«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 30 de octubre de 2012

El campamento de Gilboa.

A medida que pasaba el tiempo, aumentaba la devoción de los doce por Jesús y el trabajo del reino. Esta devoción era en gran parte una cuestión de lealtad personal. No comprendían las múltiples facetas de su enseñanza; tampoco comprendían plenamente la naturaleza de Jesús ni el significado de su autootorgamiento en la tierra.
     
Jesús les aclaró a sus apóstoles que se habían retirado por tres motivos:
      
1. Para confirmar su comprensión y fe en el evangelio del reino.
     
2. Para permitir que se aquietara la oposición contra su obra en Judea y Galilea.
      
3. Para aguardar el destino de Juan el Bautista.
      
Mientras permanecían en Gilboa, Jesús narró a los doce muchos detalles de sus primeros años de vida y de sus experiencias en el Monte Hermón; también les reveló algo de lo que sucedió en las colinas durante los cuarenta días inmediatamente después de su bautismo. Al mismo tiempo les advirtió que nada contaran a nadie sobre estas experiencias hasta que él volviera al Padre.
      
Durante esas semanas de septiembre descansaron, conversaron, rememoraron sus experiencias desde que Jesús los había llamado al servicio, y se esforzaron sinceramente por coordinar lo que el Maestro les había enseñado hasta ese momento. En cierta medida todos ellos sentían que sería ésta la última oportunidad que tenían de un descanso prolongado. Se daban cuenta de que el próximo esfuerzo público en Judea o en Galilea, marcaría el comienzo de la proclamación final del reino venidero, pero no tenían una idea fija de cómo sería el reino cuando por fin llegara. Juan y Andrés pensaban que el reino ya había llegado. Pedro y Santiago creían que aún no había llegado. Natanael y Tomás confesaban francamente que estaban perplejos. Mateo, Felipe y Simón el Zelote estaban indecisos y confusos. Los gemelos no hacían caso alguno de la controversia. Y Judas Iscariote estaba taciturno, y no tomaba partido.
      
Mucha parte de este período Jesús se iba por su cuenta a la montaña cerca del campamento. A veces se llevaba a Pedro, Santiago o Juan, pero más frecuentemente se iba a solas, para orar o comulgar. Después del bautismo de Jesús y de los cuarenta días en las colinas de Perea, ya no se puede decir que estas temporadas de comunión con el Padre fueran períodos de oración, tampoco se puede hablar de que Jesús se dedicaba a la adoración; pero es totalmente correcto aludir a estas temporadas como de comunión personal con su Padre.
     
El tema central de las discusiones a lo largo de este mes de septiembre fue la oración y la adoración. Después de haber hablado de la adoración durante varios días, Jesús finalmente pronunció su memorable discurso sobre la oración en respuesta a la solicitud de Tomás: «Maestro, enséñanos a orar».
      
Juan había enseñado a sus discípulos una oración, una oración para la salvación en el reino venidero. Aunque Jesús nunca prohibió a sus seguidores que usaran la oración de Juan, los apóstoles percibieron muy pronto que su Maestro no aprobaba plenamente de la práctica de pronunciar oraciones establecidas y formales. Sin embargo, los creyentes solicitaban constantemente que se les enseñara a orar. Los doce anhelaban saber qué tipo de súplica aprobaría Jesús. Principalmente debido a esta necesidad de una súplica sencilla para la gente común, Jesús consintió, respondiendo a la solicitud de Tomás, en sugerirles una forma de oración. Esta lección de Jesús tuvo lugar una tarde durante la tercera semana de la estadía del grupo en el Monte Gilboa.