«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 20 de mayo de 2012

El Bautismo y los cuarenta días.

Prólogo de; El Bautismo y los Cuarenta días.

JESÚS comenzó su ministerio público en el apogeo del interés popular por la predicación de Juan y en la época en que el pueblo judío de Palestina esperaba ansiosamente la aparición del Mesías. Había un gran contraste entre Juan y Jesús. Juan trabajaba con afán y ahínco, mientras que Jesús ponía manos a la obra en una forma apacible y llena de alegría; sólo unas pocas veces en toda su vida se le vio apresurarse. Jesús era un consuelo para el mundo y en cierto modo un ejemplo; Juan en cambio no era ni un consuelo ni un ejemplo. El predicaba el reino de los cielos pero no mencionaba mucho de su felicidad. Aunque Jesús se refirió a Juan como el más grande de los profetas del antiguo orden, también dijo que el más humilde de entre los que vieran la gran luz de la nueva senda y por lo tanto penetraran en el reino del cielo sería en verdad más grande que Juan.
     
Cuando Juan predicaba del reino venidero, toda la fuerza de su mensaje era: ¡Arrepentíos! Huid de la ira venidera. Cuando Jesús comenzó a predicar, aunque mantuvo la exhortación al arrepentimiento, ese mensaje estaba siempre ligado al evangelio, a la buena nueva de la felicidad y la libertad que traería el nuevo reino.