«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 20 de mayo de 2012

Los conceptos del Mesías esperado.

Los judíos tenían muchas ideas distintas sobre la naturaleza del libertador esperado; cada una de estas diferentes escuelas de enseñanza mesiánica podía invocar como prueba de sus creencias distintas declaraciones de las escrituras hebreas. En general, los judíos consideraban que la historia de su nación comenzaba con Abraham y culminaría en el Mesías y de la nueva era del reino de Dios. En los siglos anteriores habían concebido a este libertador como «el siervo del Señor», luego como «el Hijo del Hombre», mientras que últimamente algunos hasta habían llegado a referirse al Mesías como el «Hijo de Dios». Pero, bien sea que se le llamara «la simiente de Abraham» o «el hijo de David», todos estaban de acuerdo en que había de ser el Mesías, el «ungido». Así pues evolucionó el concepto apartir de «siervo del Señor» a «hijo de David», «Hijo del Hombre» e «Hijo de Dios».
      
En los tiempos de Juan y Jesús, los judíos más cultos habían desarrollado una idea del Mesías venidero como el israelita perfeccionado y representativo, el que reuniría en sí mismo como «siervo del Señor», el triple cargo de profeta, sacerdote y rey.
      
Los judíos creían devotamente que, tal como Moisés había liberado a sus antepasados de la esclavitud egipcia mediante hazañas milagrosas, así liberaría el Mesías venidero al pueblo judío de la dominación romana mediante prodigios aun más milagrosos y hazañas de triunfo racial. Los rabinos habían reunido casi quinientas citas de las Escrituras que, a pesar de sus contradicciones aparentes, según ellos eran profecías del advenimiento del Mesías. En medio de todos estos detalles de tiempo, técnica y función, perdieron de vista casi por completo la personalidad del Mesías prometido. Anhelaban el restablecimiento de la gloria nacional judía —la exaltación temporal de Israel— en vez de anhelar la salvación del mundo. Es evidente por lo tanto que Jesús de Nazaret no hubiera podido satisfacer jamás este concepto mesiánico materialista de la mente judía. Si hubieran sabido ver estas predicciones supuestamente mesiánicas bajo una luz diferente, estos pronunciamientos proféticos les habrían preparado la mente en forma muy natural para el reconocimiento de Jesús como aquel que cerraba una era para inaugurar una nueva y mejor dispensación de misericordia y salvación para todas las naciones.
      
Los judíos habían sido criados con la creencia en la doctrina de la Shekinah. Pero este supuesto símbolo de la Presencia Divina no se veía en el templo. Creían que la venida del Mesías efectuaría su restauración. Tenían ideas confusas sobre el pecado racial y la supuesta naturaleza malvada del hombre. Algunos enseñaban que el pecado de Adán había sido causa de la maldición de la raza humana, y que el Mesías levantaría esa maldición y restituiría el favor divino al hombre. Otros enseñaban que Dios, al crear al hombre, había combinado en él naturalezas buenas y malas; que cuando observó el resultado de esta creación, fue grande su desilusión, y que «se arrepintió de haber creado así al hombre». Y los que así enseñaban creían que el Mesías vendría para redimir al hombre de esta inherente naturaleza malvada.
      
La mayoría de los judíos creía que ellos seguían languideciendo bajo el poder romano debido a sus pecados colectivos y a la frialdad de los prosélitos gentiles. La nación judía no se había arrepentido de todo corazón; por eso el Mesías retrasó su advenimiento. Mucho se hablaba de arrepentimiento; eso explica la atracción poderosa e inmediata de la predicación de Juan: «Arrepentíos y sed bautizados porque el reino del cielo se acerca». Y el reino del cielo no tenía sino un solo significado para todo judío devoto: la venida del Mesías.
      
Había un rasgo del autootorgamiento de Micael que era completamente ajeno al concepto judío del Mesías y éste era la unión de las dos naturalezas: la humana y la divina. Los judíos habían concebido al Mesías de distintas maneras como humano perfeccionado, sobrehumano, e incluso divino, pero no se les había ocurrido jamás el concepto de la unión de lo humano y lo divino. Fue ésta el gran escollo de los primeros discípulos de Jesús. Comprendían el concepto humano del Mesías como el hijo de David, tal como había sido presentado por los antiguos profetas; como el Hijo del Hombre, la idea sobrehumana de Daniel y de algunos de los profetas posteriores; e incluso como el Hijo de Dios, tal como había sido descrito por el autor del Libro de Enoc y por algunos de sus contemporáneos; pero no llegaron nunca, ni por un solo instante, a considerar el verdadero concepto de la unión en una personalidad terrenal de las dos naturalezas: la humana y la divina. La encarnación del Creador en forma de criatura no había sido revelada de antemano. Sólo fue revelada en Jesús; el mundo nada sabía de tales cosas hasta que el Hijo Creador se hizo carne y habitó entre los mortales del reino.