«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 2 de mayo de 2014

Jesús vuelve ante Pilato.

Cuando los guardianes trajeron a Jesús de vuelta ante Pilato, él salió a la escalinata del pretorio, donde se había colocado el asiento para el juicio, y, reuniendo a los altos sacerdotes y a los sanedristas, les dijo: «Habéis traído a este hombre ante mí, acusándolo de que pervierte al pueblo, prohibe el pago de los impuestos, y dice ser el rey de los judíos. Lo he interrogado y no lo encuentro culpable de estas acusaciones. De hecho, no encuentro falta alguna en él. Luego lo envié a Herodes, y el tetrarca debe de haber llegado a la misma conclusión, puesto que nos lo ha enviado de vuelta. De cierto este hombre no ha hecho nada merecedor de muerte. Si aún creéis que necesita ser disciplinado, estoy dispuesto a castigarle antes de ponerlo en libertad».
  
   
En el momento en que se disponían los judíos a expresar en alta voz su protesta ante la idea de poner a Jesús en libertad, se acercó una gran muchedumbre que marchaba al pretorio para pedir a Pilato que soltara a un prisionero en honor de la fiesta de Pascua. Había sido costumbre durante cierto tiempo de que los gobernadores romanos permitieran a la plebe seleccionar a un hombre encarcelado o condenado para amnistía al tiempo de la Pascua. Ahora pues, esta muchedumbre se presentaba ante él para pedir que soltaran a un prisionero, y puesto que Jesús tan recientemente había gozado de tanta popularidad con las multitudes, se le ocurrió a Pilato que tal vez podría salirse del lío proponiendo a este grupo que, puesto que Jesús era un prisionero en ese momento ante su asiento del juez, les soltaría a este hombre de Galilea como símbolo de la buena voluntad de la Pascua.
      
Al subir la multitud por las escalinatas del edificio, Pilato les oyó decir el nombre de un tal Barrabás. Barrabás era un conocido agitador político y ladrón asesino, hijo de un sacerdote, que recientemente había sido apresado en el acto de robar y asesinar en la carretera de Jericó. Este hombre había sido condenado a muerte y sería ejecutado en cuanto terminaran las festividades de la Pascua.
      
Pilato se puso de pie y explicó a la multitud que Jesús había sido traído ante él por los altos sacerdotes, quienes querían condenarlo a muerte por ciertas acusaciones, y que él no pensaba que el hombre fuera reo de muerte. Dijo Pilato: «¿A quién pues preferís que yo os suelte, a este Barrabás, el asesino, o a este Jesús de Galilea?» Cuando Pilato hubo hablado así, los altos sacerdotes y los consejeros del sanedrín gritaron a voz en cuello: «¡Barrabás, Barrabás!» Y cuando la gente vio que los altos sacerdotes estaban decididos a poner Jesús a muerte, en seguida se unieron al clamor vociferando que soltaran a Barrabás.
      
Pocos días antes, esta multitud había admirado a Jesús, pero la muchedumbre no admiraba al que, habiendo dicho que era Hijo de Dios, se encontraba ahora en la custodia de los altos sacerdotes y de los dirigentes ante el tribunal de Pilato, condenado a muerte. Jesús podía ser el héroe de la plebe cuando echaba a los cambistas y a los mercaderes del templo, pero no como prisionero sin resistencia en las manos de sus enemigos y enjuiciado a muerte.
      
Pilato se airó al observar a los altos sacerdotes pedir a voces el perdón de un asesino bien conocido y pidiendo al mismo tiempo la sangre de Jesús. Vio su malicia y su odio y percibió su prejuicio y envidia. Por lo tanto les dijo: «¿Cómo podéis vosotros elegir la vida de un asesino en vez de la de este hombre cuyo peor crimen es que se hace llamar figurativamente rey de los judíos?» Pero no fue ésta una declaración sabia por parte de Pilato. Los judíos eran un pueblo orgulloso, ahora sí sometido al yugo político de los romanos, pero esperanzados del advenimiento de un Mesías que los liberaría de su esclavitud gentil con gran muestra de poder y gloria. Resintieron mucho más de lo que Pilato podía darse cuenta, la sugerencia de que este maestro de maneras mansas y de extrañas doctrinas, arrestado ahora y acusado de delitos dignos de muerte, podía ser considerado «el rey de los judíos». Reaccionaron a esta observación como un insulto a todo lo que ellos consideraban sagrado y honorable en su existencia nacional, y por lo tanto todos ellos a voces pidieron que se soltara a Barrabás y que se matara a Jesús.
      
Pilato sabía que Jesús era inocente de las acusaciones traídas contra él, y si hubiese sido un juez justo y valiente, lo habría exonerado y puesto en libertad. Pero tenía miedo de desafiar a estos judíos airados, y mientras titubeaba antes de cumplir con su deber, llegó un mensajero y le dio un mensaje sellado de su mujer, Claudia.
      
Pilato indicó a los que estaban congregados ante él que deseaba leer esta comunicación que acababa de recibir antes de proceder con el asunto ante a él. Cuando Pilato abrió la carta de su mujer, leyó: «Te ruego que nada tengas que ver con este hombre justo e inocente a quien llaman Jesús. Mucho he padecido esta noche en sueños por causa de él». Esta nota de Claudia no sólo preocupó grandemente a Pilato por lo que postergó así la adjudicación de este asunto, sino que desafortunadamente proporcionó tiempo suficiente para que los líderes judíos circularan libremente entre la multitud y urgieran al pueblo a que pidiese que soltaran a Barrabás y que crucificaran a Jesús.
      
Finalmente, Pilato se dirigió nuevamente a solucionar el problema que enfrentaba, preguntando al grupo mezclado de potentados judíos y multitud buscadora de perdón: «¿Qué he de hacer con el que se llama rey de los judíos?». Y todos ellos gritaron al unísono: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». La unanimidad de esta demanda de la multitud mezclada sorprendió y alarmó a Pilato, el juez injusto y temeroso.
      
Nuevamente Pilato dijo: «¿Por qué queréis crucificar a este hombre? ¿Qué mal ha hecho? ¿Quién se presentará para atestiguar contra él?». Pero cuando oyeron a Pilato hablar en defensa de Jesús, tan sólo gritaron nuevamente: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
      
Nuevamente Pilato apeló a ellos sobre el asunto de soltar un prisionero para la Pascua, diciendo: «Nuevamente os pregunto, ¿cuál de estos prisioneros debo soltaros en esta vuestra Pascua?» Nuevamente la multitud gritó: «¡Danos a Barrabás!»
      
Entonces dijo Pilato: «Si suelto al asesino Barrabás, ¿qué he de hacer con Jesús?» Nuevamente la multitud gritó al unísono: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
      
Pilato estaba aterrorizado por el clamor insistente de la plebe, que actuaba bajo el liderazgo directo de los altos sacerdotes y de los consejeros del sanedrín; sin embargo, decidió hacer un último intento de apaciguar a la multitud y salvar a Jesús.