«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 27 de enero de 2012

El discurso sobre la realidad.

La noche antes de su partida de Alejandría, Ganid y Jesús tuvieron una larga conversación con uno de los profesores de gobierno en la universidad. El profesor dio una conferencia sobre las doctrinas de Platón. Jesús actuó de intérprete para el erudito maestro griego, pero sin contribuir ninguna enseñanza propia para refutar la filosofía griega. Gonod se encontraba fuera de la casa esa noche, ocupado en asuntos de negocios; por consiguiente, después de la partida del profesor, el maestro y su discípulo tuvieron un largo y abierto diálogo sobre las doctrinas de Platón. Si bien Jesús prestó una aprobación limitada a algunas de las enseñanzas griegas sobre la teoría de que las cosas materiales del mundo eran tan sólo reflejos vagos de realidades espirituales invisibles pero más substanciales, intentaba establecer cimientos más sólidos para el pensamiento del joven; por eso se embarcó en una larga disertación sobre la naturaleza de la realidad en el universo. En substancia y en expresión moderna Jesús dijo a Ganid: 
     
El origen de la realidad universal es el Infinito. Las cosas materiales de creación finita son las repercusiones espacio-temporales del Modelo Paradisiaco y de la Mente Universal del Dios eterno. La causación en el mundo físico, la autoconciencia en el mundo intelectual, y el yo progresivo en el mundo espiritual —estas realidades, proyectadas a escala universal, combinadas en conexión eterna, y experienciadas con perfección de cualidad y divinidad de valor— constituyen la realidad del Supremo. Pero en el universo siempre cambiante la Personalidad Original de la causación, la inteligencia y la experiencia espiritual es inmutable y absoluta. Todas las cosas, incluso en un universo eterno de valores ilimitados y cualidades divinas, pueden cambiar, y a menudo cambian, excepto los Absolutos y aquello que haya alcanzado el estado físico, la adopción intelectual o la identidad espiritual que es absoluto.
      
El más alto nivel al cual puede llegar una criatura finita es el reconocimiento del Padre Universal y el conocimiento del Supremo. Aun entonces tales seres con destino de finalidad siguen experienciando cambios en los movimientos del mundo físico y en sus fenómenos materiales. Asímismo permanecen conscientes de la progresión del yo en su continua ascensión del universo espiritual y de conciencia cada vez mayor en su apreciación cada vez más profunda del cosmos intelectual, y su reacción al mismo. Sólo en la perfección, armonía y unanimidad de la voluntad puede la criatura llegar a ser una con el Creador; y tal estado de divinidad sólo se puede alcanzar y mantener mediante el continuo vivir de la criatura en el tiempo y en la eternidad conformando constantemente su voluntad personal y finita a la voluntad divina del Creador. Siempre debe ser supremo en el alma y dominar en la mente de un hijo ascendente de Dios el deseo de hacer la voluntad del Padre.
     
Jamás podrá un tuerto visualizar la profundidad de la perspectiva. Igualmente no podrán los materialistas científicos tuertos ni los místicos y alegoristas espirituales tuertos visualizar correctamente ni comprender adecuadamente las verdaderas profundidades de la realidad del universo. Todos los valores auténticos de la experiencia de la criatura se ocultan en la profundidad del reconocimiento.
      
La causación sin mente no puede desarrollar lo refinado y lo complejo a partir de lo burdo y lo simple, tampoco puede la experiencia sin espíritu evolucionar los caracteres divinos de eterna supervivencia a partir de las mentes materiales de los mortales del tiempo. El único atributo del universo que caracteriza de manera tan exclusiva a la Deidad infinita es la inacabable dotación creadora de la personalidad que puede sobrevivir en un progresivo logro de la Deidad.
      
La personalidad es esa dote cósmica, esa fase de la realidad universal, que puede coexistir con cambios ilimitados y al mismo tiempo conservar su identidad en la presencia misma de todos estos cambios, y para siempre después.
      
La vida es una adaptación de la causación cósmica original a las demandas y posibilidades de las situaciones universales, y llega a existir por medio de la acción de la Mente Universal y de la activación por la chispa espiritual de Dios que es espíritu. El significado de la vida es su adaptabilidad, el valor de la vida es su capacidad de progresar —incluso hasta las alturas de la conoscientización de Dios.
      
La mala adaptación de la vida autoconsciente al universo produce la desarmonía cósmica. La divergencia final de la voluntad de la personalidad a partir de las tendencias de los universos, termina en el aislamiento intelectual y la segregación de la personalidad. La pérdida del espíritu conductor residente se sobreviene
en forma de cesación espiritual de la existencia. Por consiguiente, la vida inteligente y progresiva es en sí misma y por sí misma prueba incontrovertible de la existencia de un universo con un fin determinado que expresa la voluntad de un Creador divino. Y esta vida, en su conjunto, lucha por alcanzar valores más altos, siendo su meta final el Padre Universal. 


Sólo en cuestión de grado es la mente del hombre superior a la del nivel animal, aparte de las ministraciones más elevadas y cuasiespirituales del intelecto. Por lo tanto los animales (careciendo de la facultad de adoración y de sabiduría) no pueden experimentar la superconciencia, la conciencia de la conciencia. La mente animal sólo tiene conciencia del universo objetivo.
      
El conocimiento es la esfera de la mente material o discernidora de los hechos. La verdad es el dominio del intelecto espiritualmente dotado que está consciente de conocer a Dios. El conocimiento se puede demostrar; la verdad se experimenta. El conocimiento es una posesión de la mente; la verdad una experiencia del alma, del yo en progresión. El conocimiento es una función del nivel no espiritual; la verdad es una fase del nivel mental-espiritual de los universos. El ojo de la mente material percibe un mundo de conocimiento sobre los hechos; el ojo del intelecto espiritualizado discierne un mundo de valores verdaderos. Estos dos puntos de vista, sincronizados y armonizados, revelan el mundo de la realidad, en el cual la sabiduría interpreta los fenómenos del universo en términos de la experiencia personal progresiva.
      
El error (el mal) es el castigo de la imperfección. Las cualidades de imperfección o los hechos de una falsa adaptación se revelan en el nivel material mediante la observación crítica y el análisis científico; en el nivel moral, por la experiencia humana. La presencia del mal constituye la prueba de las imprecisiones de la mente y de la falta de madurez del yo evolutivo. El mal es, por lo tanto, también una medida de la imperfección en la interpretación del universo. La posibilidad de cometer errores es inherente a la adquisición de la sabiduría, el esquema de progreso desde lo parcial y lo temporal a lo completo y lo eterno, desde lo relativo e imperfecto a lo final y perfeccionado. El error es la sombra del estado relativo de lo incompleto, que necesariamente debe caer sobre la senda ascendente universal del hombre hacia la perfección del Paraíso. El error (el mal) no es una cualidad real en el universo; es simplemente la observación de una relatividad en el hecho de que la imperfección de lo finito y los niveles ascendentes del Supremo y el Último están relacionados.
      
Aunque Jesús dijo todo esto al joven en el idioma más apropiado para su comprensión, al fin de la exposición Ganid tenía los párpados pesados y pronto cayó presa del sueño. A la mañana siguiente se levantaron temprano para subir al barco rumbo a Lasea en la isla de Creta. Pero antes de embarcarse, el mancebo aún tenía otras preguntas por hacer acerca del mal, a las cuales Jesús replicó:
      
El mal es un concepto de la relatividad. Surge de la observación de las imperfecciones que aparecen en la sombra proyectada por un universo finito de cosas y seres a medida que tal cosmos oscurece la luz viviente de la expresión universal de las realidades eternas del Único Infinito.
      
El mal potencial es inherente al estado necesariamente incompleto de la revelación de Dios como expresión espacio-temporalmente limitada de la infinitud y la eternidad. El hecho de lo parcial en presencia de lo completo constituye la relatividad de la realidad, crea la necesidad de la elección intelectual, y establece niveles de valor de reconocimiento y respuesta espiritual. El concepto incompleto y finito del Infinito mantenido por la mente temporal y limitada de la criatura es, en sí mismo y por sí mismo, mal potencial. Pero el error cada vez mas amplio de la deficiencia injustificada en una rectificación espiritual razonable de estas desarmonías intelectuales e insuficiencias espirituales originalmente inherentes, equivale a la realización del mal actual, es decir, el mal ya no potencial.
      
Todos los conceptos estáticos, muertos, son potencialmente malignos. La sombra finita de la verdad relativa y viviente está en continuo movimiento. Los conceptos estáticos invariablemente atrasan la ciencia, la política, la sociedad y la religión. Los conceptos estáticos pueden representar cierto conocimiento, pero les falta sabiduría y están desprovistos de verdad. Pero no permitas que el concepto de relatividad tanto te desoriente que no puedas reconocer la coordinación del universo bajo la guía de la mente cósmica, y su control estabilizado por la energía y el espíritu del Supremo.