POCO después de las seis de la mañana de este viernes, 7 de abril
del año 30 d. de J.C., Jesús fue llevado ante Pilato, el procurador
romano que gobernaba Judea, Samaria e Idumea bajo la supervisión
inmediata del legado de Siria. El Maestro fue llevado ante la presencia
del gobernador romano por los guardias del templo, atado, y acompañado
por unos cincuenta de sus acusadores, incluyendo el tribunal sanedrista
(principalmente saduceo), Judas Iscariote, el sumo sacerdote Caifás, y
el apóstol Juan. Anás no compareció ante Pilato.
Pilato estaba levantado y listo para
recibir a este grupo de visitantes matutinos, pues había sido informado
por los que habían conseguido su consentimiento, la noche anterior, para
emplear soldados romanos en el arresto del Hijo del Hombre, de que
Jesús sería traído ante su presencia temprano. Había sido arreglado que
este juicio tuviera lugar frente al pretorio, una adición a la fortaleza
de Antonia, donde Pilato y su mujer se hospedaban cuando estaban en
Jerusalén.
Aunque Pilato dirigió gran parte del
interrogatorio de Jesús dentro de las salas del pretorio, el juicio
público fue celebrado afuera, sobre la escalinata que conducía a la
entrada principal. Ésta fue una concesión a los judíos, que se negaban a
entrar en un edificio gentil en el que tal vez se había usado levadura
este día de preparación para la Pascua. Esa conducta los volvería, no
solamente ceremonialmente impuros, impidiéndoles de este modo compartir
la fiesta de acción de gracias de la tarde, sino que también deberían
someterse a la ceremonia de purificación después de la caída del sol,
antes de poder compartir la cena pascual.
Aunque a estos judíos no les remordía la
conciencia por complotar para asesinar judicialmente a Jesús, eran sin
embargo escrupulosos en cuanto a estos asuntos de limpieza ceremonial y
regularidad tradicional. Y estos judíos no han sido los únicos en no
llegar a reconocer las altas y santas obligaciones de naturaleza divina,
mientras prestaban atención meticulosa a cosas de escasa importancia
para el bienestar humano, tanto en el tiempo como en la eternidad.