CUANDO Jesús despertó por última vez a Pedro, Santiago y Juan,
sugirió que se fueran a sus tiendas y reposaran para prepararse para los
deberes del mañana. Pero a esta altura, los tres apóstoles estaban
completamente despiertos; habían descansado con sus cortas siestas, y
además, estaban estimulados y animados por la llegada de dos agitados
mensajeros que preguntaron por David Zebedeo y se fueron de prisa a
buscarlo en cuanto Pedro les indicó el lugar donde aquél estaba de
centinela.
Aunque ocho de los apóstoles estaban
profundamente dormidos, los griegos, acampados a su lado, estaban más
preocupados por los posibles acontecimientos, tanto es así que habían
apostado un centinela para que diera la alarma en caso de que hubiera
peligro. Cuando estos dos mensajeros llegaron apresuradamente al
campamento, el centinela griego inmediatamente despertó a sus
conciudadanos, quienes emergieron de sus tiendas, completamente vestidos
y armados. El campamento todo estaba despierto excepto los ocho
apóstoles; Pedro deseaba llamar a sus asociados, pero Jesús se lo
prohibió perentoriamente. El Maestro les advirtió tiernamente que se
volviesen a sus tiendas, pero ellos no estaban dispuestos a cumplir con
su sugerencia.
Como no pudo dispersar a sus seguidores, el
Maestro los dejó y descendió al lagar, cerca de la entrada al parque de
Getsemaní. Aunque los tres apóstoles, los griegos y otros acampantes
titubearon en seguirlo inmediatamente, Juan Marcos cortó camino,
corriendo entre los olivares y se metió en un pequeño cobertizo cerca
del lagar. Jesús se retiró del campamento y se alejó de sus amigos, con
el objeto de que los que venían a arrestarlo pudieran hacerlo, cuando
llegaran, sin perturbar a sus apóstoles. El Maestro temía que se
despertaran sus apóstoles y presenciaran su arresto, y que el
espectáculo de la traición de Judas despertara de tal manera su
animosidad como para impulsarlos a resistir a los soldados terminando
así apresados con él. Temía que, si eran arrestados con él, también
pudieran perecer con él.
Aunque Jesús sabía que el proyecto de
matarlo se había originado en los concilios de los líderes de los
judíos, también se daba cuenta de que estos esquemas nefastos tenían la
plena aprobación de Lucifer, Satanás y Caligastia. Bien sabía él que
estos rebeldes de los reinos tendrían sumo agrado en ver a todos los
apóstoles destruidos con él.
Jesús se sentó a solas, sobre el lagar, y
allí aguardó la llegada del traidor, y tan sólo fue visto en este
momento por Juan Marcos y las innumerables huestes de observadores
celestiales.