«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 5 de mayo de 2014

La trágica derrota de Pilato.


Aquí estaba el Hijo de Dios encarnado como Hijo del Hombre. Había sido arrestado sin denuncia; acusado sin prueba; juzgado sin testigos; castigado sin veredicto; y ahora, pronto sería condenado a muerte por un juez injusto que había confesado que no hallaba delito en él. Si Pilato creyó apelar al patriotismo de ellos al referirse a Jesús como el «rey de los judíos», se equivocó completamente. Los judíos no querían semejante rey. La declaración de los altos sacerdotes y los saduceos: «No tenemos más rey que al César», impresionó aun a la plebe despreocupada, pero era demasiado tarde para salvar a Jesús aunque se hubiese atrevido la plebe a abrazar la causa del Maestro.
      
Pilato temía un tumulto o una revuelta. No se atrevía a arriesgar disturbios durante la semana de Pascua en Jerusalén. Recientemente había sido censurado por el César, y no quería arriesgar otra censura. La plebe aplaudió cuando ordenó que soltaran a Barrabás. Luego mandó que le trajeran un cántaro y agua, y allí ante la multitud se lavó las manos, diciendo: «Yo soy inocente de la sangre de este hombre. Vosotros habéis decidido que debe morir, pero yo no hallé delito en él. Allá vosotros. Los soldados se lo llevarán». Y la plebe aplaudió y replicó: «Que su sangre se derrame sobre nosotros, y sobre nuestros hijos».