«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 13 de enero de 2012

El año veintiséis (año 20 d. de J.C.)

A comienzos de este año, Jesús de Nazaret se hizo muy consciente de la amplia gama de poder potencial que poseía. Pero estaba asímismo plenamente persuadido 
de que este poder no había de ser empleado por su personalidad como Hijo del Hombre, al menos hasta que llegara su hora.
      
En esta época, aunque poco decía, mucho pensó sobre su relación con su Padre en los cielos. La conclusión de tanta reflexión fue expresada cierta vez en su oración en la cumbre de la colina, cuando dijo: «Sea yo quien fuere y sea cual fuere el poder que yo pueda ejercer o no, he estado siempre y siempre estaré sujeto a la voluntad de mi Padre Paradisiaco». Sin embargo, mientras este hombre iba y venía del trabajo a la casa y de la casa al trabajo en Nazaret, era literalmente cierto —en cuanto a un vasto universo— que «en él se ocultaban todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento».
     
Todo este año, los asuntos de la familia anduvieron bastante bien excepto por los problemas creados por Judá. Durante años tuvo Santiago dificultades con este hermano menor, quien no tenía inclinación por el trabajo ni se le podía confiar que contribuyera a los gastos domésticos. Aunque vivía en la casa, no era escrupuloso en contribuir su parte para el mantenimiento de la familia como le correspondía.
      
Jesús era un hombre de paz, y de vez en cuando lo avergonzaban las explosiones beligerantes y los numerosos arrebatos patrióticos de Judá. Santiago y José querían echarlo de la casa, pero Jesús no daba su consentimiento. Cada vez que la paciencia de ellos llegaba al límite, Jesús se limitaba a aconsejar: «Tened paciencia. Sed sabios en vuestro consejo y elocuentes en vuestras vidas, que vuestro hermano menor pueda conocer el mejor camino primero, y ser obligado luego a seguiros en él». El sabio y amoroso consejo de Jesús previno la fragmentación de la familia; permanecieron juntos. Pero Judá no serenó sus sentidos hasta después de su matrimonio.
      
María rara vez hablaba de la misión futura de Jesús. Siempre que se mencionaba este asunto, Jesús sólo replicaba: «Aún no ha llegado mi hora». Ya casi había acabado Jesús la difícil tarea de independizar a su familia de la necesidad de la inmediata presencia de su personalidad. Rápidamente se preparaba para el día en que pudiera sin conmoción alejarse de este hogar de Nazaret para comenzar el preludio más activo de su verdadero ministerio para los hombres.
      
Nunca perdáis de vista el hecho de que la primera misión de Jesús en su séptimo autootorgamiento fue la adquisición de la experiencia como criatura, el logro de la soberanía de Nebadon. En el acto de acumular esta experiencia misma hizo la suprema revelación del Padre del Paraíso a Urantia y a todo su universo local. Concomitante con los anteriores propósitos también se dedicó Jesús a desenmarañar los complicados asuntos de este planeta así como estaban relacionados con la rebelión de Lucifer.
      
Este año Jesús disfrutaba de más tiempo libre, y lo dedicó a adiestrar a Santiago en la administración del taller de reparaciones y a José en la dirección de los asuntos domésticos. María presentía que se estaba preparando para dejarlos. Dejarlos, ¿para ir adonde? ¿A hacer qué? Ya casi había renunciado a la idea de que Jesús sería el Mesías. No podía comprenderlo; simplemente, no entendía a su primogénito.
      
Jesús pasó gran parte de su tiempo, este año, con cada uno de los miembros de su familia. Frecuentemente salía con ellos haciendo largas caminatas por los campos y las colinas. Antes de la cosecha, llevó a Judá a visitar al tío granjero que vivía al sur de Nazaret; pero Judá no se quedó mucho tiempo después de la cosecha, sino que se escapó de la granja del tío. Poco tiempo después lo encontró Simón viviendo con los pescadores del lago. Cuando Simón lo trajo de vuelta al hogar, Jesús tuvo una conversación con el fugitivo muchacho y, puesto que quería ser pescador, lo llevó a Magdala, entregándolo a la custodia de un pariente que era pescador; de allí en adelante Judá trabajó bastante bien y con regularidad hasta que se casó, y continuó trabajando de pescador después de su matrimonio.
    
Finalmente el día había llegado en que todos los hermanos de Jesús habían elegido sus oficios y se habían establecido en ellos. Se estaba preparando el escenario para la partida de Jesús de su hogar.
      
En noviembre hubo una doble boda. Santiago y Esta, Miriam y Jacob se unieron en esponsales. Fue ésa una ocasión de verdadero júbilo. Hasta María nuevamente se sintió feliz, excepto por momentos, cuando se daba cuenta de que Jesús se estaba preparando para irse. Ella sufría bajo el peso de una gran incertidumbre: le hubiera gustado que Jesús se sentara y hablara libremente con ella como cuando era niño; pero él se había vuelto muy reservado; estaba profundamente silencioso acerca del futuro.
      
Santiago y su novia, Esta, se mudaron a una casita, regalo del padre de ella, en la parte oeste del pueblo. Aunque Santiago continuaba manteniendo el hogar de su madre, se redujo su contribución a la mitad después de su boda, y José fue nombrado formalmente por Jesús jefe de la familia. Finalmente Judá también enviaba fielmente cada mes su contribución a la casa. La boda de Jacob y de Miriam ejerció una influencia muy benéfica sobre Judá, y al partir para la zona pesquera el día después de la doble boda, le aseguró a José que podía confiar en él: «Cumpliré plenamente con mi deber, y más si es necesario», y mantuvo su promesa.
      
Miriam vivía al lado de María, en la casa de Jacob, cuyo padre, Jacobo el viejo, había fallecido y sepultado junto a sus padres. Marta tomó el lugar de Miriam en el hogar, y antes del fin de ese año la nueva organización ya funcionaba sin problemas.
      
Al día siguiente de la doble boda Jesús tuvo una conversación importante con Santiago, a quien le dijo, confidencialmente, que se estaba preparando para irse. Le presentó el título de propiedad del taller de reparaciones, y formal y solemnemente abdicó al título de jefe de la casa de José, y de la manera más conmovedora instaló a su hermano Santiago como «jefe y protector de la casa de mi padre». Redactó y luego ambos firmaron un pacto secreto en el cual se estipulaba que, a cambio del obsequio del taller de reparaciones, Santiago asumiría de allí en adelante la plena responsabilidad de las finanzas de la familia, exonerando a Jesús de toda ulterior obligación en este asunto. Después de firmar el contrato, y de preparar un presupuesto que permitiera hacer frente a los gastos de la familia sin ninguna contribución de Jesús, éste dijo a Santiago: «Pero, hijo mío, yo seguiré enviándote algo todos los meses hasta que haya llegado mi hora; lo que yo envíe, tú lo usarás como lo exija la ocasión. Dedica mis fondos a las necesidades o a los placeres de la familia, tal como te parezca apropiado. Úsalos en caso de enfermedad o para enfrentar inesperadas urgencias que puedan sobrevenir a cualquier miembro de la familia».
     
Así pues se preparaba Jesús para ingresar a la segunda fase de su vida adulta, en la cual se separaría de su casa, para dedicarse públicamente a los asuntos de su Padre.