«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 3 de mayo de 2012

Juan viaja al Norte.

Juan todavía tenía ideas confusas del advenimiento del reino y de su rey. Cuanto más predicaba, más confuso estaba, pero ésta incertidumbre intelectual sobre la naturaleza del reino venidero no empañó en ningún momento su convicción de la certeza del advenimiento inmediato del reino. En mente podía Juan sufrir confusiones, en espírtu, nunca jamás. No dudaba de la llegada del reino, pero distaba de estar seguro si Jesús sería o no sería el gobernante de ese reino. Mientras se aferraba Juan a la idea de la restauración del trono de David, las enseñanzas de sus padres de que Jesús, nacido en la Ciudad de David, había de ser el libertador tan esperado, le parecían consecuentes; pero por momentos, cuando se inclinaba hacia la doctrina de un reino espiritual y el fin de la era temporal en la tierra, le invadía la duda sobre el papel que habría de desempeñar Jesús en tales acontecimientos. A veces llegaba a ponerlo todo en tela de juicio, pero no por mucho tiempo. Realmente hubiera deseado conversar sobre todo esto con su primo, pero eso estaba en contra del acuerdo explícito que ambos habían convenido.
      
Mientras viajaba hacia el norte, mucho pensó Juan en Jesús. Se detuvo en más de una docena de lugares al remontar el Jordán. En Adam fue donde primero hizo referencia a «otro que viene tras de mí» en respuesta a la pregunta directa que sus discípulos le hicieron: «¿Eres tú el Mesías?» Siguió diciendo: «Tras de mí vendrá uno que es más grande que yo, del cual yo no soy digno de desaltar las correas de las sandalias. Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo. En su mano lleva la pala y va a limpiar cuidadosamente su era; recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con el fuego del juicio».
      
En respuesta a las preguntas de sus discípulos, Juan siguió ampliando sus enseñanzas día a día añadiendo más información útil y consoladora, además del mensaje críptico con que comenzara su ministerio: «Arrepentíos y sed bautizados». Por esta época, llegaban multitudes de Galilea y de la Decápolis. Veintenas de creyentes sinceros se detenían con su adorado maestro día tras día.