«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 6 de abril de 2014

Las últimas palabras de consuelo.

Cuando los once tomaron asiento, Jesús se levantó y les dirigió la palabra: «Mientras yo esté con vosotros en la carne, tan sólo puedo ser una sola persona, en vuestro medio o en el mundo entero. Pero cuando me haya liberado de esta vestimenta de naturaleza mortal, podré retornar como espíritu residente en cada uno de vosotros y de todos los demás creyentes en el evangelio del reino. De esta manera, el Hijo del Hombre será la encarnación espiritual en el alma de todos los creyentes sinceros.     
  
«Cuando haya retornado para vivir en vosotros y para obrar a través de vosotros, podré conduciros mejor por esta vida y guiaros a través de las muchas moradas de la vida futura en el cielo de los cielos. La vida en la creación eterna del Padre no significa un descanso sin fin en la holgazanería y facilidad egoísta, sino más bien una progresión sin cesar en gracia, verdad y gloria. Cada una de las muchas, muchas estaciones en la casa de mi Padre es una parada, una vida designada para prepararos para lo que os espera más adelante. Así pues, los hijos de la luz progresarán de gloria en gloria hasta alcanzar el estado divino en el cual sean perfeccionados espiritualmente así como el Padre es perfecto en todas las cosas.
     
«Cuando yo os deje, si queréis seguir mis pasos, esforzados sinceramente para vivir de acuerdo con el espíritu de mis enseñanzas y con el ideal de mi vida —hacer la voluntad de mi Padre. Haced esto en vez de tratar de imitar mi vida natural en la carne como yo, inevitablemente, me he visto obligado a vivirla en este mundo.
       
«El Padre me envió a este mundo, pero tan sólo pocos de vosotros habéis elegido plenamente recibirme. Yo derramaré mi espíritu sobre toda la carne, pero no todos los hombres elegirán recibir como guía y consejero del alma a este nuevo maestro. Pero todos los que lo reciban serán esclarecidos, limpiados y consolados. Y este Espíritu de la Verdad se convertirá en ellos en un manantial de agua viva que mana a la vida eterna.
      
«Ahora que ya pronto os dejaré, quiero decir palabras de consuelo. Dejo la paz con vosotros; mi paz os doy. Estos dones otorgo, no como los otorga el mundo —por medida— sino que a cada uno de vosotros otorgo lo todo que cada uno quiera recibir. Que no se atribule vuestro corazón, y no os dejéis dominar por el temor. Yo he superado el mundo, y en mí triunfaréis todos por la fe. Os he advertido que el Hijo del Hombre será matado, pero os aseguro que volveré antes de ir adonde mi Padre, aunque sea tan sólo por un corto tiempo. Y después de haber ascendido a mi Padre, con certeza os enviaré un nuevo maestro para que esté con vosotros y more en vuestro corazón mismo. Y cuando veáis que todo esto ocurre, no os atribuléis, sino más bien creed, puesto que lo sabíais todo de antemano. Yo os he amado con gran afecto, y no quisiera dejaros, pero es la voluntad de mi Padre. Mi hora ha llegado.
     
«No dudéis de ninguna de estas verdades, aun cuando estéis dispersos por el mundo debido a las persecuciones y sufráis por tanta congoja. Cuando sintáis que estáis solos en el mundo, yo sabré de vuestra soledad así como, cuando estéis vosotros dispersados, cada uno en su sitio, dejando al Hijo del Hombre en las manos de sus enemigos, vosotros sabréis de mi soledad. Pero nunca estoy solo; siempre el Padre está conmigo. Aun en tales momentos oraré por vosotros. Y todas estas cosas os las he dicho para que podáis tener paz y tenerla más abundantemente. En este mundo tendréis tribulaciones, pero permaneced de buen ánimo; yo he triunfado en el mundo y os he mostrado el camino a la felicidad eterna y al servicio sempiterno».
      
Jesús da la paz a sus compañeros que hacen la voluntad de Dios pero no es la paz de la felicidad y satisfacción de este mundo material. Los materialistas y los fatalistas descreídos tan sólo podrán disfrutar de dos tipos de paz y de consuelo del alma: o bien son estoicos, resueltos firme y decididamente a enfrentarse a lo inevitable y soportar lo peor; o bien deben ser optimistas, dejándose llevar por la esperanza que siempre mana del pecho humano, anhelando en vano una paz que en verdad nunca llega.
     
Cierta medida de estoicismo así como de optimismo resulta útil en el curso de la vida en la tierra, pero ninguno de los dos tiene nada que ver con esta paz excelsa que otorga el Hijo de Dios a sus hermanos en la carne. La paz que otorga Micael a sus hijos en la tierra es esa misma paz que llenaba su propia alma cuando él mismo vivió la vida mortal en la carne y en este mismo mundo. La paz de Jesús es la felicidad y satisfacción de una persona conocedora de Dios que ha alcanzado el triunfo de aprender plenamente cómo hacer la voluntad de Dios mientras vive la vida mortal en la carne. La paz mental de Jesús estaba cimentada en una absoluta fe humana en la realidad de los sabios y compasivos cuidados del Padre divino. Jesús tuvo problemas en la tierra, aun se le denominó falsamente el «varón de dolores», pero en todas estas experiencias y a través de ellas disfrutó el consuelo de esa confianza que le dio la fuerza para proceder con el propósito de su vida, en la certeza plena de que lograba cumplir con la voluntad del Padre.
     
Jesús era decidido, persistente y completamente dedicado al cumplimiento de su misión, pero no era un estoico sin sentimientos ni compasión. Siempre buscaba aspectos de alegría en sus experiencias de vida, pero no era un optimista ciego que se engañara a sí mismo. El Maestro sabía todo lo que le ocurriría, y no temía. Después de otorgar esta paz a cada uno de sus seguidores, podía decir en forma consecuente: «Que no se atribule vuestro corazón, y que no temáis».
     
La paz de Jesús es, pues, la paz y la certeza de un hijo que cree plenamente que su carrera en el tiempo y en la eternidad está total y certeramente bajo el cuidado y la vigilancia de un Padre espíritu omnisapiente, omniamante y omnipoderoso. Y ésta es, de veras, una paz que sobrepasa todo entendimiento de la mente mortal, pero que el corazón humano creyente podrá disfrutar plenamente