiera pronunciar acusaciones
criminales definidas contra él!
Pilato algo sabía del trabajo de Jesús
entre los judíos, y supuso que las acusaciones contra él tenían que ver
con infracciones a las leyes eclesiásticas judías; por lo tanto, trató
de referir el caso al propio tribunal de ellos. Otra vez más, Pilato se
deleitaba en hacerles confesar públicamente que no tenían ellos el poder
para pronunciar y llevar a cabo sentencias de muerte, aun contra uno de
su propia raza que habían llegado a aborrecer con un odio tan amargo y
envidioso.
A esto hacía pocas horas, cuando cerca de
medianoche y después de haber dado permiso de usar soldados romanos para
el arresto secreto de Jesús, había oído Pilato más hechos sobre Jesús y
sus enseñanzas de labios de su mujer, Claudia, que era una conversa
parcial al judaísmo, y que más tarde creyó plenamente en el evangelio de
Jesús.
Pilato hubiera querido posponer esta
audiencia, pero vio que los líderes judíos estaban decididos a proceder
con el caso. Sabía que este día no era tan sólo la mañana de preparación
para la Pascua, sino que también, siendo viernes, era el día de
preparación para el sábado judío de reposo y adoración.
Pilato, siendo muy sensible a la falta de
respeto de estos judíos para con él, no estaba deseoso de cumplir con
sus demandas de que Jesús fuera sentenciado a muerte sin juicio. Por lo
tanto, después de esperar unos momentos para que ellos pudieran
presentar sus acusaciones contra el prisionero, se volvió hacia ellos y
dijo: «No condenaré a este hombre a muerte sin juicio; tampoco lo
interrogaré antes de que hayáis presentado por escrito vuestras
acusaciones contra él».
Cuando el sumo sacerdote y los demás
escucharon estas palabras de Pilato, hicieron una señal al escribano del
tribunal, quien entonces entregó a Pilato las acusaciones escritas
contra Jesús. Y estas acusaciones eran:
«Es decisión del tribunal sanedrista que este hombre es un malhechor y embaucador de nuestra nación porque es culpable de:
1.
Pervertir a nuestra nación e incitar a nuestro pueblo a la rebelión.
2.
Prohibir al pueblo que le pague tributo a César.
3.
Llamarse a sí mismo rey de los judíos y enseñar la fundación de un nuevo reino».
Jesús no había sido enjuiciado en forma
regular ni sentenciado legalmente de ninguna de estas acusaciones. Ni
siquiera había escuchado las acusaciones cuando fueron declaradas por
primera vez, pero Pilato lo hizo traer del pretorio, donde era vigilado
por los guardianes, e insistió en que estas acusaciones se repitieran en
presencia de Jesús.
Cuando escuchó Jesús estas acusaciones,
bien sabía que no le habían pedido que declarara ante la corte judía
sobre estos asuntos, así como también lo sabían Juan Zebedeo y sus
acusadores, pero nada respondió él a estas falsas acusaciones. Aun
cuando Pilato le ordenó que les respondiera a sus acusadores, él no
abrió la boca. Pilato tanto se sorprendió de la injusticia del
procedimiento y tanto se impresionó por el silencio de Jesús y su
conducta noble, que decidió llevar al prisionero a la sala e
interrogarlo privadamente.
La mente de Pilato estaba en estado de
confusión, les temía él a los judíos en su corazón, y su espíritu estaba
altamente desasosegado por el espectáculo de Jesús, majestuosamente de
pie ante sus acusadores sanguinarios, contemplándolos, no con desprecio
silencioso, sino con una expresión de piedad genuina y afecto
acongojado.