«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 30 de octubre de 2012

La oración del creyente.

Pero los apóstoles aún no estaban satisfechos; querían que Jesús les diese una oración modelo para que ellos pudieran enseñársela a los nuevos discípulos. Después de escuchar las palabras de Jesús sobre la oración, Santiago Zebedeo dijo: «Muy bien, Maestro, pero no pedimos una fórmula de oración para nosotros, sino más bien para los nuevos creyentes que tan frecuentemente nos imploran: `enseñadnos a orar en una forma que sea aceptable al Padre en los cielos'».
      
Cuando Santiago terminó de hablar, Jesús dijo: «Si pues, aún deseáis tal oración, os daré la que enseñé a mis hermanos y hermanas en Nazaret»:
      
Padre nuestro que estás en los cielos,
     
Santificado sea tu nombre.
     
Venga tu reino; hágase tu voluntad
      
En la tierra así como se hace en el cielo.
      
Danos hoy nuestro pan para mañana;
      
Refresca nuestra alma con el agua de la vida.
      
Y perdónanos nuestras deudas
      
Así como también perdonamos a nuestros deudores.
      
Sálvanos de la tentación, líbranos del mal,
      
Y haznos cada vez tan perfectos como tú.
      

No es raro que los apóstoles desearan que Jesús les enseñase una oración modelo para los creyentes. Juan el Bautista había enseñado a sus seguidores varias oraciones; todos los grandes maestros habían formulado oraciones para sus discípulos. Los maestros religiosos de los judíos tenían unas veinticinco o treinta oraciones establecidas que recitaban en las sinagogas y aun en la calle. Jesús estaba particularmente en contra de orar en público. Hasta este momento, los doce tan sólo le habían escuchado rezar unas pocas veces. Observaban que pasaba noches enteras orando o dedicado a la adoración, y tenían mucha curiosidad por saber la manera o forma de sus oraciones. Realmente no sabían qué contestar a las multitudes que suplicaban que se les enseñara a rezar así como Juan había enseñado a sus discípulos.
      
Jesús enseñó a los doce que debían orar siempre en secreto; que debían alejarse a solas, en la serenidad de la naturaleza, o encerrarse en sus cuartos para orar.
      
Después de la muerte de Jesús y de su ascensión al Padre, muchos creyentes optaron por agregar al final de esta oración, así llamada el Padre nuestro, estas palabras —«En el nombre de Señor Jesús Cristo». Más tarde se perdieron dos líneas al copiarse la oración, y fue agregada una cláusula adicional, como sigue: «Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria, por siempre jamás»
      
Jesús dio esta oración a los apóstoles en su forma colectiva, tal como se la rezaba en la casa de Nazaret. No enseñó nunca una oración personal formal, sino tan sólo súplicas para grupos, familias o reuniones sociales; aun así, tampoco accedió a hacerlo espontáneamente.
      
Jesús enseñaba que la oración eficaz debe ser:
      
1. Altruista —no solamente para uno mismo.
     
2. Creyente —de acuerdo con la fe.
      
3. Sincera —de corazón honesto.
     
4. Inteligente —de acuerdo con las propias luces.
     
5. Confiada —en sumisión a la voluntad omnisapiente del Padre.
      
Cuando Jesús pasaba noches enteras en la montaña rezando, lo hacía principalmente en súplica para sus discípulos, sobre todo para los doce. El Maestro muy poco oraba por sí mismo, aunque sí practicaba mucha adoración de naturaleza de la comunión de entendimiento con su Padre en el Paraíso.