«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 24 de enero de 2012

En Jope; Discurso sobre Jonás.

Durante su estadía en Jope, Jesús conoció a Gadía, un intérprete filisteo que trabajaba para un tal Simón, curtidor. Los agentes de Gonod en Mesopotamia habían hecho muchos negocios con este Simón; por eso Gonod y su hijo deseaban visitarlo camino a Cesarea. En el curso de esta visita en Jope, Jesús y Gadía se hicieron buenos amigos. El joven filisteo buscaba la verdad; Jesús era el dador de la verdad. El era la verdad para esa generación en Urantia. Cuando un gran buscador de la verdad se encuentra con un gran dador de la verdad, se produce un esclarecimiento grande y liberador nacido de la experiencia de la nueva verdad.
      
Cierto día cuando, después de la cena, deambulaban Jesús y el joven filisteo por la orilla del mar, Gadía, sin saber que este «escriba de Damasco» era tan versado en las tradiciones hebreas, señaló a Jesús el embarcadero desde el cual supuestamente se había embarcado Jonás en su desafortunado viaje a Tarsis. Al concluir sus comentarios, le pregunto el joven a Jesús: «¿Pero crees tú que el gran pez realmente se tragó a Jonás?» Jesús percibió que esta tradición había influido tremendamente sobre la vida del joven, y que la contemplación de este episodio le había inculcado la idea disparatada de tratar de escapar al deber. Por lo tanto, Jesús nada dijo que pudiera destruir repentinamente los cimientos de las motivaciones actuales de Gadía para la vida práctica. Al responder a su pregunta, Jesús dijo: «Amigo mío, todos nosotros somos como Jonás, con una vida que hemos de vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, y cada vez que intentamos escapar al deber que nos impone la vida diaria, fugándonos hacia remotas tentaciones, nos ponemos al instante en las manos de aquellas influencias que no están regidas por los poderes de la verdad ni por las fuerzas de la justicia. Escapar al deber es sacrificar la verdad. Escapar al servicio de la luz y la vida sólo puede conducir a esos penosos conflictos con las difíciles ballenas del egoísmo que llevan a la larga a la oscuridad y la muerte, a menos que estos Jonases que han abandonado a Dios sepan volver su corazón, aun en los momentos en que se encuentren sumergidos en la más profunda desesperación, en procura de Dios y de su bondad. Y cuando tales almas afligidas buscan sinceramente a Dios —hambrientas de verdad y sedientas de justicia— nada podrá retenerlas más en cautiverio. Sea cual fuere el abismo en el que puedan haber caído, cuando buscan la luz de todo corazón, el espíritu del Señor Dios del cielo las librará de su cautiverio; las circunstancias malignas de la vida las arrojarán a la tierra firme de las nuevas oportunidades para un servicio renovado y una vida más sabia».

      
Mucho conmovió a Gadía la lección de Jesús, y siguieron conversando junto a la orilla del mar hasta muy entrada la noche, y antes de irse a sus respectivos albergues, oraron juntos y el uno por el otro. Este mismo Gadía escucharía posteriormente los sermones de Pedro, convirtiéndose en un profundo creyente en Jesús de Nazaret y celebrando cierta noche, en casa de Dorcas, un memorable debate con Pedro. También tuvo Gadía mucho que ver con la decisión final de Simón, el rico mercader de cueros, de abrazar el cristianismo.

      
(De acuerdo con el permiso que se nos ha dado, en este relato de la obra personal de Jesús con sus semejantes mortales durante la gira por el Mediterráneo, traduciremos libremente sus palabras a una fraseología corriente usada en Urantia al tiempo de esta presentación).
      
La última visita de Jesús con Gadía tuvo que ver con una discusión sobre el bien y el mal. Este joven filisteo estaba bastante atribulado por la sensación de injusticia que le producía la presencia del mal conviviendo con el bien en el mundo. Decía: «¿Cómo puede ser que Dios, si es infinitamente bueno, permita que suframos las penas del mal?; después de todo, ¿quién crea el mal?» En aquellos tiempos muchos aún creían que Dios es el creador tanto del bien como del mal, pero Jesús nunca enseñó tal concepto falaz. Al responder a esta pregunta, dijo Jesús: «Hermano mío, Dios es amor; por tanto él debe ser bueno, y su bondad es tan grande y real que no puede contener las cosas pequeñas e irreales del mal. Dios es tan positivamente bueno que absolutamente no hay cabida alguna en él para el mal negativo. El mal es la elección inmadura y el desliz irracional de los que se resisten a la bondad, rechazan la belleza y traicionan la verdad. El mal sólo es la inadaptación de la inmadurez o la influencia disociadora y distorsionadora de la ignorancia. El mal es la oscuridad inevitable que pisa los talones del necio rechazo de la luz. El mal es lo tenebroso y lo falso y, si se le abraza conscientemente y se le endosa voluntariamente, se convierte en pecado.

      
«Tu Padre celestial, al dotarte de la facultad de elegir entre la verdad y el error, creó el negativo potencial del camino positivo de la luz y la vida; pero tales errores del mal son realmente inexistentes hasta el momento en que una criatura inteligente los quiere existir mediante un acto equivocado al seleccionar él la manera de vivir. Esos males posteriormente son exaltados a la categoría de pecado por elección consciente y deliberada de esa misma criatura obstinada y rebelde. Es por esto que nuestro Padre celestial permite que el bien y el mal marchen uno al lado del otro hasta el fin de la vida, así como la naturaleza permite que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el momento de la siega». 
 Gadía quedó plenamente satisfecho con la respuesta de Jesús a su pregunta después de la discusión que mantuvieron aclaró en su mente el verdadero significado de estas importantes declaraciones.