«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 13 de mayo de 2014

El confiable David Zebedeo.

Poco después de que fuera Jesús entregado a los soldados romanos al fin de la audiencia ante Pilato, un grupo de guardianes del templo se dirigió de prisa a Getsemaní para dispersar o arrestar a los seguidores del Maestro. Pero mucho antes de su llegada, estos seguidores se habían dispersado. Los apóstoles se habían retirado a lugares designados para ocultarse; los griegos se habían separado y se habían dirigido a distintas casas en Jerusalén; los demás discípulos habían desaparecido del mismo modo. David Zebedeo creía que los enemigos de Jesús retornarían; por lo tanto en seguida quitó unas cinco o seis tiendas en la parte alta de la hondonada, junto al sitio al que tan frecuentemente el Maestro se retiraba para orar y adorar. Aquí él pensaba ocultarse y al mismo tiempo mantener un centro, o estación coordinadora, para sus servicios de mensajería. Apenas David había abandonado el campamento, cuando llegaron los guardianes del templo. Como no encontraron allí a nadie, se conformaron con incendiar el campamento y luego se apresuraron a volver al templo. Al escuchar su informe, el sanedrín estuvo satisfecho de que los seguidores de Jesús estaban tan totalmente asustados y preocupados que ya no habría peligro de revueltas ni intento alguno de rescatar a Jesús de las manos de sus ajusticiadores. Por fin pudieron respirar en paz, y así levantaron la sesión, y cada uno fue a prepararse para la Pascua.
      
Tan pronto como Pilato entregó a Jesús a los soldados romanos para su crucifixión, un mensajero se fue de prisa a Getsemaní para informar a David, y a los cinco minutos ya habían corredores camino de Betsaida, Pella, Filadelfia, Sidón, Siquem, Hebrón, Damasco y Alejandría. Todos estos mensajeros llevaban la noticia de que Jesús estaba a punto de ser crucificado por los romanos por pedido insistente de los potentados de los judíos.
      
A lo largo de este día trágico, hasta que finalmente llegó el mensaje de que el Maestro había sido colocado en el sepulcro, David envió mensajeros aproximadamente cada media hora con informes para los apóstoles, los griegos, y la familia terrenal de Jesús, reunida en la casa de Lázaro en Betania. Cuando los mensajeros partieron con la noticia de que Jesús había sido sepultado, David despidió a su cuerpo de corredores locales para la celebración de la Pascua y para el sábado de reposo, con instrucciones de que volvieran a él en secreto el domingo por la mañana, concurriendo a la casa de Nicodemo, en donde pensaba esconderse por unos días con Andrés y Simón Pedro.
      
Este David Zebedeo de mente tan peculiar fue el único de los principales discípulos de Jesús que tomó literalmente y como cosa normal la declaración del Maestro de que él moriría y «resucitaría al tercer día». David le había escuchado una vez esta predicción y, siendo de mente literal, se proponía reunir a sus mensajeros el domingo por la mañana temprano en la casa de Nicodemo, para que estuvieran disponibles para difundir la noticia, en caso de que Jesús se levantara de los muertos. Pronto descubrió David que ninguno de los seguidores de Jesús esperaba que él volviese tan pronto de la tumba; por lo tanto, poco dijo de su creencia, y nada sobre la movilización de sus mensajeros para el domingo por la mañana temprano, excepto a los corredores que habían sido enviados en la mañana del viernes a ciudades y centros de creyentes distantes.
      
Así pues estos seguidores de Jesús, dispersados por todo Jerusalén y sus alrededores, esa noche compartieron la Pascua y al día siguiente permanecieron en retiro.