«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 21 de mayo de 2012

El Bautismo de Jesús.


Jesús fue bautizado en la época del apogeo de la predicación de Juan, en el momento en que Palestina se hallaba fervorosa con la anticipación de su mensaje —«el reino de Dios se acerca»— en el momento en que todo el pueblo judío se estabadedicando a un examen de conciencia serio y solemne. El sentido judío de la solidaridad racial era muy profundo. Los judíos no sólo creían que los pecados del padre podían afligir a los hijos, sino que también creían firmemente que el pecado de un individuo podía llevar a la perdición al pueblo entero. Por consiguiente, no todos los que se sometían al bautismo de Juan se consideraban culpables de los pecados específicos que Juan denunciaba. Muchas almas devotas eran bautizadas por Juan para el bien de Israel. Temían que la ignorancia por parte de ellos de algún pecado pudiera retrasar la venida del Mesías. Sentían que pertenecían a una nación culpable y maldita por el pecado, y se sometían al bautismo para manifestar de este modo los frutos del arrepentimiento de la raza. Es por lo tanto evidente que Jesús no recibió de ninguna manera el bautismo de Juan como rito de arrepentimiento ni para la remisión de los pecados. Al aceptar el bautismo de manos de Juan, Jesús estaba simplemente siguiendo el ejemplo de muchos israelitas píos.
      
Cuando Jesús de Nazaret bajó al Jordán para ser bautizado, era un mortal de este mundo que había alcanzado el pináculo de la ascensión evolutiva humana en todos los aspectos relacionados con la conquista de la mente y la identificación del yo con el espíritu. Estuvo de pie en el Jordán ese día, como un mortal perfeccionado de los mundos evolutivos del tiempo y del espacio. Una sincronía perfecta y una comunicación plena se habían establecido entre la mente mortal de Jesús y el Ajustador espiritual residente, el don divino de su Padre en el Paraíso. Un Ajustador como éste, reside en todos los seres normales que viven en Urantia desde la ascensión de Micael al liderazgo de su universo, excepto que el Ajustador de Jesús había sido preparado previamente para esta misión especial porque había habitado de manera similar en otro sobrehumano encarnado en la semejanza de la carne mortal: Maquiventa Melquisedek.
      
Ordinariamente, cuando un mortal llega a tales altos niveles de perfección de la personalidad, ocurren esos fenómenos preliminares de elevación espiritual que culminan finalmente en la fusión del alma madura del mortal con su Ajustador divino asociado. Y aparentemente debía producirse un cambio de esta naturaleza en la experiencia de la personalidad de Jesús de Nazaret ese mismo día en que descendió al Jordán acompañado por sus dos hermanos para ser bautizado por Juan. Esta ceremonia era el acto final de su vida puramente humana en Urantia, y muchos observadores superhumanos esperaban presenciar la fusión del Ajustador con la mente que habitaba, pero estaban destinados todos ellos a sufrir una desilusión. Ocurrió algo nuevo y aun más grande. Mientras Juan ponía sus manos sobre Jesús para bautizarlo, el Ajustador residente se despidió para siempre del alma humana perfeccionada de Josué ben José. Pocos momentos después, esta entidad divina regresó de Diviningtón como un Ajustador Personalizado y jefe de su clase en todo el universo local de Nebadon. Así pues pudo Jesús ver a su propio ex espíritu divino descendiendo sobre él de regreso en forma personalizada. Y oyó ahora a este mismo espíritu de origen del Paraíso hablar y decir: «Éste es mi Hijo amado en quien tengo complacencia». Juan, y los dos hermanos de Jesús, también oyeron estas palabras. Los discípulos de Juan, que estaban a la orilla del río, no oyeron estas palabras ni vieron la aparición del Ajustador Personalizado. Sólo los ojos de Jesús contemplaron al Ajustador Personalizado.
      
Cuando así hubo hablado el Ajustador Personalizado, regresado y ahora exaltado, todo fue silencio. Y mientras los cuatro permanecían de pie en el agua, Jesús, volviendo la mirada hacia arriba, al Ajustador que se encontraba cerca, oró de este modo: «Padre mío que reinas en el cielo, santificado sea tu nombre. ¡Venga tu reino! Que se haga tu voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo». Cuando hubo orado, «se abrieron los cielos», y el Hijo del Hombre vio la visión, presentada por el Ajustador ahora Personalizado, de sí mismo como Hijo de Dios tal como era antes de venir a la tierra en semejanza de la carne mortal, y como volvería a ser cuando terminara su vida encarnada. Esta visión celestial fue solamente para los ojos de Jesús.
      
Fue la voz del Ajustador Personalizado la que Juan y Jesús oyeron, hablando en nombre del Padre Universal, porque el Ajustador es del Padre y como el Padre del Paraíso. Por el resto de la vida terrenal de Jesús estuvo este Ajustador Personalizado asociado con él en todas sus obras; Jesús estuvo en constante comunión con este Ajustador exaltado.
      
Cuando Jesús fue bautizado no se arrepintió de error alguno; no hizo confesión alguna de pecados. Su bautismo fue su consagración al cumplimiento de la voluntad del Padre celestial. Durante su bautismo oyó el inequívoco llamado de su Padre, el mandato final de que se ocupara de los asuntos de su Padre, y se retiró a solas durante cuarenta días para discurrir estos múltiples problemas. Al retirarse así por una temporada del contacto personal activo con sus asociados terrenales, Jesús, tal como era, y al estar en Urantia, estaba siguiendo el mismo procedimiento que se observa en los mundos morontiales cuandoquiera que un alma ascendente se fusiona con la presencia interior del Padre Universal.
      
Este día de bautismo llevó a su término la vida puramente humana de Jesús. El Hijo divino ha encontrado a su Padre, el Padre Universal ha encontrado a su Hijo encarnado, y se hablan el uno al otro.
      
(Jesús tenía casi treinta y un años y medio cuando fue bautizado. Si bien Lucas dice que Jesús fue bautizado en el año quince del reinado de Tiberio César, que sería en el año 29 d. de J. C. puesto que Augusto murió en el año 14 d. de J. C., debe recordarse que Tiberio fue coemperador con Augusto por dos años y medio antes de la muerte de Augusto, habiéndose acuñado monedas en su honor en octubre del año 11 d. de J. C. El decimoquinto año de su reinado fue por lo tanto, en efecto, este mismo año 26 d. de J. C. en que Jesús se bautizó. Fue también éste el año en que Poncio Pilato tomó el cargo de gobernador de Judea.)