Santiago Zebedeo se encontró separado de Simón
Pedro y de su hermano Juan, así pues él se unió a los demás apóstoles y a
sus conacampantes junto al lagar para deliberar sobre qué debían hacer
en vista del arresto del Maestro.
Andrés había sido liberado de toda
responsabilidad de la dirección del grupo de sus compañeros apóstoles;
por lo tanto, en ésta, la más grave crisis de sus vidas, permanecía él
silencioso. Después de una corta conversación casual, Simón el Zelote se
paró en el muro de piedra del lagar y, haciendo un apasionado llamado a
la lealtad al Maestro y a la causa del reino, exhortó a los apóstoles y
a los demás discípulos a que se fueran de prisa detrás del grupo y
rescataran a Jesús. La mayoría de los oyentes estaba dispuesto a seguir
su liderazgo agresivo sino hubiese sido por el consejo de Natanael
quien se puso de pie en el momento en que Simón terminó de hablar y le
llamó la atención sobre las enseñanzas frecuentemente repetidas de Jesús
relativas a la resistencia pasiva. También les recordó que Jesús esa
misma noche les había instruido que preservaran sus vidas para el tiempo
en que ellos saldrían al mundo proclamando la buena nueva del evangelio
del reino celestial. Natanael tuvo en esta posición el apoyo de
Santiago Zebedeo, que relató ahora como Pedro y otros habían
desenfundado la espada para defender al Maestro contra el arresto y cómo
Jesús había exhortado a Simón Pedro y a los demás a que guardaran la
espada. Mateo y Felipe también hicieron discursos, pero no salió nada
definitivo de estas discusiones, hasta que Tomás, llamando la atención
de ellos sobre el hecho de que Jesús había aconsejado a Lázaro de que no
se expusiera a la muerte, les hizo observar que nada podían hacer ellos
para salvar a su Maestro puesto que él se negaba a permitir a sus
amigos que lo defendieran, y puesto que él persistía en no utilizar sus
poderes divinos para frustrar a sus enemigos humanos. Tomás los
persuadió a que se dispersaran, cada uno por su cuenta, con el arreglo
de que David Zebedeo permanecería en el campamento para mantener un
punto de comunicación y un centro para los mensajeros del grupo. A las
dos y media de la mañana el campo estuvo desierto; sólo David permanecía
allí con tres o cuatro mensajeros, habiendo enviado a los demás para
informarse adonde habían llevado a Jesús y qué le harían.
Cinco de los apóstoles —Natanael, Mateo,
Felipe y los gemelos— fueron a esconderse en Betfagé y Betania. Tomás,
Andrés, Santiago y Simón el Zelote se escondieron en la ciudad. Simón
Pedro y Juan Zebedeo siguieron hasta la casa de Anás.
Poco después del amanecer, Simón Pedro
volvió al campamento de Getsemaní, pintura viva de la desesperación más
profunda. David lo envió a cargo de un mensajero para que se reunirá con
su hermano Andrés, quien estaba en la casa de Nicodemo en Jerusalén.
Hasta el fin mismo de la crucifixión, Juan
Zebedeo permaneció, tal como Jesús se lo había indicado, siempre cerca, y
él era el que suministraba información a los mensajeros de David de
hora en hora, la cual llevaron ellos a David en el jardín del
campamento, y que luego se transmitió a los apóstoles escondidos y a la
familia de Jesús.
¡De veras, está herido el pastor y están
dispersadas las ovejas! Aunque todos ellos se daban cuenta vagamente de
que Jesús les había anticipado esta situación misma, estaban tan
gravemente afectados por la súbita desaparición del Maestro como para
hacer uso de su mente en forma normal.
Fue poco después del amanecer, y después de
que Pedro fue enviado a unirse con su hermano, cuando Judá, el hermano
en la carne de Jesús, llegó al campamento, casi sin aliento y delante
del resto de la familia de Jesús, sólo para enterarse de que al Maestro
ya lo habían arrestado, y nuevamente descendió corriendo al camino de
Jericó para llevar esta información a su madre y a sus hermanos y
hermanas. David Zebedeo envió un mensaje a la familia de Jesús, por
intermedio de Judá, de que se reunieran en la casa de Marta y María en
Betania y esperaran allí noticias que sus mensajeros les llevarían
regularmente.
Ésta era la situación durante la última
mitad del jueves por la noche y las primeras horas de la mañana del
viernes en cuanto a los apóstoles, los discípulos principales, y la
familia terrenal de Jesús. Todos estos grupos e individuos se
mantuvieron en contacto mediante el servicio de mensajeros que David
Zebedeo continuó operando desde su central en el campamento de
Getsemaní.