«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 24 de mayo de 2012

Los cuarenta días.

Jesús había resistido a la gran tentación de su autootorgamiento en semejanza de un mortal antes de su bautismo, cuando se había humedecido con el rocío del Monte Hermón durante seis semanas. Allí en el Monte Hermón, como un mortal del mundo sin ayuda alguna, se había enfrentado con el pretendiente de Urantia, Caligastia, el príncipe de este mundo, y lo había derrotado. En ese día lleno de acontecimientos, según se ve en los archivos del universo, Jesús de Nazaret se convirtió en el Príncipe Planetario de Urantia. Este Príncipe de Urantia, que muy pronto sería proclamado Soberano supremo de Nebadon, iniciaba ahora cuarenta días de retiro, para elaborar sus planes y seleccionar la técnica que utilizaría para proclamar el nuevo reino de Dios en el corazón de los hombres.
      
Después de su bautismo comenzó el período de cuarenta días de ajuste a las relaciones cambiadas del mundo y del universo, debidas a la personalización de su Ajustador. Durante este período de aislamiento en las colinas de Perea, Jesús determinó el criterio que emplearía y los métodos que aplicaría en la nueva y cambiada fase de la vida terrenal que estaba por inaugurar.
      
El retiro de Jesús no fue motivado por el propósito de ayunar ni tampoco para la aflicción de su alma. No era un asceta, y había venido para destruir para siempre esas ideas sobre cómo acercarse a Dios. Sus motivos al procurar este retiro eran enteramente diferentes de los que habían motivado a Moisés y a Elías e incluso a Juan el Bautista. Jesús estaba entonces plenamente consciente de su relación con el universo por él creado así como también con el universo de los universos, supervisado por el Padre del Paraíso, su Padre celestial. Ya recordaba plenamente el encargo de autootorgamiento y las instrucciones que le diera su hermano mayor, Emanuel, antes de ingresar en su encarnación en Urantia. Ya comprendía clara y plenamente todas estas vastas relaciones, y deseaba encontrarse a solas, lejos de todos, durante una temporada de meditación, con el objeto de elaborar los planes y seleccionar los procedimientos para el cumplimiento de su ministerio público para beneficio de este mundo y de todos los demás mundos de su universo local.     

Mientras deambulaba por las colinas, en busca de un refugio apropiado, Jesús se encontró con el ejecutivo en jefe de su universo, Gabriel, el Brillante Estrella Matutina de Nebadon. Gabriel restablecía ahora la comunicación personal con el Hijo Creador del universo; se encontraron directamente por primera vez desde que Micael se despidiera de sus asociados en Salvington al ir a Edentia con el objeto de prepararse para el comienzo de su autootorgamiento en Urantia. Gabriel, siguiendo las instrucciones de Emanuel y autorizado por los Ancianos de los Días de Uversa, puso ante Jesús la información que indicaba que la experiencia de su autootorgamiento en Urantia estaba prácticamente terminada en cuanto a alcanzar la soberanía perfeccionada de su universo y la terminación de la rebelión de Lucifer. Lo primero ocurrió el día de su bautismo, cuando la personalización de su Ajustador demostró la perfección y plenitud de su autootorgamiento en la semejanza de la carne mortal, y lo último fue el hecho histórico ese día en que descendió del Monte Hermón para reunirse con el joven Tiglat que lo esperaba. Ahora recibía Jesús la noticia, proveniente de la más alta autoridad del universo local y del superuniverso, de que su obra autootorgadora había terminado en lo que se refería a su estado personal en relación con la soberanía y la rebelión. Ya había recibido esta garantía directamente del Paraíso en su visión bautismal y en el fenómeno de la personalización de su Ajustador del Pensamiento residente.
      
Mientras estaba en la montaña conversando con Gabriel, el Padre de la Constelación de Edentia apareció en persona ante Jesús y Gabriel y dijo: «Los antecedentes están completos. La soberanía de Micael 611.121 sobre su universo de Nebadon se entroniza por completo a la diestra del Padre Universal. Yo te traigo de Emanuel, tu hermano y patrocinador de tu encarnación en Urantia, la exoneración del autootorgamiento. Ahora o en cualquier momento subsiguiente, en la forma que tú selecciones, podrás dar por terminada la encarnación autootorgadora, ascender a la diestra de tu Padre, recibir tu soberanía, y tomar tu bien ganado gobierno incondicional de todo Nebadon. También doy fe de que se han completado, por autorización de los Ancianos de los Días, los expedientes del superuniverso, relativos a la terminación de rebeliones pecaminosas en tu universo y que se te ha otorgado autoridad plena e ilimitada para enfrentarte con todas y cada una de tales posibles sublevaciones en el futuro. Tu obra en Urantia y en la carne de la criatura mortal está formalmente terminada. De ahora en adelante, lo que hagas dependerá de tu propia elección».
      
Cuando el Altísimo Padre de Edentia se hubo despedido, Jesús departió largo rato con Gabriel sobre el bienestar del universo y, al enviar a Emanuel saludos, reiteró su promesa de que siempre recordaría, en la obra que estaba por emprender en Urantia, los consejos recibidos en Salvington, antes del comienzo del autootorgamiento.
      
Durante estos cuarenta días de aislamiento, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, estaban atareados buscando a Jesús. Muchas veces estuvieron a poca distancia de su morada, pero nunca lo pudieron hallar.