Cuando los once tomaron asiento, Jesús se levantó y les dirigió la
palabra: «Mientras yo esté con vosotros en la carne, tan sólo puedo ser
una sola persona, en vuestro medio o en el mundo entero. Pero cuando me
haya liberado de esta vestimenta de naturaleza mortal, podré retornar
como espíritu residente en cada uno de vosotros y de todos los demás
creyentes en el evangelio del reino. De esta manera, el Hijo del Hombre
será la encarnación espiritual en el alma de todos los creyentes
sinceros.
«Cuando haya retornado para vivir en
vosotros y para obrar a través de vosotros, podré conduciros mejor por
esta vida y guiaros a través de las muchas moradas de la vida futura en
el cielo de los cielos. La vida en la creación eterna del Padre no
significa un descanso sin fin en la holgazanería y facilidad egoísta,
sino más bien una progresión sin cesar en gracia, verdad y gloria. Cada
una de las muchas, muchas estaciones en la casa de mi Padre es una
parada, una vida designada para prepararos para lo que os espera más
adelante. Así pues, los hijos de la luz progresarán de gloria en gloria
hasta alcanzar el estado divino en el cual sean perfeccionados
espiritualmente así como el Padre es perfecto en todas las cosas.
«Cuando yo os deje, si queréis seguir mis
pasos, esforzados sinceramente para vivir de acuerdo con el espíritu de
mis enseñanzas y con el ideal de mi vida —hacer la voluntad de mi Padre.
Haced esto en vez de tratar de imitar mi vida natural en la carne como
yo, inevitablemente, me he visto obligado a vivirla en este mundo.
«El Padre me envió a este mundo, pero tan
sólo pocos de vosotros habéis elegido plenamente recibirme. Yo derramaré
mi espíritu sobre toda la carne, pero no todos los hombres elegirán
recibir como guía y consejero del alma a este nuevo maestro. Pero todos
los que lo reciban serán esclarecidos, limpiados y consolados. Y este
Espíritu de la Verdad se convertirá en ellos en un manantial de agua
viva que mana a la vida eterna.
«Ahora que ya pronto os dejaré, quiero
decir palabras de consuelo. Dejo la paz con vosotros; mi paz os doy.
Estos dones otorgo, no como los otorga el mundo —por medida— sino que a
cada uno de vosotros otorgo lo todo que cada uno quiera recibir. Que no
se atribule vuestro corazón, y no os dejéis dominar por el temor. Yo he
superado el mundo, y en mí triunfaréis todos por la fe. Os he advertido
que el Hijo del Hombre será matado, pero os aseguro que volveré antes de
ir adonde mi Padre, aunque sea tan sólo por un corto tiempo. Y después
de haber ascendido a mi Padre, con certeza os enviaré un nuevo maestro
para que esté con vosotros y more en vuestro corazón mismo. Y cuando
veáis que todo esto ocurre, no os atribuléis, sino más bien creed,
puesto que lo sabíais todo de antemano. Yo os he amado con gran afecto, y
no quisiera dejaros, pero es la voluntad de mi Padre. Mi hora ha
llegado.
«No dudéis de ninguna de estas verdades,
aun cuando estéis dispersos por el mundo debido a las persecuciones y
sufráis por tanta congoja. Cuando sintáis que estáis solos en el mundo,
yo sabré de vuestra soledad así como, cuando estéis vosotros
dispersados, cada uno en su sitio, dejando al Hijo del Hombre en las
manos de sus enemigos, vosotros sabréis de mi soledad. Pero nunca estoy
solo; siempre el Padre está conmigo. Aun en tales momentos oraré por
vosotros. Y todas estas cosas os las he dicho para que podáis tener paz y
tenerla más abundantemente. En este mundo tendréis tribulaciones, pero
permaneced de buen ánimo; yo he triunfado en el mundo y os he mostrado
el camino a la felicidad eterna y al servicio sempiterno».
Jesús da la paz a sus compañeros que hacen
la voluntad de Dios pero no es la paz de la felicidad y satisfacción de
este mundo material. Los materialistas y los fatalistas descreídos tan
sólo podrán disfrutar de dos tipos de paz y de consuelo del alma: o bien
son estoicos, resueltos firme y decididamente a enfrentarse a lo
inevitable y soportar lo peor; o bien deben ser optimistas, dejándose
llevar por la esperanza que siempre mana del pecho humano, anhelando en
vano una paz que en verdad nunca llega.
Cierta medida de estoicismo así como de
optimismo resulta útil en el curso de la vida en la tierra, pero ninguno
de los dos tiene nada que ver con esta paz excelsa que otorga el Hijo
de Dios a sus hermanos en la carne. La paz que otorga Micael a sus hijos
en la tierra es esa misma paz que llenaba su propia alma cuando él
mismo vivió la vida mortal en la carne y en este mismo mundo. La paz de
Jesús es la felicidad y satisfacción de una persona conocedora de Dios
que ha alcanzado el triunfo de aprender plenamente cómo hacer la
voluntad de Dios mientras vive la vida mortal en la carne. La paz mental
de Jesús estaba cimentada en una absoluta fe humana en la realidad de
los sabios y compasivos cuidados del Padre divino. Jesús tuvo problemas
en la tierra, aun se le denominó falsamente el «varón de dolores», pero
en todas estas experiencias y a través de ellas disfrutó el consuelo de
esa confianza que le dio la fuerza para proceder con el propósito de su
vida, en la certeza plena de que lograba cumplir con la voluntad del
Padre.
Jesús era decidido, persistente y
completamente dedicado al cumplimiento de su misión, pero no era un
estoico sin sentimientos ni compasión. Siempre buscaba aspectos de alegría en sus experiencias de vida,
pero no era un optimista ciego que se engañara a sí mismo. El Maestro
sabía todo lo que le ocurriría, y no temía. Después de otorgar esta paz a
cada uno de sus seguidores, podía decir en forma consecuente: «Que no
se atribule vuestro corazón, y que no temáis».
La paz de Jesús es, pues, la paz y la
certeza de un hijo que cree plenamente que su carrera en el tiempo y en
la eternidad está total y certeramente bajo el cuidado y la vigilancia
de un Padre espíritu omnisapiente, omniamante y omnipoderoso. Y ésta es,
de veras, una paz que sobrepasa todo entendimiento de la mente mortal,
pero que el corazón humano creyente podrá disfrutar plenamente